Era mendocino de origen este Ciriaco Cuitiño cuya actuación política se remonta al año 1818, en que, siendo teniente de milicias bonaerenses, fue designado alcalde de Quilmes. La historia oficial se encarga de consignar que se distinguió en el desempeño de dicho cargo como elemento moralizador de la campaña, ya que se preocupó de limpiarla de gente de mala vida, hasta el punto de hacerse merecedor del elogio gubernamental.
Su actuación en Quilmes se prolongó hasta 1827, año en que renunció al cargo para continuar sirviendo en el ejército. Hacia 1826 había dado que hablar cuando, desde la costa, atacó a una balandra extranjera que se había aproximado sospechosamente. Se radicó en Buenos Aires seguramente durante el gobierno de Dorrego, viviendo en una casa de la calle Defensa. A lo largo del período rosista fue uno de los jefes del cuerpo policial de serenos y un entusiasta miembro de la Sociedad Popular Restauradora, surgida de la Revolución de los Restauradores, en 1833, y en la que tuvo activísima participación.
El cuartel de Cuitiño estaba ubicado en las actuales calles Chacabuco y Chile, en tanto el llamado Cuartel de los Restauradores se hallaba en Defensa, entre México y Chile, solar que después ocupó la vieja Casa de Moneda (actualmente sede del Servicio Histórico del Ejército).
Don Ciriaco Cuitiño jamás quebró su lealtad a Juan Manuel de Rosas, aun derrotado el federalismo luego de la Batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852. En 1853 una vez más estuvo del lado de las fuerzas federales cuando la sublevación del General Hilario Lagos.
Al ser tomado prisionero, después del fracaso de dicha sublevación contra el General Justo José de Urquiza, antiguos compañeros mazorqueros de Cuitiño, tales como Manuel Troncoso, Silverio Badía o federales más estrechamente ligados a él como Pastor Obligado (quien fuera su secretario y consejero en tiempos del Restaurador de las Leyes) se pasaron bochornosamente al bando unitario e hicieron la apología del nuevo régimen triunfante.
Algo similar ocurrió con personalidades como el doctor Dalmacio Vélez Sarsfield, juez de Rosas, el cual ahora incitaba desde su recientemente fundado periódico “El Nacional” -de signo unitario-, a la ejecución de Ciriaco Cuitiño y sus abnegados colaboradores caídos en desgracia, denodados federales sin arrepentimientos. Quería, como fue también el deseo de Florencio Varela, que sean ejecutados sin haberse celebrado todavía juicio alguno.
En el juicio llevado en su contra, Ciriaco Cuitiño tuvo como abogado defensor a Marcelino Ugarte, cuyo hijo sería gobernador de la provincia de Buenos Aires hacia el año 1900. En las audiencias públicas se sugirió que su defensa fue brillante, aunque el acusado sabía que lo iban a fusilar de todas maneras. Un cierto halo de misterio merodeó la sentencia contra el ex miembro de la Mazorca federal, pues la causa no podía –no pudo, de hecho- ser consultada no más que por un muy reducido número de personas y, lo más escandaloso, el legajo del proceso judicial desapareció. Al día de hoy queda únicamente el testimonio de la sentencia del juez en lo criminal Claudio Martínez, publicado por “La Tribuna”, periódico unitario propiedad de los hermanos Varela, en su edición del 30 de diciembre de 1853.
El 29 de diciembre de ese mismo año Cuitiño sería fusilado junto al mazorquero Leandro Antonio Alén, padre del fundador de la Unión Cívica Radical (UCR), Leandro Nicéforo Alem. Este se cambió la última letra de su apellido (la ‘M’ por la ‘N’) para que no sea discriminado el resto de su vida por lo que su padre pudo haber hecho durante la gobernación de Juan Manuel de Rosas.
Cuitiño y Alén fueron ejecutados a las 9 de la mañana, sobre el paredón de la iglesia de la Concepción en Tacuarí e Independencia y luego los cadáveres de ambos se exhibieron colgados por un lapso de cuatro horas ante la vista de todos, en la Plaza de la Concepción (actual Plaza Alfonso Castelao, Avda. Independencia y Bernardo de Irigoyen, en el barrio porteño de Constitución). Asistieron espiritualmente a los condenados el franciscano fray Nicolás Aldazor y el dominico fray Olegario Correa. Concurrieron a presenciar la escena miles de vecinos. Cuando un coronel de las fuerzas que debían ejecutarlos se acercó a Cuitiño y le preguntó por su último deseo, le dijo con toda serenidad: “Denme una aguja e hilo”. Y cuando le trajeron dichos elementos, empezó a coserse tranquilamente el pantalón a la camisa, lo que explicó: “Como después de fusilados nos van a colgar, no quiero que a un federal ni de muerto se le caigan los pantalones”.
Hubo todavía un último acto macabro, cuya finalidad consistía en borrar ante los ojos del pueblo todo vestigio de la administración de Juan Manuel de Rosas: el cuerpo de Ciriaco Cuitiño fue escondido durante varias décadas en una fosa común, en las sombras de la definitiva derrota.
El Coronel Arturo Ossorio Arana fue el encargado de tomar la Escuela de Artillería en la provincia de Córdoba la jornada del 16 de setiembre de 1955, cuando derrocan al Teniente General Juan D. Perón de la presidencia.
Cuando el 6 de diciembre de 1968 fallece, Ossorio Arana es sepultado en la Sección 9, Tablón 55 del Cementerio de la Recoleta. Allí se yergue su tumba, que contiene dos estatuas, una representando a la Libertad y la otra a la Justicia. Según el relato de descendientes del militar Ossorio Arana, debajo de este lugar estaba la fosa común donde fueron arrojados los restos de Ciriaco Cuitiño. Incluso comentó cierta vez el Comandante General (R) Manuel Víctor Scotto Rosende, de Gendarmería Nacional, que cuando era chico acompañó varias veces a su abuela a visitar una tumba sin identificaciones, solamente adornada con una pobre glicina. Ella misma le dijo que allí estaba enterrado Ciriaco Cuitiño. Era, dijo entonces Scotto Rosende, el espacio donde hoy yacen los restos y el mausoleo del Coronel Ossorio Arana.
No existe sitio o placa que recuerde al Coronel Ciriaco Cuitiño, pero sí una canción compuesta por Ignacio Corsini llamada “Tirana unitaria”, tema que nunca más fue reeditado, y que versa acerca de un Cuitiño despojado de la exagerada malevolencia con que fue escrito y divulgado para la historia. Sus versos dicen así:
Tirana unitaria, tu cinta celeste
até en mi guitarra de buen federal,
y en noche de luna canté en tu ventana
más de un suspirante cielito infernal.
Tirana unitaria, le dije a Cuitiño
que tu eras más santa que la Encarnación
y el buen mazorquero juró por su daga
que por ti velaba la Federación.
Tirana unitaria, los valses de Alberdi
quién sabe hasta cuándo bailaremos más,
ni tus ojos negros buscarán los míos
en las misas de alba de San Nicolás.
Tirana unitaria, me voy con Oribe
y allá en las estrellas del cielo oriental
seguiré cantando, tus ojos no teman
porque de Cuitiño te ampara el puñal.
Tirana unitaria, las rosas del barrio
te hablarán del día que te dije adiós,
y los jazmineros soñarán los sueños
que en días felices soñamos los dos.
Tirana unitaria, dame la magnolia
que aromó en la noche que me vio partir
bésame en los labios paloma porteña
que me siento triste, triste hasta morir.
Tirana unitaria, no olvides los versos
de aquella mañana, de aquella canción
que cantamos juntos el día de mayo
que supo el secreto de mi corazón.
Tirana unitaria, mi vieja guitarra
seguirá cantando tu sueño de amor,
y mi alma en las noches de luna
soñará por verte, por verte
en la tierra del Restaurador.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
González Espul, Cecilia – Una Tumba para Ciriaco Cuitiño
Chávez, Fermín – Iconografía de Rosas y de la Federación – Buenos Aires (1970).
Portal www.revisionistas.com.ar
Turone, Gabriel O. – Ciriaco Cuitiño – El Ultimo Mazorquero de la Santa Federación.
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