El 4 de setiembre de 1866, Juan Bautista Alberdi, desde su residencia europea le escribía al paraguayo Gregorio Benítez: “El movimiento de las provincias argentinas parece ir más vivo y general de lo que me creí, y algunas cartas de Chile, contienen signos de que algo hace allí de conexo con esos movimientos”. La revolución superaba lo previsto por el ideólogo.
El 14 de julio de 1866, Simón Luengo, “uno de los más audaces, activos y tozudos lugarteniente del Chacho”, promotor de la revolución cordobesa de 1860 contra Mariano Fragueiro –gobernador mal visto por los federales- y de la del 63 contra el Gral. Posse, encabeza el pronunciamiento montonero de Córdoba. Toman los revolucionarios el gobierno, y Luengo es designado Comandante General de Armas. Luque es gobernador. La primera medida de Luengo fue enviar un emisario a Urquiza, pero el entrerriano desautorizó el pronunciamiento.
Carlos J. Rodríguez, a quien la revolución de Mendoza ha designado gobernador, es amigo de Simón Luengo. Nacido en San Luis en 1831, pasa al tiempo a Chile, en donde se recibe de abogado. Secretario de Pablo Lucero, gobernador de San Luis, lo acompaña durante la firma del Acuerdo de San Nicolás. En 1857 es consejero de gobierno de aquella provincia, y juez en lo civil. En 1858 asciende a presidente del Supremo Tribunal de Justicia. Un año después ocupa el ministerio general. Al ser vencida la revolución varelista, es desterrado a Chile hasta 1878, año en que regresa a San Luis y abre su estudio jurídico. En 1880 es designado nuevamente Presidente del Superior Tribunal de Justicia, muriendo en 1892.
Para estos hombres, la “Carta de la Hacienda de Figueroa”, sería el programa político objetivo, no consciente, aunque en algunos casos era considerada explícitamente como tal. Así por ejemplo, en plena revolución montonera, Juan Manuel de Rosas le escribe a Josefa Gómez: “…Nuestro fiel y digno amigo, el Señor José María Roxas y Patrón, me ha escrito haberle dicho nuestro fiel y antiguo amigo el Señor Coronel Durán “que cuanto había pasado, estaba pasando y vendría, estaba predicho en la arenga de Su Excelencia el Señor General Rosas al recibirse del mando, y en la carta al Señor General Quiroga”.
El “Sistema Americano” incluido como programa concreto en la política de Rosas, sería asumido por los integrantes de la “Unión Americana”. Al respecto, el 6 de enero de 1863, Juan Bautista Alberdi, le escribía a Juan María Gutiérrez: “… Mil y mil gracias por el nuevo documento argentino sobre el tratado dicho continental, que según la letra del sobre, veo que han agravado la mala posición del ministro peruano más que lo que se lo figura él, por el halago de las concesiones banales, que el gobierno argentino ha tenido que hacer a los resabios del americanismo de Rosas: americanismo, de simple táctica, con el cual no está de acuerdo el mismo Rosas hoy día. No importa nada esas concesiones; el gobierno ha triunfado en el hecho de que de quedarse abstinente y ajeno a esa liga imprudente, inútil y ridícula”.
A diferencia de Alberdi, alejado de su patria y carente de perspectiva, los hombres nacionales de Buenos Aires no permanecían ajenos al movimiento. El periódico “La Estafeta”, publicación comercial y de “avisos”, cambia su nombre por el de: “La Unión Americana”. Su director es Wenceslao de Lafforest, y su propietario el Sr. Borel. En el editorial del primer número sostenían: “La Unión Americana expresa en sus dos palabras todo un pensamiento y ese pensamiento encierra en sí el más bello propósito que unos verdaderos republicanos hayan podido concebir. La Unión Americana es en sí un programa y en ella como ya lo tenemos anunciado, hablaremos al pueblo un lenguaje franco y sin rodeos, verdadera expresión de hombres que miran como primer y santo deber: la dicha y gloria del país, y el triunfo de los principios Republicanos”.
Cuatro meses después, se producía el pronunciamiento “revolucionario” en Buenos Aires, de Eduardo Conesa y su grupo, que acabaría rápidamente con la detención de los complotados. Si bien no pertenecían al mismo los hombres de la “Unión Americana”, ya que se trataba de una “revolución” incitada por Urquiza, en la proclama publicada por “El Inválido Argentino”, del 10 de febrero de 1867, decían los hombres de Conesa: “… Alzamos pues nuestras armas contra el Gobierno de los Mitre, los Paz, los Elizaldes, los Rawson, los Alsina y otras raquíticas entidades, porque en ellos vemos representada la tiranía que rechazamos, la traición a la Patria, la infamia, la degradación y la negación absoluta de todo lo que constituye nuestra personalidad política”.
Los montoneros provincianos y los intelectuales nacionales, todos coincidían en uno de los principios fundamentales de la “Unión Americana”: predicar la necesaria alianza con el Paraguay. También en esto el pensamiento de Rosas resultaba aleccionador. El 5 de agosto de 1868, Juan Manuel le escribía a Josefa Gómez: “… Siempre creí acabaríamos por la alianza natural con los paraguayos”.
Todos estos principios se difundirían de hecho merced a Varela y sus hombres. El historiador prusiano Schneider, diría por ello con acierto: “El General Varela era el alma de todas las revoluciones”.
Y con Felipe Varela, un conjunto de valientes con sentido americano, entre los cuales se destacaba el montonero Francisco Clavero.
Fuente
Peña, R. O. y Duhalde. E. – Felipe Varela – Schapire editor – Buenos Aires (1975).
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