Desde el principio de la Guerra del Paraguay se ejerció la acción diplomática con más o menos intensidad, pero sin conseguir ningún resultado. Entraba en el cálculo de los aliados el exterminio del Paraguay, tomando por pretexto la tiranía de López y en prosecución de este fin, la política brasilera, con una habilidad y sagacidad digna de mejor causa, ha desviado y anulado toda acción directa o indirecta de parte de las naciones neutrales, que tuviesen la tendencia de interrumpir la continuación de la guerra. La República Argentina, cuyo gobierno estaba de completa conformidad con aquella política, armonizaba su conducta con la del Gobierno brasilero.
La nación que se ha manifestado con mayor energía para cortar la guerra ha sido Perú. Ofreció su mediación en Río de Janeiro en el mes de junio de 1866. El Ministro de Relaciones Exteriores del Imperio, contestó, que sólo podría haber paz con el presidente López cuando fuese vengada la honra nacional del pueblo brasilero, y que las prematuras negociaciones de paz no servirían sino a acarrear nuevos sacrificios y más graves complicaciones.
El representante diplomático del Perú, al verificar su ofrecimiento, hablaba de una acción colectiva de las otras repúblicas del Pacífico: Chile, Bolivia (1) y Ecuador; pero sólo la primera dirigió una comunicación en el mismo sentido a la República Argentina.
Cuando salió a luz el célebre Tratado Secreto de la Triple Alianza, el Gobierno del Perú envió una enérgica protesta al Gabinete imperial del Brasil, en cuyo documento declaró que las otras Repúblicas del Pacífico participaban de las mismas ideas enunciadas, y que estaban dispuestas a presentar la misma reclamación. En vista de que los otros gobiernos no se pronunciaban, el Encargado de Negocios del Perú en Montevideo, protestó ante el Gobierno imperial contra las consecuencias del Tratado de la Triple Alianza, en el supuesto de que su texto hubiese sido reproducido fielmente en el relatorio del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Gran Bretaña. Pero el Gobierno imperial del Brasil, o el Ministro del ramo, Sr. Saa y Alburquerque, se hizo el sordo, y dejó sin contestar la referida protesta. A la verdad que no hubiera sido lícito al Ministro imperial declarar que la aludida transcripción del Tratado en el relatorio inglés, era una copia fiel del original, sin incurrir en la tacha de indiscreto, en violación de lo estipulado en el artículo 18 del mismo.
Las protestas de Chile y de los Estados Unidos de Colombia en setiembre de 1866 y junio de 1867 contra la continuación de la guerra y las cláusulas del Tratado de la Alianza, fueron igualmente sin ningún resultado.
En enero de 1867 el Gobierno de los Estados Unidos presentó una nota al Gobierno imperial por intermedio de su Ministro en Río de Janeiro, el general Watson Webb, proponiendo la instalación de una conferencia en Washington, para reconciliar a los beligerantes, y en caso de que no se consiguiese ese resultado, proponía el nombramiento de un árbitro.
El Gobierno imperial, receloso de la influencia que ejercería en la resolución de la cuestión que se debatía con las armas en la mano, una nación poderosa y preparada para la lucha como los Estados Unidos de Norte América, y que tal vez ella no fuese a su satisfacción, trató de eludir el ofrecimiento del Gobierno norteamericano.
El Gobierno imperial, para ganar tiempo, y con la idea de postergar las negociaciones, acusó recibo diciendo que, no siéndole lícito decidir por sí solo, acerca de tan benévolo ofrecimiento, iba, sin demora, a conferenciar previamente con sus aliados.
El Gobierno imperial sospechaba que la intención del Gobierno de los Estados Unidos al dar el paso fuese buscar un compromiso que, como se comprende, daría lugar a muy graves complicaciones. Reconociendo el Gobierno imperial que la intención de los Estados Unidos, en cualquier forma que fuese, envolvía un verdadero peligro, atendió el ofrecimiento con delicado esmero y prudencia. El emperador Pedro II, cuya voluntad en la marcha política era decisiva, por nada quería que se aceptase el ofrecimiento americano, porque en su opinión, si el Brasil cedía al Paraguay, ¡peligraba la realización de su porvenir!
En el mes de abril de 1867 fue contestada la nota del Gobierno, rechazando en términos comedidos y decorosos la mediación ofrecida. La nota era una especie de “memorandum” en que se daba una relación de todos los hechos que a juicio del Gobierno brasileño, hacían imposible toda reconciliación con el mariscal López, asegurando a la vez haber rechazado idéntica proposición ofrecida por el Gobierno del Perú.
Si bien esta contestación no dejó del todo satisfecho al Gobierno de los Estados Unidos, sin embargo guardó silencio, bajo una aparente tranquilidad, durante nueve meses.
Como se ve, todas esas generosas tentativas fueron rechazadas por el Gobierno imperial, porque contrariaban los fines que se proponía la política imperial, o sea la Alianza.
Con todo, después del transcurso de algunos meses, la acción diplomática, incansable en procurar evitar la destrucción completa de cuatro estados sudamericanos, volvió a dejarse sentir, y de una manera directa, es decir, sobre el teatro mismo de los sucesos sangrientos.
Washburn, el Ministro norteamericano en el Paraguay, después de una larga ausencia, regresó a Asunción en el mes de octubre de 1866, habiendo tenido que luchar con la oposición de Tamandaré para subir en la cañonera norteamericana hasta Curupaytí.
Traía instrucciones de su Gobierno para interponer sus buenos oficios a favor de la paz ante el Gobierno paraguayo y los aliados. Idénticas instrucciones parece haber sido impartidas al general Ashboth, Ministro de los Estados Unidos en la República Argentina.
Este último, en virtud de dichas instrucciones, ofreció su mediación en la guerra del Paraguay al Gobierno argentino. La primera nota no fue contestada. Entonces el Ministro dirigió otra en el mismo sentido acompañando copia de la primera. Esta vez, el Gobierno argentino contestó manifestando que quedaba sumamente agradecido por los buenos deseos, y que cuando lo creyera oportuno haría uso de ellos. Así terminó aquella débil tentativa a favor de la paz y de la humanidad.
En marzo de 1867 bajó de Asunción Washburn al cuartel general de López en Paso-pucú, a objeto de ofrecer, como efectivamente ofreció, su mediación a favor de López. Después de una larga conferencia con el Mariscal, en que indudablemente se habrá impuesto de las ideas de éste sobre ese asunto, Washburn pasó el 11 del mismo mes al campamento de los aliados a conferenciar con el marqués de Caxias, que era, a la sazón, el general en jefe interino de todas las fuerzas aliadas.
El Mariscal le facilitó para el efecto un carruaje tirado a la cincha de cuatro jinetes de la escolta nacional, y así que llegó a las avanzadas de los aliados, fue recibido por el coronel Fonseca, jefe de estado mayor brasilero, haciendo el resto del viaje a caballo.
Washburn permaneció tres días en el campamento aliado, al cabo de los cuales volvió al paraguayo, sin haber adelantado nada a favor de la paz, pues Caxias le declaró terminantemente que no se aceptaría ninguna negociación que no tuviese por base la separación del Mariscal del Gobierno del Paraguay. El Mariscal no quería ni oír hablar de esto, tal era la repugnancia que le causaba, porque lo consideraba como una humillación ofensiva a su persona y a la dignidad nacional.
De modo que la mediación de Washburn fracasó. Hasta entonces éste gozaba de las simpatías del Mariscal; pero después, ya sea porque había adquirido noticias de que no había procedido con toda honorabilidad y buena fe en el desempeño de su noble misión, o ya sea porque su conducta e Asunción le haya infundido sospechas respecto a algo que allí se fraguaba, lo cierto es que el Mariscal empezó a cobrarle una aversión muy marcada.
Hasta se dijo que se había dejado sobornar por Caxias, a fin de que sirviera de órgano de comunicación entre éste y los hombres de Asunción que trataban de establecer allí un Gobierno provisorio en substitución de el del Mariscal, que decía responder a las miras del enemigo. Más tarde, cuando se descubrió esa trama, salió a luz la parte activa que el Ministro norteamericano había tenido en esos trabajos. Lo que se deduce de todo esto es, ¡que Washburn no era trigo limpio! y que el ofrecimiento de sus buenos oficios a favor de la paz, no lo hizo con todo el desinterés que exigía su posición como representante diplomático de los Estados Unidos.
En agosto de 1867, G. Z. Gould, Secretario de la Legación Británica en el Río de la Plata, vino al Paraguay con el objeto de facilitar medios de salir fuera del país a los súbditos ingleses que quisiesen. La mayor parte de éstos estaban en servicio del Gobierno del Paraguay.
Después de visitar el campamento aliado, pasó al paraguayo. Al llegar a Paso-pucú fue alojado en una de las casitas de paja de la Mayoría. Los ingleses del campamento tenían permiso para comunicarse con él libremente, y enterarle de la situación de sus demás compatriotas residentes en el país. La mayor parte de éstos no quisieron salir del interior; excepto unas cuantas viudas con sus hijos.
Luis Caminos, Secretario General del Mariscal, fue designado a comunicarse con él, celebrando ambos largas conferencias. A pesar de que no había venido munido de suficiente autorización, Gould inició negociación para cortar la continuación de la guerra; a cuyo efecto redactó las condiciones que él sabía que los aliados habían de aceptar. (2) Dichas condiciones consistían en las siguientes:
a) La previa garantía dada por acuerdo secreto a los gobiernos aliados, de la aceptación por parte del Gobierno del Paraguay, respecto de las proposiciones que estuviesen dispuestos a hacerle.
b) Los poderes aliados reconocerían de la manera más formal independencia e integridad de la República del Paraguay.
c) Todas las cuestiones relativas a territorios y límites, pendientes antes de la guerra, serían aplazadas o sometidas al arbitraje de poderes neutrales.
d) Los ejércitos aliados se retirarían del territorio paraguayo y las fuerzas paraguayas desalojarían los puntos ocupados por ellas en el territorio brasilero, tan pronto como estuviera asegurada la conclusión del tratado de paz.
e) No se demandará indemnización alguna por los gastos de la guerra.
f) Los prisioneros de guerra de ambas partes serían puestos en libertad inmediatamente.
g) Las fuerzas del Paraguay serían licenciadas en su totalidad, excepto las necesarias para el mantenimiento del orden en el interior de la República.
h) S. E. el mariscal Presidente, apenas concluido el tratado de paz o sus preliminares, se retiraría a Europa, dejando el Gobierno en manos de S. E, el vice-presidente, quien según las prescripciones de la constitución de la República queda con el mando en casos análogos.
Aceptadas por el Mariscal estas bases, Gould las llevó al campamento aliado el 11 de setiembre de 1867. Allí también fueron favorablemente recibidas y puestas en conocimiento de los gobiernos Aliados. El coronel Fonseca, jefe del estado mayor brasilero, fue despachado en un vapor expreso a Río de Janeiro para recabar la aprobación del Emperador.
Pero, ¡oh fatalidad! Mientras Gould estuvo en el campamento aliado, el Mariscal recibió entre varias comunicaciones del exterior una carta dirigida de Buenos Aires por un amigo de confianza del partido contrario a Mitre, en la que daba la noticia de que una nueva revolución había estallado en la República Argentina, aconsejándole que no hiciese la paz, porque en breve los aliados se verían obligados a entrar en negociaciones de paz bajo cualesquiera condiciones. El Mariscal prestó oído a esta insinuación, y cuando, dos días después, regresó Gould para informarle del estado de la negociación, sin duda, con sorpresa, recibió una nota del Secretario Caminos, diciéndole que él había “previamente” declarado que el Art. h) de las bases no podía ser ni discutido por él; agregando: que la República del Paraguay nunca mancharía su honor y su gloria, consintiendo que su presidente y defensor bajase de su puesto, y menos aún que fuera expatriado del teatro de su heroísmo y sacrificios. (3)
Gould, después de sus esfuerzos para el arreglo de las mencionadas condiciones, visiblemente contrariado, se despidió sin contestar la nota de Luis Caminos, partiendo el mismo día en la cañonera inglesa “Dotterel”. El comandante de este buque fue condecorado por el Mariscal con la estrella de caballero de la Orden Nacional del Mérito.
Como en esa época todo el mundo en el Río de la Plata estaba cansado de la guerra, la noticia de la negociación de Gould, produjo en el público un gran entusiasmo a favor de la paz. La prensa consideraba suficiente que López dejase el país y fuese por algún tiempo a Europa a descansar de las fatigas de la campaña.
El Mariscal no rechazó el plan propuesto por M. Gould, llevado por su egoísmo, solamente, sino por una razón fundamental: los 8 puntos de Gould no aseguraban al Paraguay que los términos del tratado de alianza dejarían de ser aplicados rigurosamente. Precisamente la cuestión fundamental era el alejamiento del Mariscal a Europa, porque ese alejamiento tenía en la práctica el valor de entrega del Paraguay desarmado y el cumplimiento de los fines de la alianza: la desaparición del régimen político, social y económico del Paraguay, fin principal; y la cesión de territorios, como fin secundario.
El Mariscal aceptó el “plan Gould”, en toda su extensión, inclusive su alejamiento a Europa, sobre la base de la no aplicación de los términos de la alianza, pero al regreso de Gould del campo aliado, el plan contenía una importante modificación disimulada con no pequeña habilidad, que no escapó a la penetración de aquél: las fuerzas paraguayas serían licenciadas en su totalidad…. Lo demás es literatura y pose. Si el Paraguay esta desarmado. ¿quién garante que el régimen político no será depuesto, que Humaitá no será arrasada, que los territorios disputados no serán tomados por uno y otro aliado? No hay garantía ninguna: el “plan” se viene al suelo.
En enero de 1868, el Ministro de los Estados Unidos en Río de Janeiro, renovó sus buenos oficios para la terminación de la guerra, cuya continuación no ofrecía hasta entonces resultado decisivo alguno. En su nota, además del ofrecimiento de mediación, el Ministro hizo presente el disgusto con que había visto el presidente y el pueblo de los Estados Unidos la no aceptación de su mediación ofrecida el año pasado, declarando al mismo tiempo que la continuación de la guerra era tanto más desagradable a la Unión cuanto que paralizaba el comercio en las aguas del Plata y ponía en peligro a las instituciones republicanas.
El Gobierno Imperial, lo mismo que antes, trató de ganar tiempo, bajo el pretexto de conferenciar con sus aliados. La nota recién en el mes de abril fue contestada negativamente, manifestando que no era posible hacer la paz con López, que había ultrajado tanto al Brasil, y que sólo co su deposición la Triple Alianza dejaría las armas. (4)
¡Cuán cierto es lo aseverado como un hecho que resulta del estudio detenido del Tratado Secreto de Alianza, que la intención de las partes era la desaparición del Paraguay de entre las naciones libres y soberanas de Sud América!
El rechazo repetido de los ofrecimientos de mediación pacífica y amistosa de que hemos hecho mención, no importaba otra cosa que el “delenda Carthago” del Brasil y sus aliados; era la idea fija de su aspiración, cuya realización perseguían con un encarnizamiento poco común en la historia.
Me dirán que el Paraguay existe.
Eso prueba que la influencia de las protestas ha hecho variar el programa, porque no tan impunemente puede llevarse a cabo una inmoralidad internacional de esa naturaleza sin conmover los principios fundamentales de la existencia de los demás pueblos.
El Paraguay existe; pero ha quedado de tal modo aniquilado, de tal modo postrado, que su independencia es poco menos que nominal, y su acción en el concierto general de los pueblos, en la lucha por la civilización y el progreso, es hasta ahora nula. Gracias al patriotismo de sus hijos, el cadáver se ha reanimado y ha dado señales de vida en estos últimos diez años. En caso de una guerra entre las naciones que constituyeron la alianza para destruirlo, no cuenta con elementos para sostener y hacer respetar su neutralidad, y alguna de ellas tendrá tal vez que sentir la consecuencia del desequilibrio posible que pueda resultar de esa circunstancia. Recién entonces se habrán convencido del gran error que han cometido los que se prestaron a formar la alianza para llevar una guerra de exterminio a una república hermana. No es aventurado creer, y casi puede decirse ese convencimiento en la conciencia pública, que si el Imperio no hubiese contado con el concurso del general Mitre, no hubiese hecho la guerra.
Referencias
(1) Por esa época el presidente Melgarejo de Bolivia escribía al mariscal López por conducto del ciudadano argentino Juan Padilla, enviado particular del general Saa cerca de López, diciéndole que: “el mismo Padilla explicaría a éste su adhesión a la justa causa que sostenía el Paraguay contra tres naciones que enarbolaban la bandera de conquista y exterminio; que acababan de protestar contra tan vandálico avance cuatro importantes Repúblicas del Pacífico, y en caso que no llevasen a efecto su protesta hecha a la faz del mundo, él (Melgarejo) con su ejército iría a ayudar al Mariscal que para ello contaba con una columna de 12.000 bolivianos”.
(2) Ignoramos qué contestación habrá dado el Mariscal a tan espontáneo ofrecimiento.
(3) Véase a Thompson, p. 349, ed. 1869. Y también el prólogo de J. Natalicio González a las “Cartas Polémicas” entre Mitre y Gómez (Ed. Guarania). En dicho prólogo se destruyen las imposturas de Thompson en que se funda el relato y los injustos juicios de Centurión.
(4) Véase a Schneider 2t, p. 143.
Fuente
Centurión, Juan Crisóstomo – Memorias o Reminiscencias Históricas de la Guerra del Paraguay – Tomo II – Asunción (1944).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
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