Motín del 1º de Diciembre de 1828

Gral. Juan Lavalle (1797-1841)

 

Su estallido y las consecuencias que tuvo, fueron como un tajo en las venas de nuestro pueblo, que se desangró por largas décadas en luchas fratricidas.  El bando unitario, más impopular que nunca luego de la caída de Rivadavia, maquinó largo tiempo para derrocar a Manuel Dorrego.  No podían confiar en el pueblo, ya que “las chusmas” no les eran adictas.  Necesitaban empero, quien se mostrara dispuesto a secundarles.  Los doctores hallan que una sola persona puede serles útil.  Ellos necesitan un hombre a la vez valiente y sumiso, que tuviera la suficiente altivez y hombría como para cargar con la responsabilidad y que a la vez reuniera la ingenuidad suficiente como para obrar a impulsos de sus consejos creyendo hacerlo de por sí.

 

Este hombre era Lavalle.  El era valiente, capaz, y por su temperamento ardoroso, dúctil a los manejos de sus mentores.

 

Ese hombre, y las tropas que retornaban descontentas del Brasil, era el medio.  Del fin ya se arreglarían ellos a su debido tiempo.

 

Dorrego, como lo aceptaban los mismos historiógrafos unitarios, estaba sacando lenta y seguramente al país, del borde de ese abismo a que le habían arrastrado las locuras de “aquel loco visionario” que fuera Rivadavia.  La administración volvía a inspirar confianza al país y al extranjero, y cada cual dentro de la provincia, hacía y pensaba como deseaba, sin ninguna clase de temor o persecuciones, etc.

 

A pesar de esa lenidad gubernativa, el 1º de diciembre a las tres de la madrugada, al entrar Bernardo Castañón, edecán de Dorrego, en el Cuartel de Recoleta para avisar a Lavalle que el gobernador deseaba hablarle, halla que las tropas están formadas y en pie de guerra.  Lavalle, a cuyo frente estaban las mismas, contestando a su pedido, le dice: “Dígale que iré, pero a arrojarle de un puesto que no merece ocupar”, “y a levantarle el mate si resiste” agregó uno de sus oficiales.  Al rato salen las fuerzas y se dirigen al Fuerte, más Dorrego habíase retirado para reunir gente en la campaña, acudiendo para ello al Comandante General de ella, Juan Manuel de Rosas.

 

Uno y otro, apresuradamente, reúnen algunos hombres, que luego de los hechos, que por conocidos considero innecesario repetir, son derrotados por las tropas de Lavalle.  El gobernador cae prisionero debido a la traición de Acha y Escribano y entonces comienza el drama.

 

Los doctores, con el hombre en sus manos, e incapaces de mostrar a la luz del día sus oscuros manejos, escriben al general vencedor en estos términos: “…Se ha resuelto ya en este momento que el coronel Dorrego sea remitido al Cuartel General de Ud.  Estará allí de mañana a pasado.  Este pueblo espera todo de Ud. y Ud. debe darle todo.

 

“… Cartas como ésta se rompen, y en circunstancias como las presentes, se dispensan estas confianzas, a los que Ud. sabe que no lo engañan, como su atento amigo, etc…. Juan Cruz Varela”.

 

Ese “Ud. debe darle todo” no necesita comentarios, pero los pide, los reclama, ese “cartas como éstas se rompen”, en que se trasunta toda la personalidad de su firmante.

 

Del Carril, otro de los “teóricos del crimen” le dice: “… la ley es: que una revolución es un juego de azar en que se gana hasta la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella…”.

 

En otra del 14 del mismo mes –diciembre- le reitera: “… hablo de la fusilación de Dorrego.  Hemos estado de acuerdo en ella antes de ahora.  Ha llegado el momento de ejecutarla, y Ud, que va a hacerse responsable de la sangre de un hombre….”  más adelante: “… entre los que han combatido el poder, ninguno ha sido sacrificado entre nosotros, pero no por eso han dejado de morir muchos, y el campo de Navarro está sembrado de cadáveres; pero así un loco y un poltrón pueden ser perturbadores impunemente…”.

 

Después del fusilamiento, caída esa víctima ilustre sacrificada a los apetitos de los que más tarde clamarían contra la mano fuerte de don Juan Manuel, escribe el mismo Del Carril, machacando incesantemente sobre el espíritu de Lavalle: “… si para llegar siendo digno de un alma noble, es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla y si es necesario mentir a la posteridad, se miente a los vivos y a los muertos…”  Aquí, en estas palabras que todos saben y muchos callan entre el nutrido grupo de los historiadores unitarios, se pinta de una manera definida el criterio que debía primar en adelante, al escribir la historia de este periodo turbulento de los pueblos del Plata.

 

Más aún: “…así es que Ud. fusilando a Dorrego, y yo escribiendo, decimos verdades que aunque nos quieran acreditar de verídicos, no querríamos que se nos aplicasen, voto a Dios, de ninguna manera…”, “… es necesario que vuele, que quiera Ud. –Lavalle- que se le haga una entrada bulliciosa y militar, porque la imaginación móvil de este pueblo necesita ser distraída de la muerte de Dorrego, y para esto basta bulla, ruido, cohetes, músicas y cañonazos…”.

 

Naturalmente, necesitaban aturdir a las “chusmas” para disipar el dolor y la ira provocados por una muerte injusta.  El mismo Del Carril reconoce que el pueblo de Buenos Aires y la campaña adoraba a Dorrego, al decir en esa misma carta a Lavalle: “…mucha gentuza a las honras de Dorrego.  Litografías con sus cartas y retratos: luego se trovará la carta del desgraciado en las pulperías como las de todos los desgraciados que se cantan en las tabernas.  Esto es bueno, porque así “el padre de los pobres” será payado con el capitán Juan Quiroga y los demás forajidos de su calaña.  ¡Qué suerte! Vivir y morir indignamente y siempre con la canalla…”.  Nítido el desprecio por sus compatriotas.  Nítida también la amenaza para el “forajido” Quiroga, que por desgracia para la Nación debía cumplirse a poco.  ¡Vengan luego a incluir a Rosas entre los instigadores del asesinato….!

 

Estas cartas muestran al bando unitario tal cual fue: solapado, motinero, artero, capaz de no reparar –como no reparó nunca que necesitó hacerlo- del asesinato.  Usa como justificativo que la victoria da derecho a la vida de vencido ¡y ya habría de encargarse el tiempo en medirlos con su misma vara!

 

Al finalizar este artículo, debo también decir algo sobre el hombre que tuvo la desgracia de errar tan trágicamente: Lavalle.  Sus mentores luego de acuciarle para que terminara con la vida de Dorrego, hecho esto le insinúan la conveniencia de levantar un acta de lo tratado en la reunión de jefes que “debió” preceder, pero que no se hizo, a la ejecución.  Así le dice Del Carril en carta de fecha 20 de diciembre de 1828: “… cuatro palabras sobre la muerte de Dorrego y no más: ella no pudo ser precedida de un juicio en forma.  Primero, porque ni había jueces, segundo porque el juicio es necesario para averiguar los crímenes y demostrarlos, y de los atentados de Dorrego se tenía, más que juicio, opinión (-nótese: opinión solamente, y aún así se le condenó-) de su evidencia existente, palpable y comprobada por sus muchas víctimas, por un número considerable de testigos espectadores (-que no existían, ya que de haber podido hacerlos comparecer, no se hubieran arriesgado a fusilarle en esa forma-) y por su prisión misma….” y “….¿un acta que contuviese el complot…. de los jefes y comandantes de su división… votando a unanimidad la muerte, no llenaría bien los dos objetos de mi pregunta anterior?.

 

Lavalle le responde: “…. no soy tan despegado de la gloria que si la muerte del coronel Dorrego es un título a la gratitud de mis conciudadanos, quiera despojarme de él; ni tan cobarde que si ella importase un baldón para mi nombre, pretenda hacer compartir la responsabilidad de ese acto con personas que no han tenido parte alguna en mi resolución, pues como he dicho antes el coronel Dorrego, fue fusilado por mi orden…”.

 

Lástima que el granadero glorioso de Moquehuá y Río Bamba, que el arrojado soldado de Ituzaingó se metiera a político….  Después de todo, él, como Dorrego, como su patria, fueron víctimas de la ambición de mando de los doctores, de esos teóricos rivadavianos, que incapaces de ganarse la voluntad y la confianza de su pueblo, pretendieron hacerle la “unidad a palos”, a la que éste, viril como su historia lo proclama, le opuso criollamente “la federación a cuchillo”.

 

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Montiel Belmonte, Jorge F.

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