El espíritu Patricio

Regimiento de Infantería 1 Patricios

 

Desde el punto de vista histórico, se puede hablar de la existencia del soldado criollo como de un ser que aunque sin brillo fue un elemento fundamental en la vida de la Colonia, incluso si lo observamos desde las fechas más remotas de su cronología, al decir de todos los historiadores.  Aunque ignorante de las tácticas de la época, así como también del manejo de aquellas armas, tenía el alma y el cuerpo templados en las luchas contra los indios y los portugueses, y por las inclemencias y las privaciones de una vida aventurera afrontada en las campiñas.

 

Y aunque paisano, era soldado, pues estaba espiritualmente hecho para la lucha, y ser soldado es ante todo un estado espiritual más que un conocimiento de las técnicas castrenses.

 

Avezado cuchillero, cuando llegó el momento esgrimió con igual maestría la bayoneta y sus manos curtidas por el manejo del lazo, la boleadora y la picana carretera, sostuvieron el fusil sin fatigarlo.

 

Ese es el hombre que de generación en generación se va acercando al tiempo de la segunda mitad del siglo XVIII, décadas éstas en que las amenazas sobre estas tierras comenzaban a converger desde varias direcciones, aumentando el índice de peligro.

 

Las autoridades españolas tomaron medidas para conjurarlo, figurando entre las principales la ordenanza real del año 1764, donde se disponía la creación de milicias provinciales y urbanas.

 

Nuestros gauchos se enrolaron en ambas y hasta el comienzo del siguiente siglo cumplieron de la mejor manera posible con la tarea de defender los intereses de los lugareños.

 

A estas milicias le fueron impuestas denominaciones acordes con su especialidad, lugar de origen o estado, debiéndose agregar que desde 1801 el Virrey Melo, al reglamentar sus desempeños, les confirió un carácter netamente nacional.

 

Pero hay que dejar expresa constancia de que pese a que los planes virreinales preveían para la Plaza de Buenos Aires un efectivo de 3.083 hombres perfectamente armados, equipados e instruidos, la realidad distaba enormemente de lo asentado en los papeles, y la mejor prueba de ello lo constituye el hecho –hipotético, pero con un elevado porcentaje de probabilidad- de que cinco años más tarde, los 1.600 soldados de Beresford no hubieren podido capturar la ciudad en la forma en que lo hicieron.

 

El hecho cierto es que la mayoría de nuestros gauchos eran reticentes al servicio de estas milicias mal armadas, peor conducidas y donde el régimen disciplinario tenía escasísimo contacto con la justicia.

 

Los criollos lugareños de la ciudad –los patricios, por nacidos en esta patria “chica”- eran hombres de acción, templados en las inclemencias del tiempo, capaces de ganarse el asado cotidiano, cazando la hacienda cimarrona y de un coraje del cual hubiesen podido dar fe los pumas de la pampa, a los cuales enfrentaban con el cuchillo en la mano.

 

Mas por arriba de todo eran medularmente hombres libres, tal como Dios los hizo, instintivamente altivos y con un profundo sentido del honor criollo que, sin hacerlos rencorosos, los llevaba a reclamar en la forma adecuada las satisfacciones que el sentido les dictaba.

 

Tal hombre era el patricio porteño, el hombre que habitaba la capital del Virreinato a comienzos del siglo pasado, ya fueran niños, adolescentes, hombres maduros o viejos.

 

Estos mismos son los que en junio de 1806 vieron entre perplejos y desagradablemente sorprendidos que la Ciudad ya no era de ellos y que la bandera británica blasonaba la Fortaleza.

 

Orencio Pío Rodríguez, Castro, Saavedra, Pueyrredón, Romero y más de un millar de patricios sintieron en lo más recóndito de su espíritu que la patria había sido humillada y que la acción contra el invasor era un asunto en el cual estaba comprometido el honor.

 

Estos dos imperativos los movieron a tomar las armas de inmediato y al efecto, a fines de julio numerosos patricios se dirigieron a la chacra de Perdriel, donde el 1º de agosto -al decir del coronel Juan Beverina- participaron activamente en la acción de ese nombre.

 

El 10 todos ellos, siguiendo a Santiago de Liniers, marchaban a reconquistar la ciudad, y el 12, al concluirse el ataque al Fuerte, último reducto del poder inglés y en una acción donde se vieron prodigios de valor y verdaderos alardes de heroísmo, la victoria coronó el civismo, el empuje, el ardor y el patriotismo de estos patricios que ya eran veteranos y victoriosos de la patria.

 

El pueblo de Buenos Aires estaba lleno del más legítimo orgullo, y deseando no volver a ver jamás que una bandera extranjera ondeara sobre las almenas del Fuerte, se abocó de inmediato a la tarea de prevenir en lo futuro la repetición de tales desgracias.

 

Ese sentimiento movió al municipio porteño, dos días después de la reconquista de la ciudad, a convocar a todos los sectores sociales para una reunión en el Cabildo a efectos de analizar los recientes acontecimientos, como así también prevenirlos en el futuro, dado que se intuía que las derrotadas armas británicas vendrían por el desquite.  Efectuadas las invitaciones de estilo, 98 vecinos de la ciudad se congregaron en la Sala Capitular donde después del cambio de opiniones de costumbre se propusieron entre otras cosas reclutar tropas y entregar la comandancia de Armas de la Ciudad a Santiago de Liniers. (1)

 

No bien los debates llegaron a este punto, la Real Audiencia de Buenos Aires, órgano que de acuerdo a las Leyes de Indias era la que se hacía cargo del gobierno en caso de acefalía –Sobremonte había huido a Córdoba-, opuso su veto, disponiendo que las revolucionarias medidas quedasen sin efecto mientras una junta de guerra no se expidiese en tal sentido.

 

La intempestiva y desatinada decisión fue inmediatamente acatada por los cabildantes que, haciéndola suya, se disponían a proceder en consecuencia.  Mas el destino de nuestra nación no habría de ser torcido por actitudes de este tipo.

 

Las deliberaciones que tenían lugar en el Cabildo, eran seguidas de cerca por unos 4.000 espectadores que se habían agolpado junto a sus arcadas, los cuales no bien se enteraron del curso de las mismas, como así también del rumbo que la audiencia le imprimiera, prorrumpieron en airadas exclamaciones por la decisión adoptada, reclamando el cumplimiento de lo propuesto en primer término por los cabildantes: que Santiago de Liniers, se hiciese cargo del mando de todas las tropas.

 

Si bien los participantes de la reunión capitular se mantuvieron firmes en su acatamiento a la voluntad de la Real Audiencia, al ver que el tumulto arreciaba cedieron a la presión popular disponiendo que Liniers asumiese la comandancia de armas de la Ciudad.

 

De todo lo acordado en esta memorable reunión, la cual fue justamente catalogada como una “verdadera revolución, la primera en la cual ensayó su fuerza el pueblo de Buenos Aires” (2), se remitió un oficio al virrey Sobremonte para su conocimiento, quien a la sazón se encontraba en Córdoba reclutando milicianos con la finalidad, según decía,  de recobrar a la ciudad, y totalmente ignorante del hecho que la misma ya lo había logrado por su propio mérito.

 

Leído el documento que le presentaron comenzó por negarse, mas al tomar conocimiento del estado anímico imperante en la Capital por intermedio del portador del pliego, modificó su actitud haciendo lugar a lo acordado por el Cabildo, y ratificando la resignación del Gobierno en la Real Audiencia.

 

Acto seguido se dirigió a Montevideo a organizar la defensa contra la esperada segunda invasión, lugar donde confirmó por escrito, en nota fechada el 25 de agosto de 1806 la designación de Liniers para el cargo que en realidad a éste le entregara la voluntad del pueblo. (3)

 

Desde el momento mismo de asumir el cargo, el flamante Comandante de Armas desarrolló una actividad febril, la cual arrojó como resultado el asombroso hecho de que una ciudad netamente mercantil, como ya fuera Buenos Aires en ese entonces, y sin mayor tradición militar, se tornase en once meses en un campamento de soldados donde “una sola era la opinión, una la voluntad y una la resolución de vencer o morir”. (4)

 

Ello comenzó el 6 de setiembre de 1806 cuando emitió un bando donde después de elogiar la energía de los hijos de Buenos Aires, los invitaba a incorporarse como soldados, en cuerpos separados por lugar de nacimiento, para la defensa del país.

 

Tres días después, el 9, complementó este bando con otro en el cual se concretaba la forma en que dichos cuerpos se organizarían.  Allí decía que “uno de los deberes más sagrados del hombre es la defensa de la patria que le alimenta, y los habitantes de Buenos Aires han dado siempre las más relevantes pruebas de que conocen y saben cumplir con exactitud esta preciosa obligación… con este objeto… vengo a convocarlos para que concurran a la Real Fortaleza los días que abajo se irán designando, a fin de arreglar los batallones y compañías, nombrando los comandantes y los segundos, los capitanes y sus tenientes a voluntad de los mismos cuerpos.  Los días señalados para la concurrencia son los abajo indicados y a las dos y media de la tarde.  Patricios, el lunes 15 de setiembre de 1806”.

 

Sin distinción de razas o clases, los patricios hábiles para tomar las armas, corrieron en tropel a enrolarse en las filas del regimiento que habría de ser el embrión de los futuros ejércitos de la Nación.  Todos ellos eran veteranos, puesto que habían luchado como leones –conjuntamente con su futuro Jefe- en la expulsión de los integrantes de la primera invasión inglesa, y los porteños se presentaban por centenares en aras del deber mora.

 

La idea inicial de Liniers en lo que respecta a la organización del Regimiento de Patricios preveía la creación de 2 Batallones pero, al decir del historiador Juan Beverina, la afluencia de voluntarios fue tal que obligó a organizar un tercero, lo cual elevó el efectivo de la Unidad a 1.935 plazas.  Este número lo constituía en la unidad más numerosa de todo el Virreinato. (5)  Los primeros soldados que integraron la unidad fueron artesanos, peones y menestrales poseídos todos de un sentir americano que dejaba adivinar su ya naciente vocación de patriotas argentinos, lo que unido al hecho de que fuesen celosos cristianos todos, determinó que una de sus primeras inquietudes la constituyese la designación del Santo Patrono del Regimiento.

 

Luego de algunos cabildeos se decidieron por San Martín de Tours por ser éste el patrono de la ciudad desde los tiempos de su fundación.  Esta elección institucionalizará definitivamente al Regimiento.

 

El 8 de noviembre se efectuó la votación por parte del personal de tropa para la elección de oficiales, los cuales a su vez procedieron a efectuar la votación indicada para escoger al Jefe del cuerpo.  Esto se realizó rápidamente y hasta allí sin inconvenientes.

 

Pero una vez efectuado el escrutinio, algunos españoles, hombres que intuían cuanto podía llegar a ser el peso que la unidad arrojaría en la balanza al sopesarse el futuro político de esta colonia española atendiendo al hecho que todos sus hombres eran criollos, intentaron con un atisbo de éxito efectuar un fraude a fin de ubicar en tan importante puesto a personas de reconocida fidelidad a la causa hispana.

 

La oportuna aparición de Manuel Belgrano en el momento de dicho escrutinio, frustró la maniobra de los españoles, haciendo que se respetase la voluntad de la mayoría.  Y con la intención de evitar cualquier equívoco realizó él mismo el recuento de votos.

 

Pese a la limpieza de los procedimientos usados en el acto presidido por Belgrano, los españoles protestaron del resultado.  Como el incidente amenazara agravarse fue menester que el mismo Liniers se hiciese presente en el lugar, oportunidad en que los oficiales y soldados fueron interrogados acerca de sus preferencias sobre el punto en discusión.  La respuesta del Cuerpo en pleno sindicó a Saavedra como Jefe el mismo y dando Liniers el asunto por terminado, la Unidad saludó a su comandante con una ovación estruendosa demostrativa de la estima que le guardaban, visto lo cual éste se hizo cargo de su puesto de inmediato. (6)  Saavedra fue al mismo tiempo, Jefe de la Unidad y Jefe del primer batallón.

 

El regimiento procedió a uniformarse a su costa, mas como muchos de sus hombres no pudieron hacerlo, el municipio proveyó de él a todos aquellos que no tenían recursos.

 

Este uniforme, destinado a inmortalizarse, constaba de calzón blanco, botas negras, chaquetilla azul con vivos blancos, collarín encarnado con centro blanco y un penacho blanco y celeste con presilla de esos colores en su sombrero de paisano.

 

En el brazo izquierdo lucían un “escudo de plata contorneado con laureles en azul, las iniciales “Buenos Ayres” sobre la cifra 1808 (agregada posteriormente), ambas bordadas en gules”. (7)

 

Además, como verdadera peculiaridad dentro del marco general, los soldados del Regimiento usaron desde un principio la famosa coleta, trenzada ésta con sus largos cabellos y rematada con un moño de cinta a la altura del cuello.

 

Saavedra llamó a su Unidad, “Legión de Voluntarios de Infantería” y quiso destacarla “como legión de circunstancias, penetrada de la cosa pública, reclutada en la masa de los pueblos, haciendo valer su fuerza si fuere menester, y concurriendo donde se le requiriese”.

 

Tal debía ser la idiosincrasia de la Legión, y es posible que esta inspiración se deba a las huellas dejadas en su imaginación por los estudios de los clásicos latinos donde admirara las fuerzas morales que animaron a las legiones de la República Romana. (8)  La mayor dificultad con que Liniers y Saavedra tropezaron fue la provisión de armas a la nueva Unidad.  Existían en ese momento en los arsenales tan sólo 2.000 fusiles de chispa, incluido en esta cantidad el botín tomado el 12 de agosto a Beresford, pero al fin, sumando a esto las donaciones de los vecinos, se logró dotar al regimiento como así también a las otras unidades.  Los Patricios recibieron como alojamiento –su primer cuartel- el edificio del Real Colegio de San Carlos, actual Colegio Nacional Buenos Aires.

 

El 9 de noviembre de 1806, el Regimiento hizo bendecir sus banderas en la Iglesia Catedral, conjuntamente con el cuerpo de Montañeses “los que se unieron a los Patricios haciendo un solo cuerpo, por lo que gozan del privilegio de ir siempre en sus formaciones llevando después de los antedichos, la vanguardia de los demás Cuerpos.

 

Como se ve, cada Batallón tenía su enseña y las mismas eran guardadas en la Sala Capitular del Cabildo de la Ciudad. (9)  dado que Saavedra era totalmente lego en los asuntos de la guerra, desde el momento mismo de su elección se dio de lleno al estudio de las tácticas de la época, familiarizándose también con el manejo de todas las armas, empeños estos que le permitieron al poco tiempo impartir las instrucciones al Regimiento, cosa que se hacía por las tardes, dos veces por semana, en las plazas de la Piedad, Concepción y Retiro, alcanzando los Patricios en breve plazo, un satisfactorio pie de instrucción.

 

Como puede notarse en estos pasajes, a fines de 1806, el viejo espíritu patricio estaba totalmente encarnado en el Regimiento de ese nombre, regimiento veterano desde antes que se constituya con las características propias de un cuerpo.

 

Cabe señalar que no han existido unidades a las que les corresponda tal nombre antes del Regimiento de Patricios, dado que por Unidad se ha de entender un cuerpo bajo un comando único, con una organización fija, reglamentos que rijan su instrucción, características especiales que lo tornen perfectamente individualizable de los otros y sobre todo con un gran espíritu de cuerpo, y finalmente existe el detalle importantísimo que es la anteriormente señalada elección del santo patrono, fuerza espiritual que animara a los patricios porteños desde hacía siglos y los siguiera inspirando en sus futuros cometidos.

 

Además la posesión de las banderas del cuerpo y los cuarteles que ocuparon largo tiempo, son otros tantos elementos que la sindican como la unidad de más larga historia de nuestro Ejército, utilizando aquí la palabra unidad en el sentido técnico del vocablo de esa época.

 

De sus filas surgirían el primer gobernante del país y grandes jefes de los ejércitos de la Independencia, a su amparo nacería la Patria y su presencia en todos los frentes haría fundamentalmente al logro de los objetivos de la argentinidad.

 

Referencias

 

(1) R. Caillet Bois – La Reconquista de Buenos Aires – Conferencia pronunciada en el Museo Mitre el 10 de agosto de 1965.

(2) Dean Funes – Ensayo Histórico, Tomo III, página 429, Ed. 1912, Buenos Aires.

(3) Archivo general de Indias, Sevilla.  Sec. V Audiencia de Buenos Aires.  Leg. 555.

(4) Cornelio Saavedra – Memorias Póstumas – Museo Histórico Nacional, año 1910, página 38.

(5) Enrique Ruiz Guiñazú – Cornelio Saavedra y la Revolución de Mayo – Conferencia pronunciada en la Academia Nacional de la Historia, el 14 de agosto de 1856.

(6) B. Mitre – Historia de Belgrano, Tomo I, páginas 171/72, 4º edición, Félix Lajouane, Año 1887.

(7) Reproducción del Uniforme Original existente en el Museo del Regimiento de Infantería 1 “Patricios”.

(8) Enrique Ruiz Guiñazú – Cornelio Saavedra y la Revolución de Mayo – Conferencia pronunciada en la Academia Nacional de la Historia, el 14 de agosto de 1856.

(9) Antonio Luis Beruti – Memorias Curiosas – Revista de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, Nº 23, páginas 143 a 145.

 

Fuente

Beverina, Juan – Las Invasiones Inglesas al Río de la Plata (1806-1807), Círculo Militar, Buenos Aires (1939).

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Portal www.revisionistas.com.ar

Scunio, Alberto D. H. – Patricios – Círculo Militar – Buenos Aires (1967).

 

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