Los hombres con que el gran caudillo oriental hacía la guerra, estaban diseminados por la campaña de la provincia, que conocían – voy a emplear una expresión favorita de los gauchos- “como sus propias manos”. Sólo ocasionalmente se reunían en torno de sus jefes. En cada vecindario había un número de gauchos pertenecientes a la causa; guardaban las armas en sus casas y designaban entre ellos mismos un capitanejo, que se llamaba Juan, Pedro o Diego, o dicho con más exactitud, Blasito, Encarnación, etc.; y eso era lo que Artigas denominaba “las milicias del lugar”. Los capitanejos, al aproximarse una división enemiga o al transmitírseles avisos de los caudillos de importancia como Torgués, Frutos y el mismo Artigas, que se movían en diversas direcciones escoltados por sus gauchos más adictos y algunas fuerzas semirregulares de que también disponían, efectuaban concentraciones casi maravillosas por lo rápidas y oportunas, pues eran sumamente diestros, disponían de excelentes montas y la naturaleza accidentada y agreste del territorio les favorecía; de modo que cuando iba a librarse un combate, desde remotas comarcas se corrían los gauchos para prestar su brazo; y se comprenderá cómo los perseguidores de las montoneras recorrían interminables soledades hasta que sus tropas estaban desmoralizadas, las cabalgaduras se destruían y no era posible reponerlas. Los montoneros libraban el combate en el momento y sitio que les parecía convenientes –a no ser cuando Torgués se dejaba sorprender- y caían sobre sus enemigos dando salvajes alaridos y blandiendo furiosamente sus lanzas.
Los soldados del ejército regular sentían perennemente la tentación de unirse a los gauchos, que los atraían ofreciéndoles saciar su sed de pillaje y librarlos de las rigideces de la disciplina: por eso eran frecuentes las deserciones. Se había cometido el error de querer utilizar soldados españoles en el aniquilamiento de los insurrectos: los soldados españoles, por antecedentes relacionados, deseaban tomar venganza de las tropas de Buenos Aires, y miraban a los montoneros hasta con simpatía si se quiere, pensando que más les hubiera valido capitular con ellos.
Cuando un hecho de armas de adverso resultado, o largas e infructuosas marchas, les causaban desazón, los instintos vandálicos adquirían mayor fuerza, y la idea de irse con los gauchos hacía más fácilmente presa de los soldados regulares. “En todos mis giros por esta campaña en mi marcha hasta Villa de Mercedes, que sumando pasan de doscientas leguas –escribía Soler- no he tenido un solo desertor, ni ha cometido exceso alguno ningún soldado. Al día siguiente de haberse recibido la noticia de la función de Arerunguá (el combate de Guayabos), ya se desertaron seis, de los diferentes regimientos. En los días subsiguientes continuó la deserción gradualmente, y ya comencé a oír que mis soldados robaban y violaban tal cual mujer, en el camino de su fuga: Luego empezó a haber desorden entre ellos mismos, a reñir y a matarse, como quien menosprecia el freno de la subordinación. No por eso lo he aflojado, ni mis oficiales dejaron de celar asiduamente por contenerlos y reducirlos a orden y perseverancia. Son muchos los castigados con baquetas, y hoy mismo fue fusilado un “granadero” por asesino con alevosía”.
También los gauchos orientales se pasaban a las tropas regulares, pero no era más que aparentemente, para dar noticias verídicas de los “porteños”; pues a los pocos días se escapaban para volver al lado de sus caudillos. Los guías o baquianos que a los jefes de Buenos Aires eran indispensables para manejarse en la campaña oriental, eran generalmente gauchos desleales que trabajaban por perderlos. Cada habitante de aquella tierra, cualesquiera fuese su sexo y su edad, era un espía al servicio de Artigas, y cuando dejaba de ser “chúcaro” con los “porteños”, tenían dentro del cuerpo el demonio de la traición. “Es preciso informar a V. E. –también escribía Soler- que esta guerra es mucho más ardua de lo que parece. Artigas y sus secuaces abrazan todos los recursos de la campaña, al paso que para nosotros no hay ninguno. No hay un habitante de esta provincia que tácitamente no sea partidario de Artigas. No hay un hombre que nos dé aviso del enemigo, aunque se halle éste próximo a caer sobre nosotros; es suma la escasez de baquianos; en cuanto a caballos, yo me veo precisado a ofrecer dos pesos por cada uno que me presentan. En fin, el campo que pisamos es todo enemigo”. (30 de diciembre de 1814). (1)
Referencia
(1) Documentos del Archivo General de la Nación.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Uteda, Saturnino – Vida Militar de Dorrego – La Plata (1917).
www.revisionistas.com.ar
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar