Victoria Romero

Victoria Romero (1804-1889)

 

Nació en el 2 de abril de 1804 en Chila, a 5 km de Tama, provincia de La Rioja.  Era hija de Bartolomé Romero y de Ana María Herrera.  El 10 de julio de 1822 contrae enlace con Angel Vicente Peñaloza, y de este matrimonio nació María Mercedes en 1823 y María Facunda 1824, ambas fallecidas a muy corta edad.  Doña Vito (así llamaban a Victoria Romero) fue llamada por el destino a luchar incansablemente junto a su marido en aquellas horas aciagas para los riojanos.  Fue estandarte y orgullo de aquellas legiones de titanes que, en la pelea, sacan fuerzas de la nada para arrojar al sanguinario invasor.

 

Enseño a la mujer argentina, en hechos inolvidables, a defender con las armas la dignidad del hogar, la pureza amenazada, el honor de la mujer riojana obligada por el vencedor a bochornosas actitudes.

 

Y en el instante mismo de la degollación del Chacho, su Chacho, cual leona lo defiende sin importarle las lanzas ni las balas, hasta que el arma del déspota golpea también su dolor de esposa, de madre, y se consuela arrimando su sangre y sus lágrimas sobre los despojos del patriota yacente.

 

El cínico Irrazábal loco de contento por la sangre derramada en aquel desparramo de cadáveres, manda aplicar tormentos indescriptibles a doña Vito, hasta dejarla sin sentido.  La horda la engrilla y la conduce a la provincia de San Juan, donde el gobernador Domingo Faustino Sarmiento, condecora al siniestro Irrazábal por el vil asesinato.

 

Doña Vito es sometida a trabajos forzados por orden del mismo mandatario, junto a los hombres apresados, viéndosela todos los días barrer la plaza pública arrastrando cadenas de sus pies y con centinela a la vista.

 

Y un día, aquella mujer martirizada, haciendo memoria de la amistad que unía a su esposo con Urquiza, quien más de una vez le dio testimonio de aprecio, con las más comedidas palabras como éstas: “Santa Fe, marzo 6 de 1859.  Señor General Don Angel Vicente Peñaloza.  Mi muy querido amigo.  Acompaño a Ud. sinceramente un justo dolor por la desgraciada e inesperada pérdida de su hijo político, cuyas excelentes cualidades, he tenido ocasión de apreciar, y tenga la bondad de llevar a su esposa una expresión mía de consuelo y simpatía.  Recibiré con aprecio al Comisionado que usted me envía haciéndolo con atención y trasmitiéndole  cuanto crea que importa al buen acuerdo, y al mantenimiento del orden público que tan mezquinos porque tan pérfidos, enemigos cuenta, y que tienen en Ud. tan leal, tan decidido y tan importante contenido.  Por lo demás mi querido amigo, desprecie Ud. las calumnias y las intrigas satisfágase con la simpatía y el aplauso que los buenos patriotas, y con la distinguida consideración que no le ha de faltar nunca de su afectísimo compatriota y S. servidor – Justo José de Urquiza”. (1)

 

De ese modo y por tales muestras de aprecio ella acudió al señor de San José, una y otra vez, con sus súplicas de mujer acosada por un enemigo implacable, y decide escribirle:

 

“Rioja, agosto 12 de 1864 – Excmo, capitán general Don Justo José de Urquiza, de mi singular respeto: Confiando en su reconocida prudencia, y carácter benévolo, me tomo la libertad de recomendar la atención de V. E., con la esperanza de que aliviará en algún tanto mis padecimientos en que la desgracia de la suerte me ha colocado, con la dolorosa pérdida de mi marido desgraciado, que la intriga, el perjurio y la traición, han hecho que desaparezca del modo más afrentoso, y sin piedad, dándole una muerte a usanza de turco, de hombres sin civilización, sin religión.  Para castigo la muerte, era lo bastante, pero no despedazar a un hombre como lo hace un león, el pulso tiembla, señor general: haber presenciado y visto por mis propios ojos descuartizar a mi marido dejando en la orfandad a mi familia, y a mí en la última miseria, siendo yo la befa y ludibrio de los que antes recibieron de mi marido y de mí, todas las consideraciones y servicios que estaban a nuestros alcances.  Me han quitado derechos de estancia, hacienda, menaje y todo cuanto hemos poseído los últimos restos me quitan por perjuicios que dicen haber inferido la gente que mandaba mi marido.  Me exigen pruebas y documentos de haber tenido yo algo;  me tomaron dos cargas de petacas por mandato del señor coronel Arredondo, donde estaban todos mis papeles, testamentos, hijuelas, donaciones y cuanto a mí me pertenecía.

 

“Se me volvió la ropa mía e vestir, de donde resultó que no tengo como acreditar ni de los dos mil pesos que V. E. tuvo a bien donarme, por hacerme gracias y de buena obra, por lo que suplico a V. E. se digne informar sobre esto al Juez de esta Ciudad, para que a cuenta de esto me deje parte del menaje de la casa, siquiera por esta cantidad que expreso.

 

“Lo pase bien, señor general, sea feliz y dichoso, que yo no cesaré en mis preces de encomendarle al Supremo Ser lo conserve por dilatados años al lado de su amable familia, con salud, prosperidad y dicha.  Y no ofreciéndose otra cosa, soy de V. E. su affma. S. S. que le ofrece el más humilde acatamiento y las mejores consideraciones de aprecio y respeto. Q.B.L.M. de V.E. – Victoria Romero de Peñaloza”. (2)

 

Un cúmulo de cosas y de hechos bullen en la memoria de los verdugos que en ningún momento pueden negar que enfrentan a una mujer valiente.  No olvidan tampoco aquel momento que el Chacho, en Tucumán, era atacado por más de treinta enemigos, instante que la voz de mando de doña Vito reclamó a los soldados acompañarla en una carga a lo macho para liberar al jefe que luchaba solo.  Y aquel remolino de hombres volvió grupas y atacó sableando hasta hacer pedazos la estrategia de los sitiadores en un verdadero alud de aceros.  Y el guerrero insuperable sale airoso del trance, mientras doña Vito sonríe con su cara cubierta de sangre de una cuchillada de la refriega.  Luego el Chacho abraza sobre su pecho al soldado que mató al agresor de su esposa

 

Estos actos y muchos otros son los que no olvidan ni perdonan los salteadores y asesinos que van cubriendo de cadáveres de patriotas los caminos argentinos.

 

Victoria Romero falleció el 21 de noviembre de 1889 a los 85 años de edad y se le dio sepultura en el oratorio de Atiles, cerca de Malazán.

 

“Yo he visto gemir al tigre
y vi llorar al quebracho,
han de dejar que les cuente
como mataron al Chacho….”

 

Referencia

 

(1) Revista de la Junta Histórica de Historia y Letras de La Rioja – Tomo I, Nº 1, página 87.

(2) Tomada de los valiosos originales del archivo particular del Dr. Fernando Peña, y publicada por la Revista de la Junta de Historia y Letras de La Rioja – Tomo I, Nº 2, páginas 109 y 110.

 

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Mercado, Gregorio Manuel – La degollación del Chacho – Ed Theoria – Buenos Aires (1966).

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