Hacia fines de 1866, cuando ya han penetrado en Los Llanos, a través de Córdoba, los montoneros de Ramón Flores, el gobernador mitrista de La Rioja, San Román, envía a su lugarteniente Linares a Chilecito, en observación, ante la amenaza de que Varela tome los departamentos de Guandacol y Vinchina (La Rioja).
Mientras tanto la revolución colorada varelista, ya está asegurada en Mendoza, a raíz de la derrota sufrida por las fuerzas porteñistas en San Rafael. El coronel Juan de Dios Videla entra en San Juan, llevando como Jefe de Estado Mayor de su ejército, al coronel Manuel J. de Olascoaga. Tiene a Pedro Viñas y al coronel Feliciano Ayala, al mando de las bravas divisiones mendocinas y puntanas. Son estos hombres los que han “desnacionalizado” la aduana de Mendoza.
Combate de la Rinconada del Pocito
Campos, mitrista que ha acudido para ayudar al gobernador de San Juan, es derrotado totalmente por los montoneros en la Rinconada del Pocito, el 5 de enero de 1867. El triunfo enardece a los revolucionarios.
Juan de Dios Videla le escribe al gobernador revolucionario de Mendoza, el mismo día de la victoria: “Como le anuncié ayer que hoy marchaba sobre el enemigo, lo ejecuté y después de una penosa trasnochada, llegué al campo de honor y a pesar de la tenaz resistencia del enemigo en sus fortificaciones, lo rechacé con la caballería y lo flanqueé con la infantería, siendo el resultado dejar en nuestro poder 600 prisioneros y están llegando más; muchos muertos, la artillería. Un sin número de carros, pertrechos de guerra y todas sus caballadas, armamentos, etc. Es tan completo el triunfo que nada nos deja que desear. Mañana tendré el gusto de pasarle el parte circunstanciado. Felicito a Ud. y a los amigos de la causa y ordene a su compadre y amigo”.
La división de Viñas irrumpe al galope en la ciudad de San Juan al grito de “¡Viva la Federación! ¡Mueran los salvajes unitarios!.
La montonera domina Cuyo, y amenaza extenderse por todo el país. En el norte, Rufino Castro Boedo, hermano del revolucionario Emilio, que residía en Chile, se ha trasladado desde Copiapó hasta Salta, en diciembre de 1866. Lo acompaña el caudillo Isauro Argüello, quien se queda en el cantón de Antofagasta (Bolivia), infundiendo disciplina a algunas fuerzas y proveyendo armas y dinero. Rufino llegará a ser teniente coronel del ejército de Varela, y como tal peleará en Pozo de Vargas, será capturado el 11 de abril de 1867 en el Rodeo, y condenado por los tribunales de la oligarquía, a cuatro años de destierro y mil pesos fuertes de multa. Los “jueces” no ignoraban la importancia que había tenido su participación en el levantamiento.
La actividad de Rufino Castro Boedo, surtía efecto. En febrero de 1867 se subleva una compañía de milicias de Copacabana, que depone al comandante Remigio Contreras, y se pasa a las órdenes de Severo Chumbita, quien reúne todas las fuerzas en Los Sauces (La Rioja). Se van preparando para la gran batalla de Tinogasta (Catamarca).
La tierra parece conmoverse. América en armas y de a caballo, se ha puesto en pie de guerra para rechazar al extranjero y sus servidores.
Felipe Varela está en Jáchal, organizando el despliegue táctico de las fuerzas. Se suceden las visitas y consultas de todos los jefes en su cuartel general.
Ingerencia británica
Mientras tanto, en Buenos Aires cunde el pánico. Se habla del inminente arribo de los montoneros a la ciudad. El agente de S.M.B., Mr. G. B. Mathew, escribe a Lord Stanley preocupado, el 27 de enero de 1867: “…En la frontera de la Provincia de La Rioja, un refugiado político del partido federal, el coronel Felipe Varela, ha cruzado la montaña desde Chile con 200 ó 300 hombres y se dice que ha recibido armas allí; y aunque ha sido momentáneamente rechazado, amenaza con dominar todo el país”.
El mismo día en que escribía esta carta al Foreign Office, Mr. Mathew entrevistaba al Ministro de Relaciones Exteriores, Rufino de Elizalde, y le ofrecía el apoyo total de Inglaterra contra la revolución de Felipe Varela. Elizalde le notificará a su vez de inmediato la gravísima situación a Mitre, quien se encontraba en campaña: “El Ministro Inglés me ha hecho los mayores ofrecimientos en una carta diciéndome que lo avise a V.”. Bartolomé Mitre le contestaría desde el Cuartel General de Tuyutí: “En una de sus últimas recibidas por el anterior vapor me instruía V. de los obligantes ofrecimientos que había hecho al Gobierno S.E. el Ministro Británico Caballero Mathew, con motivo de la rebelión ocurrida en la Provincia de Cuyo. Me ha impresionado agradablemente tan noble proceder que a la vez que testifica la cordialidad de nuestras relaciones con la Gran Bretaña revela elocuentemente la amistad y simpatía que profesa a la administración argentina el ilustrado caballero Mathew”.
Una inquietud generalizada, rayana en el terror, había invadido a la oligarquía porteña, cada vez más ligada a los intereses británicos. Un autor inglés afirmaba satisfecho en esa época: “La colonización inglesa de los países del Plata se está extendiendo rápidamente, al igual que el capital inglés, que es invertido allí en grandes cantidades”. Pero el sobresalto porteñista ante la montonera también se extendía vertiginosamente. Como signo inequívoco de la acuciante situación estaban allí esos jóvenes “nacionalistas” de la aristocracia, cavando trincheras y fosos en las calles de la ciudad, que debían “resguardarlos” de las huestes revolucionarias.
La relación con Inglaterra no era precisamente precaria. De allí el interés auténtico de Mr. Mathew de ofrecer “protección total”. La expansión de la “industria” de la carne, hacía depender a la clase ganadera cada vez en mayor grado del mercado británico y esta sumisión económica, a su vez, la llevaba a entregar todos los resortes de la economía nacional al capital financiero de aquella “nacionalidad”.
El 1º de octubre de 1866, dos meses antes del pronunciamiento del coronel criollo, se había sancionado la ley 206, promulgada el 4 del mismo mes. Por medio de esa ley, se establecía que a partir del 25 de mayo de 1867 (hasta se recurría en forma desvergonzada a una fecha patriótica) “quedaban a cargo de la Nación, las siguientes deudas, comprendidas en la garantía acordada a la provincia de Buenos Aires; 1ª) El empréstito inglés (es decir la deuda con Baring Brothers), 2ª) Los veinte millones de fondos públicos creados por la ley del 5 de mayo de 1859 (en poder originariamente de Mauá y luego de Rothschild en Londres), 3ª Los veinticuatro millones de fondos públicos creados por la ley del 8 de junio de 1861” (en las mismas garras financieras que los anteriores). En los artículos siguientes se advertía, que para poder pagar la deuda, se irían incluyendo en el presupuesto las sumas necesarias a tal efecto. Lo cual, por supuesto no se cumplió jamás y cayó sobre las provincias la obligación de condonar la deuda contraída por Buenos Aires para desmantelar la economía de los estados interiores.
El Imperio Británico, como siempre, sabía lo que hacía. “Nacionalizando” una deuda de origen “rivadaviano-urquicista”, gracias el “esfuerzo” de Mitre, Su Majestad Británica pasaba a controlar totalmente las finanzas públicas de las provincias argentinas. Al igual que cuando Rivadavia intentó nacionalizar la deuda inglesa, al crear Bartolomé Mitre el Crédito Público Nacional, las provincias se levantaron en montonera. Pero afortunadamente para la patria, no todo en Buenos Aires era entreguismo y saqueo de la nacionalidad.
Un día antes que Mr. Mathew escribiera alarmado al F. O., Ignacia Gómez, condensaba el pensamiento de la intelectualidad con sentido nacional de la ciudad, manifestándole a Alberdi, en carta dirigida a París que: “los montoneros de Varela, eran el ancla de salvación”.
Inglaterra lo comprendía perfectamente. Tampoco ignoraba que la revolución varelista amenazaba no sólo la estabilidad del gobierno de Mitre, sino también el proyecto preparado en la City, en relación al Paraguay. La “Triple Alianza”, creada sobre la base de la experiencia de su homónima contra México, preparada tan cuidadosamente por el Foreign Office, corría el peligro de malograrse. Guillermo Rawson, ministro de Mitre, lo ratificaba en carta del 19 de enero de 1867, dirigida al gobernador de Santiago: “La rebelión que ahora se levanta, tiene por primer resultado distraer una parte de los sacrificios populares del único objeto al que todos ellos deben consagrarse; la rebelión, pues, presta el mayor auxilio que puede prestarse al enemigo, y lo hace a sabiendas y con ese declarado objeto. Combatir la rebelión es combatir al Paraguay en nuestro propio suelo, puesto que así, desarmando y castigando a los rebeldes, destruimos uno de los más eficaces apoyos del enemigo común”.
Su dependencia económica como clase social, hizo de la oligarquía portuaria una servil realizadora de los planes de expansión británicos. Un hombre complicado muy de cerca con esa estructura de clase, Héctor Varela, lo expresaría claramente, en carta a Rufino de Elizalde, escrita desde Buenos Aires el 15 de junio de 1865: “En esta alianza, anticipada tiempo ha por la lógica inflexible de los pueblos (…)”. Si bien era absolutamente falso, que “voluntad” popular alguna hubiese consagrado la Alianza, era exacto, en cambio, que una “lógica inflexible” había llevado a Mitre a suscribirla.
Esa “lógica” era la del ciclo cumplido por la clase ganadera, con respecto al mercado mundial. “Inflexible” era el destino político que el F. O. imponía a la clase terrateniente productora de vacas.
El Coronel del Pueblo lo sabía. También la historiografía supo del origen siniestro de la Alianza imperialista. Por eso trataría vanamente de silenciar su verdadera causa, su génesis, su fecha, y su significado.
Para llevar a cabo los propósitos buscados por la diplomacia británica, relativos a la destrucción del Paraguay, Mitre buscaría apoyarse en “tierra firme”.
Una tierra firme custodiada por la británica y simbólica figura del “caballero” Geoffrey Buckley Mathew.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Peña, R. O. y Duhalde. E. – Felipe Varela – Schapire editor – Buenos Aires (1975).
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