La situación política tanto en la Confederación como en Buenos Aires, vista a través de las opiniones vertidas en la prensa y en los Cuerpos Legislativos, mostraba fuertes contrastes pero había unanimidad en que la única salida posible sería por medio de las armas. Los hombres del gobierno de la Capital coincidían en afirmar, como los de Paraná, en que ya se habían agotado todos los medios para llegar a una paz decorosa por la vía de la negociación. La resistencia de Buenos Aires obedecía al propósito de reconquistar el predominio nacional perdido, para realizar por mano propia, lo que no quería hiciese Urquiza y sus partidarios, a los que consideraba como los enemigos tradicionales.
El general Urquiza y el partido federal habían logrado la aspiración de los argentinos al dar una Constitución –que en buena parte se debió a la acción del general Lagos mediante el sitio de Buenos Aires- y no se resolvían a abandonar sus posiciones, cuando, por sobre otras consideraciones, dominaban en trece provincias frente a una sola en disidencia.
Dos hechos importantes vinieron a colmar el estado de los ánimos y fueron las causas precipitantes de la lucha. Uno de ellos fue el asesinato del general Nazario Benavides, uno de los hombres mejor conceptuados de las provincias de Cuyo, crimen que con o sin razón fue atribuido a los dirigentes porteños. Y, por otra parte, los preparativos de guerra que se hacían públicamente en Buenos Aires contra el gobierno de la Confederación.
Por ello y por otras causas menores el Congreso de Paraná autorizó al presidente Urquiza para resolver por negociaciones pacíficas o por la fuerza, la incorporación de la provincia rebelde.
Como la mayoría del pueblo de Buenos Aires tenía afinidades con el partido federal el Gobierno temía que una vez abiertas las hostilidades, aquél aprovecharía la oportunidad para conquistar el poder. El temor no era infundado pues ya se habían iniciado los trabajos, y tanto fue así, que a raíz de su adhesión a una publicación en la que se pedía la unión nacional, suscripta por personas calificadas, el Gobierno resolvió apresar a muchos dignos ciudadanos y dio de baja del ejército a los generales Manuel de Escalada, José María Pirán y Tomás de Iriarte y a los coroneles Gervasio Espinosa, Rodríguez, del Campo y Pelliza, destituyendo a los doctores Mariano Marín y Luis Gómez “por haberse asociado a actos que tienen por objeto desvirtuar la acción saludable de las leyes y de las sentencias de los tribunales constituidos por ellas”.
Por ley del 6 de mayo de 1859 la Legislatura de Buenos Aires autorizó al Poder Ejecutivo para “repeler por las armas la guerra que ha declarado de hecho el gobierno de las provincias confederadas y para continuarla dentro o fuera del territorio del estado”.
Muchos ciudadanos espectables no se avenían a apoyar al gobierno en su aventura, por lo que se hizo caso omiso de sus opiniones y se los exoneró de sus funciones. El ministro de la guerra, general Matías Zapiola, fue reemplazado por el coronel Bartolomé Mitre, que fue ascendido a general y nombrado comandante en Jefe del Ejército de Operaciones.
Fueron movilizados 1.000 guardias nacionales, se autorizó el enganche de dos legiones extranjeras y se crearon nuevas unidades. Con estas tropas y con las levas realizadas en la campaña, el ejército alcanzó a unos 7.000 hombres, bien armados y equipados, medianamente montados y muy mal instruidos. La Guardia Nacional de infantería era lo mejor del ejército.
Dos buques de guerra fueron colocados frente a la ciudad de Paraná para cerrar el paso al ejército de la Confederación.
Se abre el camino
El general Urquiza disponía de más del doble de los efectivos de Buenos Aires y su ejército tenía un elevado grado de preparación. Su caballería, muy bien montada y equipada era un modelo de perfección.
Pero como la Confederación carecía de buques desde la ignominiosa traición de Coe, se le presentaba el serio problema del cruce del Paraná, que era patrullado por la flota de Buenos Aires. Sin embargo el general Urquiza pudo improvisar una flotilla adquiriendo en Montevideo y Río de Janeiro los vapores Salto, Hércules, Pampero y Menay, la barca Concepción y la goleta Argos. Al frente de esta escuadra fue colocado el bravo coronel de marina Mariano Cordero y los buques quedaron bajo el mando de jefes valientes y leales.
En seguida el gobierno de la provincia de Buenos Aires intentó repetir el infame episodio del año 1853 –cuando compró la traición de Coe- haciendo las más tentadoras ofertas a los jefes navales de la Confederación, pero sin lograr seducirlos. (1)
La flota porteña, que como se ha dicho, era la más fuerte por su número y armamento destacó a los vapores General Pinto y Buenos Aires, al mando del coronel de marina Murature a las aguas frente al Paraná, con el objeto de impedir el pasaje de las fuerzas de la Confederación al territorio de la provincia de Santa Fe. Pero la tripulación del General Pinto capitaneada por el sargento Ramón Ortega, se apoderó del buque al grito de ¡Viva la Confederación! Y lo entregó a las autoridades de tierra. El Buenos Aires huyó a toda máquina. El coronel Murature resultó herido y su hijo, que mandaba el Buenos Aires y estaba accidentalmente a bordo del General Pinto murió durante la lucha al tratar de contener a los sublevados.
Con este hecho quedó abierto el camino para el ejército de la Confederación, el que luego de incorporar al vapor General Pinto, cruzó el río Paraná y acampó cerca del Rosario, adonde se le reunieron las tropas alistadas por el gobierno de Santa Fe.
A todo esto el general Mitre alcanzó el Pergamino, para dirigirse desde allí a San Nicolás. En Buenos Aires se creía en un fácil triunfo, pero Mitre que sabía lo que podía suceder siguió pidiendo refuerzos y nuevos elementos de guerra y por ello recibió una admonición bastante ofensiva del ministro Vélez Sársfield, que le dijo: “V. S. parece un general poco osado y de muchos andamios”.
Batalla de Martín García
La flota de la Confederación anclada frente a Montevideo recibió la orden de dirigirse al puerto del Rosario, para lo cual debía forzar el Paso de Martín García –fortificada con buenas baterías- y sostenida por los buques Guardia Nacional, Buenos Aires y Yeruá.
El 14 de octubre las escuadras se enfrentaron. Luego de tres horas de lucha, habiendo superado los fuegos de la isla y dañado seriamente a dos de sus embarcaciones el coronel Mariano Cordero enfilaba el Paraná. En el combate murió el comandante Maurice y resultaron heridos casi todos los comandantes federales. La Confederación había conquistado el dominio de las aguas.
La batalla de Cepeda
El ejército de la provincia, que había avanzado hasta el límite con Santa Fe, se encontraba próximo al arroyo del Medio, en donde el general Mitre pensaba cerrar el paso a su adversario.
No se desconocía la marcada superioridad del ejército nacional con sus 14.000 hombres, de los cuales 10.000 eran de caballería y se sabía de la acometividad de la caballería entrerriana, contra la cual su similar porteña sólo haría estériles esfuerzos.
Ante el avance del general Lagos, jefe de la vanguardia federal, el grueso del ejército de Buenos Aires se replegó a la cañada de Cepeda, adoptando un dispositivo defensivo. Para dar protección a su caballería se la colocó detrás de la infantería, que por su parte tomó la formación de “cuadros” para oponerse a las previsibles cargas de la caballería enemiga. La masa de la artillería quedó agrupada en una batería central.
El ejército federal se aproximó al campo de batalla en forma fraccionada. Los jinetes entrerrianos debieron detenerse para esperar la llegada de las otras armas y tomar entonces la formación de ataque, fuera el alcance de la artillería de la defensa.
Lanzado el ataque el 23 de octubre, la infantería federal fue batida eficazmente por la batería central. Para evitar sus efectos el general Urquiza ordenó hacer el vacío frente a la misma, para lo cual su infantería se abrió en dos frentes divergentes, buscando llevar el ataque a las alas del dispositivo adversario.
Por su parte la caballería atacante, adelantándose a las otras armas, se lanzó contra los flancos y la retaguardia de la posición defensiva. La carga del ala derecha fue encabezada por el general Urquiza y la del ala izquierda por el general Lagos, quien al frente de las divisiones Gualeguay, Basavilbaso, La Paz, Maurice y Pedernera, cayó sobre el 1er Cuerpo de Caballería y el Parque, sembrando la confusión en los mismos. La caballería porteña se desbandó y la línea quedó con sus flancos desguarnecidos y a merced de la caballería federal, pues Urquiza también arrolló a la caballería a su frente. Pero el general Mitre trató de definir la lucha aprovechando la oportunidad que se le presentaba para atacar el flanco de la columna enemiga que se desplazaba hacia la Cañada de Cepeda, ordenando que la 1ra Brigada de Infantería apoyada por la batería central hiciera una conversión a la derecha, maniobra peligrosa que expuso a su 2da Brigada a un ataque concéntrico de las fuerzas federales, que no tardaron en hacerlo, aniquilando a varios batallones y haciendo completamente estéril el movimiento ordenado por el general Mitre. La 1ra Brigada cercada a su vez resistió esperando la llegada de la noche para intentar abrirse paso hacia San Nicolás, adonde llegó después de una penosa marcha nocturna.
La derrota del ejército porteño dejó en poder de los federales 2.000 prisioneros, 20 cañones, gran cantidad de armas livianas, sus caballadas y todo el parque.
En la batalla tomaron parte los dos hijos mayores del general Laos, el sargento mayor de caballería Máximo Lagos como ayudante del general (2) y el capitán Hilario Nicandro Lagos en el Regimiento 1º de Línea que estaba mandado por el coronel Juan Isidro Quesada. (3).
Impresión en Buenos Aires
En Buenos Aires se vivía en la mayor incertidumbre, pues el general Mitre había enviado un parte anunciando su victoria. Adolfo Saldías ha narrado así los hechos: “Los primeros partes que se publicaron en Buenos Aires atribuían la victoria a sus tropas. Cuando los jóvenes de entonces vimos las grandes partidas de dispersos en las calles y en las plazas y supimos con cierto horror que Urquiza estaba con su ejército en San José de Flores, recién la triste verdad se hizo para todos”. Los grupos de dispersos sembraron el pánico con la noticia que Urquiza venía dispuesto a “pasar a cuchillo” a la población. Las gentes vieron la llegada de los restos del ejército al puerto de la Capital. Las armas y los equipos, junto con numerosos prisioneros, quedaron en la Cañada de Cepeda. Aquello había sido un desastre completo.
La reacción del Gobierno fue pasmosa al enterarse de la magnitud de la derrota. Siguió afirmando con toda audacia que se trataba de una brillante victoria. Por una ley se disponía acuñar una medalla especial para su general, de plata para los jefes y oficiales y de bronce para los soldados, en su anverso decía: “A los vencedores de Cepeda”, y en el reverso la fecha de la acción, “23 de octubre de 1859”.
Se tomaron medidas coercitivas para reunir a toda la Guardia Nacional y las cárceles se llenaron con los remisos. Ni los extranjeros se libraron de la imposición del servicio militar. Temiendo la entrada de Urquiza a la ciudad se abrieron trincheras y se iniciaron otras obras de fortificación en la plaza.
El general Urquiza llega a la Capital
Después de su triunfo el vencedor avanzó sin premura, sabía lo que estaba sucediendo en Buenos Aires y se propuso no entrar a la ciudad en el deseo de poner de manifiesto su intención pacífica para ganar las voluntades.
Sobre la marcha nombró comandante en jefe del departamento del Norte al general Hilario Lagos, que había venido a la campaña como jefe de la vanguardia.
En una carta dirigida a su señora esposa, después de anunciarle su nombramiento en el referido Departamento, le decía: “En la madrugada del 2 caí sobre Morón, donde Hornos se encontraba con fuerzas de las tres armas. Yo había partido de Giles para atacarlo, pero se salvó por aviso inesperado que le llegó, sin embargo se le adelantaron los hombres, que se me presentaron desde ese día en adelante. Hornos escapó huyendo hacia la ciudad por un aviso del edecán del Ministro paraguayo, que nos vio a la altura de la Villa del Luján. Ayer nuestros infantes llegaron a Caseros. Un fuerte temporal nos tiene molestos desde la noche pasada, estamos dentro del agua y horriblemente mojados, pero con buena salud. Recibí los escapularios que me mandas. Más de 16.000 hombres tiene el ejército sobre la circunvalación de la ciudad. Estoy en el arroyo Medrano”. (4)
El general Urquiza llegó a San José de Flores en donde estableció su Cuartel General y adelantó al general Guido para que se entrevistase con las autoridades porteñas. En su proclama a los vecinos de la Capital, declara: “Que había ofrecido inútilmente la paz para resolver una cuestión de fraternidad y que derrocaría al Gobierno si se oponía a la unión nacional. Al fin de mi carrera política, agregaba, mi única ambición es contemplar desde el hogar tranquilo una y feliz República Argentina. La Nación tiene derecho a exigir que os reunáis en su seno. Integridad nacional, libertad, fusión, son mis propósitos”.
Inmediatamente el Dr. Alsina declaró indispensable “reprimir toda cooperación a favor de un enemigo feroz y de toda tentativa contra las autoridades constituidas” e impuso las penas de las ordenanzas militares a los delitos de complicidad con el enemigo, comunicación con él, motín o conspiración. Se organizó el Ejército de la Capital y se nombró al general Mitre para comandarlo.
Con esto el general Urquiza tomó las medidas para emplear su ejército en un ataque general con las unidades terrestres y fluviales disponibles.
Sin embargo habían personas que confiaban en que las cosas podían arreglarse sin nuevos sacrificios de vidas, sobre la base de la incorporación de Buenos Aires a la Confederación. En este sentido se empeñaron el general Tomás Guido y el Dr. Juan Bautista Peña. Este se dirigía por carta al general Lagos diciéndole: “Que se tenía el más vivo deseo de llegar a la pacificación, sin recurrir a la violencia, para ello las fuerzas armadas deben poner su buena fe para ser desarmadas y licenciadas. Si ello se logra la paz está hecha….”
La legislatura comprendiendo que los hechos ocurridos y los embustes del Gobierno habían llegado a su límite extremo, se reunió y votó la aceptación de la renuncia del Gobernador, la que le fue recabada por un grupo de amigos:
Urquiza suspendió entonces la orden de ataque y el gobierno quedó en manos de Felipe Llavallol, con los ministros Carlos Tejedor y el Dr. Juan B. Peña y el general Gelly y Obes como ministro de guerra y marina.
Pacto de San José de Flores
El 10 de noviembre de 1859, con la mediación de Francisco Solano López, en representación del gobierno del Paraguay, los señores Carlos Tejedor y Juan Bautista Peña en nombre del estado de Buenos Aires y los generales Tomás Guido, Juan E. Pedernera y el Dr. Daniel Aráoz por la Confederación Argentina, se firmó un tratado de paz por el que Buenos Aires declaraba: “Que era parte integrante de la Confederación y que verificaría su incorporación jurando solemnemente la Constitución Nacional”. Veinte días después se convocaría una Convención Provincial que examinaría la Constitución del año 1853. De no haber observaciones Buenos Aires la juraría de inmediato. Si se observaban algunos puntos se comunicaría al Gobierno Nacional para que se adoptaran las medidas a señalar. Todos los generales, jefes y oficiales del Ejército de Buenos Aires dados de baja desde 1852 y que estuvieran al servicio de la Confederación, serían restablecidos en su antigüedad, grado y goce de sueldos.
Ratificando este convenio, en las veinticuatro horas, el Ejército de la Confederación evacuaría el territorio de la provincia de Buenos Aires y ambas partes reducirían sus armamentos al estado de paz.
Este convenio tomó el nombre de “Pacto del 11 de Noviembre”.
Inmediatamente de firmado el Pacto, el presidente Urquiza marchó con su ejército a Entre Ríos, quedando únicamente algunas divisiones ligeras al mando de jefes porteños, como los generales Lagos y Laprida y los coroneles Olmos, Echegaray, Pita, Lamela y Nadal las que se pusieron a las órdenes del gobierno de la Provincia, para ser luego desarmadas y disueltas, según lo convenido. Tres divisiones fueron destacadas a los Departamentos Norte, Centro y Sur para tener a raya a los indios.
Ante el pedido de la Convención Provincial para introducir ciertas reformas a la Constitución se convocó a la elección de 75 convencionales. En las elecciones del 25 de diciembre el Gobierno llevaba ventajas en la Capital, en la que sobre 36 sólo resultaron elegidos 4 federales. En cambio, en la campaña, donde se conservaba la influencia del general Lagos –a la sazón retirado en su estancia de Pergamino- sobre 39 convencionales fueron elegidos 19 federales, entre ellos los señores Luis Sáenz Peña, Bernardo de Irigoyen, Vicente Fidel López, Anacarsis Lanas y Juan de Anchorena.
Reunida la convención el 6 de enero de 1860 tras una dificultosa iniciación, debida como siempre a los más conspicuos separatistas, se llegó el 11 de mayo, a la sanción de las reformas.
Referencias
(1) En la oferta que se hizo a los jefes, se señalaba: “Por el vapor Salto 4.000 onzas de oro sellado. Por el vapor Pampero, en el estado que se encuentre, 5.000 onzas de oro sellado. Por el Menay, 3.000 de la misma moneda. Ver papeles de Lagos en la obra de Adolfo Saldías.
(2) El sargento mayor de caballería Máximo Lagos nació en Buenos Aires el 15 de abril de 1832. Se incorporó al ejército como sargento distinguido de la Guardia Nacional en febrero de 1851, alcanzando los grados de alférez y teniente segundo ese mismo año. Ascendió a capitán de caballería de línea en marzo de 1853 y a sargento mayor el 7 de agosto de 1859. Prestó servicios en el Regimiento Nueva Creación, en la escolta del general Hilario Lagos y en la División Buenos Aires. Se encontró en el combate de los Campos de Alvarez y en la Batalla de Caseros. Durante el sitio de Buenos Aires tomó parte en los combates librados contra las fuerzas del general Pacheco. Más tarde actuó en el combate del Tala y en las batallas de Cepeda y Pavón. Fue ayudante de campo de su señor padre en Caseros y en Cepeda. En Pavón, desempeñó el mismo cargo junto al general Urquiza. Disuelto el ejército de la Confederación fue destinado como agregado al estado Mayor General del Ejército. El sargento mayor Máximo Lagos, que había contraído enlace con Leocadia Sarmiento, falleció en Buenos Aires el 30 de mayo de 1910.
(3) El coronel Hilario Nicandro Lagos, nació en Pergamino el 7 de noviembre de 1840. Hizo sus estudios en el Colegio de Concepción del Uruguay. Ingresó al ejército como sargento distinguido en 1856, prestando servicios como oficial en el Regimiento 1º de Mayo. Participó en las campañas a Mendoza y San Juan en las que alcanzó el grado de capitán con el que actuó en la batalla de Cepeda. También combatió en Pavón. Como ayudante del general Paunero hizo la campaña al interior, tomando parte en los combates de La Carlota, Algarrobos, Paso de las Terneras, Reducción y Cerro de Sampacho, contra los salvajes, en los años 1863, 1864 y 1865, alcanzando el grado de mayor. En 1866, con el grado de teniente coronel fue enviado a Paraguay en calidad de ayudante de campo del general Mitre. Regresó al país al mando del 7º de Línea concurriendo al combate de Los Loros y a la batalla del Portezuelo y luego a la de San Ignacio. Comandó más tarde el 2º y el 5º de caballería en las luchas contra el cacique Pincen. Combatió contra la revolución del año 1874, encabezada por el general Mitre, ascendiendo al grado de coronel. “Cuando un choque no hubiera ocasionado nada más que un estéril derramamiento de sangre -dice el general Mitre-, no trepidé en dirigirme a Ud. sabiendo que me dirigía a un caballero y a un patriota”. A lo que siguió la rendición de Junín. “Honor será para usted –expresaba el coronel Dantas- el haberse negado a recibir la espada del general Mitre, que por un azar de la suerte, fue su prisionero de guerra”. Más tarde fue nombrado comandante de la 5ª División Expedicionaria de las fuerzas, que al mando del general Roca, realizaron la campaña decisiva de 1879, contra los salvajes. Pidió la baja del ejército para dedicarse a la política y fue elegido diputado nacional. Volvió a empuñar la espada junto al Dr Tejedor y al general Mitre en la Revolución de 1880, distinguiéndose en el combate de Los Corrales. Recibió la medalla de oro por la terminación de la guerra con el Paraguay y la medalla de oro por la campaña del Río Negro. El coronel Hilario Nicandro Lagos, que había contraído enlace con Carolina Alvarez, natural de La Rioja, falleció el 27 de noviembre de 1897 en la ciudad de Buenos Aires.
(4) Actual calle García del Río en Buenos Aires.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Lagos, Julio Alberto – General Don Hilario Lagos – Círculo Militar – Buenos Aires (1972).
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Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina.
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