El nombre de Petrona Simonino quedó relegado al más absoluto silencio y oscuridad, al revés de lo que debió haber ocurrido, esto es, que el pueblo argentino la tenga presente y la vindique toda vez que se hable del rol de la mujer criolla en nuestro devenir histórico. Por lo pronto, es reconfortante esbozar una biografía sobre esta dama patricia olvidada, porque seguramente despertará la curiosidad de los que jamás oyeron siquiera nombrarla, y porque, a su vez, incitará a continuar con la búsqueda de nuevas fuentes que lleven a una comprensión total de su figura.
Nació Petrona Simounin allá por el año 1811, en el seno de una familia acomodada del pueblo de San Nicolás de los Arroyos. Con el correr de los años, los paisanos nicoleños no lograrán pronunciar adecuadamente su apellido, quedándole para siempre el patronímico Simonino. Y aunque no conviene adelantarnos al relato, los documentos oficiales redactados luego de la batalla de Vuelta de Obligado la nombrarán también como Simonino. Su padre, Antonio Simounin, era francés, mientras que su madre, doña María Eustaquia Almada, pertenecía a una de las familias linajudas de San Nicolás, como se ha referido con anterioridad.
En 1832 contrae matrimonio con un joven hacendado de la zona llamado Juan de Dios Silva. Ellos tendrán ocho hijos: Juan, Úrsula, Carlos, Emiliano, Felisa, Petrona, Ciriaco y Juana. El último de sus críos nació en 1845, según se desprende de algunas viejas crónicas. Pero la dulce vida familiar se verá truncada cuando las autoridades del gobierno patriota de Juan Manuel de Rosas comienzan a reclutar gente para defender las costas del río Paraná, ante las reiteradas amenazas de las fuerzas imperiales del momento que en su afán de transitar los ríos internos argentinos estaban dispuestos a iniciar acciones bélicas de grandes proporciones. Para ello, el jefe de las fuerzas federales, general Lucio Norberto Mansilla, designa al esposo de Simonino, Juan de Dios Silva, como capitán de milicias del arma de artillería.
Silva no había sido designado de modo azaroso con el grado de capitán, sino todo lo contrario, pues ello se debió a los servicios que prestó con anterioridad al ejército federal, cruzando caballadas enteras para el general Manuel Oribe, quien se encontraba luchando en la provincia de Entre Ríos contra salvajes unitarios. Un parte que Mansilla le dirige a Rosas en los días previos a la batalla de Vuelta de Obligado, decía así: “Un solo capitán he nombrado, y es el ciudadano federal don Juan de Dios Silva, por su capacidad, honradez, constancia y servicios en el pasaje de caballos [a Oribe]…”.
Petrona Simonino marchó junto a su marido a Obligado, dejando su hogar y sus hijos, todo lo cual constituye un inmenso acto de amor por la patria y la ratificación de su genuino deber de esposa. Vivía cómodamente y pudo no haber ido al campo de batalla, pero el lujo y el bienestar no le interesaron en las horas decisivas del momento que se vivía.
Al inicio de las acciones, el 20 de noviembre de 1845, la valiente nicoleña auxilió a los infantes, artilleros y milicianos que defendieron con denuedo sin par la soberanía nacional. Sus tareas consistieron en ofrecerles, en medio de la polvareda infernal y el calor del fuego enemigo, agua fresca, primeros auxilios y la colocación de vendajes. Simonino, como otras que también descollaron por la hospitalidad brindada en la contienda, hacían las veces de enfermeras, y trasladaban los heridos fuera del alcance de las balas y el cañoneo anglo-francés que provenía desde el río Paraná. Incluso, arrancaban partes de sus vestidos para hacer tacos a los cañones nuestros, o bien, los deshilachaban para cubrir las heridas de los cuerpos lacerados por la metralla, cuando la urgencia era extrema.
La tarea de Petrona Simonino adquirió ribetes del más puro altruismo dado que 100 cañones de grueso calibre disparaban contra las fuerzas federales sin parar, lo cual ocasionaba que las piezas argentinas sean arrancadas de sus cureñas, lo mismo que los parapetos de las fortificaciones, que volaban por los aires. El desenlace, que con el correr de las horas se hizo cada vez más pesado y angustiante, podía notarse cuando en las barrancas se veían centenares de patriotas heridos, mutilados o ya muertos. Y en medio de esa apocalíptica escena, digna de la tenacidad con que se defiende la tierra querida, surge la figura de Simonino, que atendía a los defensores sin importarle que el fuego enemigo pudiera arrancarle la vida en un segundo.
El parte de guerra, confeccionado por el general Mansilla, la cita a Simonino de forma especial con la siguiente mención: “…tuvieron que dejar aquel lugar, bajo un fuego abrasador, para alejar las carretas del Parque, con crecido número de heridos y familias, en las cuales se distinguió por su valor varonil la esposa del capitán Silva, doña Petrona Simonino”.
Corría el año 1887, y Petrona Simonino, olvidada por las administraciones que vinieron tras la ilegal destitución de Juan Manuel de Rosas en 1852, muere en medio de los recuerdos que su memoria guardaría, seguramente, de aquella jornada de la batalla de Vuelta de Obligado, donde lo que estaba en juego era, ni más ni menos, que la soberanía nacional. Tenía 76 años de edad.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Ramírez Juárez, Tcnl Evaristo – “Discurso pronunciado con motivo de la inauguración del monumento en Vuelta de Obligado el 20 de Noviembre de 1934”, Cuadernillo impreso, Buenos Aires MCMXXXIV.
Ramírez Juárez, Tcnl Evaristo – “Petrona Simonino, “la nicoleña”, es un símbolo de la mujer argentina”, Publicación El Hogar, Noviembre 22 de 1935, Argentina.
Turone, Gabriel O. – Petrona Simonino, una mujer de la Patria.
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