El dominio de los ríos argentinos

Adolphe Thiers (1797-1877

Montevideo no interesaba a Francia, sino como posición estratégica de dominio. Era la llave del Río de la Plata. La independencia del Uruguay, lograda por los esfuerzos coaligados de los extranjeros –ingleses, franceses, brasileños- en confabulación con un partido argentino, entregaba, con las bocas del Plata y los ríos interiores, las riquezas del país a la voracidad colonizadora de Europa. El dominio de Montevideo significaba para Francia una posición de privilegio con respecto a sus rivales en la distribución de esas riquezas.


Rosas representaba la resistencia nacional a las tentativas de usurpación y de despojo. Había que destruir el poder de Rosas: el militar, en primer término, sostenido por las rentas de los ríos nacionales, y con el que se le quitaba “el medio de hacerse respetar” (Thiers); el político después, como consecuencia natural, impidiéndole que impusiese normas en el territorio argentino. Pero el poder de Rosas era el poder de la Nación. Con la independencia del Uruguay era, pues, la dependencia de Argentina –y del Uruguay, desde luego- lo que se obtenía: con Rosas en su época; sin Rosas, después, y para siempre.


Ese era el plan imperialista cuya ejecución se disputaban aquí Francia e Inglaterra, en dichosa rivalidad que provocó, en parte -¡y sólo en parte, desgraciadamente!- el fracaso de los invasores. Nadie expuso mejor que Adolphe Thiers ese plan siniestro, en 1850, cuando, ya firmada la paz con Rosas por el almirante Le Predour, intentó en la Cámara destruir el tratado en un esfuerzo colosal de su oratoria. Escúchenlo los que buscan en las expresiones escritas las pruebas del imperialismo francés en el Río de la Plata:


“¿Es que la presencia de franceses en Montevideo –decía, arrojando la máscara- es el único motivo que os ha hecho intervenir en la cuestión? ¿Es que no ha habido otra razón para firmar la independencia del Uruguay? ¿Y no es ella todopoderosa? ¿Y cuál es? Vosotros tenéis un interés invariable, un interés que todas las circunstancias no podrán cambiar: un interés invariable en que Montevideo sea independiente de Rosas.


“¿Por qué, señores, en las guerras anteriores, habéis comprometido a Montevideo (yo os probaré siempre que vosotros la habéis comprometido, vosotros que hoy la abandonáis)? ¿Qué es lo que hizo que os sirviérais de Montevideo, eso por lo que hoy está ella reducida a una situación desgraciada que tanto debe interesarnos? Es que no podéis entrar en el Plata, si Montevideo no es vuestro; no podéis obtener justicia (¡¡) de Rosas, del Entre Ríos, de Corrientes semidependiente, del Paraguay independiente del todo, si las bocas del Plata no están abiertas para vosotros. Ellos quedarán cerrados para siempre si el poder que está en Buenos Aires es el mismo que esté en Montevideo. He aquí por qué los ingleses mismos han querido la independencia del Uruguay; he ahí por qué vosotros la habéis establecido en un tratado. ¿Puede desplazarse ese interés? ¿No consistirá eternamente (¿con o sin Rosas) en que las bocas del Plata queden abiertas para que podáis entrar por ellas siempre y, sobre todo, para que no haya en ellas un tirano de esos ríos que son la gran riqueza del país? (¡He aquí por qué Rosas era tirano!).


“Se os ha hablado de la perforación del istmo de Panamá. Es algo muy lejano. Aquí las riquezas de aquellos ríos son algo actual, no librado a las eventualidades de las empresas de las compañías americanas. Vuestros barcos, vuestros vapores, suben por el interior de esos ríos hasta la Asunción, 450 leguas tierra adentro. Es como si un barco entrase por las aguas de Holanda, y llegase por ellas hasta Viena. Y bien, esos ríos, la riqueza del país, que están bordeados por ricas tierras –razón por la cual los colonos se trasladan a ellas en masa- deben estar abiertos. Si no lo están, veréis a Rosas (¿a Rosas y al poder nacional de todas las épocas?) apoderarse pronto de todos los peajes, establecer derechos en ellos, dominar en todas partes y no permitiros comerciar sino bajo su voluntad. No solamente no podríais entrar por los ríos para haceros respetar (!!), sino que tampoco podríais comerciar en ellos sin pagar un peaje. Y bien, yo os digo que esto es una cosa importante, que es de un interés inmenso. ¿Sabéis qué es lo que hace el poder de Rosas? ¿Sabéis qué es todo lo que ha hecho Rosas? El se ha mostrado hábil, muy hábil. Como militar es la irrisión de América, pero como político es un hombre de una gran habilidad. Es como uno de esos pequeños tiranos de Italia en la Edad Media. Por su habilidad, por su destreza, ha sabido apoderarse de todos los puntos importantes para establecer peajes. Rosas es un hombre cruel, es un hombre bravío y salvaje (!!), pero lleno de habilidad. Toda su conducta lo prueba, es muy hábil. He aquí cómo ha establecido su poder”.


Y después de explicar la “bella operación” que –insiste- con su “habilidad” (¿militar?) había realizado Rosas, convirtiendo su caballería en una infantería “excelente” –Rosas creó la moderna infantería montada- la cual –dice- “lo ha ayudado a aumentar su poder, a sofocar las revueltas, a dominar y a hacerse dueño del país” (¡una irrisión de militar!), preguntaba Thiers a sus colegas:


“Y bien: ¿sabéis con qué dinero paga él esa infantería? La paga con los peajes de los ríos. Cuando le hayáis hecho dueño (?) de esos ríos, le habréis dado el verdadero poder (¿a Rosas y al país?); cuando le hayáis dado (?) las bocas de esos ríos, le habréis dado el medio de hacerse respetar (¿a Rosas y al país?) y habréis perdido los medios de comerciar sólidamente y le habréis entregado todo el comercio del país. (¿A Rosas y a los argentinos?).


“La independencia del Uruguay es, pues, de un interés inmenso, un interés sin el cual vuestra situación en la América del Sur será siempre precaria. No podréis presentaros en ella. Y bien, ¿ha cambiado ese interés? ¿No tenéis ahora el mismo interés de antes en que Montevideo y Buenos Aires no estén en la misma mano? Yo pregunto si ese interés ha sido desplazado”.


Con estos antecedentes, tan poco conocidos entre nosotros, nadie podrá sostener ahora que ese “interés inmenso” no existía y que los franceses intervinieron en 1838 sólo para sacar de la cárcel al talentoso litógrafo Bacle y al habilidoso almacenero Lavié. No en vano era Thiers un gran historiador y este fragmento de su discurso del año 50, magnífico capítulo de la historia argentina, pesará más que cualquier otro alegato en el espíritu de las nuevas generaciones, como prueba de cuáles fueron, en realidad, los propósitos de la intervención francesa en el Río de la Plata.


La conquista por la violencia


En cuanto al método de la conquista, Francia temía aplicar el de la violencia, por las complicaciones que podía acarrearle con Inglaterra y sólo lo había aplicado en alianza con ésta, pero Thiers no lo consideraba definitivamente excluido y ensayaba prestigiarlo ante sus compatriotas del Parlamento. Es bueno que conozcamos sus puntos de vista y su argumentación en ese sentido. En el mismo discurso de 1850, citaba a M. Eugène Guillemot, antiguo ministro francés en el Brasil, cuando había dicho:


“Una lucha flagrante se traba actualmente en el Plata entre dos principios: uno que es favorable a la agregación europea; otro que le es contrario. Si triunfa el último, veremos caer infaliblemente nuestro tratado con el Brasil y surgir, en su lugar, quizá una guerra, consecuencia de la ruptura de ese tratado, guerra que sería indispensable a nuestro honor y a nuestros intereses, pero que comprometerá a todos nuestros establecimientos”.


Thiers identificaba, como vemos, el honor de Francia con sus intereses comerciales y preveía como inevitable para la defensa de estos últimos, no sólo la guerra con los países del Plata, sino también con el Brasil, su aliado a la sazón.


“Así, señores –proseguía-, yo afirmo que la situación es siempre ésta: Cualquiera sea la conducta que adoptéis, vuestro poder se debilita en toda América del Sud, donde tenéis grandes, inmensos intereses comerciales, todos vuestros intereses del porvenir, del porvenir marítimo. Una colonia que era enteramente francesa, que permanece francesa, algunos de cuyos miembros, apremiados por la miseria, se han desplazado momentáneamente, pero que volverán a Montevideo, porque allí están los intereses que los llaman; una colonia que os es indispensable para navegar en el Plata; una colonia cuya caída expone al Brasil a peligros muy grandes: he ahí intereses ciertos (Rumores)”.


Y en otra parte: “Sí, lo repito: el interés francés subsiste en Montevideo. No es solamente del interés individual de nuestros nacionales, sino del interés de vuestro poder que Montevideo no caiga bajo la mano de Rosas; es también un interés francés el interés del Brasil, porque si el Brasil es amenazado de conmociones internas y sucumbe, vuestro comercio en él se perderá y durante mucho tiempo. He ahí intereses incontestables”.


Y luego, todavía: “He ahí, pues, a la vez, el interés permanente de vuestro comercio en el Plata, vuestro interés político y los deberes de la lealtad. ¡Cómo! Cuando hayáis sacrificado todo a un mismo tiempo, ¿creéis que podréis presentaros en esos mares en condiciones de haceros respetar? Esto es imposible de creer y de suponer. Y el tratado que se ha osado confesar aquí, señores (el tratado de Arana con Le Predour), ese tratado, lo declaro, es la realización de toda la política de Rosas contra nosotros en todo sentido”.


Analizaba luego el tratado demostrando que significaba un triunfo absoluto de Rosas sobre Francia y al proclamar la necesidad de reconquistar por la fuerza lo perdido diplomáticamente, añadía:


“Digo, pues, que me siento confundido por mi país, que en presencia de tales hechos, de tales intereses tan evidentes, levanta estas montañas de fábulas sobre las dificultades de la expedición. ¡Qué! ¿Se pretende que es un asunto como el de Argelia, otra Argelia? Oigo decir: Sí, la expedición es posible; bien se sabe que algunos miles de bravos franceses concluirían con las tropas que rodean a Montevideo. Pero, se agrega: ¿y después?.


Lo que detenía, pues, a los franceses que se oponían a la política de Thiers no era el sentimiento de la justicia o del derecho, sino el temor a las consecuencias de una guerra con Rosas en el territorio argentino. La famosa carta de San Martín había despertado naturales recelos sobre la eficacia de los franceses frente a los que habían desecho a los británicos en 1807. Pero Thiers no alimentaba esos temores. Su belicosidad era más fuerte que todo. Consideraba fácil la conquista de Buenos Aires y lo decía sin eufemismos desde su banca:


“¡Cómo! Hace algunos días, bajo nuestros ojos, los americanos del Norte, con tropas cuyo número no excedía de 5.000 hombres, han dado cuenta de México y han hecho la más bella conquista; los ingleses, con 4.000 hombres de tropa y 3.000 marineros, han dominado el imperio chino. (Exclamaciones en la derecha).


“En la izquierda: -¡Sí! ¡Sí!


“M. Thiers: – Señores, no puedo responder a todos los interruptores que quieren discutir con sus vecinos mis aserciones. Pero, ¿es cierto, sí o no, que, bajo nuestros ojos, América acaba de conquistar a México?


“¿Es cierto que Inglaterra, con 4.000 hombres de tropas europeas y 3.000 marinos ha concluido con el imperio de China, lo ha obligado a entregar y a aceptar el opio, el opio? (Risas de aprobación).


“M. Barré: – ¡El opio y el comunismo!


“M. Thiers: – ¡Que vengan, pues a decirnos que esto será una verdadera dificultad para Francia!


“Una voz a la derecha: – ¡No! ¡No!”.


Y por último: “Y bien, estoy humillado, lo confieso. Tengo tontos prejuicios es cierto. Se me concede algunas veces un poco de buen sentido; pero tengo tontos prejuicios que me vienen del pasado. Soy muy sensible a la dignidad de mi país; no exagero mis fuerzas. Sí, estoy humillado, cuando veo lo que ha pasado recientemente, sea en América, en China y en varias partes del mundo y se viene a decirme que es una dificultad seria para nosotros concluir con Rosas. Pero el último gobierno, que tanto ha sido acusado de debilidad, era heroico con relación a vosotros, permitidme que os lo diga. (Risas de aprobación en la izquierda)”.


En fin, la conquista del país argentino era una cuestión de dignidad nacional para Francia; renunciar a ella significaba una humillación, porque sólo traducía el miedo a la conquista. Ese es el pensamiento de Thiers y las izquierdas, los aliados de los unitarios.


Fuente

De Laferrere, Roberto – El nacionalismo de Rosas . Ed. Haz – Buenos Aires (1953).

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

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