La fundación oficial de la masonería en la República Argentina data del 9 de marzo de 1856, con la apertura de la logia madre “Unión del Plata”, que sesionó en sus primeras “tenidas” en una finca ubicada en la esquina de Brasil y Balcarce, junto al parque Lezama. Su “regularización” la recibió del Supremo Consejo del Uruguay, el 11 de diciembre de 1857.
Allí funcionaban logias masónicas que recibieron su regularización del Brasil en 1855, donde a su vez se hallaba constituido el Supremo Consejo masónico regularizado desde 1819, que agrupó las logias ya existentes desde 1821.
En la logia francesa “Amis de la Patrie”, que funcionaba en Montevideo desde 1841, se afilio Giuseppe Garibaldi; y en la logia-madre del Uruguay “Asilo de la Virtud”, se reunían, desde 1832, ingleses y rioplatenses.
Después de la batalla de Caseros, los primeros masones que instalan sus logias en la Argentina, son los extranjeros. Los franceses fundan en 1852 la logia “Amie des naufragés”; y más tarde, las logias “Amis de la verité” y “Humanité Fraternité”.
Los ingleses crean la logia “Excelsior” en 1853, y luego “Estrella del Sur”. Tal vez hubo por esos años algunas logias españolas e italianas, y probablemente algún “taller” mixto que funcionaba en 1855 con masones argentinos y españoles bajo la jefatura de Miguel de Valencia. Más adelante los italianos fundarán las logias “Italia”, “Unión Italiana” (a la que perteneció José Ingenieros y su padre), “Roma”, “Sette Colli”, “Leonardo da Vinci”, etc.
Entre los primeros catorce masones argentinos inscriptos en 1856 en la logia madre para la República Argentina. figuran: Domingo Faustino Sarmiento (iniciado en 1854 en la logia “Unión Fraternal” de Chile), y Santiago y Francisco Albarracín. Dicen los masones que en 1856 “se reinicia la tradición masónica en la Argentina”.
Del Gran Oriente de Francia dependía la logia “Etoile du Pacifique” de Chile, fundada en Valparaíso en 1850 y de la cual nació la logia-madre de Chile “Unión Fraternal”.
La logia Unión del Plata, a los ocho meses de su creación, dio origen a la logia “Confraternidad Argentina”, nacida a raíz de las luchas políticas de la época entre los intransigentes “pandilleros” (unitarios) y los moderados “chupandinos” (federales), que hicieron forzosa la separación de los “hermanos” porteños.
En el curso del año 1857 se fueron creando en Buenos Aires las logias: Consuelo del Infortunio, Tolerancia, Regeneración, Lealtad, Constancia, Verdadera Iniciación y Fraternidad; y en el Interior: Unión y Filantropía de Gualeguaychú, Jorge Washington de Concepción del Uruguay y San Juan de la Fe de Paraná; donde se iniciaron José Roque Pérez, justo José de Urquiza, Antonio Zinny, Adolfo Saldías, Carlos Urien, Juan Andrés Gelly y Obes, Mariano Billinghurst, Emilio Mitre, etc. (1)
Con tales “columnas” o logias generadoras del Supremo Consejo y Gran Oriente Argentino se constituyó el 22 de abril de 1858, la Potencia masónica de la República con su Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo y Gran Maestre del Gran Oriente, el abogado José Roque Pérez, de destacada actuación en la masonería nacional.
José Roque Pérez, iniciado en la masonería en agosto de 1856 y elegido para la “veneratura” de la Unión del Plata en mayo de 1857 –en sustitución de Miguel de Valencia, promotor del primer cisma masónico-, había recibido el grado 33 del Supremo Consejo del Uruguay, a quien solicitó, el 13 de setiembre de 1858 –en nombre de todos los “hermanos” argentinos- la “regularización” del Gran Oriente y del Supremo Consejo para la República.
El Supremo Consejo, uruguayo, constituido oficialmente en 1855, por carta patente que le concediera el cuerpo similar brasileño, otorgó carta constitucional a la masonería argentina, el 21 de setiembre de 1858; incorporándose de esta manera a la familia masónica universal.
“Después de la larga noche de la tiranía rosista –dicen los masones- la masonería, que vivió oculta o semioculta, reabre sus “trabajos”; para replegarse luego en el silencio de sus “talleres” al terminar el período inquieto de la organización nacional”. (2)
En 1904 eran 190 las logias en la Argentina, que formaban el Gran Oriente del Rito Azul, el Gran Oriente del Rito Argentino, el Gran Oriente del Rito Confederado y otros seis grupos más.
Euforia liberal de la época
La euforia liberal de la época y el esnobismo tentador llevaron a las logias a muchos hombres públicos argentinos –como sucedió en Francia en el período prerrevolucionario-. La novedad del momento cautivó a los vacilantes en su fe, carentes de sólida formación religiosa; y se afiliaron a la masonería, cuya finalidad última desconocían completamente, pero de la cual fueron dóciles instrumentos desde las altas esferas del gobierno. Porque una es la masonería ordinaria o de aparato: la de los banquetes, fiestas y reuniones, y otra la alta masonería oculta, la principal, la gran responsable. La experiencia históricamente ha comprobado que a veces se han afiliado a la masonería verdaderos patriotas, los cuales, cuando aparecieron los fines reales de la Orden, creyeron que eran desviaciones, y entonces reaccionaron.
Es innegable que la masonería ejerce una considerable fuerza de atracción, porque fomenta la natural tendencia mística del espíritu humano hacia el encanto del misterio y lo secreto; halaga el orgullo del hombre, prometiéndole la quintaesencia de la sabiduría; se muestra a las almas ansiosas de verdad y certeza –pero apartadas de Dios- como la religión universal del porvenir, de la cual todas las religiones pasadas y presentes no serían más que etapas históricas o pasajeras; y se presenta a los ojos de todos con las más atrayentes apariencias, ocultando, bajo su disfraz e hipocresía, los designios más aviesos.
Al hablar de este período de nuestra historia, dice Atilio García Mellid: “Después de Caseros y Pavón se inició la ofensiva destinada a abatir las substancias católicas de nuestra vida, programa compacto de abatimiento de nuestras bases religiosas. El liberalismo asimiló los principios naturalistas y positivistas, constituyéndose en una verdadera filosofía que negaba al ser y a la nacionalidad y a todo el conjunto de sus valores espirituales. Esta etapa dio primacía a los intereses materiales y coincidió con el auge del liberalismo económico y la penetración del capitalismo imperialista. Era la pérdida irremediable de nuestra soberanía. Para disimularlo, la oligarquía concibió su plan laico como una forma de defensa de la soberanía del Estado frente a los “abusos” que en materia de matrimonio y educación consumaba la Iglesia… El liberalismo desfiguró nuestra fisonomía tradicional, violentó nuestras convicciones espirituales, comprometió nuestra independencia, dilapidó nuestras riquezas, traicionó las justas aspiraciones del pueblo, abatió las columnas que defendían nuestra soberanía y falsificó los hechos históricos para desalentar toda posible empresa recuperadora… Los liberales de hoy están en la misma línea de pensamiento que sus antecesores liberales de ayer o de hace un siglo….. Siguen empacados en l avieja huella en que se atascaron sus abuelos…”. (3)
Uno de los acontecimientos masónicos de mayor trascendencia nacional fue, sin duda, la “Magna Tenida” del 21 de julio de 1860, realizada bajo la presidencia de Roque Pérez, en el local del antiguo Teatro Colón –donde tenía su sede la masonería, y que corresponde actualmente al sitio que ocupa el edificio del Banco de la Nación Argentina-. En esa histórica reunión el Supremo Consejo de la masonería argentina confirió el grado 33 –según reza el acta o “plancha” labrada en tal ocasión- “a los ilustres hermanos Santiago Derqui, presidente de la República Argentina; general Bartolomé Mitre, gobernador del Estado de Buenos Aires; Domingo Faustino Sarmiento, ministro de gobierno de Buenos Aires, y coronel Juan Andrés Gelly y Obes, ministro de guerra de mismo Estado; y regularizó en el mismo grado al gobernador de Entre Ríos, general en jefe de los ejércitos de mar y tierra de la República, ilustre hermano Justo José de Urquiza”. (4)
Urquiza había recibido el grado 33 del “escocismo masónico” en la logia Jorge Washington de Concepción del Uruguay.
Compromiso de honor Urquiza-Mitre
El masón Martín Lazcano bautizó este acto –que epilogó el 27 de julio en la logia Unión del Plata con el juramento sobre la escuadra y el compás por parte de Mitre y Urquiza-, con el sugerente nombre de “compromiso de honor Urquiza-Mitre”; que tendrá su explicación histórica inmediata en la “misteriosa” y “milagrosa” retirada de Urquiza en la batalla de Pavón del 17 de setiembre de 1861, dejando el triunfo fácil a Mitre, que fue el primer sorprendido de la “victoria”. Poco antes de Pavón, el 20 de abril de 1861, Urquiza escribía al general Rudecindo Alvarado: “El círculo pérfido de Buenos Aires traiciona todas mis esperanzas y todos mis esfuerzos. Están decididos a no traer a Buenos Aires a la unión, sino a condición de someter a las demás provincias al capricho, a la ambición y a la voluntad de ese mismo círculo… El plan es manifiesto. Se proponen hacer del Liberalismo lo que Rosas hizo de la Federación: el ariete para destruir, para dividir las provincias y para construir el despotismo absurdo de ese círculo a que deben sacrificarse”. Desde tal fecha, Urquiza es un juguete en manos de Mitre.
Después de Pavón la paz fue efímera, pues los agentes de Mitre sembraron el terror en las provincias, regaron el territorio patrio con la generosa sangre criolla y “convirtieron el país en un vasto osario”, según leemos en los periódicos de la época (5); de acuerdo con la consigna de Sarmiento de “no economizar sangre de gauchos”, a quienes apodaba “chusma criolla, incivil y ruda”.
La única paz que se consiguió fue la de los cementerios.
Ya en 1844 desde Chile aconsejaba Sarmiento cuáles debían ser los “métodos civilizadores”, a saber: “Debe darse muerte a todos los prisioneros y a todos los enemigos. Es preciso desplegar un rigor formidable. Todos los medios de obrar son buenos y deben emplearse sin vacilación”.
Las provincias se levantaron indignadas, estrechando filas junto al general Angel Vicente Peñaloza, llamado el Chacho, el cual morirá a manos de los sicarios de Mitre y de Sarmiento en 1863. Otras sublevaciones se produjeron luego en 1867 y 1868, pero también fueron sofocadas por los procónsules extranjeros del ejército nacional, encargados por los despóticos señores de la “ilustración y del progreso”, de la “limpieza o cura de brutalidad de la civilización sanguinaria”.
Ambrosio Sandes –que enlutó las provincias por donde pasó con sus hordas- comunicaba a Mitre: “Todos han sido pasados por las armas según la orden de V. Excia.” Así se cumplía el plan de la guerra punitiva que llevaron al Interior los ejércitos mitristas comandados por los generales uruguayos, a sueldo de los liberales porteños. (6)
El 22 de enero de 1862 Sarmiento escribía a Mitre comunicándole que tal obra de arrasar toda resistencia provincial, sólo era posible por medio de un ejército nacional “compuesto de extranjeros enganchados, pues los criollos no son seguros”.
“A nombre de la “libertad” y de los “principios” –dice Julio Victorica al hablar de la presidencia de Mitre- se cometieron los mayores excesos. En todo el país se hablaba, como de lo más natural, de exterminio y de muerte”. Y refiere que el diario de Sarmiento, “El Nacional”, insistía en que los mismos métodos debían aplicarse a los indios. “Apliquemos estos principios al indio –escribía el “gran educador”-. Llevémosle la guerra de exterminio. Sin ni siquiera perdonar el pequeño que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado. Indios como Lautaro y Caupolicán son canallas y asquerosos, cuyo providencial exterminio es muy útil, pues son incapaces de progreso y cultura”. (7)
Finalmente la inicua, impopular y desastrosa Guerra del Paraguay –la Polonia de América- en la cual inútilmente se sacrificaron en la sola batalla de Curupaytí, nueve mil vidas argentinas, concitó el clamor popular y cerca de ciento veinte revoluciones tuvo que soportar Mitre en su ajetreada presidencia, de la cual dijo Sarmiento, en carta a Sarratea el 15 de junio de 1869, que “por la ineptitud de su caudillo, sólo vergüenza ha traído a la República”.
Al terminar la guerra en 1870 con la muerte de Francisco Solano López, Sarmiento –presidente de la República- escribía a la educadora protestante norteamericana Mary Mann: “Es providencial que un tirano (López) haya hecho morir (en esta guerra) ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana”.
Sarmiento decía que había que acabar con la “barbarie” y el “salvajismo” de todo hispano y autóctono y abrir las puertas al “progreso” y a la “civilización” que –según él- sólo nos podía llegar del extranjero, por vía de Francia, Inglaterra y Norteamérica.
Los primeros liberales terminan en las mayores tiranías, y en aras de la deidad masónica se sacrifican también la fe de la más pura amistad y el culto supremo de la verdad.
Referencias
(1) Lazcano, Martín – Las sociedades secretas, políticas y masónicas – Buenos Aires (1927)
(2) Revista Símbolo – Setiembre de 1948
(3) García Mellid, Atilio – Proceso al liberalismo argentino – Buenos Aires (1957).
(4) Castro, Antonio – Urquiza y la Masonería, en Rev. “Historia”, Nº 2, Buenos Aires (1955).
(5) Chávez, Fermín – Civilización y barbarie – Buenos Aires (1956).
(6) Palacio, Ernesto – Historia de la Argentina – Buenos Aires (1954).
(7) Gálvez, Manuel – Vida de Sarmiento, pp. 150 y siguientes.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar.
Rottjer, Aníbal A. – La masonería en la Argentina y en el mundo – Ed. Nuevo Orden – Buenos Aires (1973).
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