Un asunto muy interesante relacionado con la gloriosa tradición de nuestro gaucho es el de la mujer del soldado, que en muchas ocasiones compartió con él la vida de penurias y sacrificios de las líneas de frontera. Un autor francés, el ingeniero Alfredo Ebehrt, que llegó al país en 1870 y actuó extensamente en las fronteras, acompañando al Dr. Adolfo Alsina, actuó también con el general Roca en su campaña al Río Negro. Su actuación, pues, lo coloca en lugar destacado como conocedor de la vida en fronteras, y dice así al referirse a la mujer del soldado:
“Cuando llegamos al día siguiente al fortín Sanquilcó, cuya guarnición íbamos a relevar, presencié el espectáculo de la recepción hecha por la guarnición femenina que iba a reemplazarla: los grandes saludos, el mate y las conversaciones.
Imagínense Uds. Un reducto de tierra, de una cuadra de superficie, franqueado por chozas de junco, algo más grandes que tiendas (1) y más pequeñas que los ranchos más exiguos, dejando en el medio un sitio cuadrado en cuyo centro está el pozo, e inundado de criaturas que chillan, de perros que retozan, de avestruces, de ratas de agua domesticadas que allá se llaman nutrias, de mulitas, de peludos, que trotan y cavan la tierra, de harapos que secan en cuerdas, de fogones de estiércol (de vaca, de oveja o de cabra como se llamaba) (2), en los que canturrea la pava del mate y se asa el alimento al aire libre; figúrense ustedes: en torno la pampa desierta, chata, amenazante, que el centinela apostado en una torrecilla de césped interroga días y noche, y tendrán un cuadro, a la vez pintoresco y monótono, en medio del cual transcurría la vida de la mujer del soldado en la frontera”.
Fue compañera abnegada del soldado. Cuidaba de los enfermos, se ingeniaba para ser más agradable la vida de los fortines. Lavaba la ropa, remendaba, cocinaba; se ocupaba, en fin, de todos los detalles en tan precaria vida, y si era necesario combatía con valor sereno y firme jugándose la vida a la par de los soldados.
Figuraban en las listas del cuerpo a que pertenecían y tenían víveres y “vicios” (3) como el soldado, es decir, que racionaban oficialmente.
El comandante Prado dice, refiriéndose a las mujeres de la tropa: “En aquella época las mujeres de la tropa eran consideradas como fuerza efectiva de los cuerpos. Se les daba racionamiento y, en cambio, se les imponía obligaciones: lavaban la ropa de los enfermos y cuando la división tenía que marchar de un punto a otro arreaban las caballadas. Había algunas mujeres –como la del sargento Gallo- que rivalizaba con los milicos más diestros en el arte de amansar un potro y de bolear un avestruz. Eran todas, la alegría del campamento y el señuelo que contenía en gran parte las deserciones. Sin esas mujeres la existencia hubiera sido imposible. Acaso las pobres impedían el desbande de los cuerpos”.
En el viejo Ejército de voluntarios enganchados existían estas buenas mujeres, que entraban diariamente al cuartel, en las horas de almuerzo y cena a retirar sus víveres o la comida preparada y a traer ropa limpia.
Ellas se encargaban, por una insignificante paga, del lavado, planchado, zurcido y remiendo de la ropa.
Por todo lo que se ha escrito, y oído a través de la transmisión oral de personas que actuaron en las campañas del desierto, la mujer del soldado merece ser recordada con admiración y gratitud. Y así lo hacemos.
Referencias
(1) Carpas. Aclaración del autor.
(2) Porque la leña a veces, era difícil de conseguir.
(3) El tabaco y la yerba a los que se agregaba jabón para lavar la ropa.
Fuente
Arana, Gral. Adolfo – La conquista del desierto – Revista Militar, Vol 186/187/188, Nº 656 – Buenos Aires (1960)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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