Nació en Buenos Aires, en 1776, hijo de Ventura Castañeda y María Andrea Romero, emparentados con los Pinedas y Bracamontes que en la época de Carlos II y Felipe III habían sido soldados de actuación destacada. Su progenitor era español o “Viracocha”, en el lenguaje de su hijo, y fue comerciante mayorista con amplias vinculaciones en las provincias como en España, y agrega que como “gracias a Dios, era cristiano de puño cerrado”; llegó a ser Hermano Mayor de la Archicofradía del Santísimo Sacramento en la catedral de Buenos Aires, la que comprendía a todos los hombres más conspicuos de la época. Hermano de su madre era el presbítero Antonio Romero. En 1793 y no en 1798, como suele escribirse, y después de pasar tres años de Latinidad en el Colegio de San Carlos, entró Castañeda a la orden franciscana. A los siete días de religión, y terminados sus estudios en Buenos Aires, se ordenó de sacerdote en 1800, y en ese mismo año, no en Córdoba, como erradamente afirman sus biógrafos, sino en Buenos Aires, y no en el Convento Grande, sino en la Recoleta, ocupó Castañeda la cátedra de Teología Moral, por espacio de tres años. Se dice que en 1802, publicó un estudio sobre “El alma de los brutos”, pero no hay documento alguno que abone esa publicación ni en forma de libro ni en los periódicos de la época.
Actuó como capellán durante las Invasiones Inglesas, en ambos bandos, pues simpatizaba con los ingleses, y éstos llegaron a prendarse del franciscano. En el panegírico que, cuando la Reconquista pronunció en la Catedral, sostuvo que, “por haberse corrompido la administración española, habíamos rendido a dos mil hombres”. A raíz de los sucesos de mayo de 1810 adujo eso mismo como causal de que España perdiera sus provincias de ultramar, y la consideraba como la causa primera del movimiento emancipador.
En 1812, una de sus hermanas ingresó en el Convento de las Catalinas, y en 1815, Castañeda era guardián de su Orden. En ese año, atendió también la corresponsalía de un periódico de Montevideo.
Era opinión unánime entre sus contemporáneos, que como orador tenía el arte de decir las cosas de tal modo que sus oyentes le oían sin trabajo ni fatiga, antes con interés y con placer. Cuando en 1815, habiendo regresado a España Fernando VII, dícese que no se halló quien quisiera tener la Oración patriótica del 25 de Mayo. Castañeda aceptó y con gran valentía supo enfrentar la difícil situación, llegando a elogiar al monarca, pero con fina picardía y singular habilidad. En mayo de 1821 con ocasión de la efeméride patria, debía predicar el dominico Ignacio Grela, pero como no se presentara, subió Castañeda al púlpito; y en diciembre de ese mismo año, al celebrarse los triunfos de San Martín en su campaña al Perú, fue él, el elegido para esa solemnidad.
Ocho meses más tarde, por disposición de Rivadavia, estaba Castañeda desterrado de la ciudad de Buenos Aires y custodiado en Kaquelhuincul en las cercanías de la actual población de Maipú, al sur de la provincia de aquel nombre. Pero antes de referir sus encuentros con Rivadavia hay que recordar que, después del Obispo San Alberto, fue Castañeda el más empeñoso propagador de la enseñanza primaria que hubo en el Río de la Plata, y fue el primer entusiasta de las escuelas de dibujo. En conformidad con ideas de la época, opinaba que nada como el dibujo podía contribuir a que un hombre fuera bueno. Primeramente en la Recoleta, y después en los salones del Consulado instaló su Escuela de Dibujo. En cuanto a escuelas de primeras letras obtuvo se fundaran dos en Buenos Aires, una en el barrio norte y otra en el barrio sur, y fue uno de los más entusiastas lancasterianos. Aun en Kaquelhuincul y en el Fortín de Areco se preocupó por la enseñanza primaria.
En “Véte, Portugués, que aquí no es” (Nº 19, párrafo 3), aunque en tercera persona relata todo lo que en este sentido, había él hecho dentro y fuera de Buenos Aires. Cuando Rivadavia se propuso civilizar por medio de decretos, aspirando a poner a Buenos Aires en un todo según las costumbres y hábitos parisienses, y llegó a entrometerse en el campo religioso, Castañeda se irguió contra él y contra todos los que formaban el círculo cultural que le rodeaba e inspiraba. Llegó a fundar para propia comodidad hasta once periódicos, alcanzando en algunas épocas a publicar tres simultáneamente. Su vena de polemista era inagotable, pero sus excesos de lenguaje, aunque era análogo al de sus adversarios, motivaron más de una acusación del fiscal de Estado, y La Verdad Desnuda, y La Guardia Vendida…, fueron considerados agraviantes y ofensivos para el gobierno. En castigo estuvo dos veces desterrado en Kaquelhuincul, una a Fortín Areco, y otra a Catamarca, pero en esta postrera huyó a Montevideo, y de allí pasó a Santa Fe. También fue desterrado al pueblo de Pilar y llegó a conquistarse las simpatías de las gentes de allí, que obtuvo se trasladaran al solar que ahora ocupa esa ciudad, y ayudó a construir un puente sobre un cercano arroyo, y levantó la actual iglesia, muy reformada a fines del siglo XIX por el arquitecto salesiano Vespignani.
Se ha criticado mucho a Castañeda por su lenguaje, pero no era sino el que usaban para combatirle sus adversarios, y sus ataques eran personales, como los de ellos, aunque a las veces manifiestamente ofensivos, como el artículo sobre la “Epoca de D. Bernardote Rimbombo” y asegura que “la época de Rivadavia es la de un loco furioso, cruel, hereje, inmoral, déspota, traidor, consuetudinario y reincidente, fiado no más que en la impunidad, que le resulta de la constelación de sabios, a quien pertenece, y que lo necesita para biombo y testaferro. Rivadavia ha repetido en grande los hechos que Alvear trazó y dibujó en pequeño”.
Tuvo muchos enemigos y muy encarnizados como Juan Cruz Varela, Pedro José Agrelo, Pedro Feliciano Sáinz de Cavia, Hilarión de la Quintana, Juan Crisóstomo Lafinur y otros. Lafinur reconoció su errada conducta y se reconcilió con Castañeda.
Los más célebres de los periódicos que redactó fueron: La Guardia Vendida por el Centinela y la traición descubierta por el Oficial del Día; La Verdad Desnuda; Derechos del Hombre; Desengañador Gauchi-Político; Despertador Teofilantrópico-Místico Político; Dom eu nau me meto con ninguen; Doña María Retazos; El Padre Castañeda; La Matrona Comentadora de los Cuatro Periodistas; Buenos Aires cautiva; El Teofilantrópico; Paralipomenon al Suplemento del Teofilantrópico-Místico Político; Suplemento al Despertador Teofilantrópico-Místico Político, entre otros, sin citar algunas hojas sueltas con títulos estrafalarios. Desde Zinny se atribuye a Castañeda el Despertador Teofilantrópico Místico-Político, pero nada tuvo que ver con este periódico. Los citados se publicaron entre 1820 hasta 1826, y todos ellos eran en defensa de los intereses espirituales y políticos del país. Aunque tan patriota como el que más, sabía Castañeda que era una aberración querer romper con el espíritu heredado de España, y en caso de reemplazarlo por otro, ello no podía efectuarse por decretos y a corto plazo.
Si por su lenguaje ha sido Castañeda comparado a Pantagruel, y como periodista se le ha considerado no inferior a Sarmiento, hay que reconocer que fue un gran pensador, y que su filosofía era la del sentido común. En Santa Fe contó con el apoyo de López, y en el pueblo de San José del Rincón, donde se hallaba ya a fines de 1823, levantó iglesia y escuela, y se puso a convertir a los indios mocobíes que por allí merodeaban, y gracias a una prensa manual que pudo armar, dio a la publicidad varios periódicos y otras publicaciones, hoy imposibles de hallar, como “Población y engrandecimiento del Chaco”, “El Santafecino a las otras provincias de la Antigua Unión”, y “Obras Póstumas de nueve sabios que murieron por retención de palabras”.
Una sequía atroz deshizo sus planes en San José e invitado por los indios partió con ellos a Entre Ríos en 1827, donde levantó un instituto educacional en Paraná, aunque San Juan y Corrientes se habían empeñado en que se trasladase a esas provincias. Con la ayuda del entonces gobernador entrerriano Mateo García de Zúñiga pudo realizar su obra educacional, sin dejar del todo la periodística, pero abandonó Paraná y en 1829 se hallaba en Rosario del Tala, y allí como en Buenos Aires, Montevideo, Santa Fe y Paraná “los frailes de este Padre son los libros que reparte gratis a la amable juventud; las balas del fusil el a. b. c…”, como dijera de sí mismo el Padre Castañeda en su “Buenos Aires Cautiva”
Una de las sinnúmeras calumnias que en vida y después de su muerte, excogitaron sus enemigos fue que insultó a su señor padre en la Catedral en un sermón, y que murió mordido por un perro rabioso. Lo primero lo pudo refutar él mismo, manifestando que habló de los componentes de la Archicofradía del Santísimo cuando su progenitor era Hermano Mayor, y como años antes se había dirigido a Pueyrredón en iguales circunstancias, se dirigió a su señor padre expresándole con el mayor respeto lo que debía hacer en bien del pueblo desde el alto puesto que ocupaba, y Juan José A. Segura ha probado que no hubo tal perro rabioso, sino que falleció de muerte natural en Paraná, el 11 de marzo de 1832.
Fray Nicolás Aldazor, después Obispo de Cuyo y que tuvo a su cargo la Oración fúnebre dijo que “No murió como los mundanos, sino como un verdadero hijo de San Francisco, escogido de Dios y predestinado para el cielo”. El mismo instó al párroco, que lo era el doctor Francisco Alvarez, para que sin dilación alguna le administrara los santos sacramentos. Pidió que le vistieran su pobre hábito y cobrando un aliento extraordinario protestó delante de todos su adhesión firme a la Iglesia y con especialidad al dogma de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía; detestó las falsas doctrinas tan opuestas al bien de los pueblos y terminó sus alientos confesando el amor a la religión, en que había nacido y a la patria que había sido siempre el objeto de sus tareas”. Juan Manuel de Rosas solicitó que los restos mortales de Castañeda se trasladaran a Buenos Aires, y a esta ciudad llegaron el 28 de julio del mismo año, siendo depositados en el Panteón del Convento franciscano. A sus exequias, asistió el gobernador brigadier general Juan Ramón Balcarce, y lo despidió el P. Aldazor, que al decir de Otero vindicó la fama de Castañeda “del desprestigio con que había querido envolverla la persecución sistemática del adversario”.
En la cripta reposaron sus restos hasta que ciertas refacciones realizadas en la misma hicieron que desaparecieran de allí. “Hasta sus restos imitaron con la inquietud la insogable vida del fraile batallador”, escribe Segura, y corresponde a lo que de sí mismo había dicho Castañeda: “¿Qué no dirán de este pobre fraile que cuando no está en la cárcel, lo andan buscando?
Su fisonomía encajaba con sus maneras nada comunes ni elegantes. Su cara era un ejemplo de fealdad; sus ojos, espejos de la viveza y de la picardía; de labios gruesos como dispuestos a pronunciar la frase dicharachera, sus pómulos prominentes le hacían propaganda de anarquista bonachón que remataban en una nariz ancha y tuberosa, todo digno de un cuadro de Velázquez o de la pluma de Quevedo. En “La Prensa”, del 15 de diciembre de 1957, se publicó su retrato y firma autógrafa, como también fotografías de la Capilla de San José del Rincón, que erigió el 26 de diciembre de 1823.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino (1750-1930) – Buenos Aires (1969)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
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