Resonancias de la gran batalla

Combate de la Vuelta de Obligado – 20 de noviembre de 1845

 

Los primeros sorprendidos por la soberbia resistencia argentina en el combate de la Vuelta de Obligado fueron, sin duda, los propios agresores.  El cálculo interesado de los emigrados en Montevideo y su prensa sensacionalista y mendaz, les había mostrado un panorama totalmente falso de la realidad argentina: creían –de acuerdo a esos informes- que iban a encontrar eco propicio en el pueblo y, por consiguiente, apoyo en todas partes; resulta que fue todo lo contrario.  Si tomamos al pie de la letra las palabras de los unitarios de Montevideo y las confrontamos con las reacciones de la gente en todo punto en que llegaron los europeos, nadie quería liberarse de Rosas.  Los veteranos soldados anglofranceses se desengañaron pronto, comprendiendo también que es muy difícil mantenerse en un medio ambiente hostil.  Desde entonces, sonó a hueco para los “interventores”, aquella prédica unitaria cuyo delirio y baja pasión se hacía más ostensible cuanto mayor oportunidad tenían de compararla con la solidez de la posición en que se colocaba, ahora ante el mundo, la Confederación Argentina.

 

“El Nacional” y “El Comercio del Plata”, del 1, 2 y 4 de diciembre de 1845, decían cosas como ésta: “¿Cómo ha de combatir un pueblo contra los hombres a quienes mira como libertadores?”.  Ello demuestra hasta qué punto andaban de contramano con el pueblo los aristocráticos ideólogos de Montevideo.  Lo mismo que el incansable secretario de Rivera, José Luis Bustamante, que extrae conclusiones reñidas con la lógica, del resultado del enfrentamiento en la Vuelta de Obligado: “El Paraná quedó abierto con la sangre inglesa y francesa, y el dictador escarmentado severamente (¡!).  este hecho anunciaba cuando menos la intención de libertar a los pueblos….  Los pueblos del alto Paraná, saludando a sus nuevos amigos y protectores, prontos a continuar la campaña santa de la libertad, verían con placentera esperanza flamear en sus costas y fuertes las banderas de la Francia y la Inglaterra”. (1)  Seguramente, éste fue el pensamiento de todos los cipayos de aquella hora.  Fueron pocos, como siempre, frente a las mayorías populares, pero hicieron bastante daño.

 

Florencio Varela escribía en “El Comercio del Plata” que saludaba con satisfacción “a las dos banderas (inglesa y francesa) que juntas se impusieron en Navarino y han vuelto a cubrirse de gloria en el Paraná”, llegando a la conclusión de que, ante el atrevimiento de quien ha osado cañonearlas, es llegado el momento de apelar a “medios más directos” (¡sic!).  Nos imaginamos el profundo desprecio que estos hombres habrán inspirado en los anglofranceses, aunque se sirvieran de ellos.

 

Otro eminente “proscripto”, Valentín Alsina, en carta a su amigo Félix Frías, se expresaba en estos inauditos términos: “Rosas ha cometido la locura de querer impedir el paso (alude a las flotas aliadas) con batería y buque acorazado; locura, digo, porque lo es querer competir tan luego en aguas con aquellas naciones que además de la enorme ventaja de los vapores, tienen la de su tremenda artillería a lo Peysar (Phaixans) que Rosas y su gente no conocen todavía”.  Con este peregrino criterio, no muy varonil que digamos, si el enemigo es poderoso y trae la aviesa intención de violar nuestros más sagrados derechos, debemos rendirnos por anticipado, porque resistirnos es una locura.  Buena custodia para el solar nativo…

 

Dos días después de la acción, Mansilla, todavía sufriendo la herida que lo volteó cuando encabezaba una carga a la bayoneta, le escribe al comandante militar de Rosario esta carta que dice a las claras de la firme decisión de no dar tregua al intruso: “¡Viva la Confederación Argentina! ¡Mueran los salvajes unitarios!  Del comandante en jefe accidental del departamento del norte de la provincia de Buenos Aires.  Estación de Cateura, noviembre 22 de 1845.  Año 36 de la libertad, 30 de la independencia y 16 de la Confederación Argentina.  Al comandante militar del Rosario en la provincia de Santa Fe, sargento mayor don Agustín Fernández. – El 20 del corriente nuestras armas se han colmado de gloria, sosteniendo por ocho horas consecutivas el fuego de ciento cincuenta bocas de cañón de los infames anglofranceses con solo 20 cañones de menos calibre, estas baterías de la Vuelta de Obligado.  Apagados nuestros fuegos, concluidas nuestras municiones, disputábamos el punto con la infantería cuando un golpe de metralla sobre el estómago me dejó privado de acción y de voz.  Esta circunstancia me ha privado todavía y aún me impide de contraerme a todas las atenciones indispensables; pero a pesar de que la excesiva ventaja de los cañones de los inicuos extranjeros hayan conseguido desmontar y despedazar las baterías de Obligado, no por eso osarán a invadir nuestra tierra.  Las caballerías cubren los alrededores de aquel punto, y no ocupan nuestros cobardes agresores más terreno que el que alcanza su metralla.

 

Tengo unidos mil hombres en el campo del Tonelero; con éstos y con las fuerzas que los observan seguiré sus movimientos siempre a la mira de ellos, dando aviso de lo que ocurra, hasta reunirse con las fuerzas de esa benemérita provincia para impedir que pisen el suelo que tan atrozmente han ofendido.

 

El mal estado de mi salud me impide dirigirme por ahora al Excmo. señor gobernador de esa provincia, brigadier don Pascual Echagüe, a quien se servirá Ud. trasmitir esto mismo.  Dios guarde a usted muchos años.  Lucio mansilla”.

 

¡Así habla un patriota!  Y así actúa; ya veremos cómo siguió asediando a los invasores, hasta enloquecerlos.  ¡Qué distinto de las expresiones de los Varela, los Alsina, los del Carril!  Otro patriota, que hasta poco antes había combatido contra Rosas desde las filas del partido unitario, y en los ejércitos de Lavalle y de Rivera, pero que se irguió soberbio de indignación en la “asamblea de notables” convocada por el Pardejón en 1843, cuando oye que se trata del plan de segregarnos la Mesopotamia; y los apostrofa a todos, con la autoridad de su patriotismo ofendido, llamándolos “notables traidores”; ese otro patriota es el coronel Martiniano Chilavert, cuyo espíritu conmovió hasta sus últimas fibras el cañón de Obligado.  Por eso le escribe al presidente Oribe, impaciente por poner su espada al servicio de la soberanía nacional: “Excmo. señor Presidente de la República Oriental del Uruguay – San Lorenzo (Río Grande del Sur), mayo 11 de 1846 – Mi general: En otras ocasiones V. E. se dignó ofrecerme todas las garantías necesarias para volver a mi país.  Sobre si debía o no admitir esta oferta, apelo al fallo de V. E.  Abrazado había un partido a quien el infortunio oprimía; forzoso era serle consecuente y leal; pero esta consecuencia y esta lealtad no podían ser indefinidas. – En todas las posiciones en que el destino me ha colocado, el amor a mi país ha sido siempre el sentimiento más enérgico de mi corazón.  Su honor y su dignidad me merecen un religioso respeto.  Considero el más espantoso crimen llevar contra él las armas del extranjero.  Vergüenza y oprobio recogerá el que así proceda; y en su conciencia llevará eternamente un acusador implacable que sin cesar le repetirá: ¡traidor! ¡traidor!.  Conducido por estas convicciones, me reputé desligado del partido a quien servía, tan luego como la intervención binaria de la Inglaterra y de la Francia se realizó en los negocios del Plata; y decidí retirarme a la vida privada, a cuyo efecto pedí al gobierno de Montevideo mi absoluta separación del servicio, como se impondrá V. E. por la copia de la solicitud que tengo el honor de acompañar.  Esta era mi intención cuando llegaron a mis manos en el retiro en que me hallo, algunos periódicos que me impusieron de las ultrajantes condiciones a que pretenden sujetar a mi país los poderes interventores; del modo inicuo como se había tomado su escuadra, hecho digno de registrarse en los anales de Borgia.  Vi también propagadas doctrinas que tienden a convertir el interés mercantil de la Inglaterra en un centro de atracción, al que deben subordinarse los más caros de mi país, y al que deben sacrificar su honor y su porvenir.  La disolución misma de su nacionalidad se establece como principio. –El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones.  Su estruendo resonó en mi corazón.  Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir en esta lucha de justicia y de gloria para ella.  Todos los recuerdos gloriosos de nuestra inmortal revolución en que fui formado, se agolpan.  Sus cánticos sagrados vibran en mi oído.  Sí, es mi patria grande y majestuosa, dominando al Aconcagua y Pichincha, anunciándose al mundo por esta sublime verdad: existo por mi propia fuerza. – Irritada ahora por injustas ofensas, pero generosa, acredita que podrá quizás ser vencida, pero que dejará por trofeos una tumba flotando en un océano de sangre, alumbrada por las llamas de sus lares incendiados. – La felicito por su heroica resolución, y oro por la conservación del gobierno que tan dignamente la representa, y para que lo colme del espíritu de sabiduría. – Al ofrecer al gobierno de mi país mis débiles servicios por la benévola mediación de V. E., nada me reservo. – Lo único que pido es que se me conceda el más completo y silencioso olvido sobre lo pasado.  No porque encuentre en mi conducta algo que me pueda reprochar.  ¿Podrá un hombre deprimir al partido a quien sirvió con el mayor celo y ardor, sin deprimirse a sí mismo? – En el templo de Delfos se leía la siguiente inscripción: “que nadie se aproxime aquí si no trae las manos puras”.  Mi única ambición es la de presentarme siempre digno de pertenecer a mi esclarecida patria, y del aprecio de los hombres de bien. – Ruego a V. E. se digne elevar al conocimiento del superior gobierno de la Confederación Argentina mis ardientes deseos de servirlo en la lucha santa en que se halla empeñado; y mis sinceros votos por su dicha, seguro de que nunca tendrá V. E. de qué arrepentirse de haber dado este paso. – Martiniano Chilavert”.

 

Esta soberbia actitud de Chilavert pinta de cuerpo entero al hombre, al patriota, al héroe.  Al futuro mártir de su bizarría y de su patriotismo.  Y de su coraje.  Esta es la respuesta del general Oribe:

 

“¡Vivan los defensores de las leyes! – Diciembre 19 de 1846 – Señor Don Martiniano Chilavert, mi muy estimado amigo: Después de la exposición que ha hecho usted y que he recibido, creo que no debe permanecer en ese punto con seguridad; véngase Ud. pues al Cerro Largo adonde he dirigido ya mis órdenes para que sea Ud. recibido y servido en lo que desee. – Ese paso tan elevado, tan noble, tan americano, que ha dado Ud. lo ha colocado en una posición brillante para el porvenir.  No habrá un americano digno de ese nombre, que no lea con placer aquel documento y que no haga el justo elogio de su firmeza, energía y patriotismo. – Yo seré de los primeros, como lo soy, en asegurar a Ud. que he de probarle la amistad con que tengo el gusto de ser su afectísimo amigo. Q.B.S.M. Manuel Oribe”.

 

Si alguien aún dudara, en cuanto al valor de los criterios, si no supiera todavía dónde estaba el patriotismo y dónde lo otro –aunque creemos que es bastante claro el panorama- está una vez más el definitorio testimonio de San Martín, con palabra sencilla para que todos lo entiendan, para que no haya confusiones.  Esta es la carta que le dirige a Rosas el 11 de enero de 1846, lamentando que “La poca mejoría que experimento en mi enfermedad me es tanto más sensible cuanto en las circunstancias en que se halla nuestra patria, me hubiera sido muy lisonjero poder nuevamente ofrecerle mis servicios (como lo hice a usted en el primer bloqueo por la Francia); servicios que aunque conozco serían bien inútiles, sin embargo demostrarían que en la injustísima agresión y abuso de la fuerza de la Inglaterra y de la Francia contra nuestro país, éste tenía aún un viejo servidor de su honor e independencia.  Ya que el estado de mi salud me priva de esta satisfacción, por lo menos me complazco en manifestar a usted estos sentimientos, así como mi confianza no dudosa del triunfo de la justicia que nos asiste”.

 

Sobra para aplastar, ante la posteridad, las voces que se levantaban aplaudiendo a los agresores europeos, desde “El Nacional” y “El Comercio del Plata” de Montevideo.  Por otra parte, la contribución del Libertador desde Europa, con sus opiniones, tuvo un valor extraordinario y un doble efecto: En el Viejo Mundo –la carta a Dickson la publicó el “Morning Chronicle” de Londres el 12 de febrero de 1846, y tres años después la reprodujo “La Presse” de París, oportunidad en que su autor se ratifica en un todo, en carta al ministro de Obras Públicas francés- hizo pensar a todos, pues el glorioso general americano era sumamente respetado y se conocía su capacidad y dominio del tema; aquí en América, y sobre todo en nuestra patria, retempló los ánimos, el entusiasmo se hizo euforia, la euforia se hizo delirio.  Fue la nota más alta.

 

Rosas se compromete ante el Libertador con esta carta, en que contesta la que se reprodujo anteriormente: “No hay un verdadero argentino, un americano que, al oír el ilustre nombre de usted y saber lo que hace usted por su patria, y por la causa americana, no sienta redoblar su ardor y su confianza.  La influencia moral de los votos patrióticos de usted en las presentes circunstancias, importan un distinguido servicio a la independencia de nuestra patria.  Así, enfermo, después de tantas fatigas, usted recuerda y expresa la grande y dominante idea de toda su vida: la independencia de América es irrevocable, dijo usted después de haber libertado a su patria, a Chile y al Perú”.

 

Con informes sobre los sucesos de Obligado, Guido escribió a San Martín desde Río de Janeiro, y el 10 de mayo (1846) el Libertador le contesta: “Ya sabía la acción de Obligado; ¡que iniquidad!  De todos modos los interventores habrán visto por este échantillon que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca.  A un tal proceder no nos queda otro partido que el de no mirar el porvenir y cumplir con el deber de hombres libres, sea cual fuere la suerte que nos depare el destino, que en íntima convicción no sería un momento dudosa en nuestro favor si todos los argentinos se persuadiesen del deshonor que recaerá sobre nuestra patria si las naciones europeas triunfan en esta contienda, que en mi opinión es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de España”.

 

Juicio cabal el del veterano guerrero; las grandes potencias iban a borrar de un golpe los sueños de destino propio y de soberanía nacional.  Y si caía la Confederación Argentina en ese momento, es difícil señalar el país americano que hubiera salvado su independencia.  El resultado glorioso de esa guerra, “de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de España”, salvó la libertad del continente.  Es otra deuda que los países hermanos tienen con los argentinos.  De lo cual no debemos vanagloriarnos.  De lo cual debemos estar orgullosos.  De lo cual todavía reniegan algunos argentinos.

 

Referencias

 

(1) José Luis Bustamante – Los cinco errores de la intervención anglofrancesa en el Plata – Página 97

 

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Uzal, Francisco Hipólito – Obligado, la batalla de la soberanía – Buenos Aires (1975

 

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