Conquista del desierto – Parte I

Brig. Gral. Juan Manuel de Rosas

El resultado de la campaña que emprendió Juan Manuel de Rosas fue desalojar a los indios situados en toda la vasta extensión de la Pampa de Buenos Aires, como de las costas que se extienden hasta Magallanes, y fijar los límites de esta provincia de acuerdo con los gobiernos de Santa Fe, Córdoba y Mendoza; sirviendo, además,  de base y pauta obligada a las operaciones que se emprendieron posteriormente hasta terminar esa obra trascendental, por medio de la ocupación militar de esos desiertos.  Rosas acarició y trabajó desde los primeros años de su vida pública, la idea de la conquista del desierto.  Tan luego como su posición se lo permitió, puso de lleno manos a la obra.  Bajo el gobierno del general Rodríguez (1821) él presentó un plan de defensa de las fronteras, y en su Memoria correlativa sostuvo la conveniencia de una batida general en el desierto con la concurrencia del gobierno de Chile.

En su carácter de comandante general de campaña, consagró a esa misma obra sus mejores esfuerzos, atrayéndose dentro y fuera de la línea de fronteras unas cuantas tribus de indios que le sirvieron con eficacia en 1833.  El fue, puede decirse, el que quebró todo el poder de Pincheira, aquel famoso bandolero que apoyado en los indios Boroganos asolaba a los pueblos de San Luis y de Mendoza, después de haber asolado la parte meridional de Chile, hasta que atacado en las mismas cordilleras cayó en poder de fuerzas de esta República.  Entre los prisioneros de la tribu de los boroganos se encontraba en la estancia de “Los Cerrillos” la mujer del cacique mayor Caniucuiz a la cual se el dispensaba singular protección de orden de Rosas.  El cacique había reclamado con insistencia el rescate de su mujer, pero Rosas que entretanto trabajaba el ánimo de ésta para que lo hiciera entrar en relaciones directas con los boroganos, la puso en libertad cuando estuvo seguro que favorecería sus planes.  El resultado fue que Rosas se puso al habla con los boroganos, que los reconcilió con los pampas y con los chilenos de Venancio, y que después de las entrevistas que tuvo en su estancia de “San Martín” con los principales caciques, consiguió que éstos hiciesen las paces y se abrazasen con los caciques mayores Cachul, Catriel, Venancio, Llanquelen, etc., comprometiéndose todos a ayudarlo en lo sucesivo.(1)

Una vez en el gobierno, Rosas dio a este asunto el carácter de una verdadera negociación política.  Desde luego se dirigió al gobierno de Chile pidiéndole que aunara sus esfuerzos a los de Buenos Aires.  Y en otra ocasión, con motivo de la carnicería de Chancay, perpetrada en Mendoza por Hermosilla, teniente de Pincheira, le llamaba la atención a ese mismo gobierno sobre la facilidad que encontrarían en las tribus belicosas los que con ayuda de éstas quisieran asaltar los pueblos fronterizos; e insistió sobre la conveniencia que había en que ambos gobiernos se pusiesen de acuerdo para impedirlo.  Al mismo tiempo le escribía a Quiroga informándolo de sus proyectos, y declarándole que contaba con él para realizarlos.  En una de estas cartas le decía desde su campamento de Pavón: “La República reportaría un inmenso bien y una riqueza positiva, si en el acto de concluir esta campaña nos juntásemos en un punto céntrico, y combinásemos una formal expedición que tenga por resultado la conclusión de todos los indios que hostilizan nuestras fronteras”. (2)  El 14 del mismo mes y año escribía desde El Saladillo, al gobernador de Santa Fe: “Los indios, compañero,  que están situados entre la frontera de Chile, Buenos Aires, Mendoza, Córdoba y San Luis, son infinitos.  Y como no es posible mantener a todos, nos han de seguir robando, y se han de entrar por la parte que consideren más débil.  Sobre este punto he escrito ya a usted extensamente.  El único remedio es juntarnos después de la guerra, y acordar una expedición para acabar con todos los indios”. (3)

El gobierno de Chile y el general Quiroga entraron en el plan del gobernador Rosas, y acordaron entre sí que la expedición se compondría de tres divisiones: la de la Derecha compuesta de fuerzas de Chile, al mando del general Bulnes, la cual debía batir a los indios y arrojarlos al oriente de la cordillera de los Andes; la del Centro con fuerzas de las provincias de Cuyo y del interior al mando del general Quiroga, quien debía operar en la Pampa Central; y la de la Izquierda que saldría de Buenos Aires al mando del general Rosas, y batiría a los indios a lo largo del río Colorado, márgenes del río Negro, e iría a encontrarse con aquéllos en las inmediaciones de Los Manzanos, nacientes del río Negro.

Pero cuando estaba convenido este plan, sobrevino en Chile una revolución encabezada por el comandante general de armas José Ignacio Centeno, por Arteaga y otros con el objeto de llevar a Bernardo O’Higgins al gobierno.  Precisamente entonces los indios chilenos y ranqueles eran batidos (marzo de 1833) por las divisiones de Aldao y Huidobro.  No pudiendo pasar las cordilleras porque el general Bulnes se hallaba situado del lado de Chile, los indios se apresuraron a someterse bajo las condiciones que este último les impuso.  Y a causa de aquel movimiento revolucionario, Bulnes se retiró para la capital de Chile.  Recién en el mes de junio este gobierno le comunicó al general Quiroga que la división que había avanzado hacia la Cordillera no había podido pasar ésta “a causa de fuertes embarazos que no le fue posible vencer”.

La expedición quedó, pues, organizada en tres divisiones argentinas: Izquierda, al mando de Rosas, la cual debía operar en la pampa del sur a lo largo de los ríos Colorado y Negro hasta el Neuquén, para asegurar la línea del río Negro; Centro al mando del general Ruíz Huidobro, que se destinaba a desalojar a los indios de la Pampa Central; y Derecha, al mando del general Félix Aldao, que debía operar sobre la región andina, pasar por el Diamante y el Atuel y seguir hasta el Neuquén para reunirse con Rosas.  El general Quiroga era el general en jefe de la expedición; bien que este mando fue nominal, pues que a poco lo renunció alegando que él no conocía esa guerra contra los indios, y que pensaba que si ese mando no recaía en el general Rosas la expedición tendría mal resultado.

Así que descendió del gobierno, Rosas se dirigió al partido del Monte, donde tenía establecida la comandancia general de campaña, y donde se reunían milicias y algunos escuadrones de línea con destino a la división izquierda, cuyo mando en jefe le fue conferido por decreto de 28 de enero de 1833.  Mientras activaba estos preparativos, organizaba su cuerpo de ingenieros y de oficiales técnicos; mandaba sacar copias, para distribuirlas entre los comandantes de divisiones ligeras, de la Carta General que levantó el erudito coronel José de Arenales (hijo del mariscal) y que debía servir de base para las operaciones de la campaña(4); ordenaba al ingeniero Nicolás Descalzi que practicara oportunamente la exploración del río Negro, haciendo los estudios necesarios, y levantando una carta general con los detalles topográficos y las explicaciones de que carecía la carta que levantó Villarino con motivo de su expedición al río Negro en 1783, y según la cual aparecía que este famoso piloto había remontado este río hasta el vértice de la Cordillera, o sea hasta los 12º de longitud de Buenos Aires, lo que inducía a creer que aquél había equivocado su proyección o establecido sus distancias en la carta sin la corrección necesaria.

Cuando se proveyó a la tropa de todo lo que podía suministrar la comandancia general de campaña, el general Pacheco, nombrado jefe de estado mayor, pasó revista a la división, y en la orden del día, Rosas dio cuenta de las medidas militares tomadas hasta entonces para facilitar la expedición, y anticipó las que emprenderían las divisiones del centro y derecha en combinación con la izquierda para llevar aquélla a feliz término.  “No encontraremos enemigos hasta el exterior del río Negro de Patagones.  Las divisiones de Cuyo y Córdoba que se mueven actualmente –decía Rosas- tienen más probabilidades de batir sobre su marcha al feroz Yanquetrú, que habita en la confluencia del Diamante o Chasi-leo con el Tunuyán, y a las tribus que acampan como setenta leguas contra al enemigo, o que éste lo evite y pueda, destruyendo sus recursos, refugiarse al otro lado del río Negro, allí nos reuniremos bien pronto.  Un esfuerzo más y nuestros hijos podrán vivir tranquilasen posesión de un bienestar no imaginado que podrán trasmitir a su posteridad” (5)

En estas circunstancias, y a pesar de la ley del 6 de febrero que autorizaba al poder Ejecutivo para negociar un crédito de millón y medio de pesos moneda corriente a objeto de costear los gastos de la expedición, afectando a su cargo la tierra pública, y asignando para el servicio de los intereses un impuesto de doce reales que pagaría cada cabeza de ganado introducida para el consumo y saladeros; el comandante en jefe de la división izquierda recibió una nota del ministerio de la guerra en la que se le comunicaba que el gobierno no podía proveerla de vestuario, municiones, pertrechos, caballadas ni ganado para el consumo, y previniéndole que por consiguiente no podía él girar sobre el ministerio de hacienda, para lo cual se le había autorizado anteriormente.

Si profundo fue el despecho de Rosas, más inquebrantable fue la resolución que formó de hacer la campaña con sus recursos propios y con los de sus amigos.  Momentos después de recibir la nota poco seria y, si se quiere, premeditada del ministerio, a las 4 y media de la tarde del 23 de marzo de 1833, Rosas dio orden de marcha y fue a acampar a más de una legua al suroeste de la laguna de las Perdices, “donde pasamos toda la noche al raso y bajo una lluvia copiosa, según me lo dice un testigo ocular”. (6)

Al día siguiente Rosas escribió al Monte y a poco llegaron algunos ganados, siendo el establecimiento de Rosas y Terrero el que suministró el mayor número para las primeras carneadas.  En seguida les dio cuenta de su situación a sus principales amigos de la ciudad como el general Guido, los Anchorena, García Zúñiga, Villegas, etc., como de que los recursos y el ganado vacuno y caballadas que éstos le remitieran irían por las postas que él establecería hasta el Colorado, de cuya remisión quedaban encargados el señor Manuel José Guerrico y el coronel Vicente González.

Después de asegurarse de que no le faltarían caballadas ni ganado para el consumo del ejército, Rosas prosiguió su marcha, indicando él mismo el derrotero, como que conocía el terreno que pisaba.  En la tarde del 31, acampó el ejército en la margen oriental del arroyo Tapalqué.  Al día siguiente se incorporaron los caciques mayores Catriel y Cachua con cerca de seiscientos indios de lanza y en clase de auxiliares de la expedición.  El día 2 de abril lo verificaron las fuerzas que se hallaban en el cantón de Tapalqué, y que se componían del batallón de Libertos de infantería, escuadrones de línea del número 2, 3 y 4 de campaña y un piquete de infantería Río de la Plata, con 2 piezas volantes.  Es de advertir que a consecuencia de los tratados celebrados por Rosas con los indios, el grueso de las tribus de Catriel y Cachua, quedó pacíficamente en sus tolderías de Tapalqué y bajo las mismas seguridades que los boroganos cerca de Salinas; bien que éstos tenían como retén el cuerpo de línea que comandaba el coronel Delgado.

El 3 de abril, después de haber Rosas ordenado a Catriel que enviase comisiones para informar de las novedades que ocurriesen a los puntos que le indicaría oportunamente el ejército se internó en el desierto lentamente, mientras las comisiones científicas practicaban los estudios y observaciones de su competencia.  El 18 acampó a orillas de la laguna Lafquen Monocó (7) y el 22 en la margen derecha del arroyo Gueylli-Gueycué-Leofú (arroyo del Sauce Grande del Sur).

El 25 de abril llegó el ejército al arroyo Napostá, que entra en el mar y forma parte del canal de descarga de Bahía Blanca.  El pasaje del arroyo fue prolijo.  El ejército permaneció tres días en la margen opuesta esperando el vestuario que debía enviar Juan N. Terrero y demás amigos de Rosas interesados en el buen éxito de la expedición.  Rosas celebró un largo parlamento con el cacique Caniucuiz, jefe de los boroganos, quien bajó al efecto de la sierra de Guaminí.  El día 29 Rosas pagó si división con los fondos que pudo arbitrarse, con su garantía personal.

El 1º de mayo siguió la marcha con rumbo al sur y dejando una división de 800 hombres al mando del mayor general Pacheco, para que remontase el río Negro, y él con el grueso de las fuerzas siguió por la margen interior del arroyo Sauce Chico, hasta unas cinco leguas afuera donde acampó.  De aquí se trasladó con una escolta a Bahía Blanca, con el objeto de inspeccionar el estado de los depósitos militares en ese punto, hacer trasladar a su campo, en las carretas que envió el día anterior, los artículos y efectos que acababan de llegar de Buenos Aires, y de dar al jefe de la fortaleza las órdenes necesarias para los envíos que debía hacerle en lo sucesivo.  El día 5 volvió Rosas a su campo y el ejército prosiguió su marcha, formándose una rastrillada con las caballadas, hacienda y convoy, para facilitar el pasaje de la artillería e infantería a través de los pajonales y pantanos inmediatos al arroyo del Sauce Chico.  La marcha se hizo pesada a consecuencia del salitral que se extiende dos leguas próximamente hasta cortarse en una meseta gradualmente por la derecha y que remata en la Cabeza del Buey donde el ejército hizo alto.  Aquí dejó Rosas establecida una comandancia militar para facilitar los avisos y comunicaciones.  A las 4 de la tarde ordenó a la caballería que avanzara hacia el río Colorado, llegando él a Los Manantiales en la media noche, y estableciendo en este punto otra comandancia.  El9 llegó a Los Pocitos, y entre el 10 y el 11 de mayo acampó el ejército en las márgenes del río Colorado. (8)

Una vez aquí, Rosas salió a reconocer personalmente los campos de una y de otra banda del río, y cuando los hubo inspeccionado a su satisfacción estableció su cuartel general en la margen izquierda del Colorado, (9) como a cuatro leguas de la posición que ocupara en el día 11, e hizo avanzar hasta allí su caballería, situándola en los parajes más propicios para los caballos.  Situó el convoy en forma de cuadro, colocando las carretas a cierta distancia las unas de las otras, y cerrando los claros entre éstas con un cordón de las cuartas, entrelazadas en buenos estacones que, sin tocar en tierra, reforzaban eficazmente este atrincheramiento, cuyos flancos más vulnerables sostenían la artillería e infantería.

Ello era tan singular como previsor, si se tiene en cuenta que Rosas llegó a quedarse ahí con sólo trescientos hombres, cuando se vio obligado a repartir sus fuerzas en divisiones ligeras, y a lanzarlas en todas direcciones del desierto.  Inmediatamente de terminados estos trabajos, Rosas ordenó al capitán de marina Guillermo Bathurst que hiciese botar al agua la mayor de las canoas que traía la expedición, la equipase convenientemente y acompañado del de igual clase Juan B. Thorne practicase un reconocimiento prolijo del río Colorado, desde el punto en que se encontraban hasta la desembocadura de éste en el mar, y aun más adelante hasta donde pudiera. (10).

Mientras que Rosas iniciaba sus operaciones ofensivas sobre los indios, veamos lo que era de las Divisiones Centro y Derecha, las cuales, como queda dicho, debían reunirse con la Izquierda a inmediaciones de Los Manzanos, en las nacientes del río Negro, batiendo respectivamente a los indios en todo el desierto que se extiende desde la Pampa Central hasta las faldas andinas, fronteras de Buenos Aires, Córdoba, San Luis y Mendoza.

La División del Centro, compuesta del regimiento Auxiliares de los Andes, formado y costeado por el gobierno de Buenos Aires; del batallón Defensores mandado por Barcala; del regimiento Dragones confederados de Córdoba, mandado por el coronel Francisco Reinafé, y del escuadrón Dragones de la Unión, se puso en marcha a mediados de febrero sobre el país de los ranqueles.  En los primeros días de marzo sostuvo con ellos un combate del cual no pudo sacar ventaja a consecuencia de haberse desbandado una parte de la caballería.  Hallándose el general Ruíz Huidobro en Sabeu recibió el día 27 de febrero una de las comunicaciones de Rosas en la que le avisaba de un modo positivo que los caciques Yanquetrú, Pichun y otros preparaban una invasión sobre Córdoba, y le hacía presente la conveniencia de batirlos, si el general Quiroga no había dispuesto otra cosa. (11)  Huidobro se dispuso a ejecutar las indicaciones de Rosas, a cuyo efecto se dirigió a Leplep, y desde aquí al Cuero, donde llegó en la madrugada del 16.  Al llegar a la Laguna del corral Garriu, sorprendió una partida de indios, y avanzando hasta la parte sur de las Acollaradas se encontró con la indiada de Yanquetrú, fuerte de mil combatientes.

Huidobro colocó al frente de su línea el batallón Defensores formado en cuadro, a la derecha el regimiento Auxiliares y a la izquierda el de Dragones confederados, ambos en columna cerrada por escuadrones y a distancia conveniente del primero, para que pudiesen formar cuadro en caso necesario y romper el fuego por sus cuatro frentes, como tuvieron que hacerlo.  Los indios ranqueles y chilenos cargaron con la impetuosidad que les es propia, rompiendo los cuadros en los flancos de Huidobro, y desordenado completamente el regimiento de Dragones de Córdoba.  En esta situación, y aprovechando del efecto que hacían la infantería y artillería de Barcala, el general Huidobro cargó a los indios con la reserva, compuesta de su escolta y del escuadrón Dragones de la Unión.  Simultáneamente avanzó el cuadro de infantería y cargaba también el regimiento de Auxiliares que se había rehecho a las órdenes del coronel Algañaraz.  Los indios fueron arrollados y obligados a retirarse dejando como 160 muertos, entre los que se contaban tres hijos de Yanquetrú, y los caciques Painé, Pichun y Carrague.  “Para demostrar a V. S. la obstinación de los bárbaros (12) –decía el general Huidobro en su parte oficial al ministro de la guerra de Buenos Aires- bastará hacerle presente que seis horas han transcurrido en continuadas cargas sin que las tropas de mi mando hayan podido avanzar una legua de terreno”.

El general Huidobro continuó la persecución de los indios de Yanquetrú hasta las tolderías de Carifilum e hizo recorrer por sus partidas el desierto que se extiende entre Leplep y Leuvucó y el Colorado, ni practicar en lo sucesivo ninguna operación en combinación con la Izquierda; y se estacionó en las márgenes del Salado,  hasta que a poco regresó a Córdoba.  Así se lo comunicó oficialmente a Rosas para la debida inteligencia de éste, y para no entorpecer los movimientos de la división izquierda. (13)

Inutilizada la División del Centro para concurrir alelan general de campaña cuando la Izquierda venía recién en marcha hacia el río Colorado, veamos lo que era de la división Derecha que al mando del general Félix Aldao debía operar en la región de la Cordillera andina, batiendo a los indios que se encontraban en el territorio comprendido entre los ríos Barrancos y Neuquén; avanzar hasta la confluencia de éste con el Limay, y reunirse oportunamente con la Izquierda en las inmediaciones de Los Manzanos, o nacientes del río Negro.  El general Aldao, al frente de dos batallones de infantería con tres piezas de artillería, y de dos regimientos de caballería de las provincias de Mendoza y San Juan, emprendió su marcha siguiendo por el río Diamante hasta el río Atuel, para dirigirse al sur que lo conducía al río Barrancos y de aquí al Neuquén.  Al llegar a Malalhué, supo que el general Huidobro se dirigía a batir a los indios ranqueles de Yanquetrú.  Creyendo, y con razón, que éstos, una vez derrotados, tratarían de dirigirse a la Cordillera repasando el río Chadileuvú,  que atraviesa esa parte de la Pampa Central donde estaban situados, el general Aldao convergió a este con el ánimo de ir a ocupar los pasos de ese río, y concluir con esos indios, haciendo una travesía larga y penosa.  El 17 de marzo continuó su marcha de Iancael en dirección a Cochicó, adonde llegó el 25.  Aquí le fueron ratificadas sus noticias anteriores por algunos indios que tomó prisioneros.

El 29 se dirigió a las Salinitas, como a cinco leguas del vado del río.  Como éste no presentara paso,  el general Aldao se dirigió en la noche del 30 con cuatrocientos hombres por la parte opuesta, hasta llegar a lo de Yanquetrú, y ordenó al coronel Velazco que el 31 al oscurecer se dirigiese con su columna al paso Limey Maguida, colocase la balsa y cargase a los indios que hubiese en esa isla.  Así se ejecutó en efecto; pero la sorpresa no se realizó como se esperaba porque los indios se replegaban sobre las tolderías de Yanquetrú sin aceptar combate.  Perseguidos hasta aquí fueron dispersados completamente, dejando doscientos cincuenta prisioneros y como setenta cautivos, cerca de setecientas cabezas de ganado vacuno y caballar, y diez mil ovejas. (14)  En cambio de esto, la división de la Derecha agotó sus medios de movilidad y, como la del Centro, quedó imposibilitada para proseguir la campaña porque también le faltaron los recursos precisamente cuando iban a comenzar las operaciones de la división Izquierda.

La división Izquierda fuerte de dos mil hombres (15) llegó al río Negro a mediados de mayo con sus caballadas de refresco en muy buen estado, merced al sistema riguroso de las marchas y al infatigable tesón con que Rosas cuidaba de ese elemento precioso para el éxito de la campaña.  El general Pacheco, a quien Rosas destacó con la vanguardia como queda dicho, ocupó el río Negro el 10 de mayo, e hizo pasar a la margen opuesta dos escuadrones a las órdenes de los comandantes Hilario Lagos y Francisco Sosa para que operasen río arriba, mientras él seguía la misma dirección por el interior.  Lagos y Sosa se arrojaron sobre las primeras tolderías que encontraron; pero los indios huyeron a ocultarse en la espesura de los montes, y sólo les tomaron alguna chusma.  Pacheco prosiguió su marcha por la margen izquierda del río Negro hasta cerca de Choele-Choel; y el día 26 lanzó a los mismos comandantes Lagos y Sosa sobre la tribu del famoso cacique Payllaren, a la que éstos destruyeron completamente matando en la refriega al cacique, a casi todos los indios de pelea, y tomando prisioneras a todas las familias.  Este fue el primer gran triunfo militar de la división de la Izquierda. (16)

A mediados de junio Rosas se vio obligado a extender sus operaciones sobre el ala derecha y sobre el centro del vasto teatro de la guerra, y con las solas fuerzas de la división Izquierda.  Estos fueron los momentos más críticos de la expedición.  La división Izquierda, con jefes experimentados y valientes, y con excelentes medios de movilidad merced a los recursos de Rosas y de los amigos de éste, se bastaba para batir y destruir a todas las indiadas del río Colorado y del río Negro hasta el Neuquén.  Pero,  ¿y los indios de las cordilleras andinas? ¿Y los que acosados en las márgenes de esos ríos volvieran a la Pampa Central y se dieran la mano con aquéllos?… A unos y a otros debían dedicarse las solas fuerzas de la división de Rosas, para que la expedición no fracasase completamente; pues la división de Aldao (derecha) ya se había retirado a Mendoza, como queda dicho; la de Huidobro (centro) a Córdoba; y Quiroga iba en marcha para Buenos Aires al frente del regimiento Auxiliares de los Andes:

Para que la situación de la división Izquierda se presentase más crítica en esas circunstancias, los indios reducidos en Tapalqué y Salinas habían estado a punto de sublevarse.  Lo peor era que los capitanejos que dieron cuenta inmediatamente de esto a sus caciques Catriel y Cachul, declararon que el gobierno de Buenos Aires les había sugerido tal sublevación, para que unidos con los borogas se lanzasen sobre el cuartel general del Colorado.  Catriel y Cachul que servían a Rosas con decisión y cariño, ordenaron a los comisionados que a la llegada a Tapalqué fuesen fusilados los indios que habían escuchado y trasmitido a la tribu tales proposiciones de sublevación.  Orto tanto hizo Caniucuiz, cacique de los borogas.  Rosas mandó al mayor Echeverría con una escolta para que presenciara en Tapalqué la ejecución de esa orden que cumplió el coronel Delgado. (17)

Y no era esto todo.  El ministerio de la guerra de Buenos Aires, movido del propósito de quebrar la influencia de Rosas, escribió al mismo tiempo a varios jefes y oficiales de la división Izquierda que le eran adictos, que provocaran la deserción de las milicias y se viniesen ellos con la fuerza veterana que los siguiera.  Rosas sintió estos trabajos que pudieron haberlo aniquilado en aquella altura del desierto, y los conjuró rápidamente.  He aquí cómo procedió Rosas, según un testigo ocular y cuyo dicho está corroborado por cartas dirigidas a jefes de la vanguardia expedicionaria: “Ello dio origen a que un día, creo que fue en el mes de julio, citase el general a todos los jefes y oficiales que se encontraban en el cuartel general para que lo esperasen en el Monte en la margen del Colorado, al pie de la colina Clemente López.  Una vez allí y formados en rueda, se colocó el general en el centro y les habló acerca de la conducta de gobierno con el ejército que tenía por única misión batir los indios y ensanchar las fronteras de la Provincia.  Que el gobierno no solamente no proveía al ejército de lo que carecía, sino que maquinaba para anarquizarlo, para destruirlo y quizá para algo más que no quería ni pensarlo, porque no creía tanta maldad de parte de los hombres a cuya elevación él había contribuido.  Que fuese lo que fuese, él no quería tener en el ejército hombres que no cooperasen de corazón a la obra grande que él se proponía llevar a término, costase lo que costase, de dejar aseguradas las fronteras de la Provincia.  Que, por consiguiente, los que no estuviesen de corazón con estos propósitos, pidiesen su pasaporte para presentarse al gobierno de quien dependían; que él no quería allí jefes ni oficiales que no cumpliesen sus órdenes con decisión y empeño, porque estaba dispuesto a usar con ellos de todo rigor.  Que por lo tanto no tuviesen inconveniente en pedir su pasaporte, porque como él los conocía se los daría de todos modos, separándolos entonces con ignominia del ejército.  Al día siguiente pidieron su pasaporte doce jefes y oficiales, entre ellos el jefe de la artillería, coronel Luna, coronel Planes, mayor Frías, etc….” (18).

He aquí lo que el general Pacheco respondía al señor Juan N. Terrero a propósito de esos singulares manejos del gobierno para desbaratar una obra de gran trascendencia para el país, en odio al que la venía trabajando desde años atrás, y que a sus expensas y a la de sus amigos la realizaba en los desiertos, adelantándose en cincuenta años a las medidas que posteriormente tomó el gobierno argentino para incorporar a la civilización tan vastos y ricos territorios: “No crea usted, amigo mío,  que a este ejército pueda desanimarlo nada.  Un entusiasmo honroso anima todas las clases, y a él y a las acertadas disposiciones del señor general en jefe se deben exclusivamente los importantes resultados que han tenido hasta la fecha los movimientos del ejército, la mayor parte de éstos obtenidos entre la nieve y el hielo.  Por lo demás, todos los jefes tienen honor y conocen sus deberes; y como profesan una adhesión decidida y sincera al general en jefe, se manifiestan muy agraviados cuando ven por los papeles publicos los ataques atrevidos y licenciosos que le dirigen”. (19)

Referencias

(1) Existen en el archivo de Adolfo Saldías las cuentas presentadas por el mayordomo de “San Martín” con motivo de lo gastado en ocasión de la paz entre los caciques nombrados.

(2) Carta del 3 de setiembre de 1831: copia de letra de Rosas en el archivo de Adolfo Saldías.

(3) Esta carta a López se publicó después en el Archivo Americano.

(4) El erudito coronel Arenales, para fijar en su carta los grandes detalles que determinan el ancho del continente entre los vértices de la Cordillera de los Andes y las costas del Atlántico Austral, considerado aquél cuando menos entre las latitudes del 31º al 41º, se sirvió de la serie de observaciones practicadas por orden del rey de España desde Valparaíso hasta Buenos Aires, y principalmente de la carta de Felipe Bauzá, que fue uno de los que hizo esas observaciones, y que el mismo Arenales complementó con sus materiales y conocimientos propios por lo que hacía a las latitudes de Mendoza, San Luis y Melincué.  Con estos antecedentes y con los que le suministró el estudio comparado y juicioso del “Diario de los rumbos, distancias, etc. etc.”, hallados en el reconocimiento de las sierras del sur de Buenos Aires, practicados de orden del capitán general Vértiz por los pilotos Ramón Euía y Pedro Ruíz en 1772; del “Diario de viaje de exploración y descubrimiento del río Negro”, que llevó a cabo Basilio Villarino en 1782-1783; del Diario en la exploración de Sisur en 1786; del Diario de la expedición de Luis de la Cruz desde Concepción hasta Melincué por las Pampas, en 1806, que original puso Rosas en sus manos con multitud de datos y noticias, como lo dice el señor Arenales; éste pudo concluir el laborioso cuanto delicado trabajo de la Carta General que le fue encomendada con ocasión de la campaña al desierto en 1833, y que ha servido de base a las operaciones de las campañas subsiguientes hasta el día, bien que sin reconocerse el mérito de su autor, por haberse fabricado sobre ella otras que no ostentan mayor novedad fundamental que la que ha querido adjudicarles la complacencia.  Véase el informe que el señor Arenales elevó adjunto a su carta al comandante general de campaña, y que se publicó en El Lucero del 2 de marzo de 1833.

(5) Papeles de Rosas – Orden del día, correspondiente al 11 de marzo de 1833, original en el archivo de Adolfo Saldías.

(6) El señor Antonio Reyes, que formó parte de la expedición en clase de oficial de la secretaría de Rosas, y quien me dirigió una extensa carta llena de interesantísimos datos sobre esa campaña, los cuales concuerdan con los que arrojan las cartas del  coronel Meneses, del mismo Rosas, que obran en mi poder, como también los documentos y papeles principales que se refieren a esa campaña (Adolfo Saldías).

(7) Desde un morro cercano se dirigieron visuales a las prominencias más notables de la sierra, distinguidas por sus nombres indígena, según sus lenguaraces Manuel Valdevenito y Fulgencio Bustos, y se observó: Al sur, 67º O. Hilque Manida (cerro peñascoso, 65º O. Cura-Malal-Mauida (cerro del corral de piedra), 63º O. Pichi-Cocher-Manida (cerro chico de las tunas), 61º O. Guaidup Peyen (abra entre dos alturas), 53º O. Gueyqué Leofú Manida (cerro que va al arroyo Sauce Grande), 44º O. Inculey Manida Leofú (cerro parado con arroyo), 43º O. Guetro Gueyqué Manida Leofú (cerro del arroyo Sauce Mocho), 16º O. Pilli Huincó Manida (achiras grandes), 11º O. Pilli Huincó (achiras chicas).  Estás dos últimas forman el cordón de sierras bajas inmediatas al camino.  (Diario de las marchas y operaciones de la división expedicionaria, etc.  Observaciones de Feliciano Chiclana).

(8) Diario de las marchas y operaciones de la división expedicionaria, etc.  Observaciones de don Feliciano Chiclana.

(9) Se observó la latitud de 39º29’49” S y la longitud 62º21’36” O. del meridiano de Greenwich.

(10) He aquí lo que con este motivo escribió Rosas en el Diario de Operaciones que llevaba por entonces el coronel Garreton, mayo 17: “Esta medida debe dar un conocimiento exacto del famoso río Colorado, y podía producir también el encuentro de un punto de escala para los buques que arriben a estas costas.  Ello importaría una brillante adquisición; pues que la campaña del Colorado ofrece mil ventajas a la población que indudablemente debía establecerse en él.  El río Colorado corre al sureste sobre arena; su anchura es de ciento a doscientas varas; confluye con el mar; sólo da paso en el invierno, pues en el verano crece y es muy profundo; sus costas son poco barrancosas y pobladas en lo general de  árboles de Sauce Colorado y Blanco.  Los pastos de los llanos que se extienden a sus márgenes son de los mejores engordes, pues se componen de alfilerillo, cebadilla, cola de zorro  trébol de olor, siguiendo después en los altos el pasto fuerte; de manera que si fuese puerto en su embocadura, estando tan cerca de las Salinas, y siendo tan seco el temperamento, los ganados que se críen en estos campos podrían con el tiempo destinarse ventajosamente a las elaboraciones de carnes saladas, y aun venir éstas por el río, beneficiadas desde la frontera de Mendoza y cordillera de donde baja.  Siendo sus costas tan buenas y, calculándose en 150 leguas la distancia que media entre las nacientes del río y su embocadura en el mar, cabrían en ambas márgenes 100 estancias de a tres leguas cuadradas y capaces para sustentar diez mil cabezas de ganado vacuno cada una de ellas; esto daría una exportación anual de trescientos mil cueros, trescientos sesenta y cinco mil quintales de carne salada y seiscientas mil arrobas de sebo, pues el engorde debe ser de dos arrobas cuando menos.  El ganado yeguarizo podrá también criarse aquí con ventajas; pues que engorda en los campos buenos para el vacuno.  Para el lanar, es mejor el temperamento del Colorado que el del interior de la Provincia, porque es más frío y seco, y porque los pastos son tiernos.  Los carneros merinos se criarían muy bien sin desmejorar en nada, porque el lanar quiere en verano un temperamento no muy cálido y en invierno poca lluvia aunque haya mucho frío; debido a la temperatura que aquí domina, es que las ovejas pampas siempre han sido en su tamaño y engorde superiores a las del interior de la provincia.  Los cerdos se criarían muy bien y engordarían mucho, porque sobre los médanos y en las márgenes del río hay una gran abundancia de una especie de papas o nabos muy grandes que los indios comen cocidos y a los que llaman napur”.

Bathurst elevó un informe general de este reconocimiento con planos y demás conocimientos.  Según él, de la latitud de 39º 55’ S se tiene la boca del río al sur 67º 30’ O.  En dicha latitud, y a distancia de dos a tres millas de la boca se encuentra una profundidad de cuatro brazas y se observan unos médanos de arena al norte 18º 45’ O.  El canal de la boca se distingue por la corriente colorada.  Al entrar en la boca tiene una y media brazas sin el flujo y con éste, dos y media.  Al tomar la boca es necesario prevenirse para no dejarse abatir por la corriente, que es violenta hacia el norte, etc. etc.

(11) Véase el parte oficial del general Ruíz Huidobro, datado en Tertú a 17 de marzo de 1833.

(12) Parte oficial del general de la División Centro, publicado en El Lucero del 1º de abril de 1833.

(13) Papeles de Rosas (Expedición al desierto Leg. Número 3)  La nota de Huidobro y la de Rosas, donde manifiesta el sentimiento de que Huidobro no haya podido continuar hasta el Colorado, se publicaron en El Lucero del 20 de mayo de 1833.  Es de sentirse que en el libro del doctor Estanislao Zeballos, Conquista de quince mil leguas se haya pagado tributo a la pasión, y adoptado como datos originales las referencias sin fundamento con que se ha pretendido desacreditar ante propios y extraños la verdadera conquista del desierto que realizó el general Juan Manuel de Rosas en el año 1833, con solo 2.000 hombres, o sea la División Izquierda de Buenos Aires.  El doctor Zeballos afirma que Rosas no obedecía al general en jefe ni a nadie, y que obraba por su cuenta sin comunicarse con éste ni con los jefes de división.  Pero basta leer los diarios y papeles de la época para rechazar ese error.  Rosas dio cuenta de sus operaciones al gobierno de Buenos Aires y al general Quiroga mientras éste tuvo el mando en jefe nominalmente.  Cuando Quiroga renunció el mando que le confirieron las provincias de Cuyo y del interior, se retiró a Mendoza, mientras que las divisiones operaban a las órdenes de sus respectivos generales.  Así, antes que Huidobro entrase en operaciones serias con los indios, Rosas le envió una carta topográfica y le comunicó sus aprestos y su plan de campaña.  A últimos de febrero, fue Rosas quien le avisó de la invasión que preparaba Yanquetrú, y quien lo invitaba a batirlo si el general en jefe no había dispuesto otra cosa.  El 16 de marzo y todavía el 5 de abril, le hablaba de la conveniencia de que continuara su marcha en dirección al Colorado, adonde Rosas adelantaba por entonces su vanguardia.  Esto consta de los papeles de Rosas que tengo a la vista, y de las mismas notas del general Huidobro que se publicaron en El Lucero (diario oficial del gobierno de Buenos Aires) del 1º de abril y del 17 de marzo de 1833, como queda dicho más arriba.  Si el doctor Zeballos, tan laborioso investigador como escritor ilustrado, hubiera conocido los documentos y datos a que me refiero, no habría incurrido en errores como los que hago notar en honor de la verdad histórica, y que lo presentan como cediendo a las preocupaciones que ni mejoran ni ilustran.  Por lo demás, esta carencia de datos respecto de la conquista del desierto en 1833, aparece tanto más visible en el libro del doctor Zeballos, cuanto que según su propia declaración, rectificó en la segunda edición de esta obra los hechos de la campaña del ejército del centro, fundándose nada más que en una referencia verbal de su señor padre político Andrés Costa de Argivel.  Por respetable que sea este señor, como lo es, su autoridad al respecto no es bastante: 1º, porque en la época en que el doctor Zeballos lo presenta como amigo íntimo del comandante en jefe de la división del centro, el señor Costa Argivel era un tierno niño que se criaba en casa de la señora María Josefa Ezcurra, que pasó luego a la ropería de Simón Pereyra y de aquí a la estancia que compró aquella señora en Navarro, y que no tuvo ocasión ni entonces ni después de ver de cerca los sucesos; 2º, porque la narración que conforme a esa referencia hace el doctor Zeballos, de las operaciones de la división del centro, está desautorizada por los mismos partes oficiales del general Ruiz Huidobro, en los cuales el doctor Zeballos no se ha detenido como se ve.

(14) Parte oficial del general Aldao datado en la redención del Salado en la isla de Limay Maguida a 11 de abril, y publicado en El Lucero del 23 de marzo de 1833.  Véase el Diario de Operaciones de la Derecha por el coronel Velazco, jefe de la infantería de Aldao.

(15) He aquí el estado general de las fuerzas de la División Izquierda tomado de los mismos papeles de Rosas (legajo Nº 3, Expedición al desierto); siendo de advertir que en los cuadros se incluyen los indios agregados de las tribus de Catriel y de Cachul.  General en jefe, brigadier Juan Manuel de Rosas; jefe de estado mayor, general Angel Pacheco; coroneles, Manuel Corvalán, Pedro Ramos, Antonio Ramírez, Ramón Rodríguez, Juan A. Carretón; tenientes coroneles, José María Flores, Francisco Sosa, Hilario Lagos, Narciso del Valle, Miguel Miranda, Juan Pedro Luna, Juan I. Hernández, Roque Cepeda, Faustino Velasco, Felipe Julianes; sargentos mayores, Leandro Ibáñez, Ventura Miñana, Manuel C. García, Jerónimo Costa, Félix A. Meneses, Joaquín Cazco, Rafael Fuentes, Bernardo Echeverría; oficiales 110; empleados en el parque, maestranza, etc. etc., oficiales de secretaría del general en jefe, ingenieros, astrónomos, médicos, etc.

Infantería

Batallón Nº 1 – Coronel Ramírez – 365 plazas

Piquetes de línea – Coronel Ramón Rodríguez – 176 plazas

Artillería – Coronel Luna – 52 plazas

Piquete de marina – Capitanes Bathurst y Thorne – 25 plazas

Caballería

Escuadrón de línea del Nº 2 – Comandante Lagos – 141 plazas

Escuadrón de línea del Nº 4 – Comandante Flores – 139 plazas

Escuadrón de línea del Nº 3 – Comandante Miranda – 187 plazas

Piquete del Nº 5 – Mayor Miñana – 51 plazas

Escuadrón del Nº 6 – Comandante Cepeda – 122 plazas

Regimiento Nº 9 – Comandante del Valle – 118 plazas

Regimiento Nº 10 – Comandante Sosa – 164 plazas

Patricios a caballo – Mayor García – 70 plazas

Escuadrón escolta – Comandante Hernández – 189 plazas

Resumen S.E.U.O.

Jefes y oficiales – 140

Médicos, ingenieros y astrónomos – 16

Ciudadanos y agregados – 13

Maestranza y cuartel general – 42

Infantería – 541

Artillería y marina – 77

Caballería – 1.181

Suma total: 2.010

(16) Parte oficial del general Pacheco.  Parte del general Rosas al inspector de armas de Buenos Aires.

(17) Papeles de Rosas (Archivo de la secretaría de S. E.)  Oficio del coronel Ramón Delgado.

(18) Carta que dirigió a Adolfo Saldías, el señor Antonio Reyes, oficial de la secretaría de Rosas, en el cuartel general del Colorado.

(19) Carta de Pacheco datada Choele –Choel en marcha para el Neuquén a 2 de agosto de 1833 (Manuscrito en el archivo de Adolfo Saldías).

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Portal www.revisionistas.com.ar

Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina – Ed. El Ateneo – Buenos Aires 81951)

Turone, Oscar A. – Campaña al Desierto (1833-1834)

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