En enero de 1815 el Ejército Auxiliar del Alto Perú inició desde Jujuy su avance hacia el Norte, siguiendo el histórico camino de la Quebrada de Humahuaca hasta Uquía. No se ha podido establecer fehacientemente –por no contar con elementos de juicio- si Rondeau tuvo planes concretos para operar en el Altiplano, suponiéndose que su idea inicial puede resumirse en su decisión de apoyar a los caudillos altoperuanos que hostilizaban a los realistas, manteniendo encendida la llama de la independencia.
El Ejército Patriota se componía de 4.000 hombres de las tres armas, encuadrados en las siguientes unidades:
Infantería: Batallón de Cazadores, Regimiento Nº 1 de Infantería “Patricios”, Regimiento Nº 6 de Infantería, Regimiento Nº 7 de Infantería, Regimiento Nº 9 de Infantería.
Caballería: 2 Escuadrones de Granaderos a Caballo, 2 Escuadrones de Dragones del Perú.
Artillería: 2 Baterías de Artillería.
Parque, Columnas de Munición y Bagajes.
El Ejército Realista, con efectivos apreciados en más de 4.500 hombres, contaba solamente con unos 2.000 concentrados en el cuartel general, estando el resto repartido en varios destacamentos alejados, entre los cuales cabe mencionar a una División a las órdenes del coronel Orosco, que integrada por 1.200 infantes, con 4 piezas de artillería, marchó al Cuzco a sofocar el levantamiento del patriota peruano indígena Mateo Pumakahua.
Una de las primeras medidas que adoptó Rondeau al ponerse en movimiento, fue adelantar a Martín Miguel de Güemes en misión de exploración y seguridad, que al frente de sus gauchos avanzó resueltamente hasta las cercanías de Yaví, donde sabía que importantes efectivos enemigos se reunían para ulteriores operaciones. El grueso del Ejército se situó en el siguiente dispositivo: la vanguardia en Humahuaca y los demás cuerpos escalonados entre Tilcara y Uquía, cubriendo con fuertes fracciones los angostos de Yacoraite y Perchel y los accesos hacia la Quebrada desde la Puna y el Oriente Salteño.
Sorpresa de El Tejar
La vanguardia, que de acuerdo con las órdenes de Rondeau debía ocupar Humahuaca, a mediados de febrero ya se hallaba en su emplazamiento. Estaba constituida por la caballería (granaderos y dragones) y un batallón de infantería a las órdenes del coronel Martín Rodríguez.
Con la finalidad de establecer contacto con el enemigo para determinar su dispositivo, se adelantó una fracción montada al caserío de El Tejar, distante unas doce leguas al Norte de Humahuaca, estableciéndose en la estancia sin adoptar las más mínimas medidas de seguridad.
El 19 de febrero, Rodríguez, acompañado por una escolta de 40 granaderos que comandaba Mariano Necochea, se hizo presente en El Tejar para inspeccionar la avanzada y obtener informaciones sobre la situación, soltando la caballada a pastar sin tener en cuenta las posibilidades de una sorpresa por parte de los españoles.
En momentos en que Martín Rodríguez recorría el caserío y cambiaba impresiones con el jefe de la avanzada y con los pobladores –en pleno día- el comandante Antonio Vigil, con unos 400 hombres desprendidos desde Yaví por el coronel Olañeta, cayó como una tromba sobre los inadvertidos ocupantes de El Tejar, apresándolos en su casi totalidad. Solamente escapó a la redada el capitán Mariano Necochea, que con 25 soldados intentó resistir en un corral de piedras para salvar aunque fuera el honor y que, ante lo inútil de su actitud, montó a caballo en pelos y gritando: ¡Que me siga el que quiera! y a sablazos se abrió paso entre una abigarrada cortina de bayonetas. Nadie lo pudo seguir y horas más tarde llegaba a Humahuaca con la ropa hecha jirones, poniendo en conocimiento de Rondeau lo acontecido y la suerte corrida por el jefe de la vanguardia y los componentes de la avanzada de El Tejar.
Martín Rodríguez y los prisioneros fueron conducidos al cuartel general español, donde Pezuela dialogó con Rodríguez sobre el estado y la causa de la guerra, llegándose a un acuerdo para sentar las bases para una negociación. Dos factores favorecían el entendimiento: primero, el hecho de que Pezuela, Goyeneche y varios de los jefes que dominaban la política en Lima, eran americanos y, segundo, que en esos momentos carecían de fuerzas para intentar una penetración profunda hacia el Sur, como fuera el sueño del Virrey Abascal.
Pezuela liberó a todos los prisioneros –inclusive a Rodríguez- comprometiéndose éste, a su vez, a obtener la libertad de los coroneles Sotomayor y Huici, cuestión que no consiguió por oponerse terminantemente a ello Rondeau, que en cambio dejó libres a dos viejos coroneles apellidados Suárez y Guiburu.
Combate de Puesto del Marqués
Luego de la reunión con Martín Rodríguez, Pezuela permaneció inactivo a la espera de ver cómo evolucionaba la situación. En general, la tregua le posibilitaría traer refuerzos y lograr que algunas de sus unidades empeñadas en misiones secundarias pusiera término a las mismas. Olañeta siguió en Yaví, manteniendo en observación a 300 hombres de caballería en Puesto del Marqués.
En conocimiento Rondeau, por una comunicación de Pezuela de la liberación de Rodríguez, se adelantó desde Humahuaca para recibirlo. Tal cosa sucedió el 10 a la mañana, a un cuarto de legua al Norte de la población. Cambiados los saludos de estilo, Rondeau recriminó a su subordinado por los acuerdos que hizo con el jefe realista sin consultarlo, argumentando Rodríguez que estaba dentro de la política del gobierno central, lo cual era exacto. Llegados al alojamiento Rondeau llamó a una reunión de comandos, donde descartó toda negociación de paz y pidiendo, por el contrario, se analizaran las posibilidades para un ataque inmediato. En esta reunión se hallaba, entre otros jefes, Martín Güemes, que discutió violentamente con Hilarión de la Quintana sobre la forma de conducir las operaciones, lo que derivó en una toma de posiciones por parte de los comandos presentes.
Como resultado de esta verdadera “Junta de Guerra” se decidió avanzar hacia el Norte, previo un ataque por sorpresa a las unidades españolas que ocupaban Puesto del Marqués, fijando al amanecer del día siguiente para la iniciación de la acción. Para ello se organizó una fuerza compuesta por: el Batallón de Infantería (Cazadores) a las órdenes de Rudecindo Alvarado, la Caballería (granaderos y dragones) y unos milicianos de Güemes en número de 600 jinetes, todos bajo la supervisión del coronel Francisco Fernández de la Cruz.
Existen diversas versiones de cómo se desarrolló el ataque al Puesto, una de ellas menciona que fue obra de todas las fuerzas, y otra que sólo participaron en el combate las milicias salteñas, que sin otra intervención decidieron favorablemente la acción. Por razones comprensibles recordaremos sólo dos de ellas; la de Dámaso Uriburu y la del general Paz.
Alistado el contingente, marchó aprovechando la oscuridad para velar el movimiento y obtener la sorpresa. Los “gauchos salteños” conocedores de la región, con Güemes a la cabeza guiaron a la columna, siguiéndolos los “granaderos y dragones”, que llevaban en sus grupas a los infantes del Batallón de Cazadores.
Dámaso Uriburu reconstruyó el episodio del siguiente modo: Güemes, que iba a la vanguardia de la agrupación se adelantó imprudentemente, y ya sea llevado por su temperamento vehemente o por la poca confianza que le merecían las tropas regulares que lo acompañaban, se lanzó por propia decisión al ataque sin esperar órdenes, convencido de que con sus gauchos resolvería el problema. Para el combate fraccionó sus huestes en dos mitades: una bajo el mando del comandante Luis Burela para caer por la retaguardia y la otra a su cargo para el asalto desde el Sur. La operación fue rápida y los gauchos saltando pircas y entre pedregales acometieron a los realistas, consumando una despiadada carnicería. Quedaron en el terreno 4 oficiales y 105 soldados y prisioneros, todo el armamento, equipaje y municiones, salvándose el comandante Antonio Vigil, un capitán y 12 soldados que pudieron escapar hacia Cangrejos. (1)
La versión del general Paz es parecida en cuanto a los resultados, pero de ninguna manera adjudica a Güemes la paternidad del triunfo. El ataque, según Paz, fue ejecutado por la infantería –los cazadores- encuadrados entre los granaderos y los dragones, citando muy al pasar la presencia de Güemes. De acuerdo con este relato, que coincide con el del general español García Camba, quedaron en el campo de combate 157 realistas entre muertos y heridos, esparcidos a lo largo de unas tres leguas entre el Puesto del Marqués y Cangrejos. (2)
El descalabro sufrido por Vigil produjo una considerable alarma en el Cuartel General de Pezuela en Cotagaita, que lo obligó a efectuar un movimiento retrógrado para situarse en Challapata. A partir del 21 de abril, el Ejército Español marchó por el camino del Despoblado, atravesando la nevada cordillera del Fraile hasta alcanzar su objetivo. En el nuevo dispositivo vigilaba la transitada ruta a Potosí y cubría los accesos a las provincias de Cochabamba, Oruro y La Paz. Además, con el fin de reunir la mayor cantidad de fuerzas, retiró las guarniciones de Potosí, Chuquisaca y Oruro y dispuso que se le incorporara la División que había puesto término a la insurrección de Pumakahua.
Una de las consecuencias inmediatas del combate de Puesto del Marqués, fue el retiro de Güemes del Ejército. Las causas que dieron origen a esta actitud no aparecen explícitas, pero probablemente se hayan derivado de sus continuos disentimientos con Rondeau y de su preocupación por la situación política imperante en su provincia. El historiador salteño Atilio Cornejo expresó sobre este particular:
“Influyeron en el ánimo de Güemes para tomar esta actitud, las razones siguientes: 1) La misión secreta del coronel Vázquez ante Pezuela; 2) Las sospechas respecto de algunos jefes del Ejército; 3) El estado deplorable en que se encontraba el Ejército y su inacción; 4) La falta de energía de Rondeau para con los oficiales insubordinados; 5) La situación política de Salta después de la segregación de Tucumán”. (3)
El coronel Vázquez que menciona Cornejo, era un jefe adicto a Alvear, que llegó al Norte para asumir el mando de la unidad más fuerte del Ejército, el Regimiento Nº 1 de Infantería (Patricios) a cargo hasta entonces del teniente coronel Carlos Forest. Posiblemente traía una misión de Alvear para cumplir ante Pezuela que, al trascender, provocó su relevo y que se dijese de él “que había insultado el decoro y heroicidad del ejército…”.
Los acontecimientos políticos que se vivieron en Buenos Aires durante los últimos meses descolocando a Alvear y a sus amigos, permitieron a Rondeau efectuar una serie de cambios en los comandos de las unidades facilitando el desplazamiento de los elementos adictos a aquella fracción. El Regimiento Nº 2 de Infantería que, en forma honoraria mandaba Alvear, fue disuelto y su tropa agregada al Nº 9 del coronel Pagola, decidido partidario de Rondeau; el Batallón de Cazadores fue entregado al coronel Zelaya; el Nº 1 quedó en manos de Carlos Forest ascendido por Alvarez Thomas a coronel; el Nº 6, en las del comandante Zelada; el Nº 7, que mandaba Luzuriaga –partidario de Alvear- quedó a las órdenes del comandante Vidal; y los granaderos y dragones bajo la dirección del comandante Juan Manuel Rojas y del coronel Martín Rodríguez, respectivamente.
En su marcha hacia el Norte, que en ningún momento se vio perturbada por el enemigo, el Ejército Auxiliar del Norte alcanzó La Quiaca, desde donde se adelantó a la caballería. En Moraya se vivaqueó dos días con el fin de que se recuperaran algunos enfermos. Para entonces –mes de mayo- las temperaturas eran muy bajas, sobre todo durante las noches, lo que afectaba en especial a la tropa dificultando sus desplazamientos.
Tupiza fue el siguiente lugar abordado por el Ejército. Allí se recibió la información de que los españoles habían evacuado Potosí. Ello hizo que Rondeau dispusiera el adelanto de un destacamento comandado por el coronel Fernández de la Cruz, formado por un batallón de infantería y la caballería con la misión de apoderarse de Potosí y esperar la llegada del grueso de las fuerzas. Logrado el objetivo, las tropas de Fernández de la Cruz, demostrando absoluta falta de disciplina, cometieron toda clase de desmanes, sorprendiendo a la población que los había recibido con enorme alegría.
Batalla de Venta y Media
Al replegarse las unidades realistas, los patriotas altoperuanos se pusieron en movimiento para ocupar distintos puntos estratégicos desde donde pudieran continuar acosando al enemigo. Zárate, al frente de 4.000 indios ocupó Potosí. Arenales, secundado por Padilla y Camargo se apoderó de Chuquisaca e invadió la provincia de Cochabamba, cuya capital ocupó el 21 de mayo de 1815 al frente de una columna de 800 hombres de infantería y caballería.
En el bando español, el coronel Juan Ramírez, con una División de más de 2.000 hombres, se incorporó al grueso del Ejército, haciéndolo asimismo el Batallón Castro (chilotes) procedentes de Chile, desembarcado en Arica con 32 cargas de armas, municiones y pertrechos enviados desde Lima.
El 8 de agosto, en el Cuartel General de Pezuela se tuvo la noticia de que la “Expedición Morillo”, destinada inicialmente al Río de la Plata, al producirse la caída de Montevideo en poder de las tropas de Buenos Aires, modificó su rumbo, orientando una parte de los transportes de tropa hacia la costa de Venezuela y otros hacia el Perú, de donde se desprendió un contingente de unos 1.600 hombres que reforzó al Ejército de Pezuela desde Sipe-Sipe.
Para ese entonces el comando realista consideraba probable que Rondeau y Arenales, aprovechando su favorable situación estratégica, buscaran privarlo de recursos, aislándolo y desatando una ofensiva general, de la que participarían todos los grupos patriotas del Alto Perú. Para evitarlo, desplegó el grueso de sus fuerzas en Sora Sora, desde donde apreciaba poder cubrir Oruro y La Paz y su línea de retirada por el Desaguadero, en tanto una fuerte vanguardia se establecería en el pueblo de Venta y Media a sólo cuatro leguas al Sur.
Pero las cosas en el Ejército Patriota se hicieron con extremada lentitud. En lugar de aprovechar la iniciativa obtenida para desatar la ofensiva esperada por los españoles, que no hubieran podido neutralizar, Rondeau se quedó cuatro meses en los lugares conquistados, ordenando al coronel Arenales que abandonara con su División (dos batallones de más de 400 hombres cada uno) la ciudad de Cochabamba y se incorporara al Ejército de Challanta. Como única medida precautoria para evitar sorpresas se adelantó una avanzada, constituida por el Batallón de Cazadores (400 hombres) comandado por el teniente coronel Rudecindo Alvarado y el Regimiento de Dragones (con 200 plazas) a las órdenes del coronel Diego Balcarce, ambas unidades subordinadas al flamante brigadier Martín Rodríguez –recientemente ascendido- quien no obstante desempeñar las funciones de presidente de la Audiencia de Charcas, continuaba prestando servicios en el Ejército.
Gregorio Aráoz de Lamadrid fue adelantado con su Compañía de Dragones a reconocer la posición de Venta y Media, informando que en la localidad se alojaba un Batallón de Infantería con un grupo de jinetes. Un reconocimiento posterior efectuado por Diego Balcarce llegó a la misma conclusión. Sin embargo, en Venta y Media el coronel Olañeta disponía de muchos más efectivos que los reconocidos, remontándose sus fuerzas a un total de 1.200 hombres, pertenecientes a los Batallones de Cazadores y Partidarios (450 y 575 infantes respectivamente) y al Escuadrón San Carlos (120 jinetes). Los patriotas sumaban 600 hombres, es decir la mitad.
En la tarde del 17 de octubre, Martín Rodríguez reunió a los jefes subordinados para cambiar ideas sobre la posibilidad de intentar un golpe de mano sobre la avanzada enemiga. En general encontró apoyo entre los presentes, con la excepción de Rudecindo Alvarado, que se mostró contrario a la idea si antes no se efectuaba un reconocimiento ofensivo que diera datos más concretos.
Resuelta la operación se recabó la autorización pertinente a Rondeau, quien contestó negativamente, lo que indujo a Rodríguez a trasladarse a Challanta para plantear personalmente el problema. Una vez en el Cuartel General, insistió sobre las ventajas que aportaría su proyecto, convocando Rondeau a una “Junta de Guerra” para considerarlo. Arenales se opuso, recomendando, por el contrario, replegarse hasta Potosí, a la espera de los refuerzos prometidos desde Buenos Aires (una columna de infantería y algunos cañones a las órdenes de los coroneles Domingo French y Juan Bautista Bustos). Esta argumentación contó con la adhesión de varios jefes, siendo replicadas por Martín Rodríguez, que bregó por imponer su criterio, a pesar de que Rondeau la considero: “audaz, temeraria e inútil…”.
Una vez que hubo regresado a su puesto adelantado, Rodríguez impartió diversas órdenes y a raíz de una de ellas, al anochecer del 18, la columna avanzó alcanzando la altura de las propias avanzadas. A la mañana siguiente y mientras las tropas descansaban, el Jefe de la agrupación acompañado por el coronel Diego Balcarce, su hermano el comandante Antonio Rodríguez, Rudecindo Alvarado, Lamadrid y algunos otros oficiales, se adelantó hasta una altura que dominaba el pueblo de Venta y Media, donde permaneció largo rato observando los movimientos de militares y pobladores y las características topográficas de la zona.
Sin abandonar su observatorio, Rodríguez dispuso que el sargento mayor José María Paz, que había quedado a retaguardia a cargo de las unidades, las condujera hasta la hondonada situada detrás de la altura elegida como puesto de observación. Producido el desplazamiento y ya en la posición, alrededor de las 9 de la noche se adoptó el siguiente dispositivo: a vanguardia, los “dragones” de Lamadrid; a su izquierda y algo más atrás, los “cazadores” de Alvarado; y a unos 500 o 600 metros a retaguardia, el resto de los “dragones” con Balcarce.
Con este escalonamiento las unidades se desplazaron en la oscuridad sobre un terreno muy accidentado, sufriendo los efectos de la baja temperatura y la puna que afectó a muchos combatientes y en forma más acentuada al propio brigadier Rodríguez.
Como a las tres de la madrugada, Lamadrid sorprendió a un puesto enemigo situado al Norte de la población, causándole muchas bajas y alarmando por este hecho a toda la guarnición realista, que reaccionó con más de 100 fusileros y desde unas alturas próximas al puesto asaltado abrieron un nutrido fuego. Afortunadamente, por la oscuridad, el triunfo inicial de Lamadrid no se convirtió en un desastre de proporciones para sus aguerridos “dragones”.
Cuando ya amanecía, una columna de más de 200 infantes salió del pueblo para atacar a los “dragones”, que luego del exitoso ataque permanecían detrás de unas lomadas, llevándose prácticamente por delante al “Batallón de Cazadores” que marchaba hacia el caserío. En un primer momento la suerte favoreció a los patriotas, pero a medida que transcurrieron los minutos y que llegaron refuerzos a las unidades españolas empeñadas, la situación sufrió un violento cambio, cundiendo el desorden entre los “cazadores” de Alvarado. Tomado entre dos fuegos el Batallón se desbandó, dejando en el terreno numerosos muertos y heridos.
Los dragones de Lamadrid, junto con otra Compañía similar a las órdenes de Paz, no se amilanaron con lo que les ocurría a los cazadores y, a pesar de su inferioridad numérica, treparon los cerros que circundaban por el Norte al poblado y acuchillaron a los infantes que defendían esas alturas. El coronel Balcarce con el resto de los dragones, ignorando lo que acabamos de indicar, emprendió también la subida de las lomas que antes transitaron Paz y Lamadrid, siendo rechazado con pérdidas junto con lo que quedaba de las compañías que comandaban aquéllos.
Ausente Martín Rodríguez de estos episodios por estar afectado de puna, como ya se indicó, Balcarce dispuso la retirada, que se efectuó en completo desorden y con un hostigamiento continuo por parte de los realistas, que se prolongó hasta unas tres leguas del campo de combate.
Este fue el epílogo de la brillante maniobra proyectada por Martín Rodríguez, que adoleció de fallas garrafales en su planteo y ejecución. En esta amarga jornada desarrollada el 20 de octubre de 1815, que tuvo alrededor de cuatro horas de duración, los patriotas sufrieron más de 300 bajas, es decir, la mitad de los efectivos que se empeñaron. El Batallón de Cazadores, una de las mejores unidades del Ejército, quedó orgánicamente deshecho, siendo necesario reorganizarlo íntegramente. Durante la retirada, el sargento mayor José María Paz, que junto a otros oficiales trató de encauzar el repliegue para que no se convirtiera en fuga, fue alcanzado por un proyectil que le produjo una fractura que le inutilizó su brazo derecho. Veamos su propio relato sobre ese grave accidente:
“Todo el esfuerzo para reunir nuestra tropa me pareció inútil, y me contraje a seguir la retirada entre los que venían más próximos al enemigo para salvar mi honor individual, dar ejemplo y remediar lo que pudiese. Venía solo, porque el porta-estandarte Ferro, que me acompañaba, había recibido un balazo, en la carga, que lo había hecho retirarse. Alcé a la grupa, para salvarlo, a un oficial de Cazadores, e iba haciendo recoger los fusiles que encontraba tirados, con los soldados de caballería que llegaban a aproximarse, y yo mismo quise llevar uno y dar otro al oficial que conducía a la grupa, para lo que había parado mi caballo y dado frente al enemigo, mientras un soldado, que se había desmontado, me lo alcanzaba. En ese momento sentí un fuerte golpe en el brazo derecho, que si bien conocí que era de bala, creí que sólo fuese una contusión, por el poco dolor que de pronto me causó.
“Sin embargo, el brazo perdió su fuerza y yo tuve que dejar el fusil y tomar la espada con la otra mano, pero sin ver sangre ni herida, porque el frío me había obligado a conservarme con un capote de grandes cuellos que me cubrían el pecho y los brazos hasta la cintura. Por otra parte, con mi detención se había aproximado tanto el enemigo, que no se podía pensar en otra cosa que en alejarse, lo que me era tanto más urgente por ser de los últimos que lo verificaban. Mi brazo se entorpecía cada vez más y el dolor que sobrevino me advirtió que era algo más que contusión lo que lo afectaba; un poco más tarde observé que la sangre salía en abundancia por la manga de la casaca y que el pantalón, la bota, la falda de la silla, el mandil y hasta la barriga del caballo iban cubiertos de ella; su pérdida empezaba a producir la debilidad, y ésta a causarme desavenencias de cabeza, lo que hizo ver que era preciso contener la hemorragia. Recuerdo que se aproximó un cabo Soria, de mi regimiento, a quien di mi pañuelo y le previne que me atase el brazo; el lo tomó y se dispuso a hacerlo; pero viendo que era indispensable detenernos algo, me dijo: ‘Mi mayor, tenga un poco de paciencia y trate de adelantar un poco más, antes de que reciba otro balazo que acabe de inutilizarlo’. Era justa la observación del cabo, pues el enemigo estaba muy inmediato, nos perseguía con tenacidad y sus fuegos no se debilitaban. Cerca de dos leguas duró la persecución, y yo tuve que seguir desangrándome copiosamente, hasta que el teniente don Felipe Heredia (hoy general, en Buenos Aires), me ligó el brazo con su corbata y me lo puso en cabrestillo lo mejor que pudo.
“Cuando el enemigo dejó de perseguirnos, yo estaba tan debilitado con la falta de alimentos del día anterior y la mucha pérdida de sangre, que se me iba la cabeza y me faltaba la fuerza para sostenerme en el caballo; pero me dieron unos tragos de aguardiente con agua y me recuperé, no consintiendo que me tuviese un soldado por detrás ni me tirasen el caballo, para lo que ya me habían quitado las riendas de la mano. Sólo cuando se me pudo administrar un pésimo caldo, fue cuando me recuperé”. (4)
Es interesante observar que José María Paz, a pesar de estar gravemente herido, quiere organizar de algún modo la retirada, manteniéndose próximo al enemigo y buscando salvar a los dispersos que pudieron caer en manos del perseguidor y hasta recoger los fusiles abandonados en el campo de batalla. ¿A qué se debe esta última preocupación? En tiempo de la Guerra de la Independencia, y aún posteriormente, los fusiles o arcabuces eran escasos, por lo que con frecuencia, no se podían organizar algunas unidades de infantería por falta de esas armas. Otras veces se recurría al arbitrio de dotar a los infantes, para la lucha a pie, con lanzas, sables o machetes, lo cual resultaba inaceptable.
Batalla de Sipe-Sipe
Después de la derrota de Venta y Media, Martín Rodríguez perdió gran parte del prestigio que tenía en el Ejército. Se lo señalaba como el posible sucesor de Rondeau que, como era de esperar, en algún momento abandonaría sus actividades militares para asumir el cargo de Director del Estado al que había sido exaltado. Entendiéndolo así, Rodríguez pidió se lo reintegrara al gobierno de Chuquisaca, accediendo Rondeau que, de esta manera, conseguía recuperar un buen gobernante y de paso alejaba del Ejército a uno de los elementos más disociadores.
Al informarse Pezuela de la victoria obtenida por Olañeta en Venta y Media, adelantó hacia aquel lugar a una parte del Ejército, aprovechando el desconcierto que el desastre causó en las filas patriotas. Además, su optimismo creció, apreciando que a partir de aquel hecho las cosas en el bando enemigo se complicarían.
Una vez que la masa del Ejército Realista se situó en Venta y Media, decidió su comandante por la favorable situación, proseguir hasta Challanta, escalando las altas serranías que separaban esa provincia de Oruro. Pero una circunstancia fortuita alteró los planes de Pezuela, que deseaba alcanzar cuanto antes a Rondeau para obligarlo a empeñarse en una acción decisiva. Una copiosa nevada, excepcional en la época, convirtió en fangales a los precarios caminos y le dejó fuera de combate a la mayoría de los animales de carga que perecieron de frío y hambre.
El Ejército Patriota inició su repliegue el 3 de noviembre por el camino Challanta-Oruro-Cochabamba, llegando a Arque tres días después. En este sitio permaneció varios días para luego dirigirse a Cochabamba. Al ocupar este último punto, Rondeau estimó juicioso no establecerse allí sino en sus proximidades, tomando una senda que se orientaba hacia el Oeste y alcanzaba la llanura de Sipe Sipe, a sólo cuatro leguas de la ciudad, donde ordenó acampar.
Salvado el inconveniente de la nevada y la falta de animales de carga, Pezuela marchó sobre Cochabamba en seguimiento de los patriotas y lo hizo por el camino Challanta- Oruro-Tapacarí-Sipe Sipe-Cochabamba, es decir, evitando pasar por Arque.
El llano o la pampa de Sipe Sipe constituía una verdadera hoya totalmente rodeada de altas cumbres, en cuyo centro se levantaban lomadas que podían servir para proteger a fracciones de tropa que las ocuparan defensivamente. A la pampa se entraba desde el Oeste, luego de descender la cuesta de Tapacarí por un estrecho y empinado desfiladero, o desde el Este por el camino de Cochabamba-Sipe Sipe-Tapacarí. La entrada de la dirección Oeste, que tendría que tomar el Ejército Realista, estaba dominada desde las sierras que limitan el llano de Sipe Sipe por el Oeste. Los altos cerros que circundaban la llanura por el Norte se consideraban inaccesibles por ser abruptos y escarpados.
Según lo que ha trascendido por algunas memorias y documentos, el brigadier Pezuela quiso aprovechar la iniciativa que le proporcionó el éxito de Venta y Media para tomar la ofensiva, obligando a su antagonista a batirse en una batalla donde se jugara la suerte de la guerra. Para ello trató de hacerlo en Challanta, viéndose defraudado por el incidente de la nevada que dio tiempo a Rondeau para retirarse a Cochabamba. Pezuela, en síntesis, quiso enfrentar a Rondeau donde lo encontrara, convencido de su superioridad anímica y material.
El comandante del Ejército Patriota, por el contrario, buscaba mantenerse a la defensiva hasta la llegada de la Divsión French, para entonces montar su contraofensiva.
Constitución y efectivos de ambos Ejércitos
1. Ejército Auxiliar del Alto Perú
Comandante en Jefe: brigadier general José Rondeau
Mayor General: coronel mayor Francisco Fernández de la Cruz.
Infantería: Batallón de Cazadores (383 plazas), coronel Cornelio Zelaya y teniente coronel Rudecindo Alvarado; Regimiento Nº 1 de Infantería (673 plazas), coronel Carlos Forest; Regimiento Nº 6 de Infantería (282 plazas), teniente coronel Francisco Zelada; Regimiento Nº 7 de Infantería (664 plazas), teniente coronel Celestino Vidal; Regimiento Nº 9 de Infantería (337 plazas), reorganizado sobre la base de las tropas que quedaron del Nº 2 que fue disuelto y los restos del Nº 9 que por bajas y deserciones había quedado muy disminuido, coronel Manuel Vicente Pagola; Regimiento Nº 12 de Infantería (800 plazas), teniente coronel Diego de la Riva.
Caballería: Regimiento de Granaderos a Caballo (2 escuadrones con un total de 286 plazas), teniente coronel Juan Ramón Rojas.
Artillería: Agrupación de Artillería (un obús de 7 pulgadas, una batería de 2 cañones de a 2, una batería con 4 cañones de a 4), sargento mayor Pedro José Luna.
El total de los efectivos patriotas que se batieron en Sipe Sipe pueden apreciarse en unos 4.200 hombres de las tres armas. Esta cifra resulta bastante reducida si se tienen en cuenta los refuerzos que llegaron desde Buenos Aires en distintos momentos, la incorporación de las unidades del coronel Juan Antonio Alvarez de Arenales y de otros jefes altoperuanos, y el reclutamiento de personal ordenado por Rondeau que se hizo en toda la zona donde operaba el Ejército. Es que las deserciones y fugas superaron siempre a las incorporaciones, de donde los efectivos totales, en el mejor de los casos, se mantenían estacionarios. (5)
La moral y la disciplina del Ejército –sobre todo la de sus cuadros de oficiales y clases- distaba mucho de ser la que logró mantener, a pesar de los innumerables contrastes y dificultades que signaron su gestión, el general Belgrano. Ciertamente, Rondeau no era el comandante más indicado para superar la honda crisis que minaba la estructura institucional de la fuerza estacionada en la pampa de Sipe Sipe, que muy pronto tendría que medirse con los experimentados realistas.
Las bajas sufridas en combate por determinadas unidades, especialmente en Puesto del Marqués y Venta y Media y las enfermedades que asolaron al personal durante su prolongada permanencia en acantonamientos en la Quebrada de Humahuaca, la Puna y zonas elevadas, diezmaron aún más los efectivos del Ejército Auxiliar y le restaron posibilidades en el campo táctico.
2. Ejército Realista
Comandante en Jefe: brigadier general Joaquín de la Pezuela.
Segundo comandante: brigadier general Juan Ramírez
Mayor General: coronel Miguel Tacón
Comandante de Artillería: coronel Casimiro Valdés
Comandante de Ingenieros: Francisco Javier Mendizábal
Infantería: Batallón de Cazadores (500 plazas), coronel Pedro Antonio Olañeta; Batallón de Partidarios (400 plazas), coronel Joaquín Blanco; Batallón de Granaderos de Reserva (500 plazas), teniente coronel Pedro Herrera; Batallón Fernando VII (500 plazas), coronel Francisco Javier Aguilera; Batallón del Centro (500 plazas), coronel José Santos La Hera; Batallón de Voluntarios Chilotes (300 plazas), coronel Agustín Benavente. Esta unidad estaba integrada por voluntarios procedentes de Chile; Regimiento Nº 2 de Infantería (dos batallones), coronel Marrón Lombera; Regimiento Nº 1 de Cuzco (sin datos de efectivos), coronel Antonio María Rodríguez.
Artillería: 20 piezas de montaña de distinto calibre, dotadas de una considerable cantidad de munición.
Caballería: Escuadrón Escolta (Guardia de Honor), teniente coronel Francisco Olavarría; Regimiento de Cazadores (2 escuadrones), coronel Guillermo Marquieguy; Escuadrón de San Carlos (120 plazas), teniente coronel Melchor Sainz. (6)
La batalla
El Ejército Patriota ocupó posiciones en una larga lomada de varios kilómetros de extensión, situada en la parte central de la pampa de Sipe Sipe. El general Rondeau dispuso que los cerros que dominaban el desemboque del camino Tapacarí-Sipe Sipe fueran ocupados por una vanguardia, formada por el Batallón de Cazadores y 4 piezas de artillería a las órdenes del coronel Cornelio Zelaya. Rondeau estaba firmemente convencido de que el Ejército Realista no podría quebrar la resistencia que le opondría dicha vanguardia, sino a costa de grandes sacrificios, descartando por ello un rápido avance hacia el Este.
El 26 de noviembre apareció el Ejército de Pezuela por la quebrada que por el Oeste conduce al llano de Sipe Sipe. Las fuerzas de Zelaya, sacando partido de la buena posición que ocupaban, abrieron un nutrido fuego, deteniendo el avance enemigo y obligándolo a retirarse el 27 a la mañana a una legua del campo de batalla. En la tarde de ese mismo día, Pezuela resolvió insistir por la quebrada por la que se había avanzado anteriormente, empeñando un batallón por allí, en tanto otras fuerzas de infantería escalaban los escarpados cerros de Viluma, cuestión que no estaba dentro de las apreciaciones hechas por el Estado Mayor de Rondeau.
La maniobra tuvo éxito, y el grueso del Ejército Realista llevando la artillería a brazo, cruzó las alturas, y en la madrugada del 28 de noviembre la infantería española comenzó el descenso de los hasta entonces inaccesibles cerros de Viluma por su falda Sur, ante el asombro de los patriotas. Una vez en el llano, las primeras fracciones atacaron por el flanco y por la espalda de los “cazadores”, que en pocos minutos abandonaron la posición, retirándose precipitadamente hacia el Este con fuertes pérdidas. Nuevamente el Batallón de Cazadores sufrió las consecuencias de haber sido empleado desacertadamente.
Después de esta primera victoria parcial, el atacante continuó su avance, situándose a menos de media legua del Ejército Auxiliar, ya con la casi totalidad de sus fuerzas en plena pampa de Sipe Sipe.
En la madrugada del 29, luego de dos reconocimientos que personalmente efectuó Pezuela (uno durante la noche y el otro antes de la salida del sol) ordenó al Ejército desplazarse hacia el Este a efectos de colocarse en el flanco adversario. Con esta maniobra, el astuto comandante español demostraba –según la gráfica expresión de Mitre- querer repetir lo que le diera tan buen resultado en Ayohuma, es decir, “no agarrar al toro por las astas…”.
Rondeau que esperaba ser atacado desde el Este y que vio a su vanguardia fracasar, se apresuró a disponer un cambio de frente de 90º con todo el Ejército, lo suficientemente amplio para no dejar su flanco a expensas de los realistas. Los “Cazadores” de Zelaya, maltrechos y desmoralizados, recibieron la misión de proteger el movimiento y, una vez cumplida esa tarea, ocupar defensivamente la barranca del arroyo que de Este a Oeste cruza la pampa de Sipe Sipe.
El dispositivo del Ejército de Rondeau, producido el movimiento de flanco, quedó así: a la derecha de la línea, el Regimiento Nº 1 de Infantería (Patricios) con su jefe el coronel Forest; en el centro, los Regimientos Nº 7 y Nº 9 de Infantería a las órdenes del teniente coronel Vidal y del coronel Pagola respectivamente; a la izquierda, el Regimiento Nº 12 de Infantería; de reserva, el Regimiento Nº 6 de Infantería; los dos escuadrones de Granaderos comandados por Rojas y Necochea al lado opuesto; la Artillería con el sargento mayor Luna se situó entre los batallones de primera línea.
Las unidades realistas, después de ser arengadas por el brigadier Pezuela, al son de toques de clarín atacaron en el siguiente dispositivo: a la izquierda, el Regimiento Nº 2 de Infantería y los Batallones Centro y Partidarios de la misma arma, con los dos escuadrones de Cazadores Montados formando un escalón aparte a retaguardia; en el centro, una parte de la Artillería, lo que hace suponer que el resto había quedado en las montañas de Viluma; y a la derecha, los Batallones de Cazadores y Chilotes con el Escuadrón de Dragones, en el mismo dispositivo de los jinetes de ala izquierda.
Pronto el ataque se generalizó en todo el frente, desalojando los primeros infantes que lo encabezaron a los cazadores que defendían el barranco. El ala derecha (Regimiento Nº 1 de Infantería) que fue asaltada por la mejor infantería española, cedió enseguida posiciones y se replegó en desorden; el ala izquierda, violentamente irrumpida por dos batallones realistas, también abandonó la línea de combate; el centro, que al principio se mantuvo, luego se vio arrastrado por la retirada de las unidades de las alas, iniciando el movimiento retrógrado los dos batallones del Regimiento Nº 12 de Infantería; la reserva (Regimiento Nº 6 de Infantería) que recibió orden de apoyar el ala derecha, cuando avanzó para hacerlo, las tropas se desbandaron sin disparar un solo tiro y sin que la acción del adversario tuviera alguna influencia. Las únicas unidades que mantuvieron su cohesión fueron los “granaderos” y “dragones”. Necochea en el ala derecha, dio una brillante carga que contuvo parcialmente la penetración enemiga y los “dragones” de Balcarce, en el otro extremo, acuchillaron y pararon momentáneamente a los infantes enemigos.
Cuando la retirada de la Infantería patriota era total y los españoles se aprestaban para perseguirla, nuevas cargas de los escuadrones de Necochea y de Rojas en el ala derecha y de los “dragones”, ahora a las órdenes de Lamadrid, en el ala izquierda, detuvieron la persecución y posibilitaron la retirada. El propio enemigo reconoció el valor y el denuedo con que la caballería patriota se batió en Sipe Sipe, al consignar Pezuela este párrafo en una carta que remitió al Virrey de Lima, donde decía: “Fueron los enemigos batidos, pero reuniéndose siempre y perdiendo terreno palmo a palmo, con tesón y una disciplina como pueden tener las mejores tropas. Su caballería trabajó admirablemente”.
El desbande que sobrevino a la retirada asumió una proyección inusitada. Varios días después de la batalla continuaban deambulando por las sendas y caminos que conducían a Potosí y Chuquisaca los restos del Ejército Auxiliar que se batió en Sipe Sipe. Hasta Chuquisaca –distante 80 leguas del campo de la acción- llegaban los dispersos, muchos de los cuales se perdían definitivamente para el Ejército y para la causa de la libertad. Del general Rondeau no se tuvo ninguna noticia hasta doce días después de la derrota, cuando llegó a Chuquisaca acompañado sólo por sus dos ayudantes. Durante ese lapso no impartió ninguna orden a sus subordinados, ni se preocupó por la suerte que corrieron.
El general Paz, al comentar el desastre de Sipe Sipe, recuerda al general Belgrano expresando:
“¡Qué comparaciones hacíamos con esas retiradas del general Belgrano, en que, habiendo dejado tres cuartas partes de su ejército en el campo de batalla, salvaba la que le quedaba, conservando la disciplina y el honor de nuestras armas! ¡Qué comparación con aquellas espantosas fugas, en que, habiéndose salvado todo el ejército, se perdió su mayor parte por la inepcia y la más crasa incapacidad! (7)
Las pérdidas
De acuerdo con lo que asegura Mitre, el Ejército Auxiliar del Alto Perú tuvo 1.000 bajas entre muertos, heridos y prisioneros, perdiendo además una bandera –la del Regimiento Nº 7 de Infantería- nueve piezas de artillería y 1.500 fusiles. Pezuela consigna cifras mayores: 1.500 muertos, 500 prisioneros y 500 heridos. Y el general García Camba, que se distingue por la justeza de sus afirmaciones que siempre se basan en documentación seria, dice que los patriotas perdieron 2.000 hombres con el siguiente detalle: 500 muertos, 500 prisioneros y 1.000 heridos en su mayoría de bala.
El Ejército Español, por su parte, tuvo muchas menos pérdidas. De acuerdo con el informe elevado por Pezuela al Virrey de Lima, en la acción de Sipe Sipe murieron 40 hombres, llegando a 200 el número de heridos, en su mayoría por proyectiles.
Movimientos de los Ejércitos después de la batalla
El coronel Zelaya y el teniente coronel Alejandro Heredia fueron los únicos jefes que consiguieron reunir grupos de dispersos que condujeron a Chuquisaca. El primero, organizó una columna de alrededor de 400 hombres, y Heredia una de menores efectivos que llegó a destino el 18 de diciembre.
El Ejército Realista, después de una persecución que se prolongó por dos leguas, si situó nuevamente en el llano de Sipe Sipe, aprovechando sus buenas características para formar campamento, que abandonó días más tarde para dirigirse a Chuquisaca en busca de Rondeau.
Al finalizar el año, el Ejército Auxiliar, que contaba solamente con unos 1.500 hombres, tras abandonar Chuquisaca hacia donde tenía noticias marchaba Pezuela, se desplazó hacia el Sur en busca de una posición estratégica donde los refuerzos que se le enviaban desde Buenos Aires pudieran llegarle sin dificultad. Para evitarse inconvenientes no entró en Potosí, tomando el camino que corría al Este de la ciudad y pasaba por Punta-Calza-Torocalpa-Quirve y Tumusla, alcanzando Escara (a 5 leguas al Norte de Cotagaita), donde se le unió un contingente que traía de Potosí Apolinario Figueroa, gobernador de la provincia.
Rondeau pretendió hacerse fuerte en un principio en Tupiza y después en Moraya, pero el estado calamitoso de sus tropas hizo que, al solo anuncio de la aparición de la vanguardia realista, abandonara su intento y continuase la retirada hasta Humahuaca, donde se unieron al Ejército las milicias enviadas por el gobernador de Salta, Martín Miguel de Güemes, que, adelantadas a Moraya, fueron batidas por un destacamento enemigo que las dispersó.
Al llegar el Ejército a Humahuaca, se tuvo información que había llegado a Jujuy una columna de refuerzo enviada desde Buenos Aires, formada por dos regimientos de infantería y una batería de artillería de 6 cañones, muy bien instruidos y equipados, a las órdenes de los coroneles Domingo French y Juan Bautista Bustos que, después de una serie de contingencias de toda índole lograron arribar a destino. Además, el Gobierno adelantaba que llegarían nuevos refuerzos, consistentes –por ahora- en el Batallón Nº 10 de Infantería, dos escuadrones de dragones y dos compañías de infantería (granaderos).
Nunca el Ejército Auxiliar del Alto Perú había tenido tantos medios a su disposición para obtener una resonante victoria contra las armas adversarias, que en vísperas de la batalla de Sipe Sipe. No obstante ello, por una pésima conducción por parte de todos los comandos patriotas, la pampa de Sipe Sipe fue mudo testigo de uno de los mayores desastres. El Ejército de Rondeau debió abandonar el campo de batalla perdiendo un cuantioso botín, por falta absoluta de reservas morales entre los integrantes de la fuerza. No fue el denuedo del vencedor, ni las atinadas disposiciones de los jefes realistas los que triunfaron en la batalla, sino la desidia, la falta de aptitudes para el mando de Rondeau y la indisciplina y falta de cohesión de comandos y tropa.
La victoria de Viluma –según denominan los españoles a Sipe Sipe- fue festejada clamorosamente en la parte de América que aún no había conquistado la independencia, y en la Península se realizaron “Te Deums” en acción de gracias y se efectuaron fiestas como no se recordaban desde San Quintín. En realidad esta euforia era comprensible, puesto que la Corona y quienes manejaban la política en su nombre, necesitaban un triunfo de estas proporciones para acallar las críticas que se hacían al gobierno, por la forma como se conducía la guerra contra los rebeldes americanos, particularmente contra los de Buenos Aires.
Sipe Sipe constituyó un duro golpe para la integridad territorial de lo que fuera el Virreinato del Río de la Plata, pues, a partir de entonces, prácticamente se perdieron las provincias “bajas” del Sur del Alto Perú o de “arriba” para los porteños, e implícitamente la libre salida al Pacífico.
Referencias
(1) Dámaso Uriburu – Memorias- Buenos Aires (1867).
(2) José María Paz – Memorias Póstumas. Tomo I. Edición del Círculo Militar Argentino (anotada por Juan Beverina) – Buenos Aires (1924).
(3) Atilio Cornejo – Historia de Güemes – Salta (1846).
(4) José María Paz – Obra citada.
(5) Academia Nacional de la Historia – Historia de la Nación Argentina – Buenos Aires (1941).
(6) El general García de Gamba asignó un total de 4.730 hombres al Ejército Realista, consignando en general los datos aquí expuesto sobre encuadramiento en unidades.
(7) José María Paz – Obra citada.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
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Serrano, Mario Arturo – Arequito, ¿Por qué se sublevó el Ejército del Norte? – Círculo Militar – Buenos Aires (1996).
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