El general Juan Ramón Balcarce luego de su derrota en la batalla de Cepeda, entraba en Buenos Aires con la infantería que había salvado en dicho enfrentamiento armado, y consumaba el pronunciamiento del 6 de marzo de 1820 que lo llevó momentáneamente al poder, seguido de los restos del partido directorial y del elemento joven e ilustrado de la época, que por la tradición, así como por el sentimiento repulsivo que le inspiraban los caudillos federales, acabó por confundirse con aquellos restos, bajo la calificación de unitarios. El gobernador Sarratea se retiró al pueblo del Pilar, y desde allí dirigió circulares a todas las autoridades, reclamando la obediencia que le era debida, “pues que él era gobernador de la Provincia y no el general Balcarce que había asaltado el poder por medio de un motín militar”. Con este motivo se convocó a Cabildo abierto, y el pueblo ratificó el nombramiento de gobernador en la persona del general Balcarce, declarando como dice el acta del Cabildo, “una, dos y tres veces, que este nombramiento había sido por su libre voluntad en la sesión del día 7, en la iglesia de San Ignacio”, y “que renovaba las omnímodas facultades que le había conferido y de nuevo le confiere el expresado general para que sin consulta alguna obre a favor del pueblo, de su honor y libertad”.(1)
Ante el golpe de audacia de Balcarce, que no contaba a la verdad con el apoyo de la opinión pública, tan dividida en esos días de transformación latente, Sarratea reunió sus parciales, Soler sacó de la ciudad la tropa que le era adicta y Ramírez y López se adelantaron con su ejército hasta los suburbios de Buenos Aires, exigiendo del Cabildo la reposición de Sarratea en el gobierno y los subsidios de armas, municiones y dinero a que se refería la Convención del Pilar. Por lo que a Balcarce hacía, Ramírez le intimó que abandonase la Provincia, diciéndole en su nota de fecha 7 de marzo: “Ud. envuelve a su patria en sangre, con una indiscreción admirable. Su autoridad… no será respetada por este ejército, campaña y provincias federales, que reconocen como gobernador legítimo al señor don Manuel de Sarratea”.
Balcarce tubo que huir acompañado de algunos de sus parciales; y el general Alvear, a quien Sarratea había ofrecido el gobierno como queda dicho, quiso aprovechar para obtenerlo del momento de acefalía en que se encontraba la Provincia. Con este objeto promovió por medio de su aliado y amigo don José Miguel Carrera un cabildo abierto en la plaza de la Victoria. Este se verificó el día 12 de marzo, y la intentona tuvo éxito en el primer momento. Pero al saber que se había entrado en la plaza el soberbio dictador de 1815, el pueblo y la tropa se amotinaron, y Alvear tuvo que ocultarse para salvar su vida, ya que no su reputación que comprometía con ligereza imperdonable. El pueblo representó enérgicamente al Cabildo y éste diputó una comisión cerca de Sarratea para que reasumiese al mando de la Provincia.
Pero este mando era nominal ante la influencia militar de Soler, quien obligó al gobernador a que pusiese bajo sus inmediatas órdenes, y en su carácter de comandante general de armas, todas las tropas y recursos militares que había en la ciudad. Para conjurar este peligro, Sarratea se propuso destruir la influencia de Soler, explotando las ambiciones impacientes de Alvear, que era el más aparente aunque no el menos temible para él. Al efecto puso en juego su habilidad y sus amigos para hacerle entender a Alvear que quería confiarle las tropas y recursos de la Provincia, pero que el único obstáculo que se oponía a ello era Soler, que iba a apoderarse del Gobierno: que si Alvear ideaba algún medio para salvar esta dificultad, el gobernador lo dejaría hacer en guarda de los intereses generales y de las promesas que tenía empeñadas con él y que serían cumplidas oportunamente. La ligeraza genial de Alvear tenía con esto mucho más de lo que necesitaba para obrar incontinenti. Al punto hizo ver a Carrera, y en la noche del 25 de marzo se dirigió a un cuartel donde le esperaba un grupo de jefes y oficiales que a todas partes lo acompañaban, y Carrera con sus adictos. De ahí desprendió una comisión, la cual aprehendió a Soler en el mismo despacho del gobernador, Este fingía ceder a la fuerza, y los conspiradores elevaban entre tanto una representación para que el general Alvear fuese reconocido comandante general de armas.
Este golpe teatral puso en ebullición al pueblo y a los cívicos, quienes acudieron con sus armas a la plaza de la Victoria para resistir al “nuevo Catilina” como le llamaban al general Alvear. El Cabildo –único poder que quedaba en pie en medio de estas evoluciones de las facciones tumultuarias, las cuales se sucedían como escenas de un drama de magia que para ser atrayentes habían de cambiarse con rapidez asombrosa; y que debía su estabilidad a la firmeza con que consideraba las aspiraciones populares- satisfizo esta vez también la voluntad del vecindario, dirigiéndole al gobernador un oficio conminatorio (2) para que hiciese salir inmediatamente al general Alvear del territorio de la Provincia. Pero el caso era que los partidarios de Alvear querían ir más allá de lo convenido. Creyéndose fuertes con algunas compañías sublevadas que se le incorporaron, se reunieron en la plaza del Retiro, y proclamaron al general Alvear gobernador de la Provincia. Sarratea, alarmado con estas noticias, se atrincheró en la plaza de la Victoria, y no tuvo más remedio que hacer poner en libertad al general Soler, acusándose lo mejor que pudo. Alvear, viendo que la plaza se resistía, y que su posición venía a ser insostenible, se retiró por la ribera hacia el norte, cuando las partidas de cívicos lo escopeteaban muy de cerca. (3)
Libre de esta asechanza, que no era de las más graves, el gobernador Sarratea expidió algunos decretos de sensación sobre libertades públicas, y ordenó que se abriera el proceso de alta traición contra el Directorio y el Congreso derrocados; dando a estas medidas una publicidad y una importancia calculadas para congraciarse con la opinión pública, que le era decididamente hostil desde que se divulgaron los artículos secretos de la Convención de Pilar; y se supo que Sarratea había entregado a Ramírez y a López el doble del armamento y municiones que en ella se estipulaba, privando al pueblo de recursos que nunca le eran más indispensables. (4)
Entre tanto, la Junta de Representantes creada por el bando de 12 de febrero, que nombró a Sarratea gobernador interino con los doce electores de la ciudad únicamente, pues que las armas federales ocupaban la campaña, -se había reunido en minoría el 4 de marzo, y acordado lo conveniente para la renovación de los poderes públicos de la Provincia; fundando por medio de disposiciones trascendentales el sistema representativo federal en Buenos Aires, sobre cuya base debía modelarse al correr de los años el gobierno federo-nacional argentino. Disponía la Junta que se eligiese en toda la Provincia doce diputados por la ciudad y otros tantos por la campaña; y que se observase en esta elección las mismas formas que habían servido para la de la Junta primera; esto es, que cada ciudadano hábil votase por sólo tres candidatos, y entregase su voto cerrado y firmado ante las juntas receptoras de las localidades. Una vez constituidos los nuevos diputados, procederían a nombrar el que debía representar a Buenos Aires en el Congreso federal de San Lorenzo, con arreglo al tratado del Pilar; a organizar el gobierno y la administración de la Provincia; a elegir otro gobernador y hacer elegir otro Cabildo; a arreglar la deuda, y cualquier diferencia con las provincias hermanas.
En consecuencia de estas disposiciones, el gobernador Sarratea expidió un bando en el que convocaba al pueblo a elecciones para el día 20 de abril. El resultado que dieron éstas el día 27, en que tuvieron lugar, no pudo ser más desastroso para el gobernador. A la sombra de las divisiones locales, el partido directorial-unitario pudo componer la Junta de Representantes e integrar el Cabildo con sus hombres principales; por manera que el gobernador, aislado de Alvear y de Carrera, a quienes contenía por el momento el general Soler con su ejército en Luján; quebrado con este general a consecuencia de los últimos sucesos, y en conflicto con los dos poderes principales de la Provincia, quedó completamente sin apoyo en la opinión. Inútiles fueron sus esfuerzos para invalidar la elección de algunos de los Representantes que habían pertenecido al partido directorial. (5) El Cabildo se mostró inconmovible. La Junta se reunió por su parte el 1º de mayo, y su primer paso, después de su instalación solemne, fue el de exigir a Sarratea su renuncia. Sarratea no tuvo más que dejar su cargo a don Ildefonso Ramos Mexía, a quien la Junta nombró gobernador interino, despachando inmediatamente una comisión cerca del general Soler, con el encargo de comunicarle que él habría sido nombrado gobernador si su presencia no fuera indispensable al frente del ejército, en circunstancias en que López y Carrera se preparaban a invadir nuevamente a Buenos Aires.
Soler, a su calidad de jefe de partido, reunía en esos momentos la ventaja de estar al frente de un ejército cuyos jefes y oficiales le pertenecían por completo; así es que la Junta creyó contemporizar con él, haciéndole esperar que sería gobernador en propiedad. El peligro que apuntaba la Junta era cierto. Ramírez se había retirado de Buenos Aires para Entre Ríos donde Artigas, el protector oriental, llamaba las milicias para seguir la guerra con los portugueses que lo habían desalojado de la provincia de Montevideo. Pero detrás de Ramírez quedaba López, y junto a este Carrera, y lo que es más doloroso, Alvear, el patricio de la Asamblea de 1813, oscureciendo sus glorias en esas tristes correrías.
Pero como la Junta extendiese su autoridad más allá de lo que se supuso el general Soler, éste agitó a sus amigos; y después de renunciar el comando que ejercía, se retiró a recuperar el gobierno que creyó obtener cuando se depuso a Sarratea. El 16 de junio los jefes y oficiales de su ejército representaron al Cabildo de Luján que era voluntad de la campaña y de las tropas el que se reconociera al general Soler como gobernador y capitán general de la Provincia; y que esperaban que dicho Cabildo lo reconociese como tal, para evitar de esta manera los males que sobrevendrían. El Cabildo de Luján reconoció a Soler en tal carácter, y Soler despachó una comisión encargada de presentar el oficio del Cabildo y la representación del ejército a la Junta de representantes de Buenos Aires, para que lo hiciese obedecer en toda la Provincia.(6) La Junta no tuvo más que someterse a la intimación de Soler. El gobernador Ramos Mexía presentó su renuncia; y la Junta, sin pronunciarse acerca de ella, le ordenó que depositase el bastón de mando en el Cabildo, a quien pidió al mismo tiempo que hiciese saber al general Soler que podía entrar en la ciudad sin resistencia, después de todo lo cual se disolvió. (7)
Batalla de la Cañada de la Cruz
Eso tenía lugar el 20 de junio, día de los tres gobernadores en Buenos Aires, -el Cabildo, Ramos Mexía y Soler- El 23 prestó juramento Soler; el 24 dejó el mando militar de la ciudad al coronel Dorrego, que acababa de llegar del destierro, y se trasladó a Luján, ordenando que se le incorporasen todos los oficiales sin destino, y lo que era tremendo, todos los diputados del Congreso últimamente disuelto, desde su instalación en Tucumán, so pena de proceder contra sus personas y bienes, aplicándoles las penas más severas. (8)
Inmediatamente de llegar a su cuartel general de Luján, Soler se movió con su ejército sobre el del general López que marchaba sobre Buenos Aires, en unión con los generales Alvear y Carrera. Ambos ejércitos se encontraron el 28 de junio en la Cañada de la Cruz; y a pesar de la pericia militar de Soler, las tropas de López alcanzaron un triunfo sobre las de él, que se dispersaron o cayeron prisioneras, con excepción de una columna de infantería al mando del coronel Pagola, quien repasando el norte, se dirigió con ella a la ciudad de Buenos Aires. Soler se limitó a comunicarle al Cabildo la noticia de este desastre, y dándolo todo por perdido, se embarcó para la Colonia.
Entre tanto el coronel Dorrego dictaba enérgicas medidas para defender la ciudad de Buenos Aires, y salía a la cabeza de algunas fuerzas a contener los dispersos de Soler. Simultáneamente, el general Alvear se trasladaba a Luján, impartía órdenes para que acudiesen allí representantes del norte de la campaña, y se hacía elegir gobernador de la Provincia el día 1º de julio. (9) El general López, deseoso de asegurarse en Buenos Aires una ayuda contra Ramírez, entró en negociaciones con el Cabildo. Y el coronel Pagola se entró en la capital con la columna salvada de la Cañada de la Cruz, se posesionó del Fuerte, se atrincheró en la plaza principal, se hizo proclamar comandante general de armas, y amenazando al vecindario con medidas violentas, declaró traidores a los que entrasen en transacciones con López. Así se sucedían las escenas de magia política en esos días de transición y de borrasca.
En vista de la actitud de Pagola que imposibilitaba todo arreglo, López adelantó sus tropas sobre la ciudad; y como al propio tiempo Alvear y Carrera se hacían fuertes en el norte, el Cabildo y Dorrego, creyéndolos de acuerdo con aquél, se vieron precisados a hacer por otras vías y con otros recursos, la guerra que Pagola quería sostener por sí solo a todo trance. Desesperado de traer al buen camino a Pagola, en cuyo pecho ardía un patriotismo rudo, y una soberbia inaudita de los méritos que había adquirido en los ejércitos de la Independencia, Dorrego, que era el alma de la situación, se puso al frente de algunas fuerzas de la ciudad, y de las milicias de campaña reunidas por el general Martín Rodríguez y por el hacendado D. Juan Manuel de Rosas. Dorrego se apoderó de la plaza y estrechó a pagola en el Fuerte.
Repuesto el Cabildo, cuyos miembros se habían ocultado para escapar a las furias de Pagola, convocó a los doce Representantes que el pueblo designó el 2 de julio, de acuerdo con lo que se había estipulado con López, sobre la base de una suspensión de hostilidades; y éstos eligieron el día 4 al coronel Dorrego gobernador provisorio, hasta que se reuniese la representación de toda la Provincia.
Referencias
(1) Actas del Cabildo de Buenos Aires. Ver también Gaceta del 10 de marzo de 1820, donde se insertan los documentos correlativos.
(2) Oficio del Exmo. Cabildo, de fecha 26 de marzo a las 7 de la mañana, inserto en los “Documentos que manifiestan los pasos del Gobierno y Exmo Cabildo en los días de la jornada de Catilina americano Alvear”, del 26 al 28 de marzo de 1820. (9 Pág. Imprenta de la Independencia)
(3) Además de los documentos oficiales, he tenido presentes los datos que, acerca de estos sucesos, arroja la Memoria póstuma del general Mansilla. Ramírez, al tener conocimiento de la conjuración de Alvear, le pidió a Mansilla bajase a la ciudad, he hiciese salir a todos los jefes y oficiales entrerrianos que en ésta se encontraban, a fin de que no se le atribuyera la más mínima participación en el movimiento. Con este motivo, Mansilla tubo ocasión de ver por sí mismo los sucesos, desde la reunión del Retiro hasta el momento en que Alvear fue a guarecerse en el campamento de Carrera, para seguir después a Santa Fe.
(4) Tan sentida se hizo con este motivo la falta de armas, que el mismo gobernador no pudo menos de expedir el bando de 28 de marzo en el cual ordenaba que se presentase cada ciudadano con sus armas, “siendo constante que el erario de la Provincia se halla completamente exhausto”; y el bando de 10 de abril en el cual imponía una multa de 25 pesos por cada fusil y de 12 pesos por cada sable que se encontrara en poder de particulares que los hubieren comprado o retenido “asignándose la tercera parte de la multa al que delate cualquier ocultación”. (Hojas sueltas en la colección de Adolfo Saldías).
(5) Estos antecedentes se encuentran en el manifiesto que publicó con ese motivo el doctor don Tomás M. de Anchorena, y en la contestación de Sarratea de 6 de mayo de 1820.
(6) Oficio del general Soler al Exmo. Cabildo, del 9 de junio, y Contestación de esta corporación, de 20 de junio (Hoja suelta, colección de Adolfo Saldías).
(7) Bando del Cabildo del 20 de junio – El general Soler al Exmo. Ayuntamiento de 21 de junio, y la Contestación de este Exmo. señor de 22 de junio – Oficio del señor general Soler al Exmo. Cabildo, fechado en San José de Flores, a 22 de junio de 1820. (Col. Adolfo Saldías).
(8) Los miembros del ilustre Congreso de Tucumán se encontraban presos en Buenos Aires desde que el mismo general Soler intimó de acuerdo con Ramírez la disolución de ese cuerpo. Una de las primeras medidas del gobernador Ramos Mexía había sido la de consultar a la Junta acerca del deber en que estaba el gobierno de permitirles que se retiraran a sus casas “guardando en ellas el arresto que sufren en el punto en que se encuentran; o hacer éste extensivo a la ciudad, hasta la conclusión de su causa, y en atención a la avanzada edad, achacosa salud y consideraciones que se merecen por la alta representación pública que han obtenido y que exigen del gobierno una conducta más franca”.
(9) En la Gaceta del 5 de julio de 1820, está inserta el acta de instalación de esta asamblea, “a virtud de convocatoria hecha por el señor general del ejército federal, don Estanislao López”; el de la elección recaída en el general Alvear y demás documentos conexos.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina – Ed. El Ateneo – Buenos Aires (1951).
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar