El mariscal Francisco Solano López con el objeto ostensible de procurar medios conciliatorios que pusiesen término a la guerra del Paraguay, con grandes perjuicios de todos, decide proponer al general Mitre una entrevista. Con ese fin el 10 de setiembre de 1866, ya muy tarde dirigió una nota a Mitre, siendo portador su ayudante de campo coronel Martínez, bajo bandera de parlamento y acompañado de su trompa. El parlamentario paraguayo a pesar de la bandera blanca que llevaba y el toque de atención por el trompa, fue hostilizado a balazos por las avanzadas argentinas. (1) En su consecuencia, Martínez regresó sin entregar la nota. Al día siguiente por la mañana el mariscal volvió a mandar al mismo ayudante, y entonces fue bien recibido, y como satisfacción por lo que había ocurrido en el anterior, se le manifestó que el oficial que mandó hacer fuego había sido castigado.
A estar a la opinión de los anotadores de la obra de Thompson, señores Lewis y Estrada, este castigo, si es que efectivamente haya sido aplicado, fue injusto, puesto que el oficial no hizo sino cumplir con su deber según aquéllos. La nota de la referencia era del tenor siguiente: “Cuartel General en Paso-pucú, 11 de setiembre de 1866 – Al Excmo. Sr. Brigadier General D. Bartolomé Mitre, Presidente de la República Argentina, y General en Jefe del Ejército Aliado – Tengo el honor de invitar a V. E. a una entrevista personal entre nuestras líneas, el día y hora que V. E. señale. – Dios guarde a V. E. – Francisco S. López”.
Entregada que fue la nota al general Mitre, éste se trasladó en seguida a la carpa del general Polydoro, donde también concurrió el general Flores. Hubo una breve deliberación entre los tres generales. Mitre desde luego opinó decididamente por la aceptación de la entrevista propuesta; Flores, sin discrepar con esta opinión, manifestó que era conveniente oír lo que deseaba o proponía el presidente del Paraguay, debiendo presumirse que sus palabras fueran de conciliación, desde que él mismo en persona venía a hacerlas presentes. Polydoro, por su parte, tampoco hizo ninguna objeción, concretándose a manifestar que no tratándose sino apenas de una entrevista de López con Mitre, convenía aceptar la invitación. (2)
Después de esto, Mitre contestó la nota de López aceptando la invitación de éste, en los siguientes términos: “Cuartel general del Ejército Aliado, 11 de setiembre de 1866 – Al Excmo. Sr Mariscal Don Francisco S. López, Presidente de la República del Paraguay, y General en Jefe de su Ejército – Tuve la honra de recibir la comunicación de V. E. fecha de hoy, invitándome a una entrevista personal entre nuestras líneas, el día y la hora que se conviniese; y, respondiendo, debo decir a V. E. que acepto la entrevista propuesta, y me hallaré mañana a las 9 de la mañana, en el punto de nuestras respectivas líneas, en el Paso de “Yataity Corá”, llevando una escolta de veinte hombres, que dejaré a la altura de mis avanzadas, adelantándome en persona en el terreno intermediario para el fin indicado, si V. E. se conforma con eso. – Dios guarde a V. E. muchos años – Bartolomé Mitre”.
Esta nota fue entregada a Martínez en el Cuartel General brasilero, donde fue llamado. En la tarde de ese mismo día se envió la respuesta con el mismo parlamentario, el ayudante coronel Martínez, que fue también entregada en las avanzadas argentinas, concebida en estos términos: “Cuartel General en Paso-pucú, 11 de setiembre de 1866 – Al Excmo. Sr. Brigadier General don Bartolomé Mitre, Presidente de la República Argentina y General en Jefe del Ejército Aliado – Acabo de tener el honor de recibir la respuesta que V. E. se ha dignado dar a mi propuesta de entrevista de esta mañana, y agradeciendo a V. E. la aceptación que de ella hace, me conformaré con el proceder que V. E. se propone y cumpliré el deber de no faltar a la hora indicada – Dios guarde a V. E. muchos años – Francisco S. López”.
Arreglada así la entrevista, el Mariscal se preparó para concurrir, con la esperanza, sin duda, de que sus propósitos serían coronados de éxito, sino en todo, en parte.
El traje diario que acostumbraba a llevar el Mariscal, consistía en una blusa de paño azul oscuro con vivos colorados, y la estrellita de caballero de la Orden Nacional del Mérito, pendiente del pecho izquierdo, pantalones de paño de ídem con franjas de galón de oro, botas granaderas con espuelas que no abandonaba nunca desde que salió a campaña y un sombrero chileno fino de alas grandes.
Al día siguiente, 12 de setiembre de 1886, por la mañana temprano, se mudó este traje, y se puso de uniforme militar, consistente en una levita de paño oscuro sin charreteras con entorchados de general de división en el cuello y en las bocamangas, botas granaderas nuevas con espolines de plata y un kepí con bordados igualmente de general de división, -traje que usaba antes de ser promovido a Mariscal. (3) Sobre este uniforme se puso su poncho redondo favorito de vicuña forrado de paño grana muy fino con flecos de oro, teniendo en el cuello una coronita imperial del Brasil bordada en realce con hilos de oro. Este poncho fue regalo del ministro Pimenta Bueno al presidente Carlos Antonio López y a la muerte de éste, se quedó el hijo con él. No dejaba de admirarse que teniendo tanta predisposición contra el imperio, no haya mandado sacar la corona imperial que tenía en el cuello del mencionado poncho.
Hasta la trinchera fue conducido en un carruaje americano con cuatro ruedas, y de allí continuó montado en su caballo melado favorito llamado “Mandyyú”. Llevaba una escolta ostensible de 24 hombres del escuadrón de dragones, sin uniforme de parada, y simplemente con las camisetas coloradas que usaban en campaña. Además de esto, dio orden para que anticipadamente muy temprano se emboscase el batallón de rifleros en un pajonal en la línea avanzada de los paraguayos no a mucha distancia del lugar de la entrevista. Sin duda fue una medida tomada por aquello de que el “hombre prevenido vale por dos”.
Fuera de esta fuerza o escolta, la comitiva que le acompañaba se componía de unos 30 y tantos oficiales casi todos del cuartel general. Formaban igualmente parte de ella su cuñado el general Barrios y sus dos hermanos el coronel Venancio y Benigno López.
Desde la trinchera el Mariscal siguió su marcha a paso de canino sin ningún incidente y minutos después de su llegada al lugar señalado se vio venir en un caballo oscuro al general Mitre acompañado de su estado mayor y una escolta de 20 hombres. El uniforme que vestía era una casaca negra con cinturón y tiros blancos y un chamberguito negro de fieltro con plumas negras. Su posición a caballo no era nada elegante: era más bien la de un domador con espuelas que acodilla adelante, es decir, con las puntas de los pies metidos hacia adentro. El contraste que hacía resaltar su figura poco elegante al lado de la bizarra de López, era notable: eran dos adversarios con distintas ideas y distintos uniformes; pero con desmedidas ambiciones, cada uno por su estilo.
Las escoltas hicieron alto, y los dos Presidentes adelantaron hasta cruzar los pescuezos de sus caballos y se saludaron descubriéndose ligeramente y dándose las manos. En seguida se apearon, y adelantándose del sitio algunos pasos, dejando sus montados a cargo de los ordenanzas, empezaron a hablar, al aire libre, porque en ese lugar no había ninguna casa o rancho.
Algunos minutos después, a pedido del Mariscal, el general Mitre mandó saludar a los generales Polydoro y Flores, invitándolos para que asistieran ellos también a la entrevista. El primero agradeció el saludo y se disculpó de no poder comparecer; pero el segundo concurrió y fue presentado por Mitre al Mariscal, quien le acusó como el causante de la guerra que aniquilaba a las dos repúblicas en provecho del Brasil, cuyo cargo rechazó Flores manifestando que nadie era más celoso que él por la independencia de su patria. Pocos minutos después se retiró.
El Mariscal presentó al general Mitre su cuñado el general Vicente Barrios y sus dos ya mencionados hermanos; a su vez el general Mitre presentó al Mariscal el general Hornos y varios otros jefes. López manifestó el deseo de conocer personalmente al coronel (después general) Rivas; pero Mitre le dijo que estaba ocupado fuera del campamento en una comisión. Efectivamente, en esos momentos, estaba ocupado en embarcar en Itapirú los batallones argentinos destinados a reforzar la división de Porto Alegre para dar el ataque de Curupaytí.
Después de estos cumplidos preliminares, quedaron los dos presidentes solos, y estuvieron conferenciando cinco horas seguidas, durante las cuales unas veces, permanecían sentados y otras se paseaban. Los dos fumaban, y López cada vez que se le apagaba el cigarro, hacía uso para encenderlo de una yesquera de oro muy cincelada; trabajo del platero Mugica, que llevaba siempre en el bolsillo derecho del chaleco.
Las sillas en que se sentaban fueron llevadas del cuartel general de López, y para finalizar la conferencia llamó a su Secretario el mayor Manuel Palacios (4), y le ordenó que aproximara una mesita redonda que también fue llevada junto con las sillas, y trajera tinta y papel para escribir. Cuando ya estuvo listo, dictó el siguiente protocolo o memorándum: “S. E. el Sr. Mariscal López, Presidente de la República del Paraguay en su entrevista del 12 de setiembre invitó a S. E. el Presidente de la república Argentina, General en Jefe del Ejército Aliado, a procurar medios conciliatorios e igualmente honrosos para todos los beligerantes, a fin de ver si la sangre hasta aquí derramada no puede considerarse suficiente para lavar sus mutuos agravios, poniendo término a la guerra más sangrienta de Sud-América, por medio de satisfacciones mutuas e igualmente honrosas e equitativas, que garanticen un estado permanente de paz y sincera amistad entre los beligerantes”.
El general Mitre, limitándose a oír, respondió que “se refería a su gobierno y a la decisión de los aliados, según sus compromisos”.
Antes de separarse brindaron con cognac y cambiaron sus látigos en recuerdo de la entrevista. López, además, obsequió al general Mitre con algunos cigarros criollos fuertes de los que él acostumbraba fumar. Mitre aseguró a López al despedirse que las operaciones de la guerra serían llevadas adelante con el mayor vigor.
Esta escena final, dice Paranhos, hacía recordar uno de esos episodios épicos de la antigüedad. Y ello es verdad. La famosa entrevista referida por Homero (Lib. VII) entre Héctor y Ayax, acordando los dos campeones a postergar el combate para otro día, termina con este discurso del primero:
“Y antes démonos ambos uno al otro
brillantes dones, porque alguno diga
así de los Aquivos y Troyanos:
Estos dos combatieron rencorosos
en terrible batalla; pero unidos
en amistad al fin se retiraron”.
Y al terminar estas palabras, Héctor ofreció a Ayax su espada, cuyo pomo adornaban clavos de fina plata y estaba pendiente de un bien labrado tahalí. Ayax a su vez regaló a su rival un vistoso ceñidor color de púrpura con que sujetaba la chaquetilla. Después de lo cual los dos se retiraron.
Es cierto que aquí no existe una completa paridad: no hubo combate singular a arma blanca como en la antigüedad; todo se concretaba a más o menos acalorada discusión sobre los motivos que dieron lugar a la guerra y las responsabilidades que sobre cada uno pesaban como gobernantes.
La lucha fue indudablemente una de las más sangrientas conocidas en el mundo, y el carácter típico de su encarnizamiento es sólo comparable con la de los tiempos heroicos de Homero.
El Mariscal, al ser interrogado por Mitre, durante la entrevista, si creía posible entrar en arreglo de paz bajo las bases del tratado de Alianza, contestó con energía que jamás podría aceptar las condiciones de ese tratado, que nunca podría servir de base a un arreglo de paz, y que si esas eran las únicas condiciones que se le hacían, las resistiría hasta el último extremo.
El asunto de la conferencia se dio por terminado definitivamente con las dos notas siguientes: “Cuartel general en Curuzú, 14 de setiembre de 1866. – A S. E. el Sr. Mariscal D. Francisco S. López, presidente de la República del Paraguay y general en Jefe de su Ejército – Tengo el honor de transmitir al conocimiento de V. S., conforme habíamos convenido, que habiendo comunicado a los aliados, cual era de mi deber, la invitación conciliatoria que V. E. se sirvió hacerme el día 12 del corriente en nuestra entrevista de Yataity.Corá, resolvimos de conformidad con lo ya declarado por mí aquella ocasión, referir todo a la decisión de los respectivos gobiernos, sin hacer modificación alguna en la situación de los beligerantes – Dios guarde a V. E. muchos años – Bartolomé Mitre”.
“Cuartel General en Paso-pucú, 15 de setiembre de 1866 – Al Excmo. Señor Brigadier General D. Bartolomé Mitre, Presidente de la República Argentina y General en Jefe del Ejército Aliado – Acuso recibo de la nota que ayer tarde V. E. me hizo el honor de dirigir de su Cuartel General en Curuzú, diciéndome que había acordado con sus aliados referir a sus respectivos gobiernos el asunto de nuestra entrevista del 12 en Yataity-Corá. Nada me detuvo ante la idea de ofrecer por mi parte la última tentativa de conciliación, que pusiese término al torrente de sangre que derramamos en la presente guerra, y me asiste la satisfacción de haber dado así la más alta prueba de patriotismo, ante mi país y la humanidad, y ante el mundo imparcial que nos observa – Dios guarde a V. E. – Francisco Solano López”.
En honor a la entrevista, los bombardeos de una y otra parte cesaron aquel día y el siguiente, estableciéndose una especie de armisticio tácito, en la presunción de que ya estaban iniciados los preliminares de la paz tan anhelada por ambos bandos. Los soldados y algunos oficiales aliados, aprovechándose de esa circunstancia, se acercaron a conversar con las tropas paraguayas y oficiales de la vanguardia; pero las conversaciones de aquéllos no eran enteramente inocentes, sino con espíritu y tendencia a debilitar la lealtad de los paraguayos al cumplimiento de sus deberes hacia la patria; y a destruir su adhesión al Gobierno de la República
En vista de esto, el Mariscal tomó sus medidas para impedir la desmoralización de las tropas por insidiosas propagandas, y como no había nada acordado al respecto, dio orden para que fuesen tomados prisioneros a los que se acercasen a las avanzadas. De esta manera cayeron en su poder el mayor Díaz y un alférez que le acompañaba, pertenecientes al ejército argentino.
Don Pedro Recalde, uno de los que formaban la titulada “Legión Paraguaya” (5), acompañado de otros, cometió la injustificable imprudencia de acercarse, durante la entrevista a las avanzadas paraguayas, con la evidente intención de procurar la deserción de sus tropas mediante una propaganda hecha con sutileza y astucia, enmascarándola con frases destinadas a halagar su orgullo nacional. Como fueron recibidos y tratados con la simpatía propia de paisanos, quedaron muy complacidos y contentos, y un tal Ruiz, vecino de Limpio prometió volver al día siguiente con Recalde y algunos otros, a tomar mate y charlar con los de la guardia avanzada.
El Mariscal que tenía un odio mortal a todos los de la Legión Paraguaya como los peores enemigos de su autoridad y de la patria, en cuanto supo, mandó preparar una celada para apoderarse de todos ellos. Al efecto, ordenó al teniente Samaniego de la escolta de dragones, un hombre de una fuerza hercúlea, se disfrazase de sargento, y al capitán Juan Manuel Montiel (después coronel) se pusiese una camiseta de tropa con divisa de cabo, y acompañados de dos o tres más, se trasladasen a la guardia avanzada e hiciesen el papel de formar parte de ella, y cuando apareciesen los paraguayos legionarios del ejército aliado, los recibiesen con amabilidad y luego se apoderasen de ellos conduciéndolos en seguida a Paso-pucú.
Así se hizo, y cuando se presentaron los esperados huéspedes, fueron recibidos con demostraciones de amistad y de cariño. Samaniego se apresuró a dar un afectuoso abrazo acompañado de dulces palabras fraternales a Ruiz, y éste por más esfuerzos que hizo para librarse de tan incómoda caricia, fue vano su esfuerzo y se quedó nomás ahí prensado como una palomita sin poder moverse más, a pesar de las más encarecidas súplicas de que no le apretara tanto. En vista de este agasajo tan original, Recalde que desde luego recelaba algo, se echó a correr y tuvo la suerte de escaparse; pero un tal Surián que recurrió también a la ligereza de sus piernas, fue alcanzado por el cabo Montiel y de atrás le dio por la cabeza un tremendo hachazo, dejándolo tendido en el suelo.
Ambos fueron conducidos a Paso-pucú, maniatados. A su llegada Ruiz manifestó el vivo deseo de ver al general Díaz, que según decía, tenía fama entre los aliados, como uno de los más valientes de los jefes paraguayos. El Mariscal, informado por el oficial conductor del preso, del deseo que éste tenía, telegrafió a Díaz que estaba en Curupaytí, que viniera en seguida- En cuanto se presentó al cuartel general y después de una breve conversación sobre los trabajos de Curupaytí, le dijo que pasara donde estaba Ruiz que deseaba verle. Díaz obedeció en el acto, y llegando al sitio donde estaba Ruiz, éste quiso dirigirle algunas palabras de felicitación; pero Díaz las rechazó, mandándole aplicar en pago de su discreta curiosidad, ¡cien lazazos!. Un castigo tan bárbaro dejó a Ruiz en la miseria, como fácilmente se podrá imaginar.
Al día siguiente, el Mariscal designó a Carlos Riveros que, a la sazón se encontraba en Paso-pucú, para que tomara declaración jurada a Ruiz y a Surián, debiendo actuar en calidad de Secretario el sargento Perina (alias Merimac) vecino de la Capital.
Aquellos individuos confesaron que habían recibido instrucciones del general Flores, en cuyo campo habían estado, para acercarse a las avanzadas paraguayas al amparo de la tolerancia en esos momentos y procurasen con sutileza a excitar a sus tropas a pasar al bando aliado, donde recibirían buenas recompensas y serían tratadas con todo género de consideraciones.
El general Flores en cuanto supo lo que les había sucedido a sus enviados, rompió un furioso bombardeo sobre la trinchera del Paso Gómez; y el general Mitre algunos días después dirigió una nota al Mariscal reclamando la libertad de Ruiz y Surián, como soldados del ejército aliado. López por toda contestación, le adjuntó testimonios de sus respectivas declaraciones que constataban la misión con que habían venido a visitar a las avanzadas paraguayas.
Terminado el sumario, él fue entregado al general Resquín, y no se supo más de ellos, ignorando la clase de muerte que les habrá tocado a los reos.
Ruiz, entre otras cosas, confesó que una ocasión había sido comisionado por los aliados al interior del país, a objeto de desparramar por la campaña una proclama incendiaria firmada por los conspicuos de la legión paraguaya, conjurando al pueblo que se sublevara contra el Gobierno del mariscal López. Que sin ningún tropiezo ni dificultad cumplió su misión, llegando hasta Limpio, lugar de su nacimiento, y que por todo el trayecto que recorría, de noche más que de día, iba echando las proclamas impresas que llevaba.
López se retiró de la entrevista algo preocupado; en el camino se detuvo a comer en una casita, donde lo esperaba Mme. Lynch y el obispo Palacios. En el cuartel general se manifestó más expansivo y alegre y refirió parte de su conversación con Mitre.
Referencias
(1) Los anotadores de la obra de Jorge Thompson dicen que el parlamento fue rechazado porque se presentó sin las formalidades de ordenanza y media hora después de entrado el sol. Que en estas condiciones no se reciben parlamentos en ningún ejército.
(2 )Oficio de Polydoro al gobierno imperial, dando parte de este hecho.
(3) Como su ascenso fue ya después del comienzo de la guerra, no tuvo tiempo para hacerse el traje correspondiente a su nueva graduación, sabiéndose que sólo en Europa podía confeccionarse.
(4) Vecino de Misiones (Paraguay), pero no era pariente del Obispo, antiguo telegrafista, no atrasado de instrucción.
(5) Eran refugiados o exiliados paraguayos que peleaban junto a las fuerzas aliadas.
Fuente
Centurión, Juan Crisóstomo – Memorias o Reminiscencias Históricas de la Guerra del Paraguay – Tomo II – Asunción (1944).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
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