Reafirmación de nuestra soberanía en la Patagonia

Cuando algo que es de alguien cae en situación de abandono y desamparo, no es extraño que aparezca otro y proceda a la ocupación de lo abandonado con intención de ejercer en ello su soberanía.  En situación más o menos parecida estuvo la Patagonia entre 1810 y 1878.  Primero fue la fundación de un establecimiento penal que luego se transformó en factoría y estación carbonífera en el Estrecho de Magallanes; después la totalidad del estrecho mismo; y con el andar del tiempo las pretensiones se extendieron sobre toda la Patagonia.

 

En 1876 una barca francesa de mil toneladas, la Jeanne Amelie, se hallaba en el puerto Santa Cruz abocada a la labor de extracción de guano; llegó la corbeta chilena Magallanes y la tomó presa.  La Jeanne Amelie tenía permiso consular argentino, pero lo mismo fue conducida al Estrecho, donde se perdió para siempre entre las restingas de Punta Dungeness.  Inmediato intercambio de enérgicas y ásperas notas diplomáticas, que concluye con el desconocimiento categórico de la jurisdicción argentina sobre la Patagonia más allá de la margen derecha del río Santa Cruz.  Y para demostrar que se hablaba en serio, en octubre de 1878, nuevamente la corbeta Magallanes capturó otro barco guanero, el norteamericano Devonshire, que también operaba con autorización del gobierno argentino, y lo llevó a Punta Arenas.

 

“Era necesario que la República Argentina hiciera de una vez por todas, acto ostensible de posesión de lo que era suyo. De su legítimo patrimonio, de aquello de que la querían despojar sin derecho ni razón, creyéndola débil y aniquilada por sus dolorosos desgarramientos internos, y por eso fueron los buques de la escuadrilla de ríos, a hacer flamear a lo largo de las costas orientales patagónicas nuestra inmaculada bandera, clavándola sus tripulantes en la cima de uno de los cerros más elevados del cañadón de Misioneros, sobre la margen derecha del río Santa Cruz”, expresa en 1928 el capitán de navío don Santiago J. Albarracín en su libro “Páginas de Ayer”.

 

Aquella escuadra destacada para tan honrosa como riesgosa misión, estaba compuesta por los buques construidos durante el gobierno de Sarmiento con destino a la defensa de los ríos de la cuenca del Plata.  Pero el espíritu y el coraje argentino estuvieron siempre resueltos para la defensa de la soberanía nacional, sin reparar en la actualización o no de los medios con que contó en tal o cual casus belli.  Qué hay que salir al mar con buques de río, ¡pues en adelante serán buques de mar! “.. no había más, ni tampoco hubiéramos podido adquirir otros… ¡y muy bien que nos sirvieron!”, dice Albarracín en la obra ya citada.

 

En la tarde del 8 de noviembre de 1878, la escuadra al mando del capitán de navío (comodoro) don Luis Py, salió de Buenos Aires poniendo proa al sur, con instrucciones de exigir el abandono del puerto Santa Cruz, aún por medio de las fuerzas en caso necesario.  Componíanla el monitor Los Andes,la cañonera Uruguay, corbeta Cabo de Hornos, cúter Los Estados, y las bombarderas Constitución y República; estas dos últimas tenían cada una, por toda artillería un cañón Armstrong de avancarga, de once pulgadas, que disparaba en línea de quilla, esto es que había que apuntarlo orientando la proa del buque hacia el blanco; además sus condiciones marineras eran tan precarias que en la jerga marinera recibieron el mote de “roca de media marea” puesto que estaban más tiempo bajo el agua que en la superficie.  Pero llegaron.

 

El 27 llegó la escuadra a Santa Cruz y, felizmente para nuestra historia, el trompa no recibió orden de tocar zafarrancho de combate.  De inmediato se procedió a desembarcar todo lo que pertenecía al Regimiento de Artillería de Plaza, con una fuerza de cien hombres entre clases y tropa, al mando del mayor don Félix Adalid.  Al pie del gran cerro del Cañadón de Misioneros quedó establecido el cuartel, y en la cumbre se erigió un mástil con un tronco de palmera.  El 30 todo quedó listo para la ocupación de la margen sur del río Santa Cruz.  Sigamos a Albarracín:

 

“En consecuencia, el 1º de Diciembre desembarcó el destacamento de artillería con sus jefes y en correcta formación, con sus armas, acompañándolo algunos jefes y oficiales de marina, y ascendiendo al cerro, se enarboló nuestra bandera; como , debido a los chubascos, se tropezara con algunas dificultades, el teniente don Carlos Becar trepó al tronco de la palmera –que había sido enterrado bien hondo asegurándolo con piedras- y con un pesado martillo y buenos clavos se fijó el pabellón en el sólido tronco, rindiéndose los honores al izado con toda sencillez.

 

“En ese solemne momento eran las 5 p.m. y quedaba aquel territorio ocupado definitivamente por los argentinos, sus legítimos herederos de la madre patria.  No se dispararon cañonazos ni tampoco se hizo ninguna fiesta especial; nos limitamos a establecer de una vez por todas la soberanía argentina en el río Santa Cruz y en su territorio”.

 

La escuadra permaneció allí de estación hasta el 13 de marzo de 1879, fecha en que zarpó rumbo a Patagones para cooperar en la campaña del desierto que a fines de abril había resuelto emprender el general Roca para la ocupación de la línea de fronteras con el indio dada por los ríos Negro y Neuquén.

 

Fuente:

Albarracín, Cap. de navío Santiago J. – Páginas de Ayer, Buenos Aires (1928).

Almeida, Juan Lucio – La Armada en los mares patagónicos – Todo es Historia, Año I, Nº 7, (1967).

Antook – Patagonia Argentina (2007).

 

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