Después de la reorganización del ejército por el coronel Soler el 16 de diciembre de 1814, la 1ª división del coronel Manuel Dorrego, antes de marchar hacia el Norte, permanece en San José algunos días dando descanso a sus tropas, reorganizándolas, proveyéndose de munición, caballos, etc., para estar en condiciones de emprender este nuevo avance, en situaciones tan difíciles como desventajosas, por el desconocimiento del terreno, y tener que actuar con una población completamente hostil, con tan pocos efectivos, entre los que había tantos europeos destinados, pues para esta campaña, se calculó con la cooperación de las tropas argentinas existentes sobre la margen derecha del Uruguay, en la provincia de Entre Ríos.
El coronel Dorrego con su división partió de San José el 21 de diciembre a las 2 de la tarde, marchando por las cuchillas Grande del Oeste, acampando el día 27 en las puntas del arroyo del Perdido, próximo al paso de la Calera de Peralta.
Al día siguiente cruza el arroyo del Perdido y se dirige hacia el río Negro, por el paso de Vera, a pesar de la fuerte resistencia que le ofreció Lavalleja, jefe de la vanguardia de las fuerzas de Rivera (las fechas exactas y campamentos diarios hasta el río Negro son poco conocidos por haber perdido el coronel Dorrego el diario de marcha durante el combate de Guayabos (o también llamado combate de Arerunguá). Tres leguas antes de llegar al paso de Vera, el coronel Dorrego destacó al teniente coronel Vargas, con ciento cincuenta hombres, para que marchara hasta Vegueló, y reconocer hasta las inmediaciones de Mercedes, pues según informes recogidos sobre la marcha, se decía que en este pueblo existían algunas fuertes partidas enemigas. Se comprobó la inexactitud de esos informes, pero el reconocimiento no dejó de producir algunos beneficios, pues se recogieron de paso algunos caballos.
Otro destacamento con igual número de tropa se destacó hacia el paso de Yapeyú, situado sobre el mismo río Negro.
Este paso se encontraba ocupado por Artigas, con las milicias de Mercedes y Soriano, las que al ver llegar a los nuestros, abrieron un fuego vivo, el que fue contestado de inmediato, en un combate que duró, desde las dos de la tarde hasta muy entrada la noche, ocasión que aprovecharon las fuerzas adversarias para emprender la retirada. Cuando supo el coronel Dorrego de la resistencia que ofrecían estas milicias al paso de los nuestros por Yapeyú, se dirigió con el resto de la división sobre el paso de Vera, donde también se trabaron en combate por la defensa del paso, pero fueron prontamente desalojados de su posición defensiva, franqueando el obstáculo el día 29, y por más que se trató de cortar la retirada a las milicias de Mercedes y Soriano que ofrecieron resistencia en Yapeyú y que se dirigían por el paso de los Cobres, ésta no pudo lograrse por su rápido alejamiento del lugar y otras circunstancias.
En este día (el 29) se tomaron dos carretas con familias y se interceptaron unos oficios de Artigas, Otorgués y Fructuoso Rivera, por los cuales, se enteró el coronel Dorrego del plan de operaciones del adversario, que consistía en retroceder con la mayor parte de sus fuerzas, para incorporarse con las de Blas Basualto (Blasito), en las proximidades del paso de Mercedes, más al norte de Belén, dejando en observaciones a la división de Fructuoso Rivera, las milicias de Mercedes, Soriano, Paysandú (Sandú), etc., y una parte de los Blandengues, con el propósito de hostilizar a la División Dorrego, hasta que ésta llegara a Belén. El coronel Dorrego durante los días 27, 28, 29 y 30 y posteriormente lo hizo tres veces más, se dirigió al coronel Hortiguera, solicitándole que lo apoyara y auxiliara con su división en este trance, pero no obtuvo ninguna ayuda, pues dicho coronel avanzó desde San José hasta los Porongos, muy distante de donde se encontraba el coronel Dorrego, regresando después de Arerunguá, nuevamente al punto de partida, San José.
Como el día 30 no llegara el coronel Hortiguera, y el coronel Dorrego dudaba de que éste le fuera a prestar auxilio, le ordenó al teniente coronel Viera, que se le incorporara a la división, al mismo tiempo pidió al coronel Viamonte, que se encontraba en Concepción del Uruguay, desempeñando en esa fecha las funciones de teniente gobernador de la provincia de Entre Ríos, que lo auxiliara con quinientos caballos, y con ciento cincuenta hombres hijos del país, y de un cañón, a más de los cien hombres del comandante Viera, que se encontraban en Paysandú. Durante cinco días consecutivos mandaba frecuentes chasques al coronel Viamonte reiterando su pedido, y recién cuando la división llegaba al Potrero de Queguay (31 de diciembre) recibió una contestación nada alentadora del coronel Viamonte, rehusando el auxilio bajo varias fútiles protestas, y a la vez le transmitía una orden que poseía del Supremo Gobierno, en que se le ordenaba, que los hijos del país que se encontraban a órdenes del coronel Valdenegro, podía disponerlos el coronel Dorrego en ausencia del coronel Soler. De acuerdo con esta orden que tenía Viamonte, volvió Dorrego a despachar otros cuatro chasques sucesivamente, reiterando otra vez más, el auxilio de cien o ciento cincuenta hombres y de cuatrocientos caballos, sin haber logrado el envío ni siquiera de un solo hombre. La mala voluntad del coronel Viamonte influyó perjudicialmente sobre el éxito de esta campaña.
La división permaneció en el Potrero de Queguay, durante ocho días a la espera de los refuerzos solicitados, pero solamente se incorporó el teniente coronel Viera con cincuenta europeos, pues el cañón y los cien hombres más en auxilio que debía traer este jefe, quedaron en Paysandú, en espera de la orden de marcha que debía impartir el coronel Viamonte, y como no la dio, allí quedaron esos cien hombres, hasta después de ser batido Dorrego. El coronel Valdenegro había hecho múltiples gestiones ante el coronel Viamonte para cruzar el río Uruguay, y concurrir en auxilio de Dorrego, pero Viamonte no se lo permitió, con diferentes pretextos y reproches inverosímiles y en esta situación, Dorrego resolvió avanzar a Arerunguá con la esperanza, de que Valdenegro que con sus fuerzas se encontraba en Entre Ríos, se le pudiera unir por el Salto. Por otra parte, en el Potrero del Queguay, empezaba a escasear el pasto, y se estropeaban de los bazos las caballadas (mal del bazo). Antes de iniciar la marcha, se mandaron a tres personas por distintos caminos, para informarse, si el adversario se encontraba en Arerunguá, los que al regresar informaron en igual tenor, de que no había persona alguna en esos parajes, pues las tropas enemigas se habían retirado por el camino de Mataojo hacia Mercedes.
Durante la permanencia en el Queguay a las puntas del Arerunguá o Cañada Honda, media legua distante del paso de los Guayabos, la 1ª división empleó tres días de marcha (días 8, 9 y 10 de enero de 1815) en recorrer esta distancia, y el teniente coronel Viera, que este día marchaba con treinta hombres al frente de la columna como vanguardia, comunicó que antes de llegar al paso de Guayabos, se encontraba una fuerza como de cincuenta hombres, pertenecientes al escuadrón de Lavalleja, que con el resto del efectivo de esta unidad, guarnecían los pasos de las picadas. En el acto Dorrego pasó a reconocer al oponente, ordenando que las tropas que se encontraban acampadas en la Cañada Honda ensillase y marchasen hacia aquel punto. Dorrego, desde una altura próxima al paso observó que en las colinas inmediatas del otro lado del obstáculo, se encontraban dos divisiones enemigas, sin lograr ver, las que se encontraban en el bajo detrás de las colinas.
Con las tropas de la vanguardia, acompañado de los tenientes coroneles Vargas y Viera, Dorrego hizo retroceder al escuadrón de Lavalleja, tanto en el paso como en los de las picadas, manteniéndolas en su poder hasta la llegada de la división, a eso de las 12.30 horas, la que llegó al lugar, a la hora y media más o menos desde que se le dio la orden de incorporación.
Como consecuencia de este primer encuentro, la división tuvo cuatro heridos, y la pérdida de algunos caballos, en cambio el adversario tuvo muchas más pérdidas, pues se presentaba a cuerpo descubierto y apelotonados.
Dorrego franqueó el paso con cuarenta Dragones de la Patria, haciendo replegar a las guerrillas sobre las divisiones que se encontraban formadas en las alturas de la loma, como a cuatro cuadras del paso, y en el siguiente orden: 400 blandengues al centro, con el caballo de la rienda, seguramente para combatir a pie, frente al paso había un corral de piedras, ocupado por unos 50 milicianos, en los costados los escuadrones de los capitanes Ledesma y Llanes a caballo, en el centro y a retaguardia, tenían también una pieza de a dos, servida por unos 60 a 80 negros y un esmeril, las milicias de Paysandú, Mercedes, y Soriano, en segunda línea a retaguardia del centro, pocos metros a retaguardia del escuadrón Llanes (flanco derecho del oponente), una compañía de blandengues a caballo, al reserva constituida por 300 blandengues pie a tierra y con el caballo del diestro, a órdenes del comandante Rufino Bauzá, se encontraba en una hondonada, a retaguardia y detrás del ala izquierda enemiga la que no fue vista, por estar bien oculta detrás de las primeras lomadas.
Después que la división cruzó el paso de Guayabos, Dorrego ordenó echar pie a tierra a la infantería dejando 50 criollos a caballo de reserva. Formó su línea en el orden siguiente: los 200 hombres del Regimiento sobre el costado derecho; a continuación extendiéndose a la izquierda el Nº 3, la pieza de a 4, y los Granaderos de Infantería, sobre el ala izquierda, los Dragones de la Patria. El capitán Julianes con 40 hombres del Nº 3 recibió la orden de apoderarse del corral, lo que realizó brillantemente, después de una reñida lucha, aunque con bastantes pérdidas por ambas partes. La caballería enemiga del ala izquierda, trató de retomar el corral, pero el Regimiento con el teniente coronel Zapiola al frente, concurre en protección del valiente capitán Julianes, actitud que paraliza a la caballería enemiga, que se mantiene alejada a prudente distancia. En seguida, Dorrego hizo avanzar toda la línea de frente, mandando una guerrilla de los Dragones de la Patria, para que el adversario no flanquease su línea en su ala izquierda, ya que la del oponente era más extensa, pues tenía como mil hombres desplegados en primera línea, y la división Dorrego, sólo contaba con setecientos en formación, y más de cien distribuidos entre los cuidadores de la caballada, custodia de las municiones y guardia en el paso.
Al avanzar la infantería de la 1ª división, retroceden los tiradores adversarios, dejando en descubierto al cañón y al esmeril los que abren fuego, conjuntamente con los tiradores que abren el fuego a una distancia de 180 metros. El cañón de a 4 de la división, en el primer disparo se inutilizó enteramente “haciéndose mil pedazos toda la cureña”. La infantería recibe la orden de hacer alto, y repeler por el fuego la agresión enemiga. Sobre el ala izquierda (donde Dorrego previniendo un envolvimiento por parte del adversario, había mandado a 50 Dragones de la Patria para que actuaran en guerrilla) los Dragones paralizaron un ataque de parte de la caballería enemiga situada sobre el ala derecha, la que tuvo que retroceder al punto de partida al iniciar la carga. A los primeros tiros de la infantería de la primera división, un sargento del Nº 3 con unos 60 hombres europeos, poniendo dos pañuelos blancos en las bayonetas, se pasaron al otro bando, y el sargento Ríos de los Granaderos de Infantería, ejecuta una acción igual acompañado por un grupo de unos 20 más de los mismos.
Al hacer unos amagos de carga por parte de la caballería enemiga, siendo aproximadamente las 16.30, el coronel Dorrego ordenó la carga a su caballería, pero la enemiga ejecuta intencionalmente una retirada, y nuestra caballería al llegar próxima al bajo, es sorprendida por un vivo fuego de los blandengues de Bauzá, que se encontraban en la hondonada próxima al lugar del combate, vacilan sorprendidos un instante, y son cargados por toda la caballería de Rivera, la que logran rechazar y perseguir un trecho a la nuestra. Dorrego trató en vano de reanimar a las tropas y hasta él mismo cargó al frente de la reserva, pero no pudo restablecer el equilibrio de la situación, pues ya se había producido el entrevero con nuestra infantería y caballería, luchándose cuerpo a cuerpo con una desventaja numérica desproporcionada. El valor personal de los jefes que al frente de pequeñas fracciones, cargan y logran contener a la caballería oriental, permiten a la infantería reorganizarse y romper nuevamente el fuego, obligando a los blandengues y milicianos orientales a retroceder hasta ponerse fuera del alcance del fusil, pero éstos se reorganizan, y echando pie a tierra, inician de nuevo el combate a pie, apoyados por el cañón y el esmeril.
La infantería debilitada por la deserción de los europeos pasados, que en el entrevero aumentaron en mayor proporción, y ya penetrado por el claro dejado en las filas por los pasados, se fue replegando a los pasos a las 6 de la tarde por orden del coronel, antes de que el oponente los hubiera ocupado, para continuar desde allí la lucha, pues Dorrego mantenía aún la esperanza, de que llegaran los refuerzos procedentes de Paysandú, que había solicitado con anterioridad insistentemente a Viamonte. Mientras la infantería ya montada se dirigía a ocupar los pasos, el Regimiento y los Dragones de la Patria, tuvieron con sus guerrillas, que impedir a la caballería adversaria, se precipitara sobre los pasos, lo que hubiera transformado a la retirada en un completo desbande. El oponente se acercó a los pasos a eso de las siete de la noche, abriendo el fuego de fusilería, al mismo tiempo que usaba el cañón y el esmeril. En el paso volvieron a pasarse otros europeos en número mayor de veinte.
No obstante, el adversario momentos antes de obscurecer, logró forzar los pasos, pero los nuestros se encontraban ya en línea de batalla en lo alto de una loma, esperando a que se reuniesen los aun dispersos. Se designaron algunas guerrillas para contener al bando oponente, mientras el resto se dirigía al Potrero del Queguay, donde los jefes pudieron reunir durante el día 11 a cuatrocientos hombres, entre éstos muchos oficiales. Ya entrada la noche del día 10 se oyó el toque de reunión en el campo adversario, y sólo algunas pocas partidas siguieron a las fuerzas argentinas, más con el propósito de aprehender a los oficiales que a combatir.
Desde el Potrero de Queguay, el coronel Dorrego con sus fuerzas, se dirigió a Paysandú, lugar al que llegó también Zapiola y el mayor Cortinas, trayendo a cuarenta hombres, con la esperanza de que algunos de los dispersos se hubieran incorporado a las otras dos divisiones, pues muchos tomaron por grupos la dirección de San José y Montevideo.
Dorrego apreció que las pérdidas del oponente, entre muertos y heridos, fue el triple de las propias, y que la mayor prueba la aducía, no sólo en las bajas, sino en el desorden y confusión que se produjo entre ellos durante el último ataque que llevaron ya de noche, que los dejó en tan mal estado, que no obstante saber el adversario, que la división patriota se encontraba casi de a pie y con pocos efectivos, no se animaron a perseguirlos ya que por el mal estado de sus cabalgaduras, tuvieron que marchar a pie, llevando sus caballos de las bridas hasta la llegada a Paysandú.
Las pérdidas propias no pudieron apreciarse en los primeros días sino aproximadamente, y así se habla de diecinueve heridos incluso el teniente Lima que marchaba en la columna, calculándose entre cincuenta a sesenta muertos. Del Regimiento faltaban treinta y dos granaderos, y los alféreces Barros y Peña, del Nº 3 faltaban el teniente Paz, el alférez Pierez y 123 hombres, incluso los pasados. De los Granaderos de Infantería, faltaban los capitanes Conge, Celis, los tenientes Martínez, Moreno y 103 hombres. De los Dragones de la Patria, el capitán Lima y 60 de tropa.
El coronel Dorrego, terminaba el parte recomendando a los tenientes coroneles Zapiola, Vargas y Viera, sobre todo a Vargas, recalcando que durante la acción, desplegó un valor extraordinario. Incluye en la recomendación al capitán Arias, teniente Suárez, Lavalle y al cadete Hidalgo, todos pertenecientes al Regimiento. Del Nº 3, al comandante de guerrillas, capitán Julianes, al mayor Ibarrola y ayudante Virnes. De Granaderos de Infantería, a los capitanes Conge, Celis y teniente Martín y al capitán Lima y teniente Lima de los Dragones de la Patria, así como al teniente Espinosa y alférez Mondragón del mismo Regimiento, terminando la recomendación en el ayudante Marcos Vergara, que durante la acción actuó como ayudante del coronel.
Sabedor Viamonte de que Dorrego había sido batido en Arerunguá, mandó al teniente coronel José Melián que pasase inmediatamente al Uruguay con 300 hombres para proteger a los dispersos lo que ejecutó situándose en Paysandú, donde recibió al teniente coronel Zapiola, algunos oficiales y parte de la tropa de su regimiento. Igualmente fueron auxiliados Dorrego y el resto de la división, facilitándose los medios para que se trasladasen a Concepción del Uruguay.
Igualmente se dispuso el regreso del comandante Melián, y en conocimiento de que algunos caudillos artiguistas (Otorguéz y Basualdo) habían cruzado el Uruguay, Viamonte ordenó que el comandante Melián con 100 Dragones de la Patria, recién llegados de Buenos Aires, y los coroneles Valdenegro y Hortiguera con sus fuerzas, salieran a batir a tales caudillos, los que fueron completamente deshechos en el Rincón.
Las causas principales que se pueden atribuir a la derrota de Arerunguá, son específicamente dos: 1) a la falta de cooperación entre las diferentes divisiones que operaban con un mismo fin en el territorio uruguayo, y el de Entre Ríos, y 2) al número excesivo de tropa extranjera afectada a la división Dorrego, que apenas tuvieron una oportunidad, se pasaron al otro bando en la proporción de más del 30% del efectivo de esta división.
En la derrota sufrida por nuestras armas en aquella jornada, no intervinieron para nada las concepciones estratégicas de los caudillos orientales, según insinúan algunos historiadores del vecino país, sin tener en cuenta, que en ningún momento de la campaña, aquellos revelaron semejantes condiciones profesionales pues cada caudillo obraba independientemente, y a menudo, bajo la influencia divergente de rivalidades profundas, que también prevalecieron en las numerosas guerras civiles, que casi hasta nuestros días, han ensangrentado al estado cuña que creamos en Ituzaingó.
El Supremo Director, compenetrado de la actitud de Viamonte, al no prestar la cooperación mínima que le solicitó Dorrego, de acuerdo con las órdenes expresas y claras impartidas por el Ministro de Guerra, dispuso el 14 de enero de 1815 su relevo como teniente gobernador y jefe de las fuerzas de Entre Ríos, designando en su reemplazo, con carácter interino al coronel Eusebio Valdenegro.
El 19 de enero de 1815, en una comunicación que el Director Supremo hacía al coronel Valdenegro, disponía la suspensión de todas las operaciones militares en la Banda Oriental, con el consiguiente repliegue al Cuartel General, de las tropas que operaban en dicha provincia, que no debían empeñar acción alguna, sin que una manifiesta ventaja prometiera un resultado feliz. El coronel Soler tenía orden de replegarse sin demora hacia San José o las Caleras de García, dejando a las fuerzas de Entre Ríos y Corrientes bajo la dependencia del coronel Valdenegro, incluso las de Dorrego, con los restos de su división.
Fuente
Anschütz, Camilo – Historia del Regimiento de Granaderos a Caballo – Tomo I – Círculo Militar – Buenos Aires (1945)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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