Los federales de Baradero

Estancia de Santos Gómez

Estancia de Santos Gómez

 

Era un atardecer, después de Caseros.  A la estancia (1) llega un jinete reventando caballos.  Tiene un recado para Don Santos: “los federales han sido vencidos y los destacamentos deberán entregar sus armas al vencedor”.

 

Don Santos Gómez es el jefe de uno de ellos.  Inmediatamente, utilizando la campana de su capilla llama con un repique especial (solo por ellos conocido) a los distintos jefes de grupos del pago.  La reunión, será como siempre, al filo de la medianoche.

 

Por primera vez, en tantos años se reúnen en el comedor.  Antes lo hacían mateando junto al gran fogón.  ¡Esta noche es distinta!  Santos Gómez, cuyo aspecto patriarcal se acentúa a la clara luz de la lámpara de bronce (2) habla con voz emocionada: “El comenzó a saber lo que era Patria hace mas de cuarenta años.  La mañana en que llegara un joven coronel (3) de mirada profunda, con ciento veinte soldados, a quienes dejó acampar, junto con su caballada, a orillas del río Caa-Guané (4).

 

El lo vio dialogar con el moreno Callejas (5).  El le siguió espiritualmente en sus triunfos y en el exilio.

 

Por eso, él también puso su brazo al servicio de la Patria, pero hoy, de un revés todo ha cambiado.  Entonces, con la erudición que le dicta su corazón y su cultura, habla a estos hombres curtidos por los soles y los fríos.  La Patria está también en los campos, el surco abierto nos habla de ella, está en el lazo que sujeta al potro y en la cruza que mejora el ganado, ellos la servirán ahora así, con el arado.  ¡No empuñarán las armas!

 

Uno por uno de los jefes de grupos emite su voto u opinión sobre la suerte que deberán correr las armas que poseen.  Por unanimidad resuelven sepultarlas en la aguas del profundo pozo de balde que se halla en el patio, a pocos metros de la capilla.

 

Ya aclaraba, cuando el último fusil se hundió dejando la huella de claros círculos en el espejo del pozo.  Los jefes del grupo se despidieron silenciosamente.  Ahora en adelante solo se verían para las yerras.

 

Al atardecer de ese mismo día, un pelotón encabezado por un oficial, se presentó en el patio de la estancia, traían dos carros.

 

Con la serenidad que le caracterizaba, Don Santos Gómez concede el permiso para se “busquen las armas que dicen que él tiene” pero le advierte que tiene un fusil regalo de un amigo (6) en su escritorio y un trabuco naranjero.

 

Todo fue revisado: el arroyo, el aljibe, la caballeriza, todo.  Después de varias horas de infructuosa búsqueda, el oficial, medio cohibido, se despide disculpándose.

 

Don Santos quedo allí, inmóvil, abarcándolo todo: la majada que duerme en el corral de ramas, las vacas junto al arroyo, la tropilla hundida en los pastizales y allá la tierra recién arada, esperando la semilla.

 

Ya era muy tarde para irse a dormir, mejor tomarse unos amargos, y esperar el nuevo día.

 

Mientras se encaminaba el fogón, murmuró: ¡Dos carros no hubieran alcanzado!

 

¡La luna se reflejaba en el pozo!

 

Referencias

 

(1) Se refiere a la Estancia de Santos Gómez, situada en el sur del Partido de Baradero.

(2) Esta lámpara aun se conserva en la estancia.

(3) Hace alusión al entonces Coronel San Martín

(4) Caa-Guané significa: “lugar de mal olor” en idioma indígena. Este arroyo sirve de límite entre Baradero y Capitán Sarmiento.

(5) Callejas Jesús, moreno que salvo a Baradero del ataque español.

(6) Se refiere a Don Juan Manuel de Rosas, gran amigo de Santos Gómez.

 

Fuente

Raggio Asprella, Blanca – Leyendas del viejo Baradero.

 

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