El 24 de Julio de 1859, hacía su entrada en Tucumán, por las sendas polvorientas que venían de Santiago del Estero, el doctor Germán Burmeister. El sabio alemán sentía poco a poco que su capacidad de asombro no tenía límites. Al entrar en la localidad de Tres Pozos, advirtió con alivio que se desplegaban ante su vista “los pastosos y bendecidos campos tucumanos”. Le alegró llegar a Tres Pozos, dado que era la mejor posta que había visto desde Córdoba: “instalada en casa propia, vistosa, tenía camas con elásticos tejidos con lonjas de cuero, como es costumbre en el país”.
El trayecto desde la antigua posta de Tres Pozos hasta su meta fue una continua sucesión de vivencias jamás percibidas anteriormente en el transcurso de su vida errante. El impacto recibido coincide con las palabras de Alberdi: “Por donde quiera que se venga a Tucumán, el extranjero sabe cuando ha pisado su territorio sin que nadie se lo diga. El cielo, el aire, la tierra, las plantas, todo es nuevo y diferente de lo que se ha acabado de ver”.
Karl Hermann Conrad Burmeister había nacido en Stralsund (Alemania) el 15 de enero de 1807. Cursó sus estudios en las Universidades de Greifswald y de Halle donde obtuvo primero el título en ciencias médicas y naturales y más adelante se doctoraba en Filosofía. Burmeister se convirtió tiempo después en uno de los más grandes naturalistas del mundo en el siglo XIX. (1)
En 1837, después de haber viajado por toda Alemania perfeccionándose, acepta una cátedra de Zoología en la Universidad de Halle. En esa época contrae matrimonio con la hija de un rico naviero de Altona, de cuyo matrimonio tuvo dos hijos que, en algún momento comerciaron en Buenos Aires y Río de Janeiro.
La corriente política de 1848 sedujo a Burmeister, sagaz partidario de la extrema izquierda y fue elegido miembro de la primera cámara prusiana por el distrito electoral de Liegnitz. Desilusionado por los escasos resultados de su carrera política, por la situación imperante en la época y quebrada su salud, renunció a su cargo en 1850.
Es por entonces que por iniciativa del célebre Alexander von Humboldt solicitó un año de licencia en la Universidad de Halle y realiza su primer viaje al nuevo mundo. Estuvo primero en Brasil (1850) y más adelante (1857-60) en Argentina, donde posteriormente se radicaría definitivamente realizando una fecunda labor científica hasta su muerte acaecida en Buenos Aires el 2 de mayo de 1892. El Museo de Ciencias Naturales de la ciudad de Buenos Aires, al que dedicara la mayor parte de su vida (1862-1892), paradójicamente fue causa indirecta de su muerte según lo cuenta Carlos Berg: en febrero de ese año, al subir una escalera del museo para cerrar una ventana, perdió el equilibrio y el golpe le produjo graves lesiones de las cuales no se recuperó más.
Sus restos fueron sepultados el 4 de mayo de 1892 y en ese homenaje póstumo se puso de manifiesto el alto aprecio que supo ganarse entre los argentinos. Entre quienes integraron el cortejo que lo acompañó a su última morada figuraron el Presidente de la República Dr. Carlos Pellegrini con sus ministros doctores Balestra y Zeballos, el Ministro de Alemania y autoridades de los Museos Nacional, de la Plata y Nacional de Montevideo. Se encontraba también uno de sus hijos, del segundo matrimonio del sabio con la tucumana Petrona de Tejeda. Sobre este hecho sus hijos Carlos y Federico nos cuentan: “En Tucumán conoció a su segunda esposa, Petrona de Tejeda, nuestra madre, con la que contrajo enlace más tarde cuando volvió a Argentina y se había hecho cargo del Museo Público de Buenos Aires. (2)
Burmeister desde el vamos había quedado prendado de Tucumán; la magnificencia del paisaje le impactó sobremanera en aquel frío atardecer de julio de 1859. En su obra “Descripción de Tucumán” manifiesta: “Las naranjas doradas de las hespérides que asomaban en gran cantidad, justamente cuando yo llegué a Tucumán, de entre el oscuro follaje de los árboles contribuyeron a aumentar la impresión espléndida, verdaderamente maravillosa de estos parajes; ahora comprendía por qué en el país se llama a Tucumán el jardín de la Confederación Argentina: aquí se encuentran frutos y flores artificialmente cultivadas en todas partes, en hermosa abundancia, algunas veces está la atmósfera perfumada por la fragancia exquisita de las miles de flores de naranjos, que florecen en setiembre. Eran, lo confieso sin disimulo, los más hermosos días de mi vida”. (3)
Es así como había llegado Burmeister a Tucumán, atraído por las noticias que llegaban de las provincias del Norte –que como vemos no le defraudaron-, con medios brindados por el gobierno de la Confederación Argentina y para realizar estudios durante seis meses. Los trabajos que aquí realizó sobre la gea, flora y fauna son los más completos que se hicieron hasta ese entonces. Las Ciencias Naturales se afianzaban así definitivamente en Tucumán.
No bien instalado en la provincia, don Germán trabó contacto con influyentes tucumanos que le brindaron apoyo para poder desempeñar la misión que le traía. El “Eco del Norte” del 28 de julio, comenta su llegada: “…Burmeister que viene enviado por el gobierno de Prusia a estudiar la zoología de la provincia” (4). Por intermedio de este periódico, más adelante, solicita al pueblo colaboración: “… que todo el que le presente algún insecto o bicho raro será bien gratificado”. (5)
Fueron muchos los provincianos que, como ya se dijo, facilitaron la tarea del investigador. Guillermo Chenaut, propietario de la quinta “El Manantial”, le ofreció este solar para que allí pudiera realizar estudios sobre climatología y zoología. Cuenta Burmeister que su vida transcurría en ese paraje apacible rodeado de la lujuriante naturaleza, en la paz que el campo proporciona. Al atardecer solía dirigirse hacia los centros poblados a lomo de caballo donde se entretenía agradablemente con sus nuevos conocidos. La estancia del señor Chenaut quedaba a una legua del manantial de Marlopa en una zona privilegiada de Tucumán donde la naturaleza le brindaba grandes posibilidades. Recuerda el sabio la espléndida vista que desde la galería de la casona podía apreciar: “… la hermosa perspectiva de la sierra ante mis ojos, con sus picos sobresalientes cubiertos de nieve”. (6) Este paisaje impresionó tanto al sabio que lo inmortalizó en su obra “Vues pintoresques de la Republique Argentine” (Haris, Bs. As. Halle 1881).
Burmeister quedó eternamente agradecido a su “amigo Guillermo Chenaut” como lo menciona constantemente a través de su obra. Fue indudablemente una colaboración de inestimable valor la que le brindara este caballero tucumano.
Marcos Paz también se interesó sobremanera en la labor del científico. Este ilustre tucumano, que durante su gestión gubernamental –al decir de Groussac: “el gobierno histórico de Tucumán” (7)- propiciara todo lo que representaba organización, cultura y progreso, se sintió atraído por la obra del sabio alemán e inclusive le acompañó en un viaje a la estancia de San Javier propiedad de José Frías. Su visita al lugar –en plena serranía tucumana- fue pródiga de recuerdos. Nos cuenta la historia del lugar y de cómo el entonces propietario, José Frías, hubo de comprar esa propiedad que “perteneció a una Fundación de los Jesuitas 25 años atrás por 2.000 pesos y que al momento, él obtenía solamente con la venta del queso –que hacía competencia al de Tafí- una entrada anual de 1.500 pesos”. (8)
La primera y última etapa de su viaje a San Javier, fue la visita al Ingenio “Cevil redondo” que pertenecía también a su “…gran amigo don José Frías que es dueño de muchas leguas de campo, hasta el otro extremo de la sierra, nos cobijamos bajo el techo hospitalario de su casa para conocer guiados por su propietario el paraje y los extensos establecimientos que ha fundado este trabajador incansable durante más de 20 años”.
En esta gira el sabio realizó un amplio estudio científico de la zona, quedando maravillado una vez más por la prodigalidad de la naturaleza: “… Nunca he visto una vegetación más hermosa, más imponente y más exuberante en mis viajes por la República Argentina que esta vez en la falda de la sierra de Tucumán, al conocer el soberbio bosque de “Los Laureles”.
Como era de esperar, Burmeister se relaciona con Amadeo Jacques y con el movimiento cultural y educacional de Tucumán. Visita el Colegio San Miguel, al que considera en el plano estético “edificio no muy elegante pero muy apropiado”. Nos describe sus patios con naranjos, sus adecuadas aulas, la biblioteca y casa del Director. Elogia el naturalista la educación que allí se impartía. Nos cuenta que en esa época el colegio contaba con 20 discípulos que se destacaban por su aplicación, hecho que pudo comprobar personalmente ya que aprovechando su estadía en Tucumán, el Gobierno le designó miembro del Tribunal para los exámenes finales de 1859 juntamente con los doctores Agustín Justo de la Vega y Uladislao Frías. Burmeister queda favorablemente impresionado a juzgar por los elogios que vierte en “El Eco del Norte” y en su obra “Descripción de Tucumán” en la que hace mención a los conocimientos claros, seguros, y sanos que tenían los alumnos.
La amplia cultura del sabio alemán le llevó a interesarse por todos los aspectos que le brindaba Tucumán. Su espíritu analítico nos da una imagen de la ciudad en la cual podemos reconstruir sus más importantes aspectos en una narración minuciosa y detallada, en la cual no escatima duras críticas y elogios sinceros.
El crecimiento edilicio de la ciudad fue el punto más combatido por Burmeister. La edificación de la época le movió a duros comentarios como por ejemplo la recientemente reconstruida iglesia matriz “… de la cual se enorgullecen los habitantes sin razón, pues es una obra que resultó malograda en todo sentido…” A través de un análisis frío en el que se aportan argumentos de peso respecto a la indiscriminada mezcla de estilos que en ella se observan, llega a la siguiente conclusión: “Todas las proporciones fallan, o se han aplicado tan fuera de lugar que desde un punto de vista artístico, sólo se pueden apreciar el conjunto con repugnancia, es una mezcla terrible de todas formas arquitectónicas donde se codean formas artísticas religiosas con profanas, lo cual se asemeja en su decoración más a un teatro que a una iglesia”.
Para no extendernos demasiado en este tema diremos que los otros edificios religiosos que se estaban construyendo o remodelando no le merecieron mejor impresión, refiriéndose también a ellos en forma detallada y debemos reconocerlo: muchas de sus observaciones son inobjetables. Se refiere por última vez al tema lapidariamente: “El gran cuidado con que se mantenían en tiempo de los españoles las iglesias y los conventos, son cosas con las cuales los actuales habitantes no están de acuerdo, dejan que se deterioren, o se hace una lujosa catedral nueva con un estilo teatral como la que se ha hecho en Tucumán hace pocos años, pero no piensan en mantener la vieja y digna característica del tiempo de los españoles. Lo antiguo no se aprecia en este país y dejan que se destruya, cuanto antes mejor”. Este comentario lo hizo al contemplar el convento de San José de Lules, vieja reliquia de los jesuitas , que más de una vez fuera objeto de abandono y que por milagro no desapareció, ya que más de una joya del arte colonial ha desaparecido en Tucumán a causa del criterio que Burmeister censuraba hace más de cien años. Pero este hombre inteligente supo también ver el lado positivo en este afán de construcción, ya que consideraba que guiaba a los tucumanos una aspiración por sobresalir como ninguna ciudad argentina.
El sabio quedó en todo sentido favorablemente impresionado con Tucumán, sobre todo en la faz cultural que en aquella época evolucionaba notablemente. Pudo apreciar las inquietudes de los miembros del “Club Social 9 de Julio” donde se recibían publicaciones de actualidad y que tenía un espléndido piano para sus socios, que ya habían propiciado la formación de la Sociedad Filarmónica. El teatro no tenía edificio adecuado, pero el gobierno había solicitado la presentación de proyectos para la construcción del mismo. Burmeister presentó uno que fue aceptado; de esta forma, incursiona también en la arquitectura de la ciudad.
No pasó por alto el inquieto alemán el crecimiento comercial de Tucumán, y las numerosas casas de comercio que en ella había. Elogia la elegancia de las damas tucumanas y el lujo con que se ataviaban, destacando que en ello también llevaban la vanguardia. Las industrias que florecían en la época merecen también un capítulo de su obra. Y augura un gran porvenir para la provincia que era a su criterio “La más adelantada de las ciudades el interior”. A su parecer ello obedecía al hecho que Tucumán fue cuna de la Independencia, conservando así cierta Independencia mental, manteniéndose libre espiritualmente y no participando de la beatería de culto tan decididamente como las otras provincias del interior. Su relato no deja de tener dejos de ironía cuando narra la costumbre de las señoras y señoritas de edad avanzada que concurrían frecuentemente a la Casa de Jesús donde se imponían penitencias y realizaban ejercicios espirituales. Si bien es cierto, la síntesis precedente de las impresiones de un viajero alemán al Tucumán de 1859, no hace a la propia historia de las Ciencias Naturales –como ya dijimos anteriormente la misma estrechamente ligada a diversos aspectos de su cultura-, queda el relato de Burmeister como un notable testimonio.
Al finalizar el año 1859 Burmeister prepara su viaje de regreso dejando Tucumán el 27 de enero de 1860. Se dirigió a Catamarca para después dejar el país rumbo a Alemania. En camino hacia la vecina provincia tiene oportunidad de conversar con su compatriota H. Erdmann llegando ambos a la conclusión de lo difícil que resultaba volver a Europa habiéndose ya habituado a la vida y costumbres sudamericanas, confesándose a sí mismo que de no haber mediado compromisos adquiridos, en su ánimo estaría el permanecer para siempre en nuestro país. Deseo que pudo cumplir para entregar, a partir de 1861, de este modo su vida a las Ciencias Naturales argentinas. Deja en Tucumán un completísimo estudio sobre el tema que es hasta hoy en día fuente de consulta para los científicos contemporáneos.
Referencias
(1) Angel Gallardo – En prólogo a “descripción de Tucumán” de G. Burmeister, página (2) Germán Burmeister – Viaje por los estados del Plata (en prólogo de sus hijos Carlos y Federico), Vol. I, página 13.
(3) Germán Burmeister – Descripción de Tucumán – Página 49.
(4) El Eco del Norte – 28 de julio de 1859, página 3.
(5) El Eco del Norte – 4 de agosto de 1959, página 3.
(6) German Burmeister – Descripción de Tucumán – Página 71.
(7) Paul Groussac – En Memoria histórica y descriptiva de Tucumán, página 247.
(8) German Burmeister – Descripción de Tucumán – Página 62.
Fuente
Bascary, Sara Peña de – Naturalistas en Tucumán.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
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Todo es Historia – Año IX, Nº 104, enero de 1976.
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