El vigésimo cuarto período de sesiones del Congreso Nacional, iba a tener una inauguración muy distinta a la esperada. Un presidente pálido, con una venda en la frente y la banda presidencial sobre el uniforme manchada de sangre, haría su aparición en el recinto de sesiones. Cinco meses antes de finalizar su primer periodo presidencial, el general Julio Argentino Roca leería la última parte de su mensaje aclarando que “un incidente imprevisto me priva de la satisfacción de leer mi último mensaje que como presidente dirijo al Congreso de mi país. Hace un momento, sin duda un loco, al entrar yo al Congreso, me ha herido en la frente no sé con qué arma”. Al finalizar anunció que se retiraba del gobierno “sin odios ni rencores para nadie, ni aún para el asesino que me ha herido”. Con anterioridad a su aparición en la sala, el ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, doctor Eduardo Wilde, procedió a prestarle los auxilios inmediatos. El presidente Roca fue conducido hasta la Secretaría de la Cámara de Diputados, donde ya el portero del Congreso, Miguel Torralba, había preparado una palangana con agua y paños para lavar al herido. Wilde lavó la herida -ordenó que se le trajera árnica (1)- la que aplicó sobre aquella consiguiendo así cohibir la hemorragia. Luego, se aseguró que no había arteria rota, que no fuera necesario ligar, aplicó algunas compresas mojadas con agua y sujetó el apósito con un pañuelo.
El general Roca, el 10 de mayo de 1886 se convirtió así, para la historia, en el segundo presidente víctima de atentados. Ese día a la tres de la tarde, acompañado de ministros y funcionarios civiles y militares se dirigió a pie desde la Casa de Gobierno al Congreso Nacional, que en ese entonces se hallaba en la esquina de Balcarce y Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen).
Las inmediaciones de la Plaza de mayo albergaba a una multitud que presenciaba el paso del primer magistrado. De esa multitud surgió un individuo que, en momentos en que las tropas presentaban armas y la banda ejecutaba la marcha de Ituzaingó, con una voluminosa piedra que apretaba en su mano derecha se arrojó sobre Roca y, ante el asombro de los presentes, lo golpeó en la frente, produciéndole una herida en el parietal derecho de siete centímetros de extensión y profunda hasta el hueso. El impacto recibido fue amortiguado por el bicornio que portaba.
Su brazo en alto ya presagiaba un nuevo golpe, pero antes de que pudiera repetir el ataque el ministro de Guerra y Marina, doctor Carlos Pellegrini, lo inmovilizó entre sus gigantescos brazos, mientras que el senador David Argüello lo tomaba de los cabellos, hasta que el comisario Baldomero F. Cernadas se hizo cargo de él y lo envió a la comisaría 2ª.
El atacante resultó ser un correntino de 36 años nacido en la ciudad de Goya; su nombre era Ignacio Monjes, y así lo describieron los doctores Julián Fernández y Marcelino Aravena: “De mediana estatura, cabellos negros y tupidos, barba larga y sedosa, frente espaciosa, mirada franca y suave, vigoroso y sano, con el aspecto del hombre criollo y habitante de la campaña”. Había actuado en la guerra del Paraguay integrando las tropas correntinas y tomado parte en las luchas contra López Jordán y en las revoluciones de Corrientes, alcanzando el grado de sargento mayor. Emigró luego a Uruguayana (Brasil), donde estableció un comercio de almacén que fue destruido por las tropas brasileñas. Por esta razón regresó a Buenos Aires y se empleó primero en la Empresa de Tranways a Belgrano, y más tarde en una fábrica de ladrillos de la ciudad de La Plata. Militaba en el Partido Liberal dados sus antecedentes de familia unitaria; por esa época se hospedaba en la casa del doctor Manuel F. Mantilla, en Perú 99.
Monjes declaró que quiso dar muerte al presidente “por considerarlo responsable de la situación política, que era insoportable desde hacía un año y medio y con la intención de salvar a la patria, cuya libertad ambicionaba”. En una ampliación de la indagatoria, señaló que al intentar eliminar a Roca, perseguía mejorar la situación con un cambio de gobierno y que aunque tuvo la intención de matarlo, no quiso cometer un asesinato.
La situación del país en la década del 80, dado el auge inmigratorio, trajo la introducción de ideas disolventes y, por otro lado, el triunfo de los provincianos contra los porteños se materializó por la sanción de la Ley de Capitalización del 20 de setiembre de 1880. Cabe destacar que el grueso de los inmigrantes quedó en la Capital, y si sumamos a esto el hecho de que Buenos Aires fuera el lugar de residencia de las autoridades, lógico es que aquí fuera donde hicieran eclosión las doctrinas exóticas, que instigaron a Monjes a atacar al primer magistrado para salvar a la patria, de acuerdo con sus declaraciones.
Inmediatamente de ocurrido el hecho, se levantó una corriente de opinión favorable a su persona, debido a sus antecedentes epilépticos, lo que debía ser tomado en cuenta para eximírsele de la pena.
Los médicos de los Tribunales, doctores Julián M. Fernández y Marcelino Aravena, reconocieron que Monjes era en realidad epiléptico pero, aunque su responsabilidad debía ser atenuada, ello no obstaba a que se le responsabilizara criminalmente.
El juez de primera instancia doctor Carlos Miguel Pérez (secretaría Román Bourel) lo declaró convicto y confeso por tentativa de homicidio, con premeditación y alevosía, más las agravantes de ser la víctima autoridad pública, y lo condenó a diez años de presidio a cumplir en la Cárcel Penitenciaria, inhabilitación absoluta para ejercer cargos del Estado por el tiempo de la condena y la mitad más, e interdicción civil mientras sufriera la misma.
La Cámara Comercial, Correccional y Criminal integrada por los doctores Felipe Yofré, Juan E. Barra, Octavio Bunge, Justo P. Ortiz y Julián L. Aguirre, confirmó con costas la sentencia apelada y la atenuó con pena de penitenciaría más benigna, pues no incluía trabajos duros y penosos ni la prohibición de recibir auxilios desde el exterior, que aquélla en cambio establecía.
Los biógrafos del general Roca, suelen repetir que Monjes fue condenado a veinte años y que por mediación del primero, el presidente José Evaristo Uriburu lo indultó el 9 de julio de 1896.
El favor no tuvo sin embargo estas características, ya que Monjes tuvo una pena de diez años, de acuerdo con el fallo del juez del 10 de mayo de 1887 (exactamente un año después del atentado), y la confirmación de la Cámara el 3 de setiembre de 1888, con la aclaración de que el plazo corría a partir del 6 de julio de 1887.
No fue esta la última ocasión en que se atentó contra la vida del general Roca. En 1891, siendo ministro de gobierno de Carlos Pellegrini, el menor Tomás Sambrice le hizo un disparo de revólver, el 19 de febrero, del que salió ileso por haberse incrustado el proyectil en el respaldo del asiento del coche en que viajaba. Apenas magulló la espalda del veterano general, quien ofuscado bajó y desenvainó el estoque, pero al ver que el atacante era un chico de tan solo doce años, envainó y le pegó una bofetada.
Referencia
(1) La Nación, 11 de mayo. En el expediente no figura este detalle importante e interesante. De acuerdo a la farmacología nacional argentina, Bs. As., 1921, Ed. Casa de la Moneda pág. 85. Árnica: proveniente de las flores del árnica Montana tiene olor fuerte y propiedad estornutatoria. Contiene un principio activo, la arnicina, principio cristalizable de sabor amargo.
Fuente
Bonnet, Dr. Emilio F. P. – Historia medicolegal del atentado contra el presidente Roca.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
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Rodríguez, Adolfo Enrique – El peligroso oficio de presidente
Todo es Historia – Año II, Nº 18, Octubre de 1968.
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