El 25 de mayo se celebró siempre en Buenos Aires como la fecha patria por excelencia, y era la única que se festejaba con espontáneo júbilo de toda la ciudadanía. Buenos Aires estaba agradecida a aquellos oscuros cabildantes que, en un momento de incertidumbre y agitación, tuvieron la valentía de formar un gobierno propio. En su recuerdo celebraba con unción y a partir de 1811 –fecha en que se inauguró la primitiva pirámide en la plaza de la Victoria-, el aniversario del primer grito de libertad.
Estos fastos de la ciudad congregaban a toda la población; venía también gente de los alrededores, curiosa de ver los espectáculos que obligadamente rodeaban la fecha.
Buenos Aires tenía conciencia de que ella era la madre de la independencia americana; que desde esa Plaza de Mayo salieron ejércitos que “prodigaron su bélica ceniza por los campos de América”. Hasta el Ecuador llegaron los hijos de la capital del Plata, y cada nuevo año se conmovían los porteños pensando que se habían liberado a sí mismos sin derramamiento de sangre y de una vez para siempre del dominio español.
Un poeta de la generación posterior a la que hizo Revolución de Mayo dirá en respetuoso homenaje:
El sol de los recuerdos, el sol del Chimborazo
que nuestros viejos padres desde la tumba ven,
aquellos que la enseña de Mayo, con su brazo
clavaron de los Andes en la nevada sien.
¡Veneración! Las olas del Plata le proclaman
y al Ecuador el eco dilátase veloz.
Los hijos de los héroes, ¡veneración!, exclaman,
y abiertos los sepulcros responden a su voz”.
Fue la Asamblea del año 1813 la que declaró al 25 de Mayo fecha cívica, y los festejos duraban desde el 24 hasta el 26 inclusive.
Tenemos un testigo de las primeras celebraciones en un viajero norteamericano que publica en 1818, la cuenta sobre gastos del erario público del siguiente modo: “Premios y gastos de celebración del 25 de Mayo, duros 10.306; Viudas e inválidos, duros 18.330; Ceremonias de iglesias, duros 1.530; Regalos a indios, duros 527”. Y sigue: “Los gastos por ceremonias de iglesia en las grandes ocasiones montan a una suma importante. Una parte se destina ahora a la celebración de sus fiestas políticas. En vez de fiestas cívicas, en que el pueblo compite en excederse en comer y beber, inventan una variedad de exhibiciones públicas mucho más conformes a la razón y el buen gusto. Por ejemplo, cierto número de los esclavos más meritorios son comprados y libertados; se apartan sumas y se tiran a la suerte para ayudar a los artesanos que están ansiosos de poner tienda…”.
En esta época se celebran las fiestas mayas con la presencia de escolares en número hasta de 700, que con banderas marchaban por la plaza hasta formar un cuadro entorno a la pirámide, lugar donde cantaban el himno –cada grupo cantaba una estrofa y todos el coro-. Luego se decían loas patrióticas o relaciones, se expresaban sentimientos de libertad civil y política y no era raro oír junto a slogans sobre los derechos del hombre, otros que hablaban de “nuestra santa religión católica”.
Se iba después a la plaza del Retiro a ver corridas de toros, de las últimas que se harían en la ciudad, pues ya se acercaba el gobierno de Rivadavia con sus ideas reformadoras. En esa época (1818) no concurrían las autoridades oficiales por considerarlas una diversión indigna de la “Atenas del Plata”. Sólo asistían el alcalde y el jefe de policía, para evitar desórdenes.
Desde la década de 1820 hasta la de 1870 la diversión no varió fundamentalmente. Se festejaba siempre con juegos populares y cohetes, palos enjabonados, cucañas y “rompecabezas”.
Sigue siendo nuestro mejor testimonio la descripción de las fiestas mayas de 1822, hecha por el primer poeta gauchesco, Bartolomé Hidalgo, “Relación que hace el gaucho Ramón Contreras a Jacinto Chano de todo lo que vio en las fiestas mayas de Buenos Aires en 1822”.
El poeta oriental afirma que esas fiestas fueron más fastuosas que las anteriores y se demora en su narración. Los escolares vestidos de azul y blanco, echaban relaciones que encienden de fervor patriótico al gaucho que las escucha. Hay música, fuegos artificiales y un cohete al azar no deja de cribarle el poncho a nuestro espectador.
Desde la madrugada se apretuja el gentío: los bancos están llenos “de pura mujerío”. Los cañonazos saludan la salida del sol. Hay gritería, atropellos, música que se oye por todos lados. “Banderas, danzas, junciones, los escuelistas cantando”.
Más tarde entran los soldados a la plaza. Se instalan entre el fuerte y la Catedral. A las 11 de la mañana –costumbre que se ha conservado-, sale el gobierno en pleno para oír el Te Deum. Los doctores, los escribanos, la escolta a caballo, acompañan al entonces gobernador Martín Rodríguez.
Nuestro gaucho va a observar las carreras de sortijas en la Alameda, mientras en la plaza siguen las danzas y un inglés sube al palo enjabonado, ganando todos los premios. Los toros apenas se toleran ahora en la plaza de Lorea. Unos niños con banderas llevan una imagen; preguntó el gaucho qué virgen era; “La Fama, me contestaron”. Hemos entrado desde luego en la época rivadaviana…
Completando el testimonio de Hidalgo un anónimo inglés, que vivió por la misma época en Buenos Aires dice:
“Comienza la noche del 24, día en que la plaza es iluminada mediante un amplio círculo de madera que rodea la pirámide…. Durante el día tienen lugar diversos festejos: se plantan varios palos enjabonados que tienen en su extremidad superior chales, relojes y bolsas con dinero. Quien logra trepar al palo obtiene cualquiera de esos premios. Un marinero inglés, en 1822, ganó todos los premios, envolviendo los chales alrededor de su cuerpo y guardando los relojes, dinero y otros artículos en los bolsillos y la boca. Al descender del último palo fue rodeado por soldados que lo despojaron de sus premios y, como opusiera cierta resistencia, lo llevaron a la cárcel. Los testigos del hecho se mostraron indignados y prontamente fue puesto en libertad, autorizándole a conservar uno de los premios…. También hay un ingenioso aparato llamado “rompecabezas”, que consiste en una estaca colocada longitudinalmente sobre pivotes, a la que se sube por una soga. La dificultad consiste en pasar por esta estaca; cientos de personas fracasan: el ganador gana como premio una moneda. Por las noches se interpreta música militar en las galerías del Cabildo, y pueden verse globos de fuegos artificiales de todas clases. Me sorprende que, dado el descuido con que juegan los muchachos con fuegos artificiales en la calle, no ocurran más accidentes….
“El 25 hay distribución de premios en la Iglesia del Colegio a las señoritas que se han destacado en cualquier rama de sus estudios. Las damas de la ciudad toman gran interés en la ceremonia y llenan la iglesia. Durante la ceremonia se toca el órgano y otros instrumentos….
“En mayo de 1822 me sentí feliz y libre de toda preocupación. Al anochecer paseé por la Plaza: los niños disfrazados de ángeles me parecieron querubines y las muchachas de ojos oscuros eran para mí las huríes del profeta… Jinetes enmascarados cabalgaban por las calles vestidos como los “jockeys” de Astley. Se dirigieron a la Alameda y, colocando una argolla en el medio de una cuerda, trataban de ensartarla a todo galope”.
Y sigue el inglés rememorando otros 25 de Mayo: “En 1824 el nuevo gobernador, don Gregorio de Las Heras, dio una comida en el Fuerte: hubo ciento veinte invitados, entre los cuales estaban el ministro norteamericano, el cónsul inglés y dos vicecónsules, además de muchos extranjeros distinguidos. Los postres fueron notables, no como los nuestros, sino compuestos en su mayoría por dulces muy azucarados: castillos de azúcar, fortificaciones y otros edificios de la misma sustancia.
“Velarde (uno de los más populares actores de la época), vestido de gaucho, sentado con sus compañeros que fumaban alrededor de un fogón, hizo una crónica de los acontecimientos del día patrio con mucha gracia (en versos libres) durante una representación teatral y se refirió al marinero que trepaba como un gato al palo enjabonado. Velarde es un actor de singular calidad en cosas de este género”.
Al iniciarse la época de Juan Manuel de Rosas escribe Arsène Isabelle: “El 25 de mayo… esta pirámide y toda la plaza están decoradas con inscripciones, símbolos, trofeos, guirnaldas y banderas en memoria de los felices acontecimientos que dieron la libertad a América. Los edificios públicos y las casas particulares están iluminados con fanales; animados juegos y carreras de caballos imitan a los antiguos torneos sarracenos; hay fuegos artificiales, revistas, evoluciones de las tropas de línea y de las milicias, de a pie y de a caballo, fanfarrias, sinfonías ejecutadas por los músicos de los diferentes regimientos; todo ello contribuye durante tres días a aumentar la embriaguez general y a excitar la curiosidad de los numerosos extranjeros que afluyen a la plaza, tanto para gozar de la vista de la fiesta como para admirar a las graciosas porteñas, colocadas en anfiteatro delante del Cabildo”.
El 24 de mayo de 1840, año que sería recordado como el del “terror”. Se dio un gran baile en el Fuerte en honor del Gobernador don Juan Manuel de Rosas y su hija Manuelita. Este baile se haría famoso por una circunstancia al parecer fortuita: el novelista José Mármol (que tal vez asistiera a él) lo incluyó en su “Amalia”, la novela argentina que más reediciones ha obtenido con el correr del tiempo.
Leyendo diarios de esa fecha comprobamos la veracidad de las afirmaciones del novelista, teñidas sin embargo de la intransigencia que lo caracteriza para con todo lo que se refiere al gobierno de Rosas. El baile descripto con vida y animación, nos indica algunas de las costumbres de la época.
“…desde las nueve de la noche, los convidados al baile dedicado a Su Excelencia el gobernador y su hija, empezaban a llegar al palacio de gobierno, y a las once los salones estaban llenos, y la primera cuadrilla acababa”.
“El gran salón estaba radiante. El oro de las casacas militares y los diamantes de las señoras resplandecían a la luz de centenares de bujías, malísimamente dispuestas pero que, al fin, despedían una abundante claridad”.
Velas, cuadrillas, uniformes: el ambiente esta dado. Llega Manuelita:
“La señorita hija del gobernador acababa de llegar y estruendosos aplausos federales la acompañaron por galerías y salones…. A los pocos minutos de la llegada de Manuela se presentó la señora doña Agustina Rosas de Mansilla, y todas las miradas se volvieron hacia ella. Aquí no era el temor, ni la adulación; era la expresión franca de la admiración por la belleza lo que inspiraba entusiasmo a los hombres y admiración a las damas”.
A ese baile no concurrió Rosas pero lo representaron las más brillantes mujeres de su familia: Manuelita y Agustina.
Leyendo la crónica de un 25 de Mayo posterior, el del año 1872, vemos que las fiestas eran muy semejantes a las ya descriptas, cosa sabida por los mismos protagonistas. Pero había algunas novedades como el baile del Club del Progreso, antes inexistente y fundado por los vencedores de Caseros, que terminó a la madrugada y fue animadísimo. Todos los teatros estaban llenos y por lo mismo que el año anterior había ocurrido la epidemia de la fiebre amarilla, el pueblo mostraba más ganas de divertirse. Para esas fiestas mayas se inauguraría un nuevo teatro, el teatro de la Opera, inauguración a la que asistió el presidente Sarmiento.
Los demás teatros existentes, el Colón (situado sobre la Plaza de Mayo), el Teatro de la Alegría, donde se daban zarzuelas, el Théatre Franco-Argentino y el teatro de la Victoria tenían programadas representaciones especiales para estos días. En el Colón se cantarían sucesivamente Fausto, Ballo in Maschera y Rigoletto con “pasodobles” en el entreacto, amén del Himno Nacional cantado por toda la compañía.
En el teatro de la Victoria daban una obra nacional, “Cuestión de Gobierno” de Bremon, que lamentablemente y aunque su autor estaba presente, no trajo nada de público, aunque estaba bien montada según los comentarios de la prensa. Luego representarían “Locura de Amor” y “María Estuardo” seguidas rigurosamente por un sainete en un acto. También había un teatro de vaudeville, el Alcázar-Lyrique, que daba comedias picarescas.
Todos los balcones estaban embanderados en la Municipalidad, sucesora del antiguo Cabildo que inició las jornadas de mayo, y un letrero luminoso, puesto en el techo, decía: “La Municipalidad al 25 de Mayo de 1810”.
Los alrededores de la plaza también tenían letreros alusivos y patrióticos, que trasuntaban los ideales positivistas del gobierno: “Cuidar la Renta es servir a la libertad”; “Educación: base de la soberanía del Pueblo”; “El deseo caluroso de nuestros padres de ser libres e independientes es sostenido por sus hijos con ahínco”; “Beneméritos de la patria los guerreros de la Independencia”; “Bolívar sello con su espada la obra de la Independencia”.
Las órdenes municipales prohibían a los tranways acercarse a más de una cuadra de la plaza entre las seis y las nueve de la noche, y también la mañana del 25 durante el Te Deum.
Los que vivían en barrios tan apartados como Santa Fe y Callao, decidieron engalanar sus casas y hacer también ellos sus fuegos artificiales.
Ese año hubo un espectáculo extravagante. En lugar de riñas de gallos o corridas de toros, un empresario inventó una corrida de chanchos, en la Plaza del 11 de Setiembre, corrida que fue muy promocionada. La corrida de chanchos atrajo numeroso público a esa plaza donde todavía se veían gauchos auténticos y era el lugar de reunión de los dueños de carros y carretas. El cronista de “La Tribuna” cuenta: “Llega el supremo momento y aquí entra lo bueno. El empresario suelta un cerdito flaco y siendo detenido de la cola inmediatamente por uno de tantos espectadores. Viene luego el segundo chancho, flaco y chico también, y tiene la misma suerte que el primero, siendo detenido apenas trata de disparar.
“El público desde este instante empieza a alborotarse y pide vociferando que sean presentados cerdos grandes y chúcaros. El empresario se hace sordo a estos clamores y no aparece siquiera a dar alguna explicación, hasta que al fin la concurrencia se desbanda y algunos de los que la formaban se retiran destruyendo y llevándose consigo parte del tablazón del circo. Este ha sido el principio y fin de las corridas de chanchos anunciadas con tanta pompa ayer”.
Un columnista que firma Adam hace reflexiones sobre las pasadas fiestas y su repercusión popular:
“De todas las bocas salía una palabra, ya de admiración, ya de burla, ya una sátira, ya un suspiro, ya una exclamación de enojo, de rabia, de fastidio; yo no escuché una sola voz que dijera: ¡Gloria a los héroes de Mayo que conquistaron nuestra libertad!.
“Tipos de todos tamaños y calidades, mujeres que parecían señoras, señoras que parecían mujeres, hombres convertidos en muñecos de resortes, ricos que parecían pobres, pobres que parecían ricos, muchachas encantadoras a la vista, caballeros de la famosa orden de la industria y “ainda mais” que admiraban unos por conveniencia, otros por ignorancia, otros por interés las ruedecillas de bengala”.
En “Sin Rumbo”, novela de 1885, anota Eugenio Cambaceres: “Agitada, bulliciosa, la población había invadido las calles. En masa, como las aguas negras de un canal, iba a derramarse a la Plaza de la Victoria, desfilaban a ver los fuegos. Fiel a la tradición, el barrio del alto invadía las galerías del Cabildo, la Recova, las veredas. Los balcones, las azoteas, se coronaban a su vez. Abajo, entre el tumulto, los italianos de la Boca, encorbatados, arrastraban a sus mujeres, cargaban a sus hijos. Dos bandas de música tocaban. La Catedral, la Pirámide, la plaza toda, resplandecían suntuosamente, en un deslumbramiento de gran café cantante, y mientras los cohetes volatines estallaban semejante a las chispas de algún enorme brasero, los muchachos alborotados, en pandilla, disparaban a agarrar las cañas”.
Los italianos van reemplazando a los gauchos mirones: la nueva Argentina está en marcha.
La Buenos Aires de los alrededores de 1890 que caminaba hacia el centenario y se sentía una ciudad civilizada y europea, empezó a abandonar aquellas costumbres consideradas sin duda pueblerinas e indignas del empaque señorial de la joven urbe que se proponía barrer a la gran aldea.
Los desfiles militares se hacen cada vez más organizados. Las escuelas de Guerra y Marina recientemente fundadas, dan ya vistosos resultados; a finales del siglo el desfile de soldados, preparados para una eventual guerra con Chile, hace resonar el pavimento de Florida, con sonidos cada vez más épicos, cada vez más marciales. Buenos Aires adecua su ritmo al de las ciudades más avanzadas del planeta, en un adiós definitivo al palo enjabonado y a las carreras de sortijas.
Un poeta, asomado a un balcón de la calle Florida, se estremecerá de emoción viendo pasar los escuadrones y exclamará:
“¡Ya viene el cortejo! ¡Ya viene el cortejo!, ¡Ya se oyen los claros (clarines). La espada se anuncia con vivo reflejo; ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines. Ya pasa debajo los arcos ornados de blancas Minervas y Martes, los arcos triunfales en donde las Famas erigen sus largas trompetas, la gloria solemne de los estandartes, llevados por manos robustas de heroicos atletas”.
Distintos estilos, diferentes ritos cívicos, diversas maneras de recordar la fecha. Pero –creámoslo así- antes y después y también ahora, un mismo amor a la Patria, expresado de otro modo.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Sáenz, Jimena – Las Fiestas Mayas en Buenos Aires
Todo es Historia – Año III, Nº 25, mayo de 1969.
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