Tratado de Vinará

Tratado de Vinará

Juan Bautista Bustos, Juan Felipe Ibarra y Martín Miguel de Güemes representaban hacia 1821 un pensamiento acorde. Córdoba y Santiago del Estero contribuirían a la expedición al Perú y por eso, al ser ésta atacada por Bernabé Araoz, Salta iba en ayuda con sus auxilios. Güemes lo había manifestado al Cabildo, poniendo en sus manos “el oficio del Gobernador de Santiago en que se queja de las operaciones del de Tucumán, las que ocasionaba no poder auxiliar con los artículos necesarios que le había ofrecido para facilitar la operación sobre los enemigos del Perú”. El 1º de febrero de 1821, Güemes exponía a los cabildantes “que siendo la de Santiago injustamente invadida, se hallaba en el caso de sostenerla, dirigiendo sus armas contra la agresora”.

En esos días se produjo la acción de Los Palmares, cuya derrota no dio término a los planes agresivos de Araoz. Faltaba concluir con el problema tucumano y aventar para siempre la continua amenaza pendiente. Así lo entendieron Ibarra y Güemes, y el primero, se puso al frente de sus tropas encabezando la marcha hacia Tucumán. Güemes envió una división de sus famosos gauchos al mando del coronel Alejandro Heredia, y el encuentro decisivo se produjo el 3 de abril de 1821, en el lugar llamado Rincón de Marlopa, en Tucumán.


Terrible y fatal desastre. Sólo la impericia de los batallones santiagueños, desorientados por este otro tipo de lucha diferente a sus costumbres montoneras, explica la derrota. No obstante ser tucumano, el mismo Heredia y los gauchos güemistas, minados en su campo por la traición, desconocen el terreno, vacilan en el combate y la victoria favorece al ejército de Araoz, dirigido por el coronel Abraham González.


En la noche del repliegue, el dolor de la tragedia daría amargo sabor a la retirada santiagueña, y temiendo por su terruño, Ibarra y los suyos acampan en Vinará, cerca de Río Hondo, vigilando la frontera vecina. Desde allí comenzó a negociarse el histórico Tratado interprovincial, suscripto el 5 de junio de 1821. El gobernador Bustos intervenía de nuevo apoyando a Ibarra, en el interés de concretar la organización federal con el Congreso de Córdoba. Santiago era otra vez, imprescindible para realizarlo, y el común principismo de ambos caudillos volvía ahora a ponerse de resalto.


El Tratado de Vinará fue suscripto por el ilustre Pbro. Pedro León Gallo, en representación de Santiago del Estero; don Miguel Araoz de Tucumán, y el Dr. José Antonio Pacheco de Melo de Córdoba, cuyos buenos oficios lo garantizaban. Es cronológicamente el cuarto de nuestros grandes Pactos “preexistentes” y este carácter fundamental le asigna singular trascendencia. Fue otro de los aportes sustanciales a los acuerdos interprovinciales que definen la forma republicana y federal. Los Tratados del Pilar en febrero de 1820, de la Costa de Avalos entre las provincias mesopotámicas en abril, y el de Benegas en noviembre del mismo año, sentaron las bases organizativas de la nacionalidad. Dicha sucesión, vino a continuarse en 1821 con el de Vinará, el primero entre los mediterráneos, que volvió a ratificar el primado político de Ibarra en el interior.


Por este Tratado, se ponía fin a la guerra entre Tucumán y Santiago, y se obligaban las partes, a procurar la organización institucional. Ambas provincias comprometían su concurrencia inmediata al Congreso de Córdoba, y a elegir sus diputados en el término de un mes. Sus puntos se hacían extensivos a Salta y se la invitaba a ratificar el Tratado. Santiago y Tucumán se hacían el deber de ayuda y unión con Salta, y la primera, retenía las conquistas de su autonomía y gobierno propio.


A la par de estos sucesos, se ponía lentamente el sol irradiante de Güemes, el amigo y custodio tutelar de nuestra soberanía nacional y provincial. Roído por la traición, antes de Marlopa, al retornar a Salta encontró con ingratitud la complicidad de los señores urbanos con el invasor realista, cegados de odio a su liderazgo. Sin tiempo a retomar contacto con Ibarra y los santiagueños, murió el 17 de junio de 1821.


En aquellos días daba fin la vida, con iguales trágicos contornos, de otro propulsor del federalismo argentino. Francisco Ramírez caía inmolado a las disputas correligionarias que ensombrecieron su camino. Venía con su partida de últimos fieles por el Norte de Córdoba, a buscar refugio en la comprensión de Ibarra. Santiago se le ofrecía como un tránsito seguro hacia el Chaco para volver de ahí a sus lares. Era otro indicio más, de los respetos que inspiraba Ibarra y su gobierno, por encima de las diferencias entre los jefes litorales.


Ramírez envía un mensaje a don Juan Felipe, quien ordena a un contingente de soldados salieran a recibirle y protegerle en los límites con Córdoba. Y comisiona a otro de sus ilustres huéspedes el ponerse al frente e ir a ofrecerle un punto de residencia, si desea incluso, asilarse en la provincia. Ese huésped era el general José María Paz, que también había llegado a vivir en Santiago, seguro de la protección generosa de Ibarra, su ex-compañero del Ejército del Norte. Que se la dio sin retaceos todo el tiempo que quiso quedarse, como antes la ofreciera a su enemigo Araoz, cuando fuera depuesto en Tucumán. Estos hechos, fueron muchas veces callados por la ingratitud política de sus propios beneficiarios.


Paz irá al encuentro de Ramírez “con todas las facultades del gobierno”, aunque a las ocho leguas de la ciudad es informado en Manogasta, por el padre Monterroso, del fin de Ramírez. El caudillo entrerriano fue alcanzado por una partida cordobesa en Río Seco, cerca del límite, el 10 de julio de 1821 y allí le dieron muerte. La amante compañera por quien ofrendara su vida en desigual combate, continuó el empeño inconcluso. Seguida de los sobrevivientes, la Delfina pasó en tránsito por tierra santiagueña dejando la leyenda de su odisea, cual un hálito medioeval trasplantado a las campiñas argentinas por aquel digno exponente de la raza americana.


Y así, mientras este pueblo de Santiago, guardaba en sus fibras íntimas todas aquellas sentidas rememoraciones, el mesurado valor de su jefe federal adquiría señorío y prestigio. En cambio, Buenos Aires, asiento de otro orden político, iba hacia la postergación de los ensueños organizativos, encandilando con sus falsas luces de extranjería. Cuando le llegaron las nuevas del interior, celebraron la tragedia con irreverencia peyorativa. Hermanando la muerte de los dos conductores de Salta y Entre Ríos, “La Gaceta” así la anunciaba en su edición del 19 de julio de 1821: “Acabaron para siempre los dos grandes facinerosos Güemes y Ramírez”. La liquidación de los llamados “caciques” de provincia, puesta para información de sus cultos lectores, coincidía simbólicamente en esa fecha, con otro acontecimiento. Sin duda, tenía mayores trascendencias el que, ese día, el gobernador Rodríguez integrara su gabinete, designando ministro a don Bernardino Rivadavia…….


Fuente

Alba, Manuel M. – Güemes el Señor Gaucho – Ed. Claridad – Buenos Aires (1946).

Alen Lascano, Luis C. – Juan Felipe Ibarra y el Federalismo del Norte – Buenos Aires (1968).

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Figueroa, Andrés – Los Papeles de Ibarra, Tomo I – Santiago del Estero (1938).

Gargaro, Alfredo – Santiago del Estero 1810-1862 – Acad. Nac. de la Historia – Vol. IX.

López. Vicente Fidel – Historia de la República Argentina – Ed. Sopena – Buenos Aires (1944),

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Vázquez, Anibal S. – Caudillos Entrerrianos: Ramírez – 2da edición – Buenos Aires (1937).


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