Dolores Díaz, la montonera, había acompañado a Felipe Varela desde el comienzo de sus campañas. De ella dice Dardo de la Vega Díaz: “La mujer fue una partícipe activísima en la lucha montonera. Se olvidó que era hermana, esposa o madre de los combatientes y echó leña a la hoguera, vestal impenitente. La venció el instinto de libertad y le endulzó sus dolores la sola esperanza de triunfo (…) Dolores Díaz, montonera empedernida, preparó revoluciones, atemorizó gobiernos y el general Taboada la confinó en El Bracho. La tranquilidad de un ejército y la duración de un sistema exigía su deportación”.
Al llegar la montonera al Pozo de Vargas (10 de abril de 1867) fue recibida por el fuego del ejército de línea. Una tras otra durante siete horas se sucedieron las cargas de los gauchos a lanza seca contra la imbatible posición parapetada de los cañones y rifles de Taboada. En una de esas Varela, siempre el primero en cargar, cayó con su caballo muerto junto al pozo. Al verlo, Dolores Díaz se arrojó con su caballo en medio de la refriega para salvar a su jefe. En ancas de la Tigra el caudillo escapó a la muerte.
Dolores Díaz es capturada después de la batalla del Pozo de Vargas (10 de abril de 1867), junto a Dolores Andrade, Fulgencia de Contreras, Dolores de Vargas y otras mujeres que son alojadas en “La Viuda”, a raíz del peligro que significaba su presencia para la “tranquilidad” del oligarca gobernador de La Rioja. Al respecto, nada más elocuente que transcribir la nota que el mismo Taboada le dirigiera al Juez Federal de La Rioja que había reclamado la libertad de las “desterradas” en “El Bracho”: “General en jefe del Ejército del Norte – Cuartel General Catamarca, Febrero 7 de 1868. Al señor juez de sección de La Rioja, doctor Natanael Morcillo: Contesto a la nota fecha 26 del ppdo., que V. S. se ha servido dirigirme, reclamando a Dolores Díaz (a) “La tigra”, que fue confinada por disposición del Cuartel general, a la frontera de Santiago, por el tiempo suficiente para que su presencia en La Rioja no fuese peligrosa al orden nacional (…). La mencionada Dolores Díaz y cinco mujeres más, fueron confinadas a Santiago del Estero, no han sido sujetas a juicio, ni han sufrido la aplicación mínima de pena, pues solo a V. S. corresponde esta atribución; ellas han sido simplemente trasladadas de un punto a otro de la República, en obsequio de la tranquilidad y del orden de una de sus provincias más azotadas por el vandalaje, a cuyo frente ha figurado más de una vez esa mujer, en los robos y salteos que han tenido lugar en la ciudad de La Rioja.
“Sabedor de que Dolores Díaz y sus compañeras de la hez de la población de La Rioja, a la que pertenecía la primera, eran, puede decirse, el alma de la montonera, con cuyos robos y saqueos traficaban, contribuyendo con su consejo y su palabra a fomentar los hábitos perversos de los gauchos que formaban la montonera de Varela, resolví extrañarla del teatro de sus excesos por un tiempo determinado, hasta que, como hemos dicho antes, el orden y la tranquilidad se afianzara sólidamente en La Rioja.
“(…) He dispuesto anteriormente que todas ellas pueden regresar libremente a esa provincia, donde V.S. puede proceder al enjuiciamiento y castigo de los delitos porque hay proceso. General Antonino Taboada”.
Dolores Días, la Tigra, como Encarnación Ezcurra o Victoria Romero, la Chacha, luchaban políticamente codo a codo con sus hombres. Otra mujer de coraje, Elisa Lynch, se batía mientras tanto en tierra paraguaya al lado de su caudillo, Francisco Solano López.
Muchas eran las mujeres que se involucraban en política. Las de clase baja podían participar en formas más masivas y, al parecer, más espontáneas. Durante el sitio de los montoneros a la ciudad de La Rioja en 1862, por ejemplo, las sirvientas de las casas (decentes), las mujeres del pueblo que siempre se identifican con la gente de su propia clase… llevaban las noticias más detalladas al enemigo (los montoneros)… y sólo traían (a los sitiados unitarios) noticias desmoralizantes y, a propósito, sólo para hacerles perder toda esperanza. Por eso se prohibió la entrada de mujeres a los cuarteles (unitarios). Más aún, cuando la comida escaseó en la ciudad, las mujeres que solían vender pan en las calles tenían marcadas simpatías por los sitiadores, sólo daban a los montoneros su “preciosa carga”. En otro caso, durante la rebelión de Varela, una sirvienta vinculada con una “casa decente” fue a los cuarteles de la montonera e informó a los líderes federales dónde había escondido sus bienes un comerciante acomodado, facilitando así su confiscación.
Mujeres que se transforman en símbolos de coraje americano y que serían atacadas al torpe nivel de falsas anécdotas sexuales por las “damas” de la oligarquía.
No sabemos el fin de “la Tigra”, ni si hubo un hombre que la adecentara, pero mujeres como ella fueron las que años después recorrieron los pedregales luchando en igual forma contra los indios a los que se les iría a despojar de sus tierras, de sus familias y de sus creencias. Pero esa es la epopeya de las soldaderas, las milicas y las fortineras, que casi la mayoría tenía sangre india.
Fuente
De la Fuente, Ariel – Los hijos de Facundo – Ed. Prometeo – Buenos Aires (2007).
Dillon, Susana – Las locas del camino – Río Cuarto (2005).
Peña, R. O. y Duhalde. E. – Felipe Varela – Schapire editor – Buenos Aires (1975).
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