Michaut nació en Acheux en Vimeu, departamento La Somme, Picardie (Francia), el 23 de setiembre de 1835. Llegó a nuestro país en 1866, contratado por el ministerio de Guerra y Marina. Acompañó a los doctores J. Muñíz y F. P. Soler en los hospitales de Corrientes y prestó sus servicios en la guerra del Paraguay, en cuyos esteros murió la flor de la muchachada argentina de entonces.
“El doctor Michaut –cuenta su hija Rosa E. Michaut Nell de Lucero, fallecida en 1976- relataba en rueda de familia que, durante su actuación en la campaña del Paraguay, en muchas ocasiones hubo de acompañar a las tropas, instalándose con su botiquín y caja de cirugía en ranchos de cortaderas. Entre otras muchas cosas, solía relatar que yendo en una ocasión en marcha por terrenos paraguayos, el destacamento argentino con el cual iba se encontró repentinamente frente a un fornido mocetón paraguayo armado de una gran daga, que se apeó del caballo y esperó en tierra a pie firme, resuelto a luchar contra todo el destacamento. El comando hizo adelantar cuatro soldados y, después de breve lucha, el paraguayo fue desarmado y enviado a la retaguardia. Mi padre admiró siempre el gesto bravío y heroico del paraguayo, así como también admiraba la resistencia física y el valor personal del soldado argentino a quien vio combatir en los esteros con el agua hasta la cintura”.
“Durante el lapso 1871-1884 –agrega su hija- ejerció su profesión por el norte puntano. Efectuó sus visitas médicas, a veces con recorridos considerables, en aquel famoso caballo zaino. El animal murió de viejo. En sus últimos años mi padre lo alimentaba con mote (maíz cocido)”.
En tierra de ranqueles, salvó la vida al capitanejo Linconao, hermano del cacique Ramón, con motivo de lo cual éste le regaló al médico uno de sus mejores caballos. (1)
El esforzado facultativo se casó en Paso Grande (San Luis) con Basilia Nell, nacida en Dolores (provincia de Buenos Aires), hija del alemán Friedrich Nell, de Baden-Baden. En 1884 el doctor Michaut se trasladó con su esposa desde Quines (San Luis) a San Martín (Mendoza).
Durante varios años, en tierra de ranqueles, durante la Conquista del Desierto, el Dr. Michaut acompañó también al coronel Lucio V. Mansilla, quien lo recuerda señaladamente en su libro “Una excursión a los indios ranqueles”. La vida de este médico tiene no poco de novelesco. Debe luchar contra todas las supersticiones y “novedades” en el arte de curar que alcanzan auge a lo largo de su vida. Su tarea profesional se ve absurdamente desplazada particularmente durante la temporada que pasa en la villa de San Martín (la actual ciudad de San Martín, en Mendoza), por toda clase de curanderos y curanderas, los “ño” y las “ña”, a los que hace referencia en una nota al mismo tiempo humorística y no poco dramática, en la que solicita un subsidio para sobrevivir, atendiendo un botiquín, en un medio en el que la profesión médica no permite ya subsistir como galeno.
En 1888 se dirigió, precisamente, a la Corporación Municipal de San Martín (que hacía las veces de Intendencia), ofreciendo la instalación de un “botiquín”, que se prestaba a regentear, a cambio de un subsidio para compra de medicamentos, pues su carencia hacía imposible el ejercicio de la “medicina científica”.
Con una ortografía pintorescamente afrancesada, en nota del 29 de agosto del mencionado año, el Dr. Michaut se dirige a la Corporación y expresa: “El ejercicio de la Medicina Científica es impracticable en el campo como medio de subsistencia: no hay un Don, una Doña que no recetan; después vienen los “ño” como el médico Reta, el médico Burgos, etc.; las “ña” como la médica Laurenza, Valentina, Juana; una porción de parteras, de componentes de huesos, de cuerdas torcidas, anudadas; de curanderas de palabra y de brujerías, una infinidad de fanáticos de todas las herejías del arte de curar, a saber: la homeopatía, la Medicina Leroy, la de Gillés, de Raspail, Dehart, Brandelli, Holloway, Reuter, etc. De lo que antecede resulta que se ocupa al Médico solamente como suplefalta, lo bastante para privarlo de ocuparse eficazmente de otra cosa, menos para permitirle de remediar las necesidades más urgentes”.
El Dr. Michaut, como se ve, era un ortodoxo, en cuanto a la aceptación exclusiva de la medicina alopática. Pero seguía teniendo razón en cuanto al auge del curanderismo, en sus más diversos y a veces estrafalarios matices. Sin dejar de reconocer la eficacia de ciertas curanderas que, con rápida maniobra, tiran “el cuerito” de las criaturas y logran “curar el empacho”, cuando no le rompen la columna vertebral.
Ser médico entonces era, verdaderamente, difícil y apostólico. Así lo entendió, así lo practicó el Dr. Michaut, cuyo maletín de cirujano se ha incorporado en la década del 70 al Museo de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Córdoba.
La vida del Dr. Michaut encuentra término en San Martín, Mendoza, en oportunidad en que, dedicado especialmente a la apicultura, un incendio destruye los panales y da muerte al esforzado médico, el 19 de julio de 1909.
Durante los últimos años, ocupó sus días en escribir largamente. Es posible que se tratara de sus memorias. Pero su carácter era tan reservado que no daba cuenta de nada de lo que estaba escribiendo. De tal modo, con el incendio con que terminó su vida, se perdieron con él, en la obra devastadora del fuego, testimonios seguramente interesantes de un hombre que sirvió al país con lo mejor de sí y de su ciencia y que, como tantos otros, recibió en pago ingratitud y olvido.
En la actualidad, una calle de la ciudad de San Martín, en Mendoza, lleva su nombre.
Referencia
(1) Dice Lucio V. Mansilla: “El cacique Ramón, jefe de las indiadas del Rincón, me había enviado su hermano menor, Linconao, como muestra de su deseo de ser mi amigo. Linconao fue atacado fuertemente de las viruelas, al mismo tiempo que otros indios. Trajéronme el aviso y, siendo un indio de importancia, que me estaba muy recomendado y que por sus prendas y carácter me había caído en gracia, fuime en el acto a verle. Su cuerpo invadido de la peste con una virulencia horrible. Confieso que al tocarle sentí un estremecimiento semejante al que conmueve la frágil y cobarde naturaleza cuando acometemos un peligro cualquiera. Aquella piel granujienta, al ponerse en contacto con mis manos, me hizo el efecto de una lima envenenada. Pero el primer paso estaba dado, y no era noble, ni digno, ni humano, ni cristiano, retroceder; Linconao fue alzado a la carretilla por mí, rozando su cuerpo mi cara.
“Aquél fue un verdadero triunfo de la civilización sobre la barbarie; del cristianismo sobre la idolatría. Los indios quedaron profundamente impresionados; se hicieron lenguas alabando mi audacia y llamáronme su padre. Ellos tienen un verdadero terror pánico a la viruela que, sea por circunstancias cutáneas o por la clase de su sangre, los ataca con furia mortífera. Cuando en Tierra Adentro (el territorio indio) aparece viruela, los toldos (viviendas) se mudan de un lado a otro, huyendo las familias despavoridas a largas distancias de los lugares infestados. El padre, el hijo, la madre, las personas más queridas son abandonadas a su triste suerte, sin hacer más en favor de ellas que ponerles alrededor del lecho agua y alimentos para muchos días. Los pobres salvajes ven en la viruela un azote del cielo, que Dios les manda por sus pecados. He visto numerosos casos y son rarísimos los que se han salvado, a pesar de los esfuerzos de un excelente facultativo, el Dr. Michaut, cirujano de mi División.
“Linconao fue asistido en mi casa, cuidándolo una enfermera muy paciente y cariñosa, interesándose todos en su salvación, que felizmente conseguimos. El cacique Ramón me ha manifestado el más ardiente agradecimiento por los cuidados tributados a su hermano, y éste dice que, después de Dios, su padre soy yo, porque a mí me debe la vida”.
Fuente
Benarós, León – Adolphe Joseph Michaut, un benemérito médico frances.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Mansilla, Lucio V. – Una excursión a los indios ranqueles – Ed. Estrada, Buenos Aires (1959).
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Todo es Historia – Año XI, Nº 121, junio de 1977
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