Entre los pueblos que sufrieron el largo y cruel martirio de las continuas invasiones de las masas aborígenes, se cuenta la villa de Renca enclavada en el corazón del departamento Chacabuco, a no menos de 134 kilómetros de la ciudad de San Luis y 132 de San José del Morro, únicos lugares de los que podía esperar auxilios frente al peligro indígena.
Se había iniciado bajo el signo del fervor religioso a principios del siglo XVIII según la pretérita y mística leyenda que señala esta época como la de la erección del templo levantado para venerar al Santo Cristo de Renca. A su alrededor empezó a formarse la población que muy pronto recibió el bautismo de sangre, ya que en 1720 sufrió la primera de las invasiones que la dejaron reducidas a un espantoso cuadro de desolación y luto. Desde entonces continuaron periódicamente los malones que se extendían sobre la dilatada zona del norte de San Luis y sur de Córdoba y que alcanzaron contornos dramáticos el año 1832.
El canónigo Hernández informa: “tres incursiones realizaron los salvajes durante el año 1832. A su paso iban sembrando la desolación y la muerte. En su ansia de rapiña, agrega, arrebataron más de 12.000 cabezas de ganado; y ¡para escarnio de los cristianos! lleváronse cautivas a varias familias de Río Quinto, del Morro y de Renca”. (1)
Gez afirma, sin determinar a qué invasión se refiere, que en una de ellas “los indios llegaron hasta asaltar esa villa (Renca) y, después de saquearla, buscaban con afán a ese señor (el Cristo de Renca) y, dando con él, lo sacaron a la plaza, lo lancearon y por fin lo degollaron, arrojando sus pedazos”. (2)
Posiblemente fue la imagen de otro santo, la que los indios destruyeron, pues, de acuerdo con el testimonio del dominico cordobés Fray Hilarión Etura y Cevallos que permaneció en la parroquia de Renca desde 1830 hasta 1834, en cada una de las invasiones el Santo fue trasladado a las capillas vecinas que no eran objeto de la codicia de las bárbaros. Así debió ocurrir en 1834 cuando los clanes de Yanquetruz volvieron a caer con despiadado furor sobre la castigada villa sumiéndola una vez más en las sombras de la desolación.
Etura es quien ha descripto con más vivos colores el drama que vivió Renca en los momentos críticos de su martirio, drama tanto más dolorosos por cuanto se trataba de un vecindario que era considerado como un “Emporio de movimiento comercial” y como la cuna de “familias de abolengo, troncos de numerosos hogares, las cuales han figurado y figura en la sociedad puntana, cordobesa, mendocina, santafecina, etc.”, según lo asevera otro ilustrado dominico Fray Reginaldo Saldaña Retamar. (3)
Fray Etura, en las notas que dejó asentadas en los libros parroquiales de Renca, relata que el 27 de marzo de 1832, habiendo recibido el aviso del comandante don Jerónimo Ortiz de que “se hallaban a una legua de distancia los bárbaros y que seguramente al salir la luna lo avanzarían”, salió a “esconderse en la sierra”.
Refiere después que los indios asolaron el pueblo el 28 y el 29 y que si no hubo víctimas se debió a que un muchacho que habían tomado se les escapó y “llegó llorando y gritando que salieran, que los indios estaban dos leguas distantes, de manera que los vecinos huyeron llevando solo los hijos los que los tenían”.
Enseguida relata el cuadro que presenció a su regreso: “Entraron –dice- saquearon el templo completamente; despedazaron el altar; y no dejaron una sola cosa útil; y esto mismo practicaron con todas las cosas de los vecinos. Sin embargo, el día 1º de abril volví a Renca, y ya no hallé más en él, que una aldea solitaria, que lloraba la pérdida de sus hijos; el robo de las fortunas; el destrozo de las casas… y permanecí en Renca desde el 1º de abril hasta el ocho de julio, en que tuve que volver a disparar, dejando nuevamente lo que había adquirido por volver este día los indios a visitar el lugar sin haber modo como auxiliarnos, por no haber más gente en el que yo y la familia del comandante Lucero”.
En las mismas notas de Etura consta en ese fastidioso ocho de julio que los indios invadieron Paso Grande, Las Lagunas, Santa Bárbara y Renca, en la que “removieron al Señor del Calvario, destruyeron el material de dos altares, el nicho del Señor y el sagrario; quemaron imágenes y una caja; otra más que era de los ornamentos la despedazaron; echaron el órgano del coro de la iglesia; se llevaron parte de las llantas; las ventanas las hicieron pedazos; y lo mismo sucedió en mi casa y la de otros vecinos, despedazando las puertas y mesas y llevándose todo lo que pudieron. Y por una casualidad escapamos las dos familias que allí existíamos…”.
“Aquí concluyeron las esperanzas de poder permanecer en aquel destino, pues quedó y aún está, después de haberse pasado un año, hecho una imagen de las “Islas desgraciadas”; y permanecerá así, sino para siempre, al menos por muchos años destruida”. (4)
Ocho años más tarde una nueva ola de barbarie obligó a otra emigración del vecindario que huyó acompañado por el cura de la parroquia Juan José Gil que salió urgido por el peligro eminente, “llevando para las capillas (del norte) la sagrada Imagen de Nuestro Señor de Renca y de todos los ornamentos de la iglesia”. Esto ocurrió el 17 de noviembre de 1840, durante la emigración hasta el 7 de marzo del año siguiente. (5)
Ha transcurrido mucho tiempo desde aquellos angustiosos días y la villa de Renca ha ido perdiendo su impulso progresista, se ha detenido e iniciado el retroceso a que están condenados muchos pueblos antiguos cuando otros mejor ubicados, con vías modernas de comunicación y con zonas de influencia más fecundas, los absorben hasta reducirlos a una mínima expresión.
En el caso de Renca, Mercedes fue la primera que destruyó su desarrollo comercial; después Tilisarao que se levanta pujante sobre el ferrocarril y la ruta que la comunica con Dolores de Córdoba, con Mercedes y con los pueblos intermedios de ambas florecientes ciudades, ha sido y es la que paulatinamente va despojándola de su vitalidad. Pero hay algo que sigue creciendo en su adormecido y silencioso ámbito: es la mística devoción por el Señor de Renca que cada día que pasa es más fervientemente reverenciado por la feligresía lugareña y por una incalculable masa de promesantes que llegan desde los más lejanos confines del país a rendir tributo de fe en el milagroso Señor de Renca.
Referencias
(1) Canónigo doctor Alfonso G. Hernández: “San Juan en la campaña expedicionaria contra los indios del Sud”, en Anales del Primer Congreso de Historia de Cuyo, Tomo VIII, año 1938.
(2) Juan W. Gez: “Historia de la Provincia de San Luis”, tomo I, página 105.
(3) El Obispo de Augustópolis..
(4) Presbítero Juan Francisco Suárez: “El Señor de Renca”, en Anales del Primer Congreso de Historia de Cuyo, Tomo IV, año 1938.
(5) En el libro “Guerra con el indio en la jurisdicción de San Luis”, capítulo VII, siguiendo a Fray Saldaña Retamar, se dan detalles más completos sobre estos crueles episodios.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Pastor, Reynaldo A. – San Luis, su gloriosa y callada gesta (1810-1967) – Buenos Aires (1970).
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