Luego del combate de Sansana, librado el 16 de diciembre de 1811, y para hacer frente a los realistas, ya reforzados, Pueyrredón envía a Díaz Vélez nuevos efectivos, que, unidos a los que cuenta este jefe, suman la cantidad de 860 hombres, 300 de ellos montados. A esto hay que agregar 150 indios honderos, 5 piezas de artillería y abundantes municiones. El general Picoaga, al saber esto, trata de ganar tiempo, y para ello decide abrir negociaciones de paz, utilizando como intermediario al marqués de Yavi, rico propietario de la región, nacido en la misma, y futuro guerrero del ejército patriota, al que se incorporará en ocasión de la batalla de Salta. El marqués, siguiendo una indicación de Picoaga, escribe a Díaz Vélez para insinuarle que pueden entablarse conversaciones, ya que el general Goyeneche vería tal cosa con complacencia.
Mas Díaz Vélez no se deja enredar fácilmente, y su respuesta es evasiva y poco cordial. Decide entonces adelantarse con su fuerza hasta la posta vieja de Cangrejos, adonde llega el 27 de diciembre. Allí se le hace saber que el marqués se encuentra en la posta nueva, y que desea entrevistarlo. Díaz Vélez accede a ello, tomando medidas para que el parlamentario enemigo no pueda apreciar el número de sus efectivos. Las palabras del marqués de Yavi no dejan de impresionar al jefe patriota, a quien le resulta grato oír comentarios desfavorables para el virrey y Goyeneche, a la vez que entra a considerar la conveniencia de entenderse con Picoaga, de quien el marqués hace elogios. Díaz Vélez, sin dejar de desconfiar, entra en el juego del marqués, y decide enviar dos representantes para conferenciar con Picoaga.
Los emisarios elegidos son sus ayudantes Dorrego y Juan Escobar, y tienen por misión exponer la exigencia de entregar las armas o, en su defecto, rehenes que garanticen la buena fe realista.
Tan pronto como parten ambos oficiales, Díaz Vélez pasa a situarse en Barrios, “donde me hallo –dice en el oficio que dirige a Pueyrredón para informarle de las negociaciones- con el fin de tener más expeditas mis operaciones al frente del enemigo y precaver sus insidias”. Allí se encuentra cuando regresa Dorrego, el 28 por la tarde, portador de una nota de Picoaga, en la que manifiesta su buena disposición y anuncia el envío de dos oficiales. Estos se presentan en compañía del marqués, pero las conversaciones, aparte de formulismos huecos, no prometen nada concreto, pues los realistas esperan la contestación de su general en jefe, Goyeneche.
Pero simultáneamente Díaz Vélez se entera de que el enemigo espera refuerzos procedentes de Potosí. Esto, unido a la desconfianza que le inspira Goyeneche, lleva los tratos a un punto muerto, y los parlamentarios se retiran.
El jefe patriota decide adelantarse hasta Yavi esa misma noche para impedir la reunión de las columnas enemigas, pero al llegar al campo realista situado en esa hacienda, propiedad del marqués, encuentra que los realistas han evacuado el lugar. El propio marqués le informa que se han retirado esa misma noche, en dirección a Suipacha. Díaz Vélez destaca entonces algunas partidas para descubrir posibles emboscadas en las inmediaciones. Otro grupo mayor, al mando e Dorrego, es comisionado para tomar el camino utilizado por el enemigo en su fuga, que así la denomina Díaz Vélez en el oficio citado.
Al regresar Dorrego de su comisión, informa a su jefe que el enemigo, en efecto, se ha retirado en desbandada, y para confirmación de esta noticia entrega cinco prisioneros rezagados, que ha tomado al perseguir a algunos dispersos por la cuesta de Culebrillas, además de cuatro fusiles y varios equipajes.
De inmediato se encarga a Dorrego una nueva comisión, poniendo a sus órdenes 100 dragones mandados por el capitán Feliciano Hernández, para que pique la retaguardia del enemigo hasta Mojo, o más adelante, si ello es posible. A las 3 de la mañana del 30 de diciembre de 1811 se pone en camino, mientras Díaz Vélez se dispone para marchar al día siguiente, protegido por la vanguardia que comanda Manuel Dorrego.
Con el movimiento de avance de los patriotas, eficazmente secundados por las milicias de Güemes, y el de retroceso de los realistas, ambas fuerzas llegan al río Suipacha. La vanguardia al mando de Dorrego se posesiona del pueblo de Nazareno, a orillas de dicho río, tras un tiroteo con el destacamento enemigo que lo ocupa. En esta ocasión Dorrego resulta herido por vez primera, pues recibe un balazo en el brazo derecho y una contusión en el pie izquierdo, retirándose momentáneamente del servicio.
Díaz Vélez, a pesar de hallarse en una posición desventajosa con relación al enemigo, solicita a Pueyrredón la venia para atacar, obteniendo una negativa. Ante un nuevo pedido, y contra la opinión de Moldes, que renuncia para no verse complicado en un paso funesto, a su entender, Pueyrredón accede. Díaz Vélez realiza una junta de oficiales, en la que Dorrego se encuentra ausente por su herida (1), y en ella se dispone la forma de atacar al enemigo, para lo que hay que cruzar el río, muy crecido en esta época del año.
Cuando Dorrego se entera de las intenciones del jefe patriota, olvida la herida recibida el día anterior y solicita el mando de la vanguardia. Su jefe se lo niega, al ver la debilidad originada por la pérdida de sangre, pero debe ceder ante la tenaz insistencia. Así, Dorrego, al frente de sus guerrillas, cruza el río precediendo a la caballería. Pero la suerte es adversa para las columnas patriotas, que se ven dificultadas por una súbita creciente del río, lo que causa tremenda confusión. El grueso de las fuerzas queda así detenido, al tiempo que los cañones dejan de funcionar por estar enterrados en el barro. Los realistas aprovechan la situación para ametrallar a los atacantes desde una arboleda. Se impone la retirada, mas eso es también difícil. Se necesita un hombre decidido que encabece el pelotón de caballería para sacarlo de su comprometida posición. Dorrego lo hace, infundiendo con sus gritos la energía que ya falta a esos hombres. Cuando está por finalizar la maniobra, Dorrego, que no se cuida del peligro, es herido de un balazo en el cuello, cayendo sin sentido. Los soldados lo creen muerto, más él, reaccionando, les pide que no lo abandonen, y lo transportan en la creencia de que con esto están complaciendo el deseo de un moribundo.
Sus pocas fuerzas son empleadas para animar a los que pelean, hasta que se lleva a cabo la retirada hacia Nazareno, donde Dorrego recibe las primeras atenciones. Su conducta en la batalla y la gravedad de su herida provocan elogiosos comentarios de sus compañeros. Díaz Vélez, en el parte fechado el día posterior al suceso, 13 de enero de 1812, se refiere especialmente a su ayudante, diciendo, entre otras cosas: “Este digno oficial, después de haber salido herido en el brazo derecho y contuso en un pie en la guerrilla que tuvimos en aquel punto el día de nuestra llegada, de que di cuenta a V. S., lleno de entusiasmo ejemplar y bizarría, fueron tantas las instancias que me hizo para ir al ataque exigiendo le volviese al puesto de comandante de guerrillas, que me vi obligado a otorgárselo; y así fue que su resuelta bravura ha admirado nuestras tropas y aterrado al enemigo, transmitiendo su fama a la generación más remota”.
La herida de Dorrego es de difícil curación. Por encontrarse en el cuello, le imposibilita el tragar los alimentos, función que debe realizar por medio de un tubo de plomo, con las consiguientes molestias. Pero los cuidados y su juventud le permiten por fin recobrarse, quedando sin embargo con la cabeza torcida para el resto de su vida.
Pueyrredón, en su carácter de general en jefe del ejército del norte, redacta el parte de la batalla (también llamada “segunda batalla de Suipacha”), con destino al gobierno. Es importante su opinión con referencia a Dorrego, en cuya vida ha de desempeñar un rol tan importante, dándole un rumbo imprevisto. Dice Pueyrredón en un párrafo de su oficio: “El capitán don Manuel Dorrego, natural de Chile (sic) vino de esa capital y ha servido en la vanguardia de este ejército sin sueldo ni gratificación alguna, cuya circunstancia recomienda su persona. Su valor lo ha distinguido de un modo singular, mereciendo la confianza del general de la vanguardia para emplearlo en las acciones de mayor riesgo. Este benemérito oficial, sin embargo de hallarse con un brazo atravesado por una bala y contuso el pie en una de las guerrillas anteriores, se presentó como por fuerza en la acción del 12 mandando una guerrilla que le fue encargada, y en ella fue atravesado por el pescuezo por una bala de fusil que le rompió todo el esófago. Su curación ha sido prodigiosa y no lo es menos el ardor en que está por restablecerse un tanto y volver al campo del honor. V. E. calculará su mérito y lo distinguirá con el premio a que le encuentre acreedor”. (2)
Este oficial, a quien Pueyrredón supone chileno, no tiene aún grado ni sueldo en el ejército, y todavía va a pasar un tiempo antes de que se le otorgue la merecida jerarquía.
Las fuerzas patriotas permanecen durante un tiempo en Nazareno, hasta que Pueyrredón ordena su repliegue al cuartel general, visto el refuerzo recibido por los realistas con la incorporación del general Pío Tristán. Sin embargo, antes de abandonar el escenario de su derrota, las fuerzas de Díaz Vélez sufren un nuevo contraste, esta vez el 17 de febrero, cuando una partida patriota es sorprendida en el río y sus integrantes aprisionados. Los realistas regresan a su campo, sin avanzar sobre los patriotas, temerosos de ser cortados por las crecidas repentinas, pero Díaz Vélez dispone la inmediata retirada, en procura de Humahuaca, para reincorporarse después al resto del ejército.
Mientras tanto, Dorrego se repone de sus heridas. El gobierno, sensible seguramente a los informes que le llegan sobre su comportamiento, expide un decreto, con fecha 10 de marzo de 1812, por el que le confiere, por fin, el grado militar ganado con su sangre. Por dicho decreto lo designa teniente coronel, “con abono de los sueldos de capitán, desde que está en el servicio, cuyo desempeño ha sido de la entera satisfacción de esta superioridad”. Gracias a esta medida Dorrego pierde su categoría de “oficial aventurero” para pasar a revistar regularmente en el escalafón. En esta resolución del triunvirato parece haber una reparación de la injusticia con que Dorrego fuese tratado al incorporarse al ejército. Pero si en el momento de presentar su solicitud pudo haberse dudado de sus méritos, ya que venía de Chile y era casi un desconocido para el gobierno revolucionario, su conducta posterior lo redime de suspicacias, y así lo ratifica el citado decreto, que saltea un grado del escalafón en su beneficio
Referencias
(1) Sobre la presencia de Dorrego en esta junta existen dos opiniones opuestas: la que consignamos pertenece a Saturnino Uteda, pero Carlos Persons Horne afirma que Dorrego asiste a dicha reunión pese a encontrarse herido.
(2) Carlos Parsons Horne. Documento en el Museo Mitre.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
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Sosa de Newton, Lily – Dorrego – Ed. Plus Ultra, Buenos Aires (1967).
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