Matanza de Laguna del Chañar

La Laguna del Chañar, ubicada a 20 leguas al Sud de Villa Mercedes y a seis de Buena Esperanza, provincia de San Luis, fue el escenario de la más pavorosa de las hecatombes sufridas por los puntanos en su secular lucha con el indio.

No hemos encontrado el relato documental de lo que ocurrió en aquella horrenda noche del mes de diciembre de 1828 bajo cuyo oscuro manto fueron brutalmente exterminados los expedicionarios que partieron de la ciudad de San Luis hacia los aduares ranquelinos, sin que un objetivo justificable explicara la temeraria empresa.

El máximo historiador puntano Juan W. Gez, infatigable investigador del pasado provincial, no ha dejado referencias concretas de tan luctuosos acontecimiento, omisión que debemos interpretar como que no encontró ningún rastro documental al respecto.  En cambio el ameno y veras escritor Felipe S. Velázquez invoca el testimonio de Basilio Sosa, ex soldado de San Martín en Chacabuco y único sobreviviente de la catástrofe, a quien conoció cuando ya había cumplido los setenta años y conservaba aún rasgos de hombre enérgico y decidido.

Es indudable que este testimonio y el del coronel Baigorria (1) son piezas valiosas para develar siquiera sea en parte el misterio que rodea tan siniestro acontecimiento pues, el primero integraba las tropas masacradas y el segundo estaba en esa época en los toldos de Poitahué, manteniendo un permanente contacto con los habitantes del desierto e informándose de todo lo que ocurría en los dominios ranquelinos en los que vivía “al cuidado de quinientas vacas y algo más de toda especie que había adquirido con su propio trabajo”, según él mismo lo declara en la parte inicial de sus “Memorias”, escritas cuando frisaba los setenta años, es decir, en plena madurez.

Por su parte el gobernador José Santos Ortiz dejó certificado el hecho en los dos bandos que publicó algunos meses más tarde, de los que surge con claridad de evidencia que no se trata de una simple leyenda surgida nada más que de la perecedera tradición oral.

En el primer bando se da cuenta al pueblo de la catástrofe, informándole que Pincheira al frente de una formidable invasión está sobre las fronteras de la provincia y que ha encomendado al capitán de Dragones y Alcalde de Primer Voto Cornelio Lucero que organice un cuerpo de trescientos hombres para la defensa; en el segundo se comunica al vecindario que los pincheirinos se han apoderado de los campos que median entre el Fuerte de Las Pulgas y La Punilla.

En los ineficientes relatos que hemos leído se hace oscilar el número de víctimas, jefes y soldados, entre ochenta y seiscientos hombres muertos y masacrados por los indios, diferencias cuantitativas que no varían la naturaleza horripilante del episodio cuyas fatales consecuencias debió lamentar el pueblo y deplorar el gobierno.

Lo cierto es que fuerzas de la Guardia Nacional al mando del sargento mayor Anzorena y de los hermanos Gregorio y Tomás Lucero, poco antes de la tragedia del Chañar, se habían internado en los dominios de Painé y Mariano Rosas y en momentos en que los indios de pelea que andaban maloqueando en lejanas regiones y que habían dejado desguarnecidos sus aduares, estos fueron asaltados y saqueados por los invasores cristianos que emprendieron la retirada sin derramar una gota de sangre de sus hombres, tomando cautivos y ganados de la misma manera que lo hacían los salvajes en sus invasiones a los pueblos y villorrios cristianos.

No es presumible que el gobernador Ortiz ignorase esta primera expedición de carácter punitivo, que evidentemente tuvo todas las características de un verdadero malón llevado a cabo por las fuerzas de su jurisdicción

Si Ortiz no los mandó expresamente, debió quedar satisfecho del resultado cuando supo que las tropas de la provincia habían incursionado sin correr ningún peligro, sin pérdida de vidas y sin recibir un rasguño y por eso autorizó la segunda expedición sin pensar en el tremendo desastre de su trágico epílogo.

El reclutamiento general y obligatorio de ciudadanos que se hizo en varios departamentos; la movilización de un número apreciable de jefes y soldados; el aprovisionamiento de vituallas y medios de movilidad, todo menos el precario y deficiente armamento, indica que se trataba de una expedición importante de la que se esperaban óptimos frutos.

Sin embargo estos mismos antecedentes autorizan a pensar que el gobernador creyó que con la primera expedición se había quebrado el ímpetu agresivo de la indiada, sin advertir que el ataque a mansalva de que fueran víctimas no podía menos que reactivar su fibra vengativa y batalladora.

Tampoco debieron presentir su fatal destino los que como Anzorena y los Lucero tomaron por segunda vez el camino de Poitahué (2), confiados en su buena estrella de tal manera que omitieron las precauciones más elementales como eran las de destacar exploradores durante la marcha y colocar centinelas a una prudente distancia mientras se entregaban al descanso.

Así anduvieron legua tras legua hasta llegar a la Laguna del Chañar sin apercibirse que los bomberos del desierto los seguían de cerca, calculando su número, las armas de que disponían y el grado de resistencia que podrían oponer: y ahí, en el lugar denominado Yatagán, a la vera de la fatídica laguna, se apearon y después de vivaquear se entregaron al sueño con la pasmosa tranquilidad de quienes no se encontraran en campo peligroso, frente a un astuto y temible enemigo y expuestos a una terrible sorpresa como que insospechadamente estaban a un paso de la tumba.

Pocas horas después, al filo de la media noche, con matemática precisión y despiadado furor, las hordas indígenas cayeron sobre los desprevenidos invasores y sin darles tiempo a reponerse de la sorpresa ni a organizar la defensa, los masacraron exterminándolos en medio del confuso tropel de sus caballerías pampas y de la infernal barahúnda de sus estentóreos y aterradores gritos. (3)

En aquella noche se produjo la más bárbara y sangrienta de las hecatombes sufridas por el hombre blanco en su ancestral duelo con el iracundo habitante del desierto hasta que le impuso su ley aniquilando definitivamente su resistencia.

Las consecuencias de aquel trágico desastre fueron nefastas y como asegura Velázquez, sobre los despojos de los cristianos (4) sacrificados por los indios con terrible ferocidad, siguieron las .cruentas y prolongadas desgracias que la provincia pagó y lloró con lágrimas de sangre…

Veamos como juzga el coronel Baigorria el acontecimiento coincidiendo con los que piensan que fundamentalmente solo se trató de una venganza de los caudillos ranqueles, enconados por el bárbaro ataque que durante su ausencia llevaron a sus aduares Anzorena y los hermanos Lucero, cometiendo un desatino que pagaron con su propia vida.

“En aquel tiempo -dice Baigorria en sus Memorias-, el gobernador de San Luis era don José Santos Ortiz, quien cometió una imprudencia la que más tarde nos costó muy cara con una indiada que había venido de La Pampa, a asilarse en la frontera y por un delator falso sin averiguar la verdad mandó a exterminarlos lo que fue ejecutado con la mayor parte de ellos y los demás prisioneros, y que esto más tarde nos costó muy caro.  El señor Gobernador continuó la persecución creyendo haber obtenido un triunfo.  En la Laguna de Chañares, fue acabada, por los indios la mayor parte de la fuerza puntana a las órdenes del sargento mayor Don Luciano Anzorena.  Los indios después de este triunfo continuaron sus incursiones hasta destruir la frontera y aún penetraron en el interior de la provincia robando, matando y cautivando bajo la opresión de los bárbaros”.

Jamás el descuido, la imprevisión y la ineptitud injustificables se habían dado cita más fatal y tétrica, abriendo las puertas del mundo civilizado los instintos de la barbarie.  Las ensoberbecidas huestes del desierto se adueñaron por mucho tiempo de una vasta zona de la provincia haciéndola objeto de las más crueles depredaciones, hasta que años más tarde, en 1833, las fuerzas comandadas por el siempre atildado coronel José Ruiz Huidobro quebró el poder de las lanzas ranquelinas a la vera de otra laguna, venciendo al poderoso Yanquetruz en Las Acollaradas.

Referencias

(1) Ver “Memorias del coronel Baigorria”, publicadas en la Revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, año 1938, Tomo X, página 479, que aparecen suscritas por José Baigorria en vez de Manuel, lo que evidentemente es un error cometido por el que las pasó en limpio por encargo de su autor.

(2) Alrededor de Poitahué se extendían las tolderías del ladino Mariano Rosas, el feroz Baigorria y el temerario Wenchenao.

(3) Por disposición gubernativa, dice Jofré, una entrada volante de ochenta cristianos, ha sido mandada en exploración al Sur.  Ella avanzó cautelosamente hasta la Laguna del Chañar, en que acampó sin sospechar la proximidad del enemigo.  No obstante, en la noche fue sorprendida por la indiada.  ¡De un fuerte próximo se hace chasque, dando cuenta de que los cristianos han sido acabados!  El único que se salvó fue el soldado Basilio Sosa por haber permanecido enterrado toda la noche en los lodos de la laguna.  (Nicolás Jofré: “Tradiciones y Narraciones”).

(4) Basilio Sosa escapó recurriendo a la estratagema de embarrarse el rostro, semidesnudo, con una vincha en la cabeza y esgrimiendo una lanza hasta que pudo pasar inadvertido entre los indios simulando ser uno de ellos.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Pastor, Reynaldo A. – San Luis, su gloriosa y callada gesta (1810-1967) – Buenos Aires (1970).

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