En el almanaque Orzali para 1900, el Dr. Ramón J. Cárcano (1860-1846) publica un interesante artículo sobre las cosas de José Gabriel Brochero, “canónigo de la catedral de Córdoba, con justicia y afecto apodado el cura gaucho”. Dice el artículo:
El convite del Padre
Después de los trabajos que había realizado, Brochero se consagró enteramente a moralizar el vecindario, llevando a todas partes la doctrina cristiana, procurando que su ejemplo precediera a su palabra, que la profesaran en acción y practicándola conocieran sus preceptos.
Desde sus primeros años tenía una elevada idea de la influencia benéfica que producían los ejercicios espirituales en el ánimo del hombre, y se apresuró a invitar a los vecinos, a que concurrieran a los que anualmente se daban en la ciudad de Córdoba.
La gran distancia y los caminos intransitables que separan aquellos escabrosos lugares de la capital de la Provincia, debían ser por sí solo un grave inconveniente para responder a este llamado.
En general, la gente de primera clase se negó en absoluto, y Brochero recorría los campos caminando día y noche y haciendo la misma súplica a las personas que encontraba.
Un joven amigo, que algunas veces lo acompañaba en estas piadosas excursiones refería que bajaba en cualquier rancho o casa, y dirigiéndose a los que se encontraban en ella, les decía:
- ¡Compañeros! Vengo a invitarlos para que vamos al pueblo a los ejercicios.
- Pero señor, le decía alguno, si no tengo en qué.
- ¿Y de áhi, y con quién voy a dejar mis hijos, pues, señor?
- No tenga cuidado por eso que arreglaré todos esos inconvenientes.
- Pero, señor, si tampoco tengo para dejarles con qué se alimenten no estando yo.
- No importa, amigo, yo le he de dar para que les deje.
Y bien: de esa manera, allanando todas las dificultades que se le presentaban, conseguía Brochero reunir trescientas o cuatrocientas personas, y atravesaba la sierra con ellas para alojarse por nueve días de penitencia y meditación en la casa de ejercicios, y este hecho se repetía dos veces al año, aumentando cada vez más el número de concurrentes.
El nombre de Brochero corrió muy luego en todos los departamentos de la Sierra y en las provincias de La Rioja y San Luis, limítrofes con ellos.
Los caminos poblados de ladrones principiaban a ser vías de seguro transito; la gente que deslizaba su existencia en brazos de miserable holgazanería, empezó a sentir los goces del trabajo honrado, la Policía a disminuir sus pesquisas en los bosques, a paralizarse el movimiento de los tribunales, a permanecer solitaria la estrecha cárcel de campaña. Los vecinos observadores veían que la causa de esta transformación social estaba en la misma población que elevaba su sentido moral. Brochero era el agente constante, activo, incansable, que no todos distinguían, pero que, sin embargo, actuaba en todas partes.
Un bandido terrible
Existía entonces un bandido terrible que moraba en las quebradas profundas o en los bosques espesos. Inútiles habían sido para su captura todas las diligencias de la Policía.
Un día salió Brochero en dirección al punto en que se hallaba. Montó tranquilamente en su mula, y sin comunicar a nadie su pensamiento partió solo al lugar indicado. Encontró a su hombre recostado en el suelo y el caballo que montaba a poca distancia. No manifestó la menor señal de alarma al verlo aproximarse, y conservó la misma actitud con impasibilidad estoica. Brochero, después de saludarlo y conversar un momento, le dijo:
- Amigo, vengo a convidarlo para que vamos a los ejercicios.
El gaucho se levanta entonces y le dirige brutales insultos acompañados de horribles amenazas. Brochero saca una imagen del Cristo que lleva siempre bajo su sotana y enseñándosela le responde:
-Yo no soy, amigo, el que viene a convidarlo, es éste. ¿A qué no lo insulta?
Movido por este original recurso, el bárbaro paisano, tan colérico al principio, se presta entonces a conversar con él, y concluye aceptando la invitación de concurrir a los ejercicios. Hoy es un vecino honrado y un esposo irreprochable.
El caso del borracho
Había un individuo que vivía perpetuamente ebrio, haciendo la desgracia de una familia numerosa, que iba acercando a las puertas de la miseria. Todos los medios que la imaginación aguzada por la necesidad puede sugerir, se había tentado para despojarlo del vicio. Todos los esfuerzos habían sido infructuosos. Una vez le dice Brochero:
- Vea, don N.: ¿quiere que hagamos un trato?
- Señor, como usted mande hay ser.
- Bueno, usted se va a comprometer a no tomar ni un traguito de licor durante dos años, y yo tampoco voy a tomar ni un chiquito de dulce ni un poquito de bebida.
- ¡Vaya! ¿quiere que hagamos este convenio?
- No, señor, no me…
- Pero, hombre, vea que yo también me voy a embromar.
El paisano se queda pensando un momento, y al fin responde:
- Está bien, señor.
Desde ese día, en el tiempo determinado, no se vio a ninguno de los dos infringir lo pactado, y desde esa época el ebrio consuetudinario ha olvidado para siempre su vicio, y vive contraído a su familia y a sus intereses.
Serían innumerables los actos de este género que pudiera referir, pero bastan los mencionados para mostrar el sacrificio, las privaciones, el peligro, las fatigas y los dolores que con gusto soporta Brochero, para conseguir el bien que se propone. Esto se llama practicar la virtud cristiana, de las que los pueblos mucho necesitan.
Un gran colegio
Se propuso fundar un gran colegio que llenara las exigencias de la población de los Departamentos del Oeste, y que viniera a beneficiar también el Sud de la Rioja y el Norte de San Luis, limítrofes con ellos y más alejados de toda cultura y pulimento social. Para realizar su pensamiento, necesitaba desembolsar sumas crecidas que no las podría recoger de las poblaciones favorecidas por su fecundo proyecto. No obstante, todo debía salvarlo su actividad y su decisión entusiasta hasta conseguir la realidad que buscaba, a través de inconvenientes y obstáculos vencidos en su camino.
Recorrió toda la provincia de Córdoba, penetró en La Rioja y San Luis, levantando suscripciones que se traducían en dinero, en hacienda o cualquier otro objeto de valor, y después de prolongado tiempo en esta tarea, recogió una crecida suma y abrió los cimientos de un gran colegio.
En este momento empiezan los días de gran actividad para Brochero. Cumple con los deberes de su ministerio, vigila a los obreros de la casa cuyos cimientos han marcado, aprovecha la noche para cruzar grandes distancias y campos desiertos, llamado por algún enfermo, o a decir misa en la capilla de alguna pedanía, predica, hace propaganda pidiendo ayuda para su obra, que, alimentada por su esfuerzo, sigue creciendo, y mil brazos estimulados por su palabra trabajan en ella febrilmente.
Y con la rapidez que es posible, aumentando el fondo de suscripción, y aprovechando el contingente personal de la gente sin dinero, que ofrece las propias fuerzas, Brochero construye en un estrecho valle, dentro de una población reducida, rodeada de grandes sierras y a la orilla de un río silencioso, dos grandes edificios cuyo costo no baja de quinientos mil fuertes, destinado el uno para escuela y el otro para casa de ejercicios, para llevar la luz a la inteligencia joven y los encantos de la fe a la conciencia del creyente.
Una de las cosas que más ha influido en el ascendiente de Brochero sobre la población de la campaña, es su manera de platicar, según su propia frase.
Ha inventado un género de oratoria sagrada, la más original que pueda imaginarse, pero perfectamente discreta y eficaz en un cura de distritos rurales, que para hacerse comprender se amolda al carácter, a la índole, y a la capacidad de la gente que lo escucha.
Su lenguaje carece de pulimento literario. Llama a las cosas como son, sin emplear rodeos, con una franqueza que a veces sorprende. Es su estilo agreste, lleno de las asperezas como de los encantos de la naturaleza virgen, con diáfana claridad y sencillez, explica las prácticas de la iglesia y los misterios de la religión, enseña, aconseja, apostrofa y ruega, desde el púlpito o desde el altar, interroga, conversa y entabla largos diálogos con sus oyentes, que piensan que ningún hombre habla mejor que el cura, quizá por que han tenido muchos curas cuyo lenguaje no entendían.
Un día lo oí pronunciar una plática cuyo recuerdo me bastará para ofrecer un exactísimo modelo del género oratorio que practica con todo éxito.
Estaba muy apurado en la construcción del edificio para escuela, y necesitaba urgentemente una gran cantidad de postes de madera que ya los tenía cortados en un monte vecino. Un domingo sube al púlpito, y les dice:
- “Pero, caramba, amigos míos, que ando afligido. Para esta casa que estamos haciendo, me hacen mucha falta unos postes y no tengo como traerlos, y si no buscamos cómo hacer la cosa de alguna manera, la obra va a tener que pararse. Aquí cerquita, en Altautina, en el bajo de esta lomita que es lo primero que se divisa, aquí, hombre, en el campo de esta viudita… bah! … ya me olvidé… esta viuda… ¿pero cómo se llama, hombre, esta viuda de aquí de Altautina? … pero si tampoco ninguno de ustedes se acuerda….”.
- “Será la viuda Petrona, pues, señor”. Le responde un paisano, desde la puerta de la capilla.
- “Eso es, hombre, la viuda Petrona, si no me podía acordar. Bueno, ahí, en el campo de la viuda Petrona, tengo una cantidad de postes, con la coyuntura hecha y todo, de manera que no hay más que atarles el lazo y traerlos a la cincha.
“Ustedes ya han alzado las cosechas, la hacienda está gorda, y antes que arrecie más el invierno, es necesario que me hagan este servicio, porque si no, ya les digo, el colegio quién sabe cómo ande.
“Pasen, pues, la palabra a los compañeros que encuentren esta semana, y montados en caballo, mula o burro, como quiera que sea, vénganse el domingo para que echemos una manito”.
El sábado próximo, la plaza de Tránsito, villa donde residía Brochero, estaba llena de gente, y a la madrugada del día siguiente, setecientos hombres esperaban las órdenes del cura, que, colocándose al frente de ellos, llegaba al lugar de Altautina. El mismo ataba a la cincha varios postes, e imitado por la numerosa caravana, regresaba acarreando en un solo viaje todo el material que otros con los mayores recursos hubieran empleado días en conducir.
Este hecho y muchos otros semejantes que podría mencionar, explican la construcción de obras de inmenso costo realizadas por Brochero. La colectividad social dentro de la cual actúa le presta todo su poderoso concurso para efectuar cualquier pensamiento que pretenda hacer práctico, de manera que su esfuerzo es el esfuerzo decidido, incansable y entusiasta de toda una población.
Entre las escabrosidades de la Sierra, donde antes imperaban el atraso y la ignorancia de la semibarbarie, existe hoy un gran colegio y una amplia casa de ejercicios, sin que nada parecido se encuentre en la provincia como producto de la iniciativa individual.
Observando el método norteamericano, que hasta para la más elemental instrucción ha implantado la escuela experimental, trescientas niñas se educan actualmente en el colegio, y en la casa de ejercicios, centenares de personas pasan durante el año algunos días de meditación y de retiro, lo cual, cualesquiera que sean los inconvenientes de esta práctica religiosa, influye eficazmente en la cultura de la gente de la campaña.
Si al beneficio y utilidad de estos se agrega la abnegación, el desinterés con que se ejecutan, la falta de pretensiones, la humildad, el sentimiento del deber, el amor al bien en que se inspiran, entonces la personalidad moral de Brochero crece y se agiganta, presentándose como la encarnación del antiguo sacerdote cristiano, que enseña la fe de su culto y la virtud que encierran sus preceptos con el ejemplo que edifica y la palabra que ilustra.
Fuente
Benarós, León – José Gabriel Brochero
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Todo es Historia – Año XI, Nº 123, agosto de 1977
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