Giuseppe Garibaldi nació en Niza, Italia, el 4 de julio de 1807. Fueron sus padres Domingo Garibaldi y Rosa Raimondi. Hijo de marino, se dedicó desde muy joven a la misma carrera. En 1832 se inició con una logia masónica en Roma. En 1834 tomó parte en el complot de Giuseppe Mazzini y hubo de huir a Francia. Condenado a muerte en su patria, anduvo errante mucho tiempo. Sirvió por un período breve, a las órdenes del bey de Túnez, trasladándose después a la América del Sud.
El “condottiero” italiano Giuseppe Garibaldi llegó al Río de la Plata en 1836, y el gobierno del Brasil inmediatamente lo declaró pirata. Fue un aventurero audaz que sólo dejó en estas tierras el recuerdo imborrable de los excesos inhumanos y bestiales permitidos por él a los hombres que capitaneaba. Llegó a hacerse célebre desde Río Grande y Santa Catalina del Brasil hasta la provincia argentina de Entre Ríos, como jefe de una chusma cosmopolita y una turba de carbonarios expatriados; y vinculó su nombre a los saqueos de Santa Catalina, Imeriú, Salto, Martín García, Colonia y Gualeguaychú, llevados a cabo con extraordinaria crueldad, propia de hombres a los que sólo atraía el botín del pillaje.
En su “autobiografía”, al recordar sus “hazañas” en América del Sur, no tiene reparos en escribir lo siguiente: “Como no recuerdo los detalles de todos aquellos atropellos, me es imposible narrar minuciosamente las infamias cometidas…. Nadie era capaz de detener a esos insolentes salteadores….. Todos vivían permanentemente alcoholizados….. Me dan ganas de reír cuando pienso en el honor del soldado….”
El gobierno del Uruguay le confió el mando de la marina de guerra, pero debió quitárselo después de la derrota de Costa Brava, que le infligiera el almirante Brown el 16 de junio de 1842.
El mismo Garibaldi confiesa que era jefe de una legión de borrachos, homicidas, desertores y canallas desenfrenados. ¡Y ésos eran sus famosos legionarios!
En el parte de la victoria decía Brown: “La conducta de estos hombres ha sido más bien de piratas, pues que han saqueado y destruido cuanta casa o criatura caía en su poder, sin recordar que hay un Poder que todo lo ve y que, tarde o temprano, nos premia o castiga según nuestras acciones”.
Garibaldi trabó amistad con Mitre en Montevideo en 1841, y fue adversario acérrimo del almirante Brown y del general Urquiza.
Protegido por la escuadra anglofrancesa pudo realizar los inicuos e infames saqueos de Colonia y Gualeguaychú en el mes de setiembre de 1845; porque el botín fue siempre el supremo ideal de las tropas garibaldinas. Al tomar posesión de la isla Martín García arrió la bandera argentina e izó en su lugar el pabellón británico.
Inscripto en la masonería de Nápoles, se afilió a la masonería del Brasil en Río Grande y a la masonería del Uruguay en Montevideo. El Gran Oriente de Egipto lo honró con el pomposo título de “El Gran Masón de Ambos Mundos”, otorgándole el último grado del rito de Menfis.
Halagado en su vanidad, fue durante toda su vida, junto con Giuseppe Manzini, el instrumento de las logias masónicas para sus sinietros fines. En 1860 expulsó a los jesuitas de Nápoles y nacionalizó los bienes de la Iglesia.
A pesar de ser enemigo implacable de la Iglesia y del Papado se ofreció hipócritamente a Pío IX, el 12 de octubre de 1847, para sostenerlo en su trono; pero al mismo tiempo se hallaba al servicio de las logias para consumar el robo sacrílego de los estados pontificios. Londres lo recibió apoteóticamente en 1863.
En sus “Memorias” dejó escrito: “Siempre he tratado de atacar al clericalismo; he ahí el verdadero azote de Dios”.
Cuando Carlos Marx fundó la Primera Internacional en 1864 Garibaldi se declaró internacionalista, y ese mismo año en el Congreso de la Paz reunido en Ginebra exclamó: “¡Guerra a las tres tiranías, política, religiosa y social!”.
En 1867 en el Congreso Internacional de la Liga por la Paz y la Libertad, dijo: “Declárase caduco el poder del papado por ser la más nefasta de las sectas”; y en 1880 afirmó: “La masonería es la base fundamental de todas las asociaciones liberales”.
Tal vez por todo lo que antecede pudo sentenciar muy ufano el “gran” Sarmiento: “Garibaldi es una gloria argentina”.
Así se explica por qué a este hombre, hijo predilecto de las logias, los masones argentinos han logrado erigirle una estatua en medio de la plaza dedicada a la noble nación italiana. El general Roca, desde los balcones de la Casa Rosada, presidió el homenaje que los masones le ofrecieron en Buenos Aires el 25 de junio de 1882, año de su muerte; el diputado nacional, Emilio Gauchón, Gran Maestre de la masonería argentina, defendió en el Congreso el proyecto del emplazamiento de la estatua ecuestre en la plaza Italia, de Palermo; y la inauguración del monumento, efectuada el 18 de junio de 1904, contó con la presencia del presidente de la nación, general Julio Roca y del general Bartolomé Mitre; y con el repudio unánime de la ciudadanía, herida en su fibra más íntima de argentinidad y catolicidad.
Si no hubiera sido por la masonería de fin del siglo XIX y por sus posteriores hijos espirituales los laicistas y liberales, a estas horas no existiría en la Argentina ni el recuerdo de su nombre.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Garibaldi, Giuseppe – Memorias.
Portal www.revisionistas.com.ar
Triana, Alberto J. (Aníbal Atilio Röttger) – Historia de los Hermanos Tres Puntos.
Yaben, Jacinto R – Biografías argentinas y Sudamericanas – Buenos Aires (1938).
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