En el año 1842 Domingo Faustino Sarmiento se halla exiliado (1) en Chile. Tiene a su cargo la dirección de los periódicos del gobierno conservador y dictatorial de ese país. Ese año, un norteamericano, que en ninguna forma es un simple marinero como se ha intentado presentarlo, se entrevista con Sarmiento. El yanqui le sugiere a Sarmiento que abra una campaña en los periódicos para que Chile ocupe el Estrecho de Magallanes y las tierras adyacentes.
Sin duda llama la atención, aún del más inocente, que a un marinero, y yanqui además, se le ocurra de buenas a primeras ir a proponer a Sarmiento, a quien no conoce, un asunto de esa gravedad y de esa índole. El tal marinero –dijo llamarse Jorge Mebón, pero sólo Dios y quien lo mandara sabrían cuál era su verdadero nombre y su cualidad de agente- convence enseguida al sanjuanino. Y caso curioso, inmediatamente el gobierno de Chile funda un periódico, “El Progreso”, confiándole a Sarmiento la dirección. Y desde el primer número el periódico, por la pluma de Sarmiento, comienza una campaña tenaz para que Chile ocupe el Estrecho de Magallanes, lo que hoy es Punta Arenas (antes Puerto Hambre) y las tierras adyacentes.
En “El Progreso” Sarmiento explica de la siguiente forma el encuentro con el yanqui: “En 1842 se me presentó un pobre norteamericano casi desnudo, Jorge Mebón, marino, que había hecho la pesca de lobos marinos en el Estrecho de Magallanes, y con el ojo avezado del yanqui, había visto que podía navegarse el Estrecho por medio de vapores si una colonia de cristianos se establecía allí. Este hombre me pedía el concurso de mi posición como escritor para incitar al gobierno de Chile a dar ese paso”.
Declara Sarmiento que a raíz de esa entrevista estudió el problema y viendo “la tentativa físicamente posible, inicié la redacción de “El Progreso” con una serie de estudios que hoy, después de ocho años, no son del todo estériles”. (2)
Es por demás curioso que a un simple marino, que por su trabajo y estado es más bien un simple marinero, pobre y casi desnudo, se le ocurra entrevistar al director del diario oficialista con la proposición de marras. Lo más probable es que el tal yanqui haya sido un agente de una más alta calificación, lo que Sarmiento oculta. Como oculta que “El Progreso” se fundó, por parte del gobierno de Chile, exclusivamente para que Sarmiento llevara a cabo la campaña de usurpación del territorio del Estrecho, que era argentino. Y es así que el primer número del periódico se inicia con el primer artículo de Sarmiento sobre el asunto en cuestión, y con el último de los artículos deja de aparecer el periódico. Esta tentativa de usurpación no era una iniciativa del yanqui, sino del propio gobierno de Chile, el que, sin saber qué sesgo tomaría el asunto, lo ocultaba tras la insinuación de Mebón, contando siempre con la colaboración y complicidad de Sarmiento.
El 11 de noviembre de 1842 se inicia la publicación de “El Progreso” con el primer artículo de Sarmiento sobre el Estrecho. Y desde entonces, y casi a diario, el sanjuanino insiste con el mayor entusiasmo sosteniendo que ese paso y sus tierras adyacentes son chilenos, y que Chile debe ocuparlos y poblarlos.
Y con ese propósito, el 28 de noviembre de ese año de 1842, Sarmiento publica el más contundente artículo en pro de su campaña, titulado “Navegación y Colonización del Estrecho de Magallanes”.
Al incitar una vez más al gobierno de Chile para que ocupe el Estrecho, Sarmiento hasta da la forma de hacerlo: “Pues que nada sería dar el primer paso, que es mandar al Estrecho algunas compañías de soldados y los víveres necesarios para su mantenimiento….”
“Para Chile basta en el asunto de que tratamos decir quiero, y el Estrecho de Magallanes se convierte en un foco de comercio, de civilización…” “¿Quedan dudas después de todo lo que hemos dicho sobre la posibilidad de hacer segura la navegación del Estrecho y de establecer allí poblaciones chilenas?”.
“Creemos haber tomado cuanto estaba a nuestro alcance para ilustrar un asunto que de tanto interés nos parece para la prosperidad del país y su futuro engrandecimiento”. (3) “Si no hemos logrado excitar el interés del público y de las autoridades, acháquese este defecto a nuestra inhabilidad y falta de luces. Nuestras intenciones servirán de disculpa…”.
Destaquemos el carácter de la campaña de Sarmiento en esta cuestión. En manera alguna es el de simple comentarista de un propósito del gobierno de Chile. por el contrario, es el del periodista que incita, excita e insta al gobierno de Chile para que ocupe un territorio que pertenece a su patria. Y lo hace no con un razonamiento frío, sino vehemente, apasionadamente, a pesar, o precisamente por eso, por tratarse de arrebatar un territorio a su propia patria. Así debe haberle parecido, al ilustre recopilador de sus Obras Completas, cuando de éstas excluyó los artículos de “El Progreso”.
La ocupación del estrecho
Cumplida la primera parte de la campaña con los artículos de “El Progreso” escritos por Sarmiento, y vista ninguna reacción del gobierno de Buenos Aires, demasiado ocupado con el alzamiento de los unitarios y los conflictos con Inglaterra y Francia, el gobierno de Chile, creyó oportuno materializar los propósitos de la campaña. Y a tal efecto envió una pequeña expedición armada al Estrecho, formando parte de la misma el yanqui Mebón. Con fecha 21 de setiembre de 1843 esta expedición tomó posesión del Estrecho de Magallanes y tierras adyacentes, en nombre del gobierno de Chile. la campaña iniciada por Sarmiento en contra de su patria tenía completo éxito.
A fin de darle mayor formalidad a la toma de posesión, operación propia y detalles formales cuando una nación se posesiona de un territorio que no le es propio, con lo cual Chile proclamaba la usurpación que llevaba a cabo, se labró la siguiente acta: “En cumplimiento de las órdenes del Gobierno Supremo, el día 21 de setiembre de 1843, el ciudadano capitán de fragata, graduado, de la marina nacional, don Jorge Mebón, el naturalista prusiano voluntario, Don B. Philipi, y el sargento distinguido de artillería, don E. Pizarro, que actúa de secretario, con todas las formalidades de costumbre, tomamos posesión de los Estrechos de Magallanes y su territorio, en nombre de la República de Chile, a quien pertenece, conforme está declarado en el artículo 1º de su Constitución pública, y en el acto se afirmó la bandera nacional de la República con salva de 21 tiros de cañón.
“Y en nombre de la República de Chile protesto del modo más solemne, cuantas veces haya lugar, contra cualquier poder que hoy, o en adelante, tratase de ocupar alguna parte de su territorio.
“Firmaron conmigo la presente acta el 21 de setiembre de 1843, 3º de la Presidencia del Excelentísimo señor general don M. Bulnes, Juan Guillermos, Manuel González Hidalgo, Bernardo Philipi, etc.”
Destaquemos una vez más el hecho de labrarse un acta de toma de posesión, a pesar de que en ella se diga que ese territorio pertenece a Chile. ¿Hubiese labrado el gobierno de Chile un acta semejante si fundaba una colonia en las cercanías de Santiago, Valparaíso o Rancagua, por ejemplo, territorios indudablemente de su pertenencia? En toda la historia de Chile no existe un acta semejante de la que comentamos. Ello evidencia la seguridad que tenía Chile de que el Estrecho y sus tierras adyacentes no le pertenecían, ya que una acta semejante solamente se labra cuando se trata de la toma de posesión de un territorio ajeno, o de una tierra considerada “res nullius”, de nadie. (4) Y en este caso, el acta en mención especifica que esos territorios pertenecen a Chile. Si pertenecían a Chile, repitamos hasta el cansancio, no había por qué labrar el acta de toma de posesión.
La responsabilidad de Sarmiento
Lo grave de este asunto, del punto de vista del patriotismo, estriba en que quien incita e instiga al gobierno de Chile para que usurpe esos territorios no es un chileno, sino un argentino. Que tal hecho lo hubiese promovido un chileno, o un ciudadano de cualquier país del mundo, menos de la Argentina, carecería para nosotros, argentinos, de la gravedad que tiene por haber sido consumado, y aún alabado de haberlo hecho, por un hijo de nuestro país.
El gobierno de Chile comprendió perfectamente este aspecto de la cuestión, y por ello hizo actuar como actores principales a dos extranjeros: el yanqui Mebón y el argentino Sarmiento. Si la cuestión se presentaba, como se presentó muy luego, de alegar en el conflicto, Chile usaría como argumento efectista y de cierto peso que un argentino, y argentino de cierta calificación, como Sarmiento, era quien lo incitaba a la ocupación y quien argumentaba que esos territorios pertenecían a Chile. La persistencia de Sarmiento a través de los años en su falaz argumentación daba aparentemente a Chile fuerza probatoria de su actitud.
Reacción de Rosas
Ante la reacción de Juan Manuel de Rosas, que protesta por la usurpación del Estrecho y sus tierras circunvecinas, Sarmiento se empecina en la posición contraria a la Argentina.
Pero no es sólo la cuestión del Estrecho lo que molesta a Rosas, sino toda la campaña que la Comisión Argentina desarrolla en Chile en contra del gobierno de la Confederación, si bien Sarmiento es quien más se destaca en esa campaña antiargentina. Con el fin de contrarrestarla, Rosas funda en Mendoza una revista muy bien presentada “La Ilustración Argentina”, a cargo de Juan Llerena y Bernardo de Irigoyen. Y es el joven Irigoyen quien, al tratar la acción de Sarmiento en Chile y su participación en la usurpación del estrecho, lo llama traidor.
El calificativo es incisivo para Sarmiento. Siente su aguijón. La palabra traidor lo mortifica y la ha de recordar toda su vida. Tal vez tiene conciencia de la verdad que encierra. Pero por el momento no piensa amainar en su actitud. Y con la mayor arrogancia, escribe: “Pero para Chile, para los argentinos y para mi, bástenos la seguridad de que ni sombra de pretexto de controversia le queda (por el asunto del Estrecho) con los documentos y razones que dejo colacionados”. Ya veremos cómo el tiempo lo convencerá del error de esas palabras.
La retracción de Sarmiento
Con la caída de Rosas, Sarmiento vuelve al país. Al parecer ya no se siente chileno. Y como argentino emprende su gran campaña para ascender políticamente. Se radica en Buenos Aires, donde gobiernan sus correligionarios políticos y sus cofrades masones. Y con el tiempo, políticamente llegará a Presidente de la República. Y como masón, al grado máximo: gran maestre.
Pero la política tiene sus encontronazos representados por contrarios, aún dentro del mismo partido, rivales, y toda una gama de antagonismos. Y uno de estos rivales, o contrarios, es nada menos que el general Bartolomé Mitre. Y don Bartola, con el prestigio que le da su militancia en el liberalismo triunfante, escribe en su diario “La Nación Argentina”, ocho días antes de que Sarmiento cruce su pecho con la banda presidencial: “Ud. ha sostenido en Chile contra su patria los pretendidos derechos de un país extranjero para despojarla de su territorio… No creo que haya ningún hombre, cualquiera sea su nacionalidad, que intente justificar al señor Sarmiento, pues, hasta hoy todos los pueblos del mundo han condenado del modo más terrible al que atenta contra la integridad del territorio de su país en beneficio de un gobierno extranjero”.
Y dos días después, “La Nación Argentina” vuelve al ataque: “Sarmiento ha sido el abogado de un gobierno extranjero contra su propio país. El ha sugerido, ha propagado y ha hecho triunfar la idea de hacer despojar a la República Argentina de su territorio. El inició en la prensa la tarea de probar que no pertenecían a la República Argentina, sino a Chile, los territorios de la Patagonia”.
Era el 6 de octubre de 1868. Seis días después, Sarmiento sería el Presidente de la República. Natural que tuviese periodistas amigos y además partidarios. Y sino, allí está su casi suegro (5), el doctor Dalmacio Vélez Sarsfield, con “El Nacional”. Y en este diario se intenta una defensa que es toda una confesión de culpa, ya que tal defensa sostiene que al aconsejar tal medida (6) Sarmiento lo hizo para atacar a Rosas. Certeramente, como una estocada a fondo, Mitre, desde “La Nación Argentina”, responde: “El aconsejar a los gobiernos extranjeros que le arrebaten a la patria sus territorios, ¿es atacar a Rosas o la República Argentina? ¿Son acaso de Rosas las tierras magallánicas o de la República Argentina?”
Como se ve, en la defensa de Sarmiento no se trata de reafirmar la tesis de Sarmiento, sino de justificarla diciendo que era para atacar a Rosas. Si en esos momentos, octubre de 1868, y ya Sarmiento en Buenos Aires y próximo a asumir la primera magistratura del país, no se anima nadie, ni el mismo Sarmiento, a sostener los mismos principios sostenidos en 1843 y 1849, ello significa paladinamente el reconocimiento de que aquellos principios, aquella tesis, eran falsas, porque de ninguna manera se puede aceptar como justificación de la instigación para que Chile se apoderase de parte del territorio argentino, que con ello se perjudicaba a Rosas. Mitre, en su respuesta, está en lo exacto: “El Estrecho y sus tierras adyacentes no eran de Rosas, sino de la República Argentina”.
Si en esta ocasión, año 1868, se hubiese creído que eran justos los argumentos de Sarmiento, esgrimidos el año 1843 y el año 1849, se habría sustentado francamente. En cambio, convencidos Sarmiento y sus partidarios de lo falso de aquellos argumentos, optan por la excusa de que sólo se buscaba perjudicar a Rosas, confesión, repetimos, la más paladina, del mal paso dado por Sarmiento y que provocará la calificación de traidor por parte de Bernardo de Irigoyen, y que ahora, en cierta forma repite Mitre desde las columnas de “La Nación Argentina”.
Pero el asunto de la recriminación a Sarmiento por su ingrata intervención en la usurpación del Estrecho de Magallanes no para allí. Luego de una pausa, se reanuda en 1873. Y se explica. Los chilenos al ver en la presidencia de la República Argentina al hombre que sostuvo ardientemente en la prensa chilena que el Estrecho de Magallanes, sus tierras adyacentes, y la Patagonia eran chilenas, se apresuraron a reavivar el asunto. Y reclamaron la Patagonia.
Volvió Sarmiento a no tener argumentos para defenderse de la acusación que ahora se le hacía. Muchas son las voces que lo acusan y acosan. En Chile, el pueblo se enardece con la cuestión, y hay manifestaciones tumultuosas contra la Argentina y contra Sarmiento. Y tan grave llega a ser la situación, que Sarmiento habla de renunciar a su cargo.
En Chile es embajador argentino don Félix Frías, antiguo unitario. Inicia con Sarmiento una correspondencia, a veces oficial y a veces privada. Frías, con gran entereza, le informa a Sarmiento cuanto ocurre en Chile. Allá se recuerdan y se releen los artículos de Sarmiento en “El Progreso” y en “La Crónica”. No hay excusa ni desmentido posible. Esos mismos artículos se releen también en Buenos Aires por parte de sus contrarios, que son todos altos personajes: Mitre, Rawson, Oroño, Torrens, José Hernández, Navarro Viola… La calidad de estos opositores que lo critican públicamente, lo anonada por momentos. Pero sin argumento, sin justificación a su instigación ante el gobierno de Chile, busca una excusa, una coartada, que no es más que una declaración de culpabilidad. Así es que escribe a Frías el 20 de mayo de 1873: “Los escritos anónimos de un diario chileno que se proponían ser útiles (a Chile) y cuya redacción se atribuye a un joven (7) emigrado argentino, hoy presidente de esta república (no pueden utilizarse) para comprometer (en su cargo, ni se debe) suponer que al Jefe de un Estado lo ligan ideas que pertenecieron a otro país… Es verdad que un diario (de Chile) sostuvo estas ideas, pero ellas no llevan nombre de autor. Yo, López (Vicente Fidel) y Vial redactábamos el diario. Eran anónimos los artículos y no pueden citarse como doctrina de autor aquellas que no llevan su nombre. Todo argumento sacado de allí contra mí es simplemente contra un diario chileno”.
Jamás una retracción tuvo argumento semejante. Sarmiento, siempre había reconocido como suyos aquellos artículos. Más aún, se había envanecido por ellos. Acorralado, sin poder justificarse, acordándose del calificativo de traidor que le aplicó Bernardo de Irigoyen desde “La Ilustración Argentina”, opta por un argumento, el más pueril y ridículo: los artículos eran anónimos; se atribuyeron a un “joven argentino” que ahora es presidente de la Nación Argentina, pero aunque aquel joven es la misma persona que el hoy presidente de la Argentina, no se le pueden imputar como propios, porque serían dos cosas distintas, sin continuidad. Además, dice, “El Progreso” o “La Crónica” no eran redactados exclusivamente por él, sino por dos argentinos más. Y trata de descargar su culpa, su traición, en los demás. O por lo menos, de repartirlas con ellos.
La culpa, pues, la traición a la patria, está probada. Y probada por él mismo, por Sarmiento. Y tanta es su desesperación que le pide al embajador Frías que lo defienda de sus enemigos y que no muestre sus cartas privadas a nadie. El hombre reconoce que no tiene defensa.
Sin explicación lógica y razonable, la actitud de Sarmiento en esta desgraciada cuestión tiene una sola explicación: su falta de sentimiento patrio. Por eso después de Arroyo Grande, renuncia a su nacionalidad argentina y adopta la chilena, y por eso cuando los ingleses se apoderan de las Malvinas, escribe en “El Progreso” el 28 de noviembre de 1842: “La Inglaterra se estaciona en las Malvinas para ventilar después el derecho que para ello tenga… Seamos francos; su invasión es útil a la civilización y al progreso”. Fue el único argentino que aprobó la usurpación de las Malvinas.
El reconocimiento del error
Promediando el año 1878, la cuestión se revivió de nuevo. Y con tal motivo salieron a relucir documentos sobre la cuestión, muchos de ellos que habían estado en poder del ministro de Rosas, F. Arana, y que luego pasaron a manos del Dr. Dalmacio Vélez Sarsfield, en su calidad de principal asesor jurídico del Ilustre Restaurados y ferviente rosista.
Caído el gobierno de Rosas, esos documentos quedaron en poder de Vélez Sarsfield y al fallecimiento de éste en 1875, volvieron al Archivo Nacional, cuyo director, Carlos Guido y Spano, los dio a conocer públicamente. Esos documentos, como lo sabían Rosas y Arana, probaban fehacientemente, como prueban, que el Estrecho de Magallanes y sus tierras adyacentes eran y debieran ser argentinos, como pertenecientes al Virreinato del Río de la Plata.
Ante su conocimiento público, Sarmiento, ya más acorralado que nunca, tuvo que hacer público su error, su culpa, o su traición a la patria, como lo calificaba Bernardo de Irigoyen. Y así, el 19 de julio de 1878 publica en “El Nacional”: “En este estado de cosas la cuestión de Magallanes recibe una solución inesperada. Hemos hecho notar antes que la Cédula de erección del Virreinato sólo habla de resistir a portugueses que invadan la Banda Oriental del Río de la Plata, y de pocos documentos se deduce la vigilancia al Estrecho de Magallanes confiada a esa repartición.
“El doctor Wappaus de Gottinga, examinando los documentos presentados por ambos países, encontraba que hacían falta piezas directas para establecer la adjudicación del Estrecho y tierra adentro como jurisdicción argentina. Pero registrado el archivo del Virreinato que está en poder del Gobierno de la Provincia y no de la Nación como debiera, creemos que su bibliotecario, el señor Guido, se encontró con bastos portafolios de documentos de la administración colonial del Estrecho y costas patagónicas, y entre millares de piezas, las notas del Capitán General de Chile y otras en que declaran como cosa corriente y sabida que el Estrecho pertenece al Virreinato de Buenos Aires”.
“Sucedió, pues, que después de erigida esta nueva administración, por requerirla la importancia comercial que tomaban estos dominios del extremo sur de la América, que los ingleses aparecieron por las islas que llamaron Falckland, las Malvinas, y desde entonces el gobierno de España confió necesariamente la guarda y jurisdicción de las costas patagónicas y vigilancia del Estrecho de Magallanes al Gobierno que estuviese más a mano para prevenir un desembarco que no estaría el Virrey del Perú.
“Concíbese así, porque hay tan voluminosa masa de documentos sobre expediciones a Magallanes de los buques del Virreinato que tenía su estadía en Montevideo, plaza fortificada y puerto de mar.
“En presencia de tales documentos no hay cuestión posible, porque ha desaparecido toda duda sobre la jurisdicción a que correspondía el Estrecho hasta 1810, puesto que Chile responde por boca del capitán general O`Higgins (viejo) que pertenecía al Virreinato (de Buenos Aires) y como tal daba avisos de movimientos y rumores de ingleses que llegaban por allá a su noticia y comunicaba al gobierno respectivo.
“Convendráse también por esta exposición que también la República Argentina ha obtenido el año pasado (8) documentos claros, fehacientes de su derecho, razón que debe hacernos menos severos para juzgar la política chilena, que al principio creía de buena fe en su derecho al Estrecho, que la ambigüedad de los términos del traspaso de Cuyo al Virreinato autorizaba por lo menos una honrada gestión; y que sólo ha declinado de estas buenas cualidades, cuando la malhadada constitución de palabras, Patagonia y Magallanes, vino a perturbar los ánimos y a cambiar la faz de la cuestión”.
Esta vez, ya no en carta confidencial u oficial a Félix Frías, sino públicamente reconoce Sarmiento “su error”, que Bernardo de Irigoyen calificó de traición a la patria. El mismo dice que en presencia de los documentos dados a conocer por el bibliotecario Guido Spano, “no hay cuestión posible”, para agregar que a todas luces el Estrecho y sus tierras adyacentes fueron pertenencia del Virreinato del Río de la Plata. Con todo, quiere achacar la usurpación del Estrecho al gobierno de Chile exclusivamente, callando la participación culpable que él tuvo, cuando dice: “razón que debe hacernos menos severos para juzgar la política chilena”. No, si la acusación que han hecho Bernardo de Irigoyen, Bartolomé Mitre y numerosas personalidades políticas argentinas, no es a la política chilena, sino a él, al argentino don Domingo Faustino Sarmiento, por su empeño tenaz en que el Estrecho fuera ocupado por Chile. Y más aún, todavía quiere defender la actitud de Chile al decir: “que al principio (Chile) creía de buena fe en su derecho al Estrecho”. No, otra vez; quien creía, y no de buena fe, de que el Estrecho era de Chile, era él, Sarmiento. No hubo tampoco equívoco en las palabras Patagonia y Magallanes. La intención de usurpar fue clarísima, con buen distingo de lo que era Magallanes y lo que era Patagonia.
Referencias
(1) Ricardo Rojas en su Historia de la literatura argentina llama a Sarmiento y demás exiliados “los proscriptos”. El calificativo, con propósitos enaltecedores, es injustificado. Los tales eran simplemente exiliados, alejados del país voluntariamente. Proscripto se es cuando a uno se lo echa del país. Sarmiento y sus compañeros no fueron echados: se fueron voluntariamente.
(2) Como muy bien lo destaca Ricardo Font Ezcurra en su libro La Unidad Nacional (Ediciones Teoría, 1963), estos artículos de “El Progreso” no figuran en las Obras Completas de Sarmiento. El recopilador, hallándolos tan antiargentinos, sin duda por ello lo omitió, alegando que no pudo hallar la colección de dicho diario.
(3) Engrandecimiento y prosperidad de Chile, desde luego.
(4) Existe una teoría jurídica internacional aceptada que exime a la tierra de la calificación de “res nullius”; no obstante, los gobiernos, cuando les conviene, hacen caso omiso de la misma.
(5) Sarmiento frecuentaba una hija casada de Dalmacio Vélez Sarsfield, llamada Aurelia.
(6) La usurpación del Estrecho de Magallanes.
(7) Lo de joven es muy relativo. Sarmiento tenía en 1849, año de sus artículos en “La Crónica”, 38 años. Hombre maduro.
(8) Como observa muy bien Font Ezcurra, esos documentos ya eran conocidos con anterioridad.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
De Paoli, Pedro – Sarmiento y la usurpación del Estrecho de Magallanes – Ed. Teoría – Buenos Aires (1968)
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