A los preliminares de la guerra con el Paraguay corresponde el apoyo que el presidente Mitre le presta al general uruguayo Venancio Flores, quien invadió militarmente su patria durante la presidencia de Bernardo Berro, en 1863. Flores había estado al servicio de Mitre gobernador de Buenos Aires, y posteriormente Mitre presidente de la República. Actuó en la batalla de Pavón y fue el que dispuso el degüello de prisioneros en la sorpresa nocturna de Cañada de Gómez.(1)
El general Flores pertenecía al Partido Colorado, del Uruguay, que estaba en la oposición durante el gobierno de Berro. Este Partido Colorado era de la misma tendencia que el Partido Liberal encabezado por Mitre, mientras que el Partido Blanco era afín a nuestro Partido Federal.
Flores obtiene la baja del ejército argentino, se conchaba en una estancia de Ambrosio Lezama y muy pronto comienza a preparar los elementos para invadir su patria desde la provincia de Corrientes, contando no sólo con la benevolencia de Mitre sino también con la ayuda de nuestro país.
Del Puerto de Buenos Aires salen vapores cargados con armas y “voluntarios argentinos” hacia la costa uruguaya; en Corrientes, el general Nicanor Cáceres, que es allí comandante, dirige la invasión con correntinos enganchados. Los vapores “Pampero”, “Villa del Salto” y el “Guazú”, argentinos, son sorprendidos in fraganti por las autoridades uruguayas en su tráfico de armas y de tropas. Protesta el gobierno uruguayo, pero Mitre y su ministro Elizalde, con toda soberbia y abusando de su mayor poderío, niegan su complicidad, y hasta exigen reparaciones por supuestos ultrajes al pabellón nacional.(2)
Por la frontera norte del Uruguay se producen las famosas “californias”, meras raterías de ganado uruguayo por parte de hacendados riograndenses, armados militarmente. Miles de cabezas de ganado son arriadas a las estancias de los “californianos”. Inútiles son las protestas uruguayas. Brasil abusa de su mayor poder y así es como, para justificar lo injustificable, acusa a los uruguayos de perturbar la paz en su frontera. Nada valen, ante el gobierno brasileño, las probanzas que presenta el gobierno oriental. Brasil tiene trazado un plan de raterías y de apoderamiento de miles de leguas de fértil tierra uruguaya y va cumpliéndolo inexorablemente. Utiliza a su favor, además de la fuerza –ya que es una potencia infinitamente más fuerte que el Uruguay-, el poyo tácito que le prestan los hombres influyentes del Partido Colorado. Inútil es que la cancillería uruguaya le demuestre que en el ejército reclutado por el general Flores militan centenares de “voluntarios” brasileños aportados por los estancieros riograndenses.(3)
Ante estos hechos –y decenas más por el estilo- calificados de criminales, la cancillería oriental insiste en sus reclamaciones. Pero la brasileña, representada por su agente en Montevideo, adopta la misma táctica que la cancillería argentina: negar, porfiar en la neutralidad del gobierno de S. M. el Emperador, ganar tiempo para que se consolide la posición del general Flores; imitar en todo la actitud de Mitre. ¡Como que habiéndose puesto de acuerdo previamente estaban preparando la Triple Alianza! Estos eran los prolegómenos.
Brasil va cumpliendo su plan elaborado ya cuando la paz con nuestro país en 1828. Al Brasil le convenía o la anexión lisa y llana del Uruguay como provincia brasileña, con lo que absorbería los ricos campos de pastoreo uruguayos, o bien que el Uruguay se mantuviese como Estado independiente, débil, muy débil, incapaz de defenderse de la voracidad de los hacendados riograndenses, y que fuese al mismo tiempo “Estado tapón” que lo separase de la República Argentina.De tal manera, con los atropellos que Brasil hacía “rateriando” vacas uruguayas, la Argentina no tenía nada que ver, a pesar del compromiso –Argentina, Brasil y Paraguay- de hacer respetar la independencia uruguaya. Ese tratado, o compromiso, nada decía de las vacas de los estancieros uruguayos. Brasil robaba esas vacas y respetaba –simulaba hacerlo- la independencia de la pequeña república.
A esta altura de la cuestión uruguaya cabe preguntarse ¿había un secreto acuerdo entre Mitre y el gabinete brasileño para ulteriores acciones? La actitud brasileña –sus raterías de vacas y aporte de “voluntarios” para el general Flores- junto con la de la Argentina, que protegía con tropas y armas al mismo general, eran ya tan escandalosas que se hacía imperioso terminar de una vez. El Brasil se había enredado demasiado y no podía desasirse fácilmente de la cuestión. ¿Había algún medio para lograrlo? Por otra parte, ¿cómo el Brasil, con tal hábiles diplomáticos, se había dejado enredar tan fácilmente? ¿Se había enredado solo? ¿Alguien lo había enredado? ¿Mitre? Un prominente político y diplomático brasileño nos lo va a decir. Se trata nada menos que del honorable señor Pimienta Bueno, quien en el Senado de su país, el 12 de junio de 1865, dice: “A principios del año pasado, cuando nuestras relaciones con el Estado Oriental ya estaban perturbadas, diose un hecho sumamente importante. El general muy inteligente y muy simpático que dirige los destinos de la Confederación Argentina y que los dirige con mucha habilidad –el general Mitre- vio, por ventura, más lejos que el ministerio del Brasil; él había comprendido bien que el estado de las cosas en la República Oriental, el desorden, la guerra civil, perjudicaba mucho los intereses de la Confederación; él deseaba remover ese estado de cosas y restablecer allí la paz y el orden, mas reconocía que la tarea era muy pesada. Como veía que este estado de cosas orientales influía también muy perjudicialmente sobre el Brasil, como veía que nuestras relaciones se iban perturbando de más en más, concibió una idea provechosa para los dos Estados”.
Esta claramente expresado: para los dos Estados: la Argentina y el Brasil. Y sigue hablando el honorable Pimienta Bueno: “mandó a nuestra corte un hábil ministro en misión extraordinaria (José Mármol) y, según me consta, ese ministro no en notas, mas, en una entrevista, en una conferencia verbal, hizo aperturas para la adopción de una acción conjunta, o intervención de la Confederación y el Brasil que llevase al Estado Oriental al restablecimiento de la paz y el orden, que constituyese allí un gobierno regular, capaz de dar garantía al Río de la Plata. Al Brasil y al pueblo oriental, en fin, para simultáneamente terminar el tratado definitivo a que se refiere nuestra Convención Preliminar de 1828”.
En realidad, nada había que agregar al Tratado Preliminar de 1828, salvo la ratería de vacas y el apoderamiento de algunos miles de leguas de territorio uruguayo. Pero sigamos con Pimienta Bueno: “Esto era, a mi ver, un útil pensamiento, mas el Brasil en vez de aprovechar la oportunidad para, mediante condiciones convenientes, librarse de las complicaciones orientales, negóse a asentir la propuesta: se juzgó poderoso de sobra. Pocas semanas después partió de esta corte el señor Consejero Saraiva, y todos nosotros sabemos lo que sucedió: El Brasil vio entonces, lo que el general Mitre había visto antes; vio la cuestión complicarse, tomar una importancia inmensa, lo que no se había querido pensar:; vio la cuestión resonar en el Paraguay”.
Resonar en el Paraguay. He ahí la cuestión. He ahí lo que habilidosamente quería Mitre. Y lo que iba consiguiendo. El Paraguay, ya sabemos que con Brasil y con la Argentina, era garante de la seguridad de la Banda Oriental.¿Cómo podía permanecer impasible ante los atropellos del Brasil? Sólo entonces pensó Brasil si se sentía suficientemente fuerte para una guerra con el país guaraní. Sólo entonces pensó y comprendió el objeto de la misión Mármol. Mitre empujó habilidosamente al Brasil a aliarse con Flores, enviándole armas, dinero y “voluntarios”. La gran codicia de los ganaderos riograndenses había hecho entrar al gobierno brasileño en la aventura de Flores. Claro que, como dice Pimienta Bueno, luego vio ese gobierno cómo la aventura tomaba una importancia inmensa. ¿Pero retrocedería entonces el Brasil? ¡Imposible! Había que seguir adelante. Y lo peor era que tendría que hacerlo manejado por el general Mitre.
Y continúa el honorable Pimienta Bueno: “Entonces, solicitóse la alianza que se había repelido; pero el general Mitre continuó teniendo más habilidad que nuestro ministerio: ya no quiso esa alianza…”
Lógicamente. Ya el Brasil estaba comprometido hasta tal punto en la cuestión oriental, que no podía volverse atrás. Tenía que seguir –empujado hábilmente por Mitre- hasta una guerra con el Paraguay.
Metido en tal atolladero, el Brasil envía algunas misiones ante Mitre, que las recibe amablemente y las despide con una sonrisa melosa. Y así, en misión confidencial, llega el consejero Paranho. “¿Cómo salir del atolladero y cómo puede el Brasil resolver la cuestión con el Uruguay?” Y Mitre, suavemente, melosamente, pronuncia con su sonrisa característica la palabra que hace rato tiene pensada: Con “medios indirectos”. Y ante el asombro de Paranho, Mitre le insinúa que esos medios indirectos para pacificar el Estado Oriental son: la guerra, las represalias y las entradas de fuerzas brasileñas por la frontera, con el solo objeto de “apoyar las justas reclamaciones brasileñas”.
Paranho insiste ante Mitre con las instrucciones que le ha enviado su gobierno: “(…) obtener la alianza del gobierno argentino, o la intervención colectiva de los dos gobiernos, tomando como base el elemento oriental representado por el general Flores (…)”.
Pero Mitre, el “simpático y hábil Mitre” esquiva la puntería del brasileño y reafirma su condición –gran simulador- de neutral en el conflicto oriental, que él ha provocado con el apoyo de las armas y tropas al general Flores.
Desilusionado, Paranho sale de Buenos Aires con gran desconcierto. Va a Fray Bentos, se encuentra con el general Flores y le exige que la “cuestión de honor entre el Brasil y el Uruguay” quede resuelta. Flores accede: reconocerá todos los reclamos del Brasil. Y agrega algo más: que la alianza de la República Oriental con el Brasil, contra el Paraguay, sería para él un empeño de honor.
Poco después, Paranho tiene que confesar: “(…) de la noche al día, el estado Oriental, nuestro enemigo y aliado del Paraguay contra nosotros, tornóse nuestro amigo y aliado contra el Paraguay”.
Heroico Paysandú
El presidente Aguirre sustituye legalmente al presidente Berro. Es del mismo temple que su antecesor.
El 6 de mayo de 1864 llega a Montevideo el honorable consejero Saraiva. Lleva en su carpeta el ultimátum al gobierno oriental. Pues Brasil, metido en el brete que le preparó hábilmente el general Mitre, no tiene otra alternativa que retirarse avergonzado o declarar la guerra. Como es potencia mucho más fuerte que el Uruguay y está dominado por la codicia, opta por la última posibilidad.
Pero cuando el honorable se va a decidir, se encuentra con el banquero brasileño barón de Mauá, quien le avisa que Solano López ha convocado a sus milicias, que alcanzan el número de 60.000 hombres. El número es bastante exagerado y Saraiva se impresiona. Además, ¿qué actitud tomará Mitre en caso de guerra entre Brasil y Paraguay?.
Saraiva se encamina a visitar al presidente Aguirre. En medio de su desconcierto y de su miedo, tiene un motivo para reconfortarse: en el puerto de Montevideo ha fondeado la escuadra de Tamandaré.
Al mismo tiempo, en Buenos Aires, Mitre mantiene continuas entrevistas con el cónsul inglés mister Thorton. Poco tiempo después almuerzan juntos con Elizalde. ¿De qué hablan? Fácil es presumirlo. Tanto, que al día siguiente parte hacia Montevideo Thorton junto con Elizalde y el representante del Uruguay en Buenos Aires, Andrés Lamas. Se entrevistan con Saraiva. Thorton toma la palabra: nada de ultimátum; paz en la república, reincorporación de las tropas de Flores –para quien se abre el escalafón- amnistía general. Y la comisión pro paz –constituida por Thorton, Maillefer, representante francés en Montevideo, Lamas, el doctor Castellanos y Elizalde- sale en busca del general Flores. Lo encuentran en las Puntas del Arroyo del Rosario. Y vienen las triquiñuelas, y las exigencias de Flores: que no se le pida que rinda cuenta de los dineros que ha manejado, escalafón aun para los soldados extranjeros –argentinos y brasileños- y cuatro millones de pesos para manejar a su antojo, etc. Y regresa la comisión de paz a Montevideo; se tramita, pero Flores se mueve del Arroyo Rosario y avanza treinta leguas…
Saraiva viaja a Buenos Aires. Se entrevista y se entiende con Mitre. Se ponen de acuerdo. Regresa a Montevideo y presenta su escandaloso ultimátum a Aguirre; indemnización a los ganaderos brasileños residentes en el Uruguay por los agravios y las violaciones sufridas en doce años. En caso de no obtenerse satisfacción en el plazo de seis días, “fuerzas militares y navales del Brasil entrarán en acción”. Aguirre, previo acuerdo con su ministerio, rechaza el ultimátum. La guerra se inicia. La escuadra de Tamandaré bombardea la plaza de Paysandú, mientras Flores ataca y saquea con saña inaudita a todo poblado que encuentra. A Tamandaré se le terminan las granadas. Mitre -¡el neutral!- se las proporciona del arsenal de Buenos Aires. Paysandú, defendido por un puñado de valientes al mando de Leandro Gómez, resiste heroicamente. Y cuando la población está en ruina, fuera de combate la mayor parte de los soldados, humeantes sus paredes. Paysandú cae. Las fuerzas brasileñas y las de Flores entran en sus calles. Matan a quienes encuentran en pie y exterminan a los heridos. Capturan a Leandro Gómez. Lo arrastran. Contra una puerta lo fusilan por orden de Flores, que ahora repite la matanza de Cañada de Gómez. Desde la isla Caridad, situada frente a Paysandú, dos poetas argentinos contemplan la tragedia: José Hernández, cuyo hermano Rafael ha podido fugar de Paysandú, herido, y Carlos Guido Spano. El pueblo argentino se conmueve y se indigna por un hecho de tanta barbarie. Paysandú queda desde entonces como símbolo del heroísmo de un pueblo. Y Leandro Gómez como el del ejemplo de un patriota.
Cuando las noticias llegan a Buenos Aires, Mitre, satisfecho de su obra llevada a cabo con tanta habilidad, sonríe melosamente a su ministro Elizalde. Su plan se va cumpliendo metódica y aceleradamente. Los diarios, los clubes, los cenáculos y el pueblo comienzan a hablar de Paysandú. El heroísmo de Paysandú. Y el tiempo, como un juez inapelable, materializa, por así decir, ese concepto. Tanto que medio siglo después, en el mismo Paysandú, en una payada célebre, nuestro inmortal Gabino Ezeiza conquista al público oriental que lo escucha con no disimulada agresividad, al entonar con su encordado aquello de “Heroico Paysandú, yo te saludo…” ¡Heroico! Y Paysandú tiene y tendrá siempre su calificativo enaltecedor de ¡Heroico!.
“¡Sombra de Paysandú! ¡Sombra gigante
que velan los despojos de la gloria.
Urna de las reliquias del martirio
¡Espectro vengador!
¡Sombra de Paysandú! Lecho de muerte
donde la libertad cayó violada
¡Altar de los supremos sacrificios!
Yo te voy a evocar…”
Referencias:
(1) Véase Pedro de Paoli; Los motivos del Martín Fierro en la vida de José Hernández.
(2) Para todos estos episodios de los atropellos al Uruguay, véase, entre otros, el libro de Luis Alberto de Herrera: Antes y después de la triple Alianza.
(3 )Nadie como Luis Alberto de Herrera ha documentado la injusta agresión del Brasil a la indefensa República Oriental del Uruguay. Consúltese su libro citado “Antes y después de la Triple Alianza”.
A la injusta agresión se sumaba el escarnio. Así lo atestigua la siguiente proclama del hacendado riograndense mayor Fidelis Paes da Silva: “Brasileños: es tiempo de correr a las armas y despertar del letargo en que yacéis durante una serie de años ininterrumpida de hechos horrorosos; cometida por una horda de asesinos y perturbadores desorden, el Estado limítrofe, con manifiesto perjuicio de propiedades e intereses de vuestros compatriotas y hermanos. Por la santa causa de la razón y la justicia, el brasileño que se dirige a Uds., os convida a reunirnos para tan alto destino y prorrumpid con bravo entusiasmo: ¡Viva la religión católica!; ¡Viva la Constitución Política del Estado!; ¡Vivan muestras leyes e instituciones!; ¡Viva el bravo general libertador!. En marcha, 8 de julio de 1863”.
A ello se agrega, entre otras pruebas, la denuncia que hace la cancillería oriental al gobierno brasileño: “La invasión brasileña estalla por Santa Ana que, como su Señoría sabe, está dentro de la circunscripción militar del mismo brigadier brasileño Canavarro (…) Fue nuevamente invadido el territorio uruguayo por fuerzas brasileñas. Capturado por éstas, en su propia casa el capitán de guardias nacionales don José de Vargas, en actividad de servicio, saqueado su establecimiento y conducido prisionero a Santa Ana de Livramento”.
Fuente:
Andrade, Olegario Victor – A Paysandú.
De Paoli, Pedro – Proceso a los montoneros y guerra del Paragay – Eudeba – Buenos Aires (1973)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Enlaces externos
• Saludo a Paysandú por Gabino Ezeiza
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