Luego de la derrota gubernamental de “Puente Márquez”, el general Viamonte llama a elecciones, y el 6 de diciembre de 1829 es elegido gobernador de Buenos Aires un Joven de 37 años llamado Juan Manuel Rosas. Su candidatura había sido apoyada por el diario “El Lucero” que comenzó a aparecer el 7 de septiembre de ese mismo año; costaba dos reales y lo redactaba don Pedro de Angelis.
Al hacerse cargo el día 8 del mismo mes, el flamante gobernante trata inmediatamente de fortalecer su posición política, entrando en conversaciones con las máximas autoridades de Corrientes, Santa Fe y Entre Ríos.
A esta altura de los acontecimientos, no debemos olvidar que el general Paz se había instalado en Córdoba creando, la “Liga del Interior”, de perfecto corte unitario, y por ende, en franca rebeldía contra Buenos Aires. Vence a Facundo Quiroga el 22 de junio de 1829 en La Tablada, y al año siguiente, el 25 de febrero en Oncativo.
Rosas sabe perfectamente bien que tiene que actuar con rapidez y firmeza. Debe trasladarse a San Nicolás, frontera norte de la provincia, con el fin de revisar el ejército de vanguardia y tratar de pactar con Estanislao López y Pedro Ferrer, líderes de las provincias antes mencionadas. La reunión fracasó ya que no se arribó a ningún entendimiento pero fue la base para la firma del “Pacto Federal” (4 de enero de 1831).
Este viaje le sirvió a Rosas para conocer personalmente el estado anímico y físico de las poblaciones visitadas, y su posterior evaluación.
Don Juan Manuel parte rumbo a Luján el 14 de marzo de 1830. Aparte de su comitiva oficial y las tropas que lo acompañaban, El Restaurador montaba ese colorado pampa que lo había acompañado en la acción de Puente Márquez, y que días más tarde galopearía por los campos del Arroyo Pavón, demostrando su magnifica destreza ecuestre ante el asombro de Estanislao López y Pedro Ferrer.
Luego de su estadía en Luján, la caravana comienza a internarse en La Pampa. Se desplaza sin la presencia de los enormes cardos casi gigantes de distintas variedades, las particularidades del suelo, que a veces, a la distancia, daban el aspecto de un extenso trigal verde, otros tomaban el color de un sembradío de maíz cuando está maduro.
Soledad y angustia lo circundan, majestuosa sequía que ha llegado a desolar verduras espontáneas. Ya no hay vida, todo es muerte. Presagio vegetal de historia pronta. Es que la negación de la lluvia continúa, y persiste la infernal sequía.
Se desconoce un fenómeno semejante como aquel acaecido entre 1827 y 1830. Por su extraordinaria duración fue denominada la “Gran Seca”, y hasta se dice que han muerto 1.000.000 de vacas. Cifra inmensa si tenemos en cuenta que la provincia de Buenos Aires estaba habitada por 153.000 personas.
Arriban a San Pedro el 1º de abril, siendo recibido con arcos triunfales, aclamaciones y vítores. Esa noche se realiza una cena y baile en honor de Rosas. Con aires de valses pausados transcurre la noche; los minués acariciaban la tibia penumbra, las contradanzas enternecen a los bravos varones.
Nostalgia de “colombianas” y el infaltable “Montortero” también estaban presentes. Candiles de sebo alumbran la tertulia, y de la garganta aginebrada del barbado cantor comienzan a surgir canciones.
Rosas de suaves maneras, rostro hermoso y rosado, de aspecto macizo, ya dejando traslucir con la conversación sus conocimientos de los asuntos del país y sus planes de gobierno. El transcurso de las horas sirven para que los sampedrinos fueran conociendo la verdadera personalidad del caudillo.
Las damas vestían cintura encorsetada, escote ovalado, amplias mangas y la “escandalosa” falda deja ver los zapatos; completaban el atuendo los clásicos abanicos de varillas, chales y pañoletas de gasa o muselina, lazos a la manera de ceñidores con grandes caídas hacia atrás. Peinado alto con bucles en tirabuzón, peinetón como de encaje.
Los asistentes pudieron admirar a Rosas bailando un malambo, sobre este tópico dijo cierta vez Estanislao López: “nunca he visto zapateo tan original y elegante”.
No faltaron en la fiesta las beodas ocurrencias del bufón Don Eusebio con su casaca larga, pantalón negro con franja de galón ordinario, casco a la romana con penacho punzó y banda de bayeta colorada. Años más tarde, en 1873, moría en el Hospital de Hombres de Bs. As., asistido por el médico e historiador José María Ramos Mejía.
Por su parte los hombres lucían chaqueta o frac corto por delante y con largos faldones atrás. Los colores preferidos eran el negro, el azul, el gris y el café. Los chalecos, de piqué blanco, de terciopelo o seda azul, negra o verde bronce, cerraban con botones dorados. Las camisas eran bordadas y con pliegues. La corbata se anudaba con lazo grande.
Debemos destacar que estamos asistiendo al principio del primer periodo de Rosas; años más tarde comenzaría la época en donde el color rojo seria predominante en el atuendo de ambos sexos. La música y las voces se elevaban al cielo, y en su camino eran acariciadas por nuestra bandera que lideraba la noche. Tres franjas horizontales, dos “azules” y una blanca, con un sol dorado en el centro.
Fuente
Noblía, Alberto Luis M. – Revista Sucesos – San Pedro, Pcia. de Buenos Aires.
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