Paseo de Julio

Paseo de Julio (actual Avda. Leandro N. Alem), Buenos Aires.

Hace ya no pocos años que, en Buenos Aires, el viejo Paseo de Julio ha cambiado totalmente su fisonomía.  Tenía algo de los alrededores de la Place Pigalle, en Francia.  Era una especie de feria de los milagros, un mundo digno del Cervantes de “Rinconete y Cortadillo”.  Junto a nocturnos lugares de baile como el “Cielo de California” o el “Avión Bar” –con no pocas trifulcas, más o menos espaciadas- estaban los puestos de tiro al blanco, con opulentas damas que invitaban, con palabras equívocas, a “reventar los globos”.  Cerrados los viejos teatros “frívolos” –por emplear un término suave- los veteranos “Ba-Ta-Clan” y “Cosmopolita” (herederos del viejo teatro Roma, también de género “alegre”) progresivamente el viejo Paseo –a lo largo de la avenida Alem- fue perdiendo carácter y ganando en decencia.  Tal vez su último reducto pintoresco fue la “Librería del Saber”, de los hermanos Matera, que cumplió la hazaña de que, publicados catálogos, fanáticos de la bibliografía esperaban el día de iniciación de las matinales ventas, de pie y desde la noche anterior, en largas y esforzadas “colas”, en busca de la pieza bibliográfica codiciada, que, con la seriedad de los excelentes libreros mencionados, se entregaba al primer cliente que lo requiriera, sin reservas ni escamoteos previos.  Libros valiosos e inhallables despertaban, así, la gula bibliofílica de los aficionados, que esperaban con gran interés los catálogos de la “Librería del Saber”.

En sus “Croquis bonaerenses”, el periodista y cuentista Arredondo, da esta colorida y eficaz descripción del Paseo de Julio que él supo ver en su tiempo, con ojo fotográfico y notable color de la descripción muy rica en detalles:

“Es día de fiesta y por consiguiente día de gala para el Paseo de Julio.  Funcionan los órganos de las casas de visitas, las orquestas callejeras, el martillo de los rematadores, los tiros a la argolla, el fotógrafo y el kinetoscopio, las ruletas ambulantes, los teatros mágicos y la cadena interminable de los bulliciosos “chantants”.  Es día de fiesta

“Una inmensa avalancha humana puebla la Recova y bajo un coro entrecortado y confuso se desliza en la tarde de aquel día estival.  Una fresca brisa llega del lejano río y a su leve impulso se doblan las hojas de los árboles, se sacuden las banderas de los remates y se hinchan las velas de los barcos que en notable confusión se levantan de los diques.

“Un vocerío ensordecedor, una baraúnda infernal flota en la atmósfera, y una mescolanza de todos los idiomas y dialectos se percibe a distancia, salpicada de alegres y extravagantes notas.

“Silban las máquinas de los trenes y como relámpagos unas llegan y otras salen; se oye el anuncio vibrante y estremecedor de los vapores que se alistan para zarpar, se percibe el chillido agudo de cuanto industrial ha instalado su tienda de campaña y pregona su comercio a grito de muerte: hacen explosión los cohetes de aparato y las bombas de estallido con que Kalisy anuncia la inauguración de la gran tela de la batalla de Cuba; y cerrando el cuadro, se ve a un ejército de sucios prójimos de Turquía que ofrecen en venta sus baratijas, después de insinuarse de mil maneras y de apelar a cuanto recurso pueda ser el secreto del próximo negocio…

“Y es variado el espectáculo.  Allí, en la trastienda oscura, teatro de sus proezas, entre los enormes muros, junto a los cuales se levantan cien cascos de “chianti” legítimo, se termina la jugada de un día entero y se apuntan los últimos tantos de la pintoresca “murra”, cuyas oscilaciones interminables excitan el espíritu impresionable de la media docena de afanados comensales; allá en el “Giardino di Varesse”, a la sombra protectora de una serie de anémicos arbustos, el “tejo” del “sapo” describe sus curvas en el aire y deja oír el ruido persistente que produce, al entrar en las casillas de las docenas; a otro lado, en medio de un apiñado grupo de gente de chambergo clásico combado y requintado y en medio de sus ocurrencias originales, las “bochas” se entrechocan sordamente y las apuestas se quintuplican entre los acordes de una milonga del barrio y el alegre acompañamiento de sus admiradores, y a un extremo y a otro se observan nuevos cuadros, pinturas acabadas de aquel delicioso escenario.

“La recova, de gala, tiene un aspecto que encanta: filas de gallardetes, bombas de colores, globos chinescos, faroles de fantasía, todo pendiente de infinidad de hilos que se cruzan y se confunden imitando el complicado cordaje de un gran navío.

“Allá a distancia, sobre el azulado fondo del cielo, dibujando el extraño perfil de sus siluetas y asomando por entre un hacinamiento de cúpulas y torres, se pierden a la vista los primeros edificios de la Metrópoli, que forman en aquel desfile interminable una muralla gigantesca que mira al río y se alza con las pretensiones de un colosal muro inaccesible.  La vetusta, la histórica recova, apoyada en la serie de sus pilares monstruosos, es el pasatiempo obligado de la multitud dominguera y el teatro de sus manifiestas predilecciones.

“La música realza y alegra la variedad asombrosa de los espectáculos; las orquestas ambulantes, esos famosos “tercetos” de la gaita, el bombo y la muñeira, cuyos intérpretes –el marido la mujer y el hijo-; tres artistas habilísimos, hacen prodigios con los brazos, las piernas y la cabeza; la música de los “chantants”, esa que se oye entre atronadores palmoteos y aclamaciones incesantes, escuchada por comensales de todo calibre, mil veces interrumpida y otras tantas empezada de nuevo; los formidables golpes de las orquestas de Marianini y Trappissoni, y la voz dulcísima de una diva que es la Santuzza enternecedora de Pietro Mascagni –Dios la perdone-, la sonata chillona y perforante, que se escapa –en nombre de la caridad-, de la caja de un ciego, centinela avanzado del ejército de mendigos que pululan por el barrio; los pianos de las casas de remates, los armoniums de las casas de visita, los acordeones y las desairadas guitarras de criollos de dudoso cuño que se ganan el día cantándole décimas a la patrona de los marineros; y finalmente tantos otros que se oyen y escandalizan, son la nota permanente del inquieto boulevard y el reclamo constante de su vecindario.

“Allí se ejecuta a cuatro manos por dos envejecidos “gurupíes” de aire solemne y grave un trozo de “Gioconda” y a su compás se quema un mal reloj plaqué por un gran cronómetro de oro; más allá en la casa vecina se cantan las cigarreras de “Madrid a París”; en la casa de la derecha, un hombre alto como un gigante, grita, gesticula y se enoja y atropella a la concurrencia con una proclama revolucionaria que invita a pasar adelante y conocer “los últimos momentos de D. Pedro II”, el “atentado contra Crispi” y el “naufragio del Vapor Macana” sobre las rocas de cualquier costa.

“El cordón de comerciantes con sus canastos o sus vitrinas apoyadas sobre mostradores de mano, venden maní tostado, chorizos a la parrilla, pejerreyes fritos, castañas, croquetas, buñuelos y el clásico “fainá” del tamaño de una luna.  Hay público en las casas de tiro a la pistola, de tiro a la argolla, en el fonógrafo y en el kinetoscopio y se pasean fotógrafos ambulantes, adivinos y adivinas; y se cuenta lo del “legado del tío”, la “donación del testamento” y muchas otras cosas que allí tienen ancho campo para desarrollarse con felicidad.

“Cuando la tarde termina, el Paseo de Julio enciende sus luces y se prepara para las fiestas de la noche”,

Fuente

Arredondo, Marcos F. – Croquis bonaerense -Tipografía La Vasconia, Buenos Aires (1897).

Benarós, León –El Paseo de Julio

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Todo es Historia – Año XI, Nº 133, junio de 1978.

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