Urquiza el especulador

Muerte de Justo José de Urquiza en su residencia, el 11 de abril de 1870

En la proclama del 6 de noviembre, Felipe Varela hace una apelación a Urquiza, dando por sentado que éste apoya el pronunciamiento.  Es que Varela, sagazmente, incita al levantamiento del pueblo entrerriano.  Si bien es cierto que Varela vivió un tiempo con López Jordán y fue edecán de Urquiza, sería tan aventurado como incorrecto creer que el jefe montonero dependió de Urquiza o fue instrumento en algún momento, de la política de éste.  La denuncia que Elizalde le hiciera a Mitre en tal sentido, carece de fundamento y resulta totalmente falsa e intrigante, por fundarse exclusivamente en la rivalidad electoral existente entre Urquiza y Elizalde, como candidatos que eran a la presidencia.

Al producirse el levantamiento del Coronel del pueblo, el “Eco de Corrientes”, informó que: “Una carta del Paraná asegura que hoy los reaccionarios están furibundamente enojados contra el Gral. Urquiza por la cesación de los periódicos y que asegura que aquel General ha enviado al Gral. Mitre el borrador de un manifiesto en que condena terminantemente la revolución del interior”.

¿Se trató simplemente de un error de Varela, en el sentido de creer en las insinceras, o en todo caso vacilantes, promesas de Urquiza, de que apoyaría el pronunciamiento?  ¿Era, una vez más, una maniobra del entrerriano para negociar con el Banco de Londres y el Gobierno de Buenos Aires ventajas personales, a cambio de su “neutralidad”?  El rico hacendado de San José, que controlaba el Banco Entrerriano, el estanciero con mil acciones del británico “Ferrocarril Central Argentino”, tal vez pensó utilizar a Varela como había hecho con Angel Vicente Peñaloza.

Si bien el pronunciamiento del Chacho careció de un plan político y una base seria, y tenía como único punto de apoyo la heroica resistencia del caudillo al mitrismo, Urquiza capitalizó su neutralidad, con simulacros de apoyo al mismo.  Cada vez que aparentaba solidarizarse con el montonero, el Banco de Londres le compraba sus producciones de lana, huesos, cenizas, etc., y Urquiza volvía, entonces, a la “legalidad”.

Felipe Varela, en cambio, trató de incorporar a su gesta libertadora a Urquiza.  El caudillo revolucionario buscaba el apoyo entrerriano, explotando políticamente el pronunciamiento de Urquiza contra Rosas.  Sabía Varela que, de esa manera, lograría mover emotivamente a los entrerrianos contra el mitrismo.  Mitre, a su vez, “atacaba y adulaba alternativamente al pueblo de Entre Ríos y al general Urquiza”, como bien lo señalaba la prensa paraguaya (“El Semanario”).

Era necesario, entonces establecer un calculado paralelismo entre Rosas y Mitre, que resultara eficaz desde un punto de vista político, inmediato y táctico, con respecto a Entre Ríos.  No bastaba sin embargo, con la estimulación emotiva.  El proyecto resultaba coherente también, porque nuevos acontecimientos habían ocurrido en el litoral mesopotámico que facilitaban una alianza con la montonera provinciana.  En primer lugar, el fracaso total de la libre navegación de los ríos, luego la esterilidad de las medidas aparentemente proteccionistas tomadas por Urquiza.  Y por último, la sumisión y dependencia total del litoral mesopotámico, simbolizada y encarnada por Justo José, con respecto a la banca británica.

Todo este sometimiento económico financiero, encontraba su máxima expresión política en la guerra imperialista llevada a cabo contra el Paraguay.

Por eso, en realidad, la invitación revolucionaria de Varela no tenía por destinatario a Justo José de Urquiza.  Este sólo revestía en esa época, el carácter –caduco, pero significativo- de ser el portador simbólico de la bandera entrerriana.  El caudillo real, al cual estaba dirigida la invitación montonera, era Ricardo López Jordán.

López Jordán era el hombre que se había opuesto de antemano, a la guerra contra el Paraguay, y que junto con Varela, organizara el desbande de las tropas reunidas por Urquiza en Basualdo y Toledo.

Fermín Chávez, en sus investigaciones, ha probado que el levantamiento de López Jordán estaba preparado para estallar coetáneamente con el de Varela.  Sin embargo, Urquiza, que se informaba continuamente de lo que ocurría en el interior mediterráneo argentino por la correspondencia de Manuel Lucero, astuto político cordobés, impidió el levantamiento de López Jordán.

En carta de Urquiza a Emilio Conesa, de fecha 16 de febrero de 1867, aquél sostenía: “Entre tanto viene a tranquilizar mi agitado espíritu la convicción de que el carácter conciliador del Gral. Mitre, su experiencia de la vida política y el respeto que inspira la autoridad cuando se usa en discreta parsimonia, dará a la lucha la pacífica solución que conviene entre hermanos (…)”.  Entre líneas, Urquiza rogaba que Mitre tranquilizara el país, para poder ser él, Urquiza,  presidente del “orden”.  El 1º de febrero de ese año 1867, Urquiza le había escrito a Felipe Saá, pidiéndole la libertad del ex gobernador Daract, puesto en prisión por los revolucionarios.  Esa era la respuesta del caudillo, a la comunicación que once días antes, le había dirigido Carlos Juan Rodríguez y Felipe Saá, requiriéndole apoyo para la revolución y haciéndole saber el estado de la misma.  El pronunciamiento perturbaba en realidad, sus planes políticos y es obvio, sus intereses económicos, fundamentos reales, estos últimos, de la calculada política urquicista.

Al saberse la revolución varelista, José Buschental le escribiría a Julio Victorica: “Montevideo, 26 de noviembre de 1866.  Mi querido Victorica: (…)  Parece que la cosa de Cuyo amenaza de tomar cuerpo, espero que S. E. no se comprometa con esa gente. C’est trop prompt’ (…)”  (“es demasiado pronto”, aclara Urquiza en el documento, traduciendo la expresión de Buschental).  El experimentado “capitán de industria” no se equivocaba.  El general Urquiza no apoyaría a “esa gente”.  Porque no tenía “recelos” del Brasil, y efectivamente, recordaba “las glorias de Caseros”.  Este “recuerdo” constante y sus derivadas complicaciones económicas, fueron las que impidieron a Urquiza apoyar la revolución popular, como se lo manifestaría en carta a Mauá.  Se cumplía lo que éste le escribiera a Mitre con fecha 14 de diciembre de 1861: “No comprendo la conducta de la prensa de Buenos Aires contra el general Urquiza; porque es evidente que la influencia personal de este General puede ser hábilmente aprovechada para comprimir y modificar completamente el elemento “gaucho”, y es positivo que si se le “dirige bien” y es convenientemente aconsejado, puede ser instrumento vigoroso para dar vigor al funcionamiento de las instituciones”.

El 9 de diciembre de 1867, Urquiza le escribirá a José León a Córdoba, para que “descubra la conspiración que se hace en su nombre”; el 10 del mismo mes y año se dirige a Manuel Lucero, pidiéndole cautela, para que no se comprometa con “mashorqueros y salvajes”; el 3 de marzo de 1868, Urquiza se cartea con Tomás Armstrong, disculpándose por no haber pagado puntualmente los vencimientos de sus cuotas en el Ferrocarril Central Argentino; el 25 de marzo le escribe a Antonio Taboada, refiriéndose a la necesaria “pacificación” que debe reinar en el país y a la “simpatía que tiene por sus ideas políticas”.  Estas cuatro cartas, bastarían para revisar totalmente la figura oblicua de Urquiza, su pensamiento de clase acerca de la montonera estrechamente ligado a sus compromisos económicos y políticos, que en los momentos decisivos siempre lo volcaron hacia el lado de Buenos Aires contra el país.

Nada más revelador, para comprender su actitud hacia el interior provinciano, que analizar el papel cumplido por el “Ferrocarril Central Argentino” –del cual él fuera principal accionista e impulsor- en relación al mercado interno.  El ferrocarril debía avanzar de Rosario hacia Córdoba, ciudad esta última, que desde la época virreinal, era el centro de todas las comunicaciones del interior provinciano.  Por eso, el “manco” Paz, en 1829, no había vacilado, como buen estratega que era, en ocuparla militarmente.  Mitre le escribiría, precisamente a Elizalde, respecto a Córdoba: “Los recursos que la Aduana de Rosario ha de producir, se han de aplicar a objetos nacionales, es decir de la revolución, incluso gastos del Ejército de Buenos Aires, considerado como ejército libertador.  Pero la aduana de Rosario apenas pagará sus gastos mientras no abramos los caminos comerciales y por ello mi empeño en dominar a Córdoba”.  También Mr. Wheelright insistiría en los oficios dirigidos al gobierno en hacer resaltar la importancia de Córdoba, como centro de comunicaciones.

Los accionistas entre los que se encontraba Otto Bemberg y Cía. –uno de cuyos integrantes sería nombrado cónsul argentino en París-, sabía perfectamente que la función del ferrocarril sería muy distinta a la esperada por los provincianos mediterráneos.

El ferrocarril avanzaba lentamente.  Al comenzar la guerra contra el Paraguay, se había construido el tramo Rosario-Las Tortuguitas.  Ya era “útil”, por de pronto, para trasladar a los contingentes de “voluntarios” hasta su muerte en tierra paraguaya.  A pesar de los agudos informes técnicos adversos, como el de Kurt Lindmark –autor que no pudiera consultar Raúl Scalabrini Ortiz- se seguía utilizando “capital extranjero”, para la construcción de un ferrocarril que debía y podía ser nacional.  Sarmiento le diría a Posse, en carta de 5 de abril de 1866: “Llevado del celo del bien, y entrando esto en mis instrucciones, pasé una nota al Ministro de Gobierno de cuatro renglones indicando la idea. Me contestó una de los pliegos de polémica, para probar, que él se lo debía y que las leyes de los Estados Unidos le habían servido de modelo, al dar la línea de Córdoba a Rosario toda entera a una compañía extranjera”.

Sarmiento no objetaba la entrega, y en su momento la completaría y complementaría.

Los compromisos de Urquiza, que eran los de la clase ganadera del litoral mesopotámico, no podían ser afectados por las necesidades del mercado interno provinciano.  Había que colocar la producción inglesa allí, en el interior.  Ese era el “obsequio” que se le debía realizar a nuestro único comprador de productos ganaderos.  Urquiza trataba de aparecer, como encarnando el “orden” y la “pacificación”.  Buscaba lograr de ese modo, una especie de síntesis o integración, entre “mashorqueros” y “salvajes unitarios”.  Con la cabeza puesta en la presidencia, los pies apoyados en el ferrocarril y las manos atesorando sus riquezas ganaderas, Justo José de Urquiza encarnaba la más perfecta imagen del especulador.

En julio de 1867, al aproximarse las fechas electorales, preocupado por la campaña de Felipe Varela, envía a su secretario Victorica a entrevistarlo.  El Dr. Victorica hace el penoso camino hasta Santa Cruz de la Sierra, de allí a Chuquisaca y por último, previo paso por Atacama, llega a Antofagasta.  El secretario de Urquiza trata de convencer a Varela que debe desistir de su campaña revolucionaria.  Pero el jefe montonero, advertirá perfectamente, que nada puede esperar del viejo servidor del Brasil, y rechazará indignado los ofrecimientos del especulador.

Urquiza, fracasada la misión encomendada a Victorica, afectado por la insurrección montonera, sostendrá el 11 de febrero de 1868, cuando se enfrentaba con Rufino de Elizalde, como candidato a la presidencia: “Varela y su montonera, producto legítimo de los excesos del poder y de una política bastarda, jamás pudo ser para nadie, la expresión o el agente de mis ideas.  La mejor prueba era que él abusaba de mi nombre, sin que ningún hecho mío lo autorizase.  Los que han abusado del nombre de Dios y de la Religión para explotar a las masas crédulas, tienen tanta razón para ser creídos como la que ha tenido Varela, si sus bandas se entregaban a la disolución o el pillaje (…).  Usted ha tenido ocasión de conocer mis sentimientos personalmente.  Mi Patria sabe que soy hombre de principios y no de partido, y menos de montonera.  Jamás las he tolerado siquiera.  Reprobé todas las que se lanzaron a Buenos Aires en tiempo de su rebelión contra la República (…)  Mi deferencia hasta con los enemigos que me insultaban, mi respecto al gobierno que surgió de la preponderancia de mis enemigos (…)  ¿No bastaban a salvarme de la imputación absurda de alentar una lucha como la que ha hecho Varela? (…)  ¿A qué amigo de los que tengo en las provincias he escrito sin condenar semejante esfuerzos tan estériles como dolorosos y desacreditadores para el país? (…)  Y la autoridad tenía una prueba de mi admiración (…) esa prueba que aludo es la guerra con el Paraguay (…)  La guerra estalló, el Presidente solicitó mi concurso, y se lo presté arrastrando forzadamente a un pueblo, para quien esa lucha era terriblemente antipática (…)  No; yo no he alentado esa lucha desordenada; por el contrario, he hecho esfuerzos poderosos por salvar al litoral de comprometerse en ella, y de ello se hace por otros un crimen”.

Este era el pensamiento de Urquiza acerca de Varela y de la guerra imperialista.  El condenaba a la montonera, es decir, a las clases provincianas oprimidas, que se levantaban en combate, por su subsistencia.  Presionado por su mala conciencia, Justo José de Urquiza le escribía a Juan Eastman, en enero 15 de 1869: “Ahí tiene V. a Coronado, mi víctima.  Después de colmarlo de beneficios, fue desleal, porque decía que yo me había vendido a los enemigos del país que gobernaban Buenos Aires”.

Tiempo después de la muerte de Urquiza, José Hernández sostendría: “Urquiza, era el Gobernador tirano de Entre Ríos, pero era más que todo, el Jefe Traidor del Gran partido Federal, y su muerte mil veces merecida, es una justicia tremenda y ejemplar del partido otras tantas veces sacrificado y vendido por él.  La reacción del partido debía por lo tanto iniciarse por un acto de moral política, como era el justo castigo del Jefe Traidor”.

Por eso, para poder llevar a cabo Ricardo López Jordán, el último pronunciamiento montonero de significación de la historia argentina, la expiación debía precederlo.  Los hombres de Simón Luengo, que entraron a detener a Urquiza, al matarlo, vengaban a los montoneros sacrificados en la grandiosa lucha por nuestra liberación obscurecida por la historiografía infame de los vencedores, que no en vano han convertido a Urquiza, un provinciano como Sarmiento, traidor a las provincias, en prócer esplendente. (1)

Referencia

(1) La referencia al “Eco de Corrientes”, en Chávez Fermín, “Vida y Muerte de López Jordán”.  En 1868, Urquiza tenía, según los cálculos de Burton, 200.000 ovejas y 800.000 cabezas de ganado, estimándose el valor en 8 pesos fuertes la cabeza.  Que Urquiza era accionista del Ferrocarril Central Argentino, al igual que Otto Bemberg y Cía.  Cfr. Carrasco E., “Anales de Rosario”, página 622 y Archivo General de la Nación, Archivo Urquiza.

Fuente

Peña, R. O. y Duhalde. E. – Felipe Varela – Schapire editor – Buenos Aires (1975).

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