Descendiente de una familia lusitana, era criollo de pura raza. Fue hijo de Juan Cuitiño y Candelaria Sosa y se asegura que nació en Mendoza, a fines del siglo XVIII. Siendo joven se trasladó a Buenos Aires, y aunque no se conocen actividades de su juventud, en 1818, era teniente de milicias del partido de Quilmes, donde se desempeñaba al mismo tiempo como alcalde. Al efectuarse el reparto de las tierras para la nueva población, en ese mismo año, Cuitiño recibió un lote próximo a la plaza, donde más tarde edificó su casa, que en 1832, rifó con autorización de la policía. Su actuación en ese partido fue muy meritoria, tanto que el jefe de Policía José María Somalo, informaba en 1825, que su actividad lo hacía recomendable por el empeño puesto en sus funciones, porque era un constante perseguidor de ociosos y malvados, desterrándolos del partido. Solicitaba se le reemplazara en la milicia, para que pudiera dedicarse enteramente como alcalde. En enero de 1826, en esas funciones, y con motivo de aproximarse a la costa una balandra inglesa, formó una partida con varios vecinos para impedir el desembarco. Llegados a la costa, les hicieron fuego desde el barco, pero repelieron la agresión, obligándolos a retirarse.
En febrero de 1827, al ser reelecto alcalde del cuartel de Quilmes, hizo renuncia del cargo, manifestando que prefería el servicio de las milicias. Pocos meses más tarde, en su condición de capitán del tercer Regimiento de Milicias de Caballería, solicitó permiso para pasar a su ciudad natal, donde seguramente vivían sus padres, con el objeto de recibir una herencia familiar. De regreso a Buenos Aires, el 21 de enero de 1830, fue nombrado Comandante de las partidas celadoras de campaña, con el grado de sargento mayor. Desde esa fecha, estuvo al servicio de la policía de Buenos Aires.
Conoció a Juan Manuel de Rosas personalmente y a partir de ello fue el adepto más convencido de la Federación, junto con Parra. Fue miembro de la Sociedad Popular Restauradora que presidía Julián González Salomón. Rosas lo nombro jefe de serenos del Cuartel que llevó el nombre de “Cuitiño” y lo ascendió a coronel graduado el 1º de octubre de 1838. Salvo algunas interrupciones por enfermedad, y otras por ausencias al interior y a Mendoza, continuó en ese servicio hasta el fin del gobierno de Rosas.
En 1840 marchó hacia el norte argentino con un crecido conjunto de integrantes de la Sociedad Popular Restauradora, incorporados a las tropas de Manuel Oribe, que iban con el objeto de reprimir la acción de los componentes de la Liga del Norte. La tradición refiere que, luego de presenciar la muerte de Marco Avellaneda, Cuitiño acompañado de Pancho “El Ñato”, Troncoso, Arbolito, Parra, Badía, Bárcena, Moreyra y otros más, llegó al Río de las Piedras donde sufrió un ataque de parálisis en la mano derecha, y al respecto señala Bernardo Frías, que “ni los baños de cauquenes de Chile, ni las medianas de Buenos Aires fueron bastantes eficaces, como devolverle la vida y acción de ese miembro”.
El célebre Jefe de Policía de Rosas, vivió en la calle Luján (actual pasaje Giuffra), antes de llegar a la esquina de Defensa. A pocas cuadras quedaba el Cuartel de La Mazorca. Producida la retirada de Urquiza que con sus tropas apoyaba a Hilario Lagos, hombres que se habían incorporado a las fuerzas de este último, regresaron a Buenos Aires y fueron aprehendidos. Entre ellos figuraba Cuitiño, que fue puesto a disposición del Dr. Claudio Martínez. Sometido a proceso, su causa atrajo la atención pública, y junto con Alen y otros, fue tramitada en 1853. La defensa estuvo a cargo del Dr. Marcelino Ugarte, y la audiencia se llevó a cabo en los días 19, 20 y 21 de diciembre, en las que también se trató el asunto de Alen. Por la crónica periodística, nos enteramos que Cuitiño guardó profundo silencio durante la lectura que se hizo de los cargos. La Cámara de Justicia confirmó la sentencia que lo condenaba a la pena ordinaria de muerte con calidad de aleve, ordenando la ejecución en la plaza de la Independencia a las 9 de la mañana, con suspensión de sus cadáveres en la horca por el término de cuarto horas.
La sentencia plagada de irregularidades imputaba a Cuitiño, entre otras cosas, el haber sido el jede del escuadrón de vigilantes de Policía, cuyas partidas fueron señaladas por la ejecución de crímenes durante los años 1840 y 1842, y haber pertenecido a la Sociedad Popular Restauradora. Se lo responsabilizaba también por la muerte de Pedro Echenagucía, Clemente Sañudo, Pedro Varangor, Isidro Oliden, N. Mesón, Felipe Butter, Juan Nóbrega, Sisto Quesada y Manuel Archondo.
El acto se llevó a cabo el 29 de diciembre de 1853, conjuntamente con el otro condenado Leandro Alen, quienes habían sido puestos en capilla desde el día anterior. La crónica refiere que cuando fueron sacados, Cuitiño salió con paso firme, y al enfrentar los calabozos de Reyes y de otros compañeros, les llamó por sus nombres y se despidió en alta voz. Que también protestó que había servido a una autoridad legal, y obedecido a un gobernador legítimo, y que lo que había hecho fue ordenado por Juan Manuel de Rosas, de manera que era inocente y moría como buen federal.
Alen, mientras tanto, no pudo salir por si solo, y fue llevado en brazos por soldados. Cuitiño al verlo le expresó que no tuviera miedo, que se parase y alzara la cabeza, que una sola vez se moría. Cuitiño no abandonó en ningún momento su entereza de ánimo y no permitió que le vendaran los ojos, abriendo con sus manos la pechera de la camisa y señalando que le tiraran. La ejecución de estos condenados fue acompañada de un sermón expiatorio a cargo de fray Olegario Correa. La ejecución fue tan imponente y solemne que se calculó la asistencia de más de 6.000 personas en la Plaza de la Independencia (Concepción). Sus restos fueron depositados en una fosa común en el cementerio de la Recoleta.
Cuando el 6 de diciembre de 1968 fallece, Ossorio Arana es sepultado en la Sección 9, Tablón 55 del Cementerio de la Recoleta. Según el relato de descendientes del mencionado militar, debajo de este lugar estaba la fosa común donde fueron arrojados los restos de Ciriaco Cuitiño. Incluso comentó cierta vez el Comandante General (R) Manuel Víctor Scotto Rosende, de Gendarmería Nacional, que cuando era chico acompañó varias veces a su abuela a visitar una tumba sin identificaciones, solamente adornada con una pobre glicina. Ella misma le dijo que allí estaba enterrado Ciriaco Cuitiño. Era, dijo entonces Scotto Rosende, el espacio donde hoy yacen los restos y el mausoleo del Coronel Ossorio Arana.
La Quinta de Ciríaco Cuitiño
Según Juan José de Soiza Reilly, el oficial Cuitiño solicitó en algún momento al gobernador Juan Manuel de Rosas, se le donaran algunos terrenos como premio por sus tareas; Rosas llamó a su secretario, hizo buscar un plano y eligió una zona de propiedad fiscal en el Camino del Puente Alsina y mando enseguida extender las escrituras a nombre de Ciriaco Cuitiño. Este se lo agradeció efusivamente –sin duda ignorando donde estaban las tierras-. Al día siguiente fue a tomar posesión de sus dominios: ¡Era un bañado…. una enorme laguna! Cuitiño comprendió la broma pero no se acobardó. En el medio del bañado había un islote, allí levantó un edificio, abrió caminos de desagüe, peleo contra la naturaleza; la vieja laguna desapareció, se construyeron casas, se hicieron caminos, finalmente el lugar se convirtió en un suburbio compacto, saludable y fecundo: ¡así nació el barrio de Boedo!.
Fuente
Agrupación Patriótica Aurora
Boedo, Dr. Mariano – Boedo: Prócer salteño.
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino (1750-1930) – Buenos Aires (1969).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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