Nació en Mendoza, en el año 1796, pasando a Buenos Aires en 1807 ó 1808, para estudiar bajo la tutela de Isidro Peralta. El 1º de julio de 1810 sentaba plaza como soldado en el Regimiento Nº 3 de Infantería, incitado por el sentimiento fervoroso patriótico que predominaba en toda la juventud de Buenos Aires en aquellos días memorables de la Revolución de Mayo. Tomó parte en la expedición auxiliar sobre Santa Fe en 1815, donde cayó prisionero. Después marchó con el Ejército Auxiliar y tomó parte en las acciones de guerra que éste libró, siendo ascendido a cabo 1º el 16 de agosto de 1810; a sargento 2º el 15 de abril de 1814; a sargento 1º el 1º de abril de 1816, y recién a subteniente de infantería, el 2 de abril de 1823. El 11 de este mes, por disposición del Ministerio de la Guerra, el subteniente Olivera fue destinado a la Comandancia Militar de Patagones, puesto que aún conservaba cuando estalló la guerra con el Brasil, revistando en la Plana Mayor del Ejército. Cuando aquel punto fue atacado por naves imperiales y fuerzas de desembarco brasileñas, el 6 y el 7 de marzo de 1827, el ayudante subteniente Olivera, se destacó en la defensa de la plaza. Ambrosio Mitre (padre de Bartolomé), actor en aquellos cálidos días, recordó la actuación de Olivera en los términos siguientes:
“Toda nuestra infantería estaba replegada en la fortaleza desde el 6 por la noche; y la caballería del vecindario hasta el número de 114 hombres, incluso los “Tragas”, se pusieron a las órdenes y dirección del ayudante subteniente D. Sebastián Olivera. Este digno oficial puso este pequeño cuerpo en el mejor orden posible; y a su actividad y celo se debe, tal vez y sin tal vez, la rendición de la fuerza terrestre”.
Tan valerosa actuación abrió la carrera militar a Olivera, que el 11 de abril era promovido a ayudante mayor de ejército “al que lo es de Patagones”, y meses después el 25 de enero de 1828, a capitán de la 1ª Compañía de Infantería de guarnición en Carmen de Patagones agregada al Batallón 4º de Cazadores. Desempeñó con mano de hierro la comandancia militar de este punto hasta el año 1834, en que se retiró. Basta citar un caso, para apreciar la inflexibilidad y rudeza con que este valiente soldado ejerció su cargo militar citado: un miliciano, Gregorio Ramírez, fue sumariado por ladrón de vacas; fue sentenciado por Olivera a la bárbara pena de 600 azotes y 4 años de presidio, caso que da una idea del sistema poco suave que empleó en el ejercicio de su cargo, pero esta pena quizá fuese suave con relación a otras que se aplicaban en la época. El 1º de octubre de 1828 recibió el grado de mayor y en enero de 1830 pasó a la P. M. I.
El 26 de febrero de 1830 fue ascendido a sargento mayor, y a teniente coronel el 3 de mayo de 1832, siendo relevado en el comando militar de Patagones, en febrero de 1835, por el coronel graduado Juan José Hernández, pasando Olivera a la Capital a revistar en la P. M. A. el 16 de abril del mismo, en ésta, donde falleció el 31 de mayo de 1845, en aquella situación de revista.
En 1831 le tocó al entonces mayor Olivera, rechazar la última invasión de indios, que se produjo durante su gobierno y en ella recibió una herida de lanza que le obligó a solicitar su relevo para asistirse en la Capital, relevo que no le fue concedido. (1)
Era el teniente coronel Olivera de estatura mediana, cara pequeña y redonda, nariz afilada y labios delgados, finos, sombreado el superior por negro y escaso bigote, ojos negros, de mirada muy vivaz, cabello negro, encrespado, siempre cortado al rape, militarmente. Su aspecto era simpático pero poco marcial y se distinguía por su apego a la disciplina; su natural bondad en lo que no tenía atingencia con el servicio, en el cual era inflexible, y su proverbial sobriedad hasta el extremo de no conocer más que el mate y el cigarro, eran sus características dominantes. Emparentado con una familia de Patagones, donde formó su hogar, allí se recuerda su gesta gloriosa en la defensa de aquel pueblo, habiéndosele dado su nombre a una de sus calles más centrales, grabándolo también en la pirámide levantada en su plaza principal.
El Cerro de la Caballada
Desde su construcción, el Cerro de la Caballada ha simbolizado la histórica gesta del 7 de Marzo de 1827, donde un puñado de gauchos, vecinos y militares combatieron al invasor brasileño.
En ese lugar fue donde los gauchos de Molina y los milicianos del subteniente Olivera, acorralaron y vencieron a las tropas al mando del inglés James Shepherd. Hoy, de aquel entrevero que derivó en gesta gloriosa e histórica, el Cerro de la Caballada es un lugar cuasi abandonado, y sólo recordado cada 7 de marzo.
Dejando paso a la solemnidad en el recuerdo de los héroes de otros años, el cerro se convirtió en un lugar donde se firman convenios y actas de índole institucional y políticas.
Cabe preguntarse si una comunidad puede permitirse olvidar un lugar con semejante bagaje histórico, o si un Estado municipal, cualquiera que sea, puede prescindir de ese lugar al momento de proponer actividades en un proceso de revalorización patrimonial.
Tal vez pueda decirse que no está dada la infraestructura para realizar eventos de ningún tipo en un lugar así -y tal vez sea cierto-, pero vale recordar que años atrás el Casco Histórico maragato era sólo un puñado de casas antiguas y no el atractivo histórico de hoy; y más aún: el Patagones de 1827 tampoco tenía la infraestructura para resistir al invasor, y fue posible. El año 2007 hubo un fugaz intento de una reconstrucción del combate del 7 de Marzo en el cerro, pero todo quedó en la nada.
La revalorización del Cerro de la Caballada sería un atajo directo a la memoria colectiva y una oportunidad inmejorable de estar en el lugar donde pasó nuestra historia, lo que no es poco al momento de pensar y construir nuestra identidad.
Referencia
(1) Nota del Ministro de la Guerra, general Enrique Martínez, del 30 de enero de 1831, cuyo original se encuentra en el Archivo General de la Nación.
Fuente
El Cerro de la Caballada, un ícono popular e histórico poco tenido en cuenta – Radio 105.5 – Carmen de Patagones.
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
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