Batalla de Ensenada de las Pulgas

Dr. José Santos Ortiz (1784-1835)

En 1814 el ejército chileno luchaba en el sur de Chile tratando de destruir las fuerzas realistas comandadas por el general Ossorio.  Las fuerzas, a cuyo frente se encontraban los generales Bernardo O’Higgins y José Miguel Carrera, las enfrentaron en las inmediaciones de Rancagua librando una recia batalla en la que O’Higgins a pesar de haber conducido sus tropas con valor, fue derrotado pues su compatriota Carrera permaneció al margen de la acción desempañando el papel de simple e indiferente espectador.

Producido el desastre de Rancagua, los vencidos tomaron el camino que los conducía a Mendoza donde fueron recibidos y auxiliados generosamente por el pueblo y las autoridades que trataron de hacerles más llevadera su desgraciada situación.

O’Higgins y sus amigos, sin pérdida de tiempo se dispusieron a colaborar con San Martín en su empresa libertadora, cuyo primer paso debía ser el de liberar a Chile de la dominación española.  En cambio Carrera adoptando actitudes inusitadas y de discordia con sus compatriotas, pretendió hacer valer en nuestro territorio el título que se atribuía de “jefe del gobierno de Chile”, actitud que mereció una enérgica desautorización de San Martín y su inmediato traslado a Buenos Aires.

Hasta ese momento el general Carrera, pese a su carácter díscolo y a sus enconos partidistas a los que no eran ajenos sus hermanos Luis y Juan José y su altiva hermana Javiera, se inspiraba en el más noble de los ideales, cual era el de emprender la arriesgada empresa de reconquistar su patria.  Con ese propósito viajó a Estados Unidos empeñándose en conseguir armas, barcos y recursos para invadir Chile.

Pero a su regreso cometió el error de inmiscuirse en las disputas civiles de los argentinos, embanderándose abiertamente en el bando federal al lado de Alvear, Estanislao López y Francisco Ramírez a los que aportó las fuerzas que había organizado teniendo como base una centena de aventureros chilenos, escogidos entre los que lo habían seguido desde los desgraciados campos de Rancagua, y a los que se agregaban los clanes bravíos del orgulloso araucano Yanquetruz.

Su actitud no se limitó a participar activamente en los combates de la primera Cepeda, de la Cañada de la Cruz y de otros lugares en los que se libraron cruentas batallas, sino que se convirtió en un factor más de la anarquía que devoraba al país, deslizándose desesperadamente por el terreno del salvajismo y la barbarie, sin control ni freno de ninguna naturaleza.

Cuando sus aliados lo abandonaron dejándolo librado a sus propias fuerzas, utilizó a sus aventureros e indios para cometer los actos más vituperables e inhumanos que pueda concebir la mente del hombre civilizado, asolando el pueblo del Salto, despedazando las fuerzas de Córdoba y aniquilando las de San Luis por cuyo territorio había de avanzar como un huracán destructor, desde El Morro hasta dar con el Río Quinto y desde allí a la capital puntana, ocupándola como si fuese un guerrero argentino y no un extranjero obligado a respetar las leyes del país; como si fuera un conquistador y no el que se beneficiaba con la hospitalidad tolerante del país que lo había recibido en su desgracia, y como si no estuviera obligado a obedecer a la autoridad en vez de llevársela por delante como lo hacían aquellos que por lo menos combatían dentro de su patria.

De esta manera el revoltoso general chileno, sin cabida en su patria, buscaba realizar el obsesionante plan de repasar la cordillera, derrocar el gobierno de O’Higgins y restablecer a sangre y fuego la dictadura que antes ejerciera con implacable espíritu persecutorio, pues ya no se trataba de vencer a los españoles cuyo dominio había concluido en Chile sino de vengar la muerte de sus hermanos fusilados en Mendoza y de extirpar de cuajo la influencia de sus adversarios políticos.

Luis Franco nos ilustra sobre este período de la trayectoria de Carrera en nuestro suelo patrio: “Cuando los caudillos federales del litoral terminaron desavenidos entre ellos, -dice este ameno e ilustrado escritor- el de Santa Fe se entendió con el de Buenos Aires y Córdoba, contra el “Supremo Entrerriano”.  Por ese mismo pacto debía ser entregado o desarmado el otro socio de López y Ramírez, el chileno Carrera, que capitaneaba una pequeña hueste de aventureros y enganchados con la que pensaba invadir Chile.  Cuando le llegaron ecos del Pacto de Benegas, Carrera levantó su campamento dispuesto a intentar la travesía de Melincué a Mendoza.  Como precisaba aviarse de recursos para ello, no trepidó en entenderse con los indios ranqueles, sobre la base de facilitarles la toma del pueblo de Salto, cuya guarnición era de 40 hombres, que podía hacer frente a las lanzas pero no a los fusiles; terminó capitulando bajo la condición del respeto a las vidas.  La mayoría del vecindario había buscado refugio en el templo del pueblo.  Los indios hicieron saltar el portón de entrada a golpes de ancas de caballo y las paredes del recinto sagrado resultaron petisas para contener la marea de la violación, el expolio y el degüello.  El mismo Carrera -según el historiador Vicente López-, escribió a su esposa que él había tenido que recoger a dos niñas de dieciocho años y darle su propio lecho esa noche”.

“El éxito de los ranqueles fue como un río salido de cauce, y arrastró todos los despojos que pudo cargar.  Y doscientas cincuenta mujeres, sin contar los niños, fueron invitadas a trasladarse a la capital ranquelina, a través de ciento cincuenta leguas de desierto. (“Yanquetruz”, en La Prensa, octubre 9 de 1966).

En Salto, el 4 de diciembre de 1820, Carrera dejó impresa la primera prueba de su bandolerismo sanguinario y brutal.  Sobre lo que ocurrió ese día lúgubre para la civilización, podemos decir con el prestigioso y erudito Landaburu: “Renunciamos a describir este cuadro de barbarie.  Al producirlo Carrera escribió la página más abominable de su vida, infiriendo la más terrible afrenta a los principios de humanidad y de civilización” (1), duro y lapidario juicio que Ortelli confirma con esta glosa de los escritos del doctor Montes, antiguo y prestigioso vecino de Salto: “Hace larga referencia al bárbaro ataque de 1820, cuando las huestes del cacique Yanquetruz aliado a la fuerza del renegado general chileno José Miguel Carrera, echa abajo las puertas de la iglesia, saca de allí a numerosa mujeres (incluso a una ascendiente del Dr. Montes)”.  A unas las violan allí mismo, a otras las llevan consigo. (2)

“Una vez que hubo cometido este crimen atroz inició, la correría más salvaje y sangrienta que registran los fastos argentinos.  Ni Atila en las Galías.  Ni Tamerlán en las llanuras del Asia, movieron sus legiones bárbaras con tan raudo paso como la vertiginosa rapidez con que el jefe chileno empujó su horda de facinerosos al encuentro del enemigo, buscando romper a sangre y fuego el valladar infranqueable que habría de oponerse a su fatal destino”.

Del Salto se dirigió a la provincia de Córdoba sorprendiendo en Chaján a las fuerzas de Bustos y batiéndolas y dispersándolas totalmente el 5 de marzo de 1821, se aproximó a la ciudad capital de la provincia sin atreverse a llevarle un ataque para tomarla por asalto.  De ahí retrocedió e internándose en la provincia de San Luis, pasó como una exhalación por el Morro rumbo a la capital puntana.  Al llegar al paraje “Ensenada de Las Pulgas” (3), sobre la margen derecha del Río Quinto, libró un nuevo combate en el que por segunda vez puso de relieve su índole de caudillo sanguinario y despiadado. (4)

En este lugar ensangrentado ignominiosamente por su bárbara horda a la que titulaba pomposamente “Ejército Restaurador” y que hacía flamear su bandera siniestra con el lema “Federación o muerte”; en ese lugar decimos, lo esperaba el gobernador Dr. José Santos Ortiz con una división de 500 puntanos al mando de Luis de Videla.  El encuentro fue épico librándose el combate más encarnizado y aciago de aquella época.  Los contendientes que se iban enfrentar en un duelo a muerte, se encontraban en un plano de tal desigualdad que desde el primer momento los invasores debieron tener la impresión de su triunfo y los defensores la de su derrota, la que enfrentaron con un valor y heroísmo que hacen más meritorio su estoico sacrificio.

El ejército del chileno, además de su superioridad numérica y mejor armamento, venía estimulado por los éxitos que había obtenido desde su repulsiva hazaña del Salto hasta el sorpresivo triunfo del Chaján.  La división puntana, organizada apresuradamente por el gobernador Ortiz, sólo contaba con el valor legendario de sus jefes y oficiales, pues los soldados carecían de instrucción militar y la mayor parte de ellos concurrían por primera vez a un campo de batalla, mal y deficientemente armados. (5)

En el primer choque fue arrollada la caballería puntana, viéndose obligada a formar cuadros parapetándose en una pequeña isleta de chañares en la que lucharon hasta caer muertos con sus dos oficiales al frente, Dolores Videla y Juan Daract (6), porque ellos y sus soldados prefirieron el sacrificio heroico antes que la rendición humillante.  Y ahí, como dice Jofré “los puntanos quedaron en la trinchera de troncos y caldenes, formando un montón ensangrentado y humeante”.

Aquella luctuosa jornada, tremenda por lo que sucedió en el fragor de la lucha y por el ultraje que un extranjero infirió a la autonomía de San Luis, costó a la provincia la pérdida de 180 de sus hijos sobre los 500 que defendieron sus instituciones y el decoro nacional.

El episodio fue monstruoso y de cierta manera constituyó el fatídico prolegómeno de Punta del Médano, acción en la que el caudillo chileno cayó prisionero para ser juzgado y fusilado en Mendoza posteriormente.

El recuerdo que Carrera dejó en su tránsito por San Luis, ha merecido el juicio execratorio de los historiadores más ecuánimes y veraces entre los que se han referido a su obscura trayectoria en tierra argentina.  Raffo de la Reta, en su vigoroso libro sobre los Carrera enjuicia con vivo colorido al autor de la masacre de la Ensenada de Las Pulgas.  Refiriéndose al bárbaro espectáculo que ofrecían los clanes vencedores dice que “robaban en pleno día, violaban mujeres y mataban a quien quiera que trataba de impedírselo”, agregando: “Don Vicente López relata hechos como el de una niña, de la mejor sociedad puntana, arrastrada al campamento montonero del que cuatro días después se fugó enloquecida y con las huellas de los ultrajes.  Y he ahí el clamor de las criaturas, el llanto de las mujeres, llevadas en arreos por los indios rumbo al desierto, o capturadas como esclavas por sus soldados, para la satisfacción de sus peores instintos, sin que hubiera piedad ni compasión”. (7)

Referencias

(1) ”Episodios Puntanos”, página 45.

(2) Raúl Ortelli: “El último malón”, página 25.

(3) Lugar que queda a poca distancia de Mercedes, río de por medio, frente al actual puente de hierro.

(4) El 9 de marzo el gobernador de San Luis se dirigió al de Mendoza y el 13 del mismo mes al de San Juan.  Al primero le expresaba: “Son las tres de la tarde y en este momento acaban de llegarme avisos positivos, que Dn. José Miguel Carrera estará hoy en el Morro, con trescientos hombres de armas, entre ellos Soldados e Indios; y que según lo ha dicho algunas veces sigue su marcha hasta esta ciudad.  Yo marcho ahora mismo a tomar el paso del Río Quinto, a donde pienso hacer la defensa; pero V. S., entre tanto dictará todas las providencias que considere conducentes a la seguridad de ese benemérito Vecindario…  Señala después que si el “pérfido Carrera” lo derrota, inmediatamente avanzará sobre Mendoza, etc. a su vez el gobernador de San Juan le avisa al de La Rioja que Carrera ha vencido a Bustos en Chaján y le pide que le envíe tropas y oficiales veteranos, cuidando que no sean “carrerinos”, pues estaba “abismado” porque Carrera había derrotado a Bustos “que debía tener doble fuerza” (Archivo del Brigadier General Facundo Quiroga, T. I, páginas. 320 y 325).  Véase también la carta de Manuel Herrera al gobernador de San Juan, en el mismo tomo, página 334.

(5) En tan apremiantes circunstancias el gobierno de Mendoza auxilió al de San Luis con algunas armas y dotación de municiones.

(6) Dolores Videla: estuvo en la defensa de Buenos Aires en 1807; fue guerrero de la independencia y en 1819 participó en la represión de la conspiración de los prisioneros españoles.

(7) Juan Daract: era uno de los cinco hijos de don Justo Daract – Julio César Raffo de la Reta; “El General José Miguel Carrera”, página 419.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Pastor, Reynaldo A. – San Luis, su gloriosa y callada gesta (1810-1967) – Buenos Aires (1970).

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