La galera

Galeras y carretas, óleo de L. Matthis

No hablamos de la “pavita” ni de la galera alta, el lustroso “cilindro” de fin de siglo XIX.  No de la galera del cochero, ni de la galería el “high life”.  Lo que ahora nos ocupa es la “galera” trajinadota de caminos, el vehículo que integró aquellas próceres “mensajerías” que abrieron huella en los campos argentinos, con nombres tan lindos como “La Estrella del Sud”, “La Cumplidora”, “La Protección”, “Mensajerías Argentinas”… Estas “galeras”, tantas veces sometidas al peligro del indio en rutas de ayer que unían poblaciones más o menos desguarnecidas de las pampas –Dolores, Bolívar, Pehuajó, 9 de Julio, Chivilcoy, Chascomús, Navarro, entre tantos pueblos de la provincia de Buenos Aires-, y tantos otros lugares de diversas provincias donde la galera reinó, de norte a sur, son las que nos llevan a rendirles el homenaje que merece su presencia civilizadora en la tierra entonces semidespoblada.

“Era la galera –recuerda un cronista- un mueble enorme, pesado y ruidoso, llevando unos herrajes de la misma fortaleza y correspondientes en su tamaño al grandor gigantesco de la galera.  A lo largo de sus costados corrían sus asientos con almohadones.  En su parte trasera se abría la portezuela que daba acceso a su interior, y en la delantera, un asiento, abarcando toda la extensión de su frente, daba capacidad para el reposo de dos personas, si eran corpulentas y de tres si eran flacas.

“Mantenían en su parte superior, sobre la techumbre, baranda de hierro que servía de seguridad para las camas y equipajes de menor bulto que en el sitio se cargaban… No eran negros como hoy los coches, ni de colores oscuros, sino pintados de amarillos claro, que resistía más a la suciedad de los caminos llenos de polvo y de barro, con sus líneas o franjas verdes o rojas…  Tres o cuatro ventanillas por costado, una sobre la portezuela y otre de mayor dimensión al frente, proporcionaban a aquel navío en tierra, luz, aire y vista por los cuatro vientos.

“Para hacer rodar tan enorme mueble empleaban tres yuntas de caballos o mulas; y como el manejo de tanta bestia reunida de tres en fondo y una a vanguardia, algunas veces, como guión del la marcha, no era el negocio tan fácil como para que un solo empleado lo cumpliera, acostumbraba de cabalgar en los animales que quedaban al costado izquierdo, un conductor encargado de mantener la marcha de los cuadrúpedos, sin descanso hasta la remuda o relevo.

“Cada uno de aquellos conductores parciales iba provisto de un rebenque que manejaba su diestra dando azotes a una y otra bestia, según fuera quien hiciera el retardo, o cual de ellas discrepara en una unidad de trote, quedándose hacia atrás y aflojando el tiraje.  En las postas, sitios ansiados donde se almorzaba o se dormía, estos conductores de la galera se transformaban en lo que eran de ordinario, en mozos del servicio para la atención del amo y sus compañeros de viaje.  Eran hombres de una pieza, como entonces se decía, para el quehacer de su oficio.  Era, en verdad, admirable la fortaleza de los conductores de las galeras.  No era solamente que tenían que dirigir, tres, aun cuatro yuntas de mulas para el tiro, cabalgando, como todo general, en una de aquéllas de retaguardia, como para poder dirigir a vista propia la tropa entera puesta a sus órdenes…”.

Antes que la primera locomotora del ferro-carril del Oeste saliera de la antigua plaza del Parque, antes que con su silbido infernal hiciera disparar alarmadas a las manadas de yeguas, millares de paisanos -además de los trabajos comunes- se ocupaban en las tropas de carretas, galeras y chasques, únicos medios de comunicación y transportes que ponían en relación esta ciudad con las provincias y pueblos del interior.  Los primeros expropiados con estos trabajos, ganaban buenos patacones; pero la locomotora, no sólo con su silbato hacia huir a los yeguarizos, sino también alarmó al criollo, quien pronto se dio cuenta que sería desalojado por la competencia del ferro-carril y el telégrafo.

Fuente

Benarós, León – La Galera.

Patroni, A. – Los trabajadores en la Argentina, Buenos Aires (1990).

Todo es Historia, Año II, Nº 24, Abril de 1969.

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