La costumbre de tomar café en un lugar público especialmente diseñado para ello comenzó en Viena puede que hacia el siglo XVIII o quizá antes, pero en seguida se aclimató perfectamente en el sur de Europa, debido fundamentalmente al buen clima, que permitía la existencia de las célebres “terrazas” a lo largo de casi todo el año. Esa costumbre fue trasladada luego al Río de la Plata por los españoles.
Desde el principio los cafés han servido para mucho más que para deleitarse con una taza de humeante café. Estos locales públicos se convirtieron en auténticos “mentideros”, cuevas de conspiradores y ateneos culturales. Dieron lugar a un fenómeno, entre lo cultural y el vulgar chismorreo, quizá único, al que se dio el nombre de tertulia (1) y en otros casos de “peña”. Fueron precisamente estas tertulias, capitaneadas en su mayoría por personajes célebres de los campos de las artes y la intelectualidad, la política, y la cultura en general, las que popularizaron los cafés e incluso los convirtieron en famosos.
Entre los más destacados del Buenos Aires colonial se encontraban: el “Café de Marco”, el “Café de los Catalanes”, el “Café de la Comedia” y el “Café de La Victoria”.
Café de Marco
Se hallaba en la intersección de las calles de la Santísima Trinidad y de San Carlos (actualmente Bolívar y Alsina), esquina noroeste, frente a la iglesia de San Ignacio y haciendo cruz con la botica de Marull. El 4 de junio de 1801, “El Telégrafo Mercantil” dio cuenta que el nuevo dueño del lugar era Pedro José Marcó, y anunciaba que: “Mañana jueves se abre con superior permiso una casa café en la esquina frente del colegio, con mesa de villar, confitería, y botillería. Tiene hermoso salón para tertulia, y sótano para mantener fresca el agua en la estación de verano”.
Al local comercial se lo denominó “Café de Marco”, aunque algunos lo llamaban “Mallcos”. También se lo conoció como “el Café del Colegio”, pues estaba frente al Colegio de San Carlos.
No se entraba por la esquina, como en otros establecimientos análogos, sino por la calle de la Santísima Trinidad. El cartel de la entrada indicaba: “Villar (2), Confitería y Botillería”. Tenía el café dos billares, lo que le daba categoría y le atraía a los jóvenes. Había pasado esta venerable institución por una época mala: en 1801, Marcó, acosado por los acreedores, debió vender los billares, pero los recuperó en 1804. Era el café de Marco, lo mismo que el de Catalanes y algún otro, ágora y club. No existiendo en la ciudad salones, cuando algunos hombres necesitaban reunirse lo hacían en el café. Toda oposición política se iniciaba allí. Era lonja de mercaderes y bolsa de chismes. En sus mesas pobretonas se concertaban amistades y se planeaban conquistas amorosas. Allí se redactaban algunos de los pasquines que a la noche eran arrojados por debajo de las puertas de calle, y allí nacían los pleitos y las quejas. Indudablemente sin el café de Marco y el de Catalanes no hubieran sido posibles ciertos acontecimientos, como la revolución del 25 de Mayo de 1810.
El local no tenía más adorno que dos espejos de regular tamaño. Los mozos servían de calzón corto, chaquetas y alpargatas. Bebíase, además de café y chocolate, vinos españoles, anís, agua con azucarillos, denominados “panales”, “agrio”, o sea jugo de limón, o de naranja, con agua y azúcar, y “sangría”: vino tinto, agua y limón.
También ofrecía a sus clientes el alquiler de un pequeño carruaje para los días de mal tiempo, en que se les hacía difícil volver a sus casas.
Habitualmente en horas de la noche no había parroquianos, sobre todo en invierno, excepto los grupitos de jugadores y noctámbulos. Los hombres de la colonia, que se casaban muy jóvenes, generalmente antes de los veinticuatro años, no iban a los cafés. Se quedaban en sus casas, o iban a algunas tertulias familiares. No era bien visto que el casado acudiese de noche a un café; y sólo en circunstancias extraordinarias se excusaba el hacerlo.
Fue apostadero de patriotas durante las invasiones inglesas, en los edificios de alto, a fin de vigilar a los británicos que se establecieron cerca del teatro de la Ranchería. Fue allí donde Martín de Alzaga, con sus arengas, logró poner orden a sus partidarios para que se unieran a los otros patriotas.
Cuando estalló la primera conjuración de Alzaga, el 1º de enero de 1809, el virrey Liniers mandó clausurarlo y dar tres días a Marcó para salir de la ciudad. Pero quedó su socio José Antonio Gordon, que presentó dos rogatorias a Liniers para reabrir el local, ambas denegadas. Claro que a principios de agosto asumió don Baltasar Hidalgo de Cisneros y en seguida retornó don Pedro Marcó. Elevó un memorial al nuevo virrey que denunciaba que sus pérdidas serían de 30 mil pesos en utensilios y productos y el 21 del mismo mes fue autorizado a reabrir su negocio.
Fue lugar de reunión de reunión de Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Vicente López y Planes, Bernardo de Monteagudo en vísperas de la Revolución de Mayo de 1810.
Cuando Buenos Aires fue abrazada por la Fiebre Amarilla, se produjo la mudanza de los vecinos de la clase más adinerada (principales clientes del Café de Marco) hacia la zona norte. Esto hizo que disminuyera notablemente la concurrencia a sus salones determinando el cierre definitivo del establecimiento hacia 1871.
Aunque se rompan los sesos
allí en el café de Marcos,
no evitarán que sus barcos
zozobren o sean presos.
Gaste millones de pesos
la República Argentina,
agote del Famatina
ese mineral tan vasto,
que a pesar de tanto gasto
no puede tener marina.
Café de los Catalanes
Inaugurado en 2 de enero 1799, se lo considera como el primer café abierto en Buenos Aires, al menos con las características actuales. Ocupaba la esquina nordeste de la intersección de las calles Santísima Trinidad y Merced (actuales San Martín y Tte. Gral. Juan D. Perón). Fue fundado por un gringo de origen ligur: don Miguel Delfino. Cuando este falleció, el comercio fue transferido a Francisco Migoni, también italiano. Lo refaccionó y le dio gran impulso hacia el año 1856.
Mientras que los partidarios de Fernando VII se reunían en el café de Marco, los “antivirreynales” lo hacían en el de los Catalanes; habiendo entre los parroquianos de ambos cafés una marcada pica.
Al local se ingresaba directamente por la esquina, cuya puerta estaba protegida por una lona. Las únicas aberturas hacia el exterior eran dos inmensos ventanales que daban cada uno a una calle distinta.
Fue algo particular de este lugar su manera de servir el café con leche, lo hacían en grandes tazones que se llenaban hasta desbordar y cubrir luego el plato que lo sustentaba, se le entregaba al cliente una sola medida de azúcar, no refinada, envasada en una lata; el parroquiano vertía el azúcar en el tazón y recién después, el mozo servía el café con leche hasta el desborde. El servicio se completaba con tostadas cubiertas con manteca y una capa de azúcar. Cerró en el año 1873.
Café de la Comedia
Se inauguró en 1804 y estaba ubicado frente a la iglesia de La Merced, en las calles Merced y San Martín (actuales Reconquista y Tte. Gral. Juan D. Perón). El dueño era un acaudalado comerciante francés llamado Raymond Aignasse quien ofrecía una buena cocina y hasta servicios de “envío a domicilio”.
El 30 de noviembre de 1783, en la intersección de las calles Alsina y Perú, se inauguraba el llamado “Teatro de la Ranchería”, cuyas actividades se vieron interrumpidas en 1792, cuando un incendio destruyó por completo sus instalaciones. La fecha, 30 de noviembre, es hoy el “Día del Teatro Nacional”.
Luego de un largo período sin salas teatrales, al lado del café, Aignasse y el cómico José Speciali, fueron autorizados a construir el “Coliseo Provisional de Buenos Aires”, también llamado “Teatro de la Comedia”. Como director de la orquesta fue designado el músico español Blas Parera, más tarde autor de la música del Himno Nacional Argentino. La primera representación le correspondió a la Compañía Cómica de Luis Ambrosio Morante.
El Teatro de la Comedia fue por mucho tiempo la única sala teatral de la ciudad y concluyó por ser el Teatro Argentino.
Desde el propio teatro se podía acceder al Salón de Billares del café.
En el Café de la Comedia les fue proporcionada la última cena a los condenados a muerte por el llamado “Motín de las Trenzas” (7 de diciembre de 1811). La misma consistió en gallina hervida, puchero de garbanzos, vino carlón, yerba y cigarros. El café de los desafortunados Patricios fue un regalo del Café de Marco.
Debido al pésimo estado del techo, este café debió ser clausurado y ya no volvió a abrirse.
Café de La Victoria
Comenzó a operar en 1820 en la esquina de las actuales calles Hipólito Yrigoyen y Bolívar. Era lugar de reunión de gente mayor y adinerada que adoraba el lujoso local, que tenía características del siglo XVIII en su decoración y que combinaba con enormes espejos. En La Victoria, el 27 de abril de 1827, se festejó el triunfo de la Armada Nacional en el combate de Los Pozos con un homenaje al almirante Brown. Todos los sucesos políticos que se vivían en la plaza, se discutían a gritos en el café de “La Victoria”.
Estaba ubicado en la calle Victoria Nº 121, según consta en la Guía de Comercio de Buenos Aires del año 1879. Por su ambiente aristocrático, los jóvenes con sus discusiones políticas no asistían a La Victoria. Cerró en 1879.
Referencias
(1) Se suele asociar la palabra “tertulia” con Tertuliano de Cartago (Quinto Septimio Florencio Tertuliano), famoso Padre de la Iglesia del siglo III, orador y apologeta con gran dominio de la retórica en su forma de argumentar. A este gran retórico se le llamaba tre Tullius “el que vale tres veces como Tulio (Marco Tulio Cicerón)”, el gran orador romano. En el siglo XVII, se comenzaron a formar círculos de gente culta que se reunía en algún local para leer a Tertuliano y a los grandes retóricos de la antigüedad y, de esta manera, aprender a conversar y argumentar en los salones. De esta forma se puso de moda entre las clases acomodadas las obras de este abogado y erudito, famoso por defender el cristianismo en unos discursos ricos en juegos de palabras. Bajo el reinado de Felipe IV, a las personas que se reunían para comentar a Tertuliano se las denominó así, tertulianos, y a esas reuniones se las conoció como tertulias.
(2) Por entonces billar se escribía se esa manera.
Fuente
Clío Buenos Aires
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Gálvez, Manuel – La Muerte en las Calles – Ed. El Ateneo, Buenos Aires (1949).
Gandía, Enrique – Orígenes desconocidos del 25 de mayo de 1910 – Buenos Aires (1960).
Giusti, Juan Carlos – La vida de nuestro pueblo – Los cafés – Buenos Aires (1982).
Juárez, Francisco N. – Donde se cultivó el espíritu de 1810.
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Vidal Buzzi, Fernando – Aquellos buenos viejos tiempos, Buenos Aires (1999).
• Cafetín de Buenos Aires – Tango (audio)
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