Heroicos defensores del Fortín Fraga

Soldados puntanos

Este  episodio es el símbolo del holocausto del modesto y anónimo soldado puntano que tan denodadamente luchó, sacrificando su vida al servicio de la civilización.  En el persistente y dramático esfuerzo realizado por los pueblos del interior en pos de un ideal civilizador y de sus anhelos de progreso, los fortines escalonados en las fronteras desempeñaron un rol fundamental.

Atalayas levantadas en medio del desierto, fueron los puntos de apoyo que guarnecían las dilatadas líneas de las fronteras y que en medio de su pobre y desguarnecida estructura, constituían un relativo amparo para el que audazmente cruzaba el desierto o para el poblador que con un coraje a toda prueba se atrevía a desafiar los misterios de una soledad preñada de traidoras celadas.

Algunos fortines estaban provistos de pequeñas defensas consistentes en cercos de palos plantados a pique o de zanjas que los circundaban, obstaculizando en acceso a los miserables ranchos en que guarecían los encargados de su custodia.  Cerca de éstos se levantaba el mangrullo, rústica especie de torre de observación a cuya inmediación se extendía el corral circular en el que siempre se tenía algún caballo a mano para los casos de apuro.

Otros eran simples ranchos de dos aguas, con paredes de quincha y techos de paja asentada en barro, con sus desamparados frentes dando al campo abierto que los cercaba y oprimía desde los cuatro puntos cardinales sin otra ventaja que la de mantener despejado el horizonte.

El antiguo fortín de Las Piedritas (1), llamado más tarde Fraga, pertenecía a la última categoría de los misérrimos refugios que servían de aposento a los oficiales y soldados predestinados a vivir en un mortificante aislamiento, en constante vigila con el arma al brazo y la vida en un pelo.

En 1867 el fortín Fraga estaba a cargo de un oficial con unos pocos soldados, y entre ellos éstos los hermanos Manuel y Domingo Páez, veteranos que gozaban fama de valientes.

Domingo, soldado de San Martín, había conquistado el grado de sargento en Maipú y en Ituzaingó, memorables batallas en las que las balas le respetaron la vida aunque dejándole inutilizado el brazo izquierdo, lo que no le impedía prestar servicios en la milicia, participando en los entreveros con temerario coraje, haciendo gala de agilidad en las cuerpeadas y de destreza en el manejo del fusil, la lanza o la daga empuñada con su único brazo tenso y fuerte.

Continuamente era necesario correr el campo, y extendiendo la vista sobre el horizonte, observaba sus movimientos e interpretar cualquier novedad que se ofreciera al alcance de la vista, para tomar a tiempo las precauciones necesarias ante la más leve sospecha de un peligro o amenaza.

En cumplimiento de esta misión una mañana abandonaron el fortín el oficial y sus soldados con excepción de los hermanos Páez que quedaron a su cuidado.  El sol se ponía en el horizonte cuando el oficial y sus acompañantes regresaron sin sospechar que las novedades, que no habían encontrado durante su recorrido, los esperaban en el propio fortín con el signo macabro de la muerte y desolación.

Durante su ausencia una partida de indios entreverados con algunos gauchos desalmados, habían atacado el miserable rancho que presuntuosamente se denominaba fortín (2).  Los hermanos Páez en un desesperado esfuerzo pretendieron defenderse parapetados en su interior manteniendo a raya a sus atacantes, de los cuales uno había caído para no levantarse más.  Pero, cuando ardió el rancho incendiado por los bárbaros, los defensores tuvieron que continuar la lucha sin otro resguardo que sus armas y coraje.  El cuadro era un trasunto real del valor legendario de los hermanos Páez y de la ferocidad y alevosía de sus atacantes.

En medio de la soledad se levantaba el esqueleto ennegrecido de la precaria construcción con sus horcones y cumbrera aún humeantes y a pocos pasos, sobre el terreno trillado durante la tenaz lucha, como si la muerte los hubiera llamado a la paz de la reconciliación, los cuerpos mutilados de dos indios y de los hermanos Páez.

Los salvajes y Manuel Páez ostentaban en sus cuerpos los signos del terrible encuentro.  Domingo estaba inconsciente, cubierto por la sangre que manaba de las dieciocho heridas que le infirieron.  Los indios lo habían considerado muerto y por eso no se tomaron el trabajo de despenarlo.

Los últimos años de vida los paso en Mercedes.  De sus labios recogió el padre de Belarmino T. Olguín, la versión de los que ocurrió aquel aciago día a la que éste le dio forma y publicidad en un artículo titulado: “Pequeños episodios puntanos” – “Dos bravos soldados en el Fortín Fraga”. (3)

El pequeño y sangriento drama del fortín Fraga, es un doloroso ejemplo de la ilimitada barbarie indígena y del heroico sacrificio del modesto soldado de la patria.  Por eso vaya nuestro homenaje al sufrido y anónimo soldado puntano, sin cuya sangre y heroísmo no hubiera plasmado la gloriosa gesta de nuestra puntana tierra.

Referencias

(1) En ese  Fortín estuvo el Coronel Fraga, que murió mas tarde gloriosamente en la batalla de Tuyuti, con motivo de la guerra de Argentina contra Paraguay, en mayo de 1866.  Por esta circunstancia el gobierno de San Luis cambio el nombre de Fortín Las Piedritas por el de Fraga.  Cuando en 1880 comienza a circular el Ferrocarril, el poblado se traslada al sector sur y luego con la construcción de la ruta 7 (actualmente Autopista de las Sierras Puntanas) cambia nuevamente de lugar emplazándose donde esta actualmente, constituyendo la actual población de Fraga, en el Departamento de Gral. Pringles.

(2) Prado nos presenta una fiel imagen de lo que era la vida en estos miserables reductos; “La impresión del fortín –expresa- grosero montón de tierra rodeado por un enorme foso, me dio frío”.

(3) En “La Voz del Sud”, julio 16 de 1940.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Pastor, Reynaldo A. – San Luis, su gloriosa y callada gesta (1810-1967) – Buenos Aires (1970).

Portal www.revisionistas.com.ar

Prado, Manuel – La guerra al malón – EUDEBA, Buenos Aires (1960).

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