Pérez era un gaucho que pasó su vida trabajando de peón en las estancias de la provincia de Córdoba. Aprendió a manejar el puñal con total destreza, al tiempo que merodeaba las sierras y los montes en busca de nuevas aventuras o refriegas. Cuando menos se dio cuenta, estaba inserto en las milicias rurales que peleaban sin descanso y por largos años.
Antes de pasar a la historia como el matador del caudillo federal Quiroga, Santos Pérez aparece en las filas de la montonera de Juan Bautista Bustos, pero debe huir de Córdoba cuando el unitario general José María Paz toma el poder de la provincia. Entonces, Pérez se traslada a Santa Fe, brindando su apoyo a Estanislao López. Capturado el “manco” Paz en 1831, el capitán Santos Pérez es elegido como parte de la escolta encargada de trasladar al prisionero al campamento del gobernador santafecino Estanislao López.
Santos Pérez poseía un bien ganado respeto en su zona de influencia, quizás por ello fue escogido para llevar a cabo uno de los más abominables atentados contra la patria: el asesinato de Juan Facundo Quiroga.
De todas maneras, creemos que Pérez fue apenas el autor material de toda una perversa operación destinada a debilitar al federalismo como fuerza política argentina. Era ingenuo el capitán Santos Pérez; abusaron de su extrema confianza los hombres más cultos y poderosos de su entorno. El día que mató a Juan Facundo Quiroga, Pérez “salió de su casa de Portezuelo seguido de un puñado de hombres. Ellos no sabían que iban a matar al riojano; no querían saberlo. Se alejaron callados; sólo se oía la coscoja de los frenos”, dice el periodista Juan Pablo Baliña en una nota referida al matador del caudillo federal.
En medio del monte cordobés, los jinetes se esconden hasta esperar la caravana que trae al Tigre de los Llanos y su comitiva. Las órdenes las daba Santos Pérez, a la sazón, jefe de la partida criminal. Hay algo que no se dice con mucha frecuencia: Pérez no solamente se cargó la vida de Facundo Quiroga sino que también la del doctor José Santos Ortiz, secretario de aquél. El revisionista Pedro de Paoli, así lo indica en su obra “Facundo”: “Santos Pérez sube en seguida a la galera y atraviesa con su espada al doctor Ortiz”.
Consumado el hecho, de medular importancia porque precipitó la vuelta al poder de don Juan Manuel de Rosas, Santos Pérez y sus hombres tratan de borrar todas las huellas del crimen, mientras fugan hacia la localidad de Los Timones. Y aguardan.
Haciéndose notar lo menos posible, Santos Pérez se mezcla en diversiones rurales con peones ahogados en ginebra. “En las cuadreras, Santos Pérez, inmutable, oficia de juez de raya entre el lobuno de Urquijo y el rosillo de Bustamante. Días después, busca a Reinafé y le entrega dos pistolas y un poncho de vicuña que habían sido del general (Quiroga). Ha cumplido su parte”, refiere Baliña en su ya mencionada nota periodística.
Parafraseando al salvaje unitario y masón Sarmiento, la “sombra terrible de Facundo” acecha las conciencias tormentosas de los asesinos, sean intelectuales o materiales. El país se hace eco del más grande crimen que experimentó desde que, en 1828, moría fusilado el coronel federal Manuel Dorrego en los pagos de Navarro. Las culpabilidades de lo ocurrido en Barranca Yaco van y vienen. Los Reinafé intentan culpar al leal Juan Felipe Ibarra, el gobernador santiagueño, que nada tiene que ver en el embrollo.
Ibarra, que unos días antes del 16 de febrero había advertido a su amigo Quiroga de que podían llegar a matarlo en su paso por Córdoba, se defiende y señala al capitán Santos Pérez como autor material del atraco. Si éste llegaba a declarar la verdad de la trama, la vida de los hermanos Reinafé estaba terminada. Sigamos el relato de Baliña:
“Alarmado, José Vicente Reinafé, entonces, manda llamar al jefe de la partida (Santos Pérez) y lo invita a su casa de Córdoba. Le convida aguardiente y al poco rato el capitán empieza con terribles dolores hasta que se descompone por vómitos. Sudoroso, gana el camino. El arsénico no consigue matarlo. Huye y se refugia en las sierras; prefiere no marcharse lejos”.
Vuelto a los pagos de su mocedad, Santos Pérez es perseguido por infatigables partidas de gauchos federales. Sabía que no viviría para contarla, que si había matado, ahora le tocaba a él.
Andaba enamorado el fugitivo capitán, por eso, una tarde baja a la ciudad para encontrarse con la hija de don Fidel Yofre, propietario de unas chacras. Allí, el quintero encargado del cuidado de las tierras, apodado “Porteño”, denuncia la presencia de Pérez a la milicia rural. A la mañana siguiente, el capitán despierta rodeado de trabucos y fusiles pesados. No se resiste; no había alternativas. Ese era su destino. El final del capitán Santos Pérez fue ante el público de Buenos Aires, en aleccionadora represalia por haber negado a la patria a uno de sus mejores hijos: el brigadier general Juan Facundo Quiroga. Contaba con treinta y tres años de edad y vestía para enfrentar a la muerte chaqueta oscura y pantalones blancos de lienzo. Era de mediana estatura y de tez morena.
El cancionero federal se acordó de Pérez por su ferocidad y valentía al momento de asesinar al noble caudillo de La Rioja. Por eso, al momento de ser detenido, unos versos dicen lo siguiente: “Al gaucho Santos dormido/ en la cama lo pillaron/ tan corajudo el bandido/ rugió cuando lo rodearon”. Y cuando el Restaurador de las Leyes hizo aplicar la justa sentencia del fusilamiento y la horca, se entonaban estos otros versos populares: “¡Amigos aquí presentes:/ que les sirva de ejemplar/ la vida de Santos Pérez/ y como vino a acabar!”.
Autor
Gabriel O. Turone
Bibliografía
Baliña, Juan Pablo. “La doble tragedia del capitán Santos Pérez”, Diario “La Nación”, 4 de abril de 2009.
De Paoli, Pedro. “Facundo”, Editorial Plus Ultra, 1973.
Gálvez, Manuel. “El General Quiroga”, Editorial Theoría, Buenos Aires, Abril de 1971.
Newton, Jorge. “Juan Facundo Quiroga. Aventura y Leyenda”, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires 1965.
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