Felipe Varela se presentaba en la lucha como defensor y representante de la “Unión Americana”. Todas sus banderas y el “Manifiesto” publicado en Potosí, sostenían los principios de unidad americana. Estos principios se habían elaborado primariamente, a raíz de la agresión yanqui a Nicaragua en 1856, con motivo de la cual había resurgido la antigua idea bolivariana de realizar un Congreso Americano. Pero al ser derrotado en mayo de 1857 el agresor William Walker, por el “Ejército Unido Panameño”, la idea del Congreso quedó postergada, aunque latente potencialmente. Ahora bien, al producirse el ataque a Santo Domingo, primero, y después a México, volvió a sentirse la necesidad, entre otras, de convocar a un Congreso. Esos hombres con sentido americano entendían, con singular claridad política, que “la guerra a México es el preludio de una guerra al continente Sud-Americano, es el amago de muerte a las repúblicas democráticas”.
El Congreso renacía vigorosamente como organización dinámica y combativa, bajo los principios de la “Unión Americana”. Las ideas que motivaban su convocatoria eran: “La demostración de la necesidad imperiosa en que se hallan todos los Estados hispano-americanos de celebrar su Congreso general, necesidad fundada en sus respectivas situaciones actuales, tanto con relación a las potencias europeas, cuanto con la relación recíproca en que se encuentran los unos respecto de los otros”. La determinación de lo que debía ocurrir en ese Congreso era clara: “La revolución americana verdadero exordio de la revolución social e industrial de que se trata, apenas hizo otra cosa que echar abajo un viejo edificio gótico. Resta pues ahora levantar en su lugar el nuevo que debe reemplazarlo”.
Los congresales debían acordar en dónde se reunirían, y si debían intervenir en las asambleas los gabinetes de Washington y Brasil, los que en última instancia no serían invitados, demostración evidente de la autonomía del movimiento.
Los objetivos que el Congreso debía llevar a cabo, eran: 1º) Alianza defensiva de los Estados Americanos contra la ambición extranjera. 2º) Arreglos de comercio y navegación con el viejo mundo. 3º) Tratados de paz perpetuos entre los Estados de América, con garantías recíprocas de sus respectivas nacionalidades. 4º) Deslindes territoriales, que pongan término a cuestiones pendientes, garantías recíprocas que igualmente deben prestarse sobre la integridad de sus territorios. 5º) Arreglo interior de comercio y navegación entre dichos estados americanos basados en principios de mutua conveniencia y formación de un código marítimo. 6º) Protección a la industria.
No sería solamente la idea de convocar a un Congreso, la que animaría a los espíritus americanos. Inmediatamente se buscó institucionalizar en forma efectiva y revolucionaria aquel sentimiento, en todos los países.
Se crearon sociedades de la “Unión Americana”, y en cada lugar, con igual claridad de propósitos. Al fundarse la filial de Cochabamba, Bolivia, en 1863, rememorando el triunfo de México del año anterior, José M. de la Pera sostuvo: “Pero no es la guerra de México el principal ni el único fin de la Unión: hay otro igualmente grande, que es inmediato, permanente y trascendental. Es el gran Concierto Americano para procurar el desarrollo, el progreso, bienestar general, y llenar los altos destinos que Dios ha confiado a América”. Y al inaugurarse el 8 de febrero de 1863, la filial de Sucre, uno de los integrantes afirmó que “vivían pues no sólo para su patria natal, para su nacionalidad boliviana, sino también para la nacionalidad mejicana en especial y para la gran nacionalidad americana en general; y esta trinidad de sentimientos confundida en una sola unidad americana, bien merece llamarse una triple vida”.
Ese mismo día los hombres de Sucre recordaban que el gabinete de Lima había sido el primero en protestar por la anexión de Haití por parte de España. Y que ese mismo gabinete se había dirigido al de Bolivia, al igual que al resto de gabinetes americanos, en noviembre de 1861, protestando contra “La Triple Alianza contra México”. Asimismo se rememoraba con orgullo, que había sido el Supremo Gobierno de Bolivia, en diciembre de 1861 el que había propuesto, bajo el Ministerio de Macedonio Salinas, la reunión del Congreso Continental Americano, en contestación a la nota del canciller peruano José Favio Melgar.
Era el mismo orgullo americano el que se complacía en recordar que Manuel María Caballero, Nicolás Matienzo y Fermín Merizalde, al felicitar a Crespín Medina, presidente de Bolivia, y lo invitaba a presidir una asociación, que debía promover en ese año 1862, “la unidad hispano americana”. Esto ocurría cuando se ignoraba que ya en abril de ese año se había instalado la “Sociedad de Unión Americana” en Valparaíso, la que cursaba posteriormente sendas invitaciones a Bolivia y al resto de los países hispanoamericanos.
Por existir realmente ese espíritu americano, los gobiernos populares aceptaron la invitación que se les formulara, de participar en el Congreso Continental. La República del Paraguay contestaría el 30 de junio de 1862: “El Gobierno del Paraguay reconoce el sentimiento americano que inspiró a los gobiernos contratantes la celebración de aquel pacto (el tratado continental) y considera que el espíritu de sus estipulaciones como conservador de la independencia, soberanía y dignidad de las Naciones y de sus Gobiernos, y como propio a garantizar y consolidar las relaciones de amistad y mutua consideración, y reconoce también toda la necesidad que siente la América independiente por la realización de un pensamiento semejante”.
Sólo el Gobierno de Mitre eludiría ese sentimiento americanista. Por eso sería repudiado por las masas populares. Al inaugurarse la sociedad de la “Unión Americana” en Sucre, y elevarse al tope de los mástiles, los pabellones de las naciones americanas, alguien sugirió “poner el argentino enlutado”, “con un crespón negro”, por “haberse negado el gabinete mitrista a participar de la Alianza Continental”. Alguna otra voz indignada se hizo oír sosteniendo que, directamente, no debía ponerse el pabellón argentino. Sin embargo triunfó la primera sugerencia, ya que la mayoría sostuvo que la posición mitrista “sólo podía ser la opinión del gobierno, pero no la del pueblo argentino”. Esta nítida distinción, que diferenciaba al pueblo argentino, de su gobierno servil y antiamericano, sería recordada por la “Comisión del Congreso Paraguayo sobre los asuntos concernientes a la política internacional del Paraguay”, en su dictamen del 17 de mayo de 1865. A juicio de la misma, todo el conflicto bélico era el resultado de las maquinaciones porteñistas, “porque lejos está de la mente de esta Comisión, el confundir al pueblo argentino con esa fracción demagógica de Buenos Aires”. Las proclamas de Francisco Solano López recogerían también, la acertada diferenciación.
Los hombres de la “Unión Americana” en Sucre, que bregaban por la “Federación de los Estados Americanos” sostenían que “la cuestión de México, esa cuestión que de financiera en su origen ha llegado a bastardearse y acaba de rayar en una guerra nacional de independencia, es el acontecimiento extraño que tiene parada la tensión del mundo”.
La respuesta americana era ese conjunto de “sociedades” que se extendía desde México, Quito, Cuzco, Arequipa, Lima, Potosí, Sucre, Valparaíso, La Serena, Copiapó, Quillota, Montevideo, hasta Buenos Aires.
A Mitre y los suyos le advertían: “Y al que tuviera la imprudencia de imitar la efímera negativa del Gabinete del Sr. Mitre, no haría otra cosa que provocar su pronta caída; vendrían los obstáculos de las potencias tras-atlánticas: pero nada tiene que ver la Europa en el arreglo de ajenos negocios; ni los Estados del Nuevo Mundo están bajo la tutela de las testas coronadas del Viejo Mundo”.
La prensa paraguaya recordaría el 4 de mayo de 1867, que el día 2 de mayo del año anterior, mientras el fuerte del Callao rechazaba la escuadra española, se producía la batalla de Paso de la Patria. “Ese mismo día ha representado en los corazones generosos de aquellos valientes mejicanos a las órdenes de su esclarecido presidente Juárez, a quien jamás le ha abandonado su corazón y patriotismo; han tomado aliento y exclamado: “¡Independencia o muerte!”.
Era el mismo sentimiento viril y americano que había hecho cantar a los poetas de la “Unión Americana”:
“Que tienda el vuelo el Aguila Imperial, altanera,
que como en otro tiempo no se podrá elevar;
que caiga; de los Andes, el Cóndor impávido la espera;
si pues aliento tiene, con él venga a luchar”
Felipe Varela, encarnación montonera del Cóndor, a la luz de los principios de la “Unión Americana”, preparaba su pronunciamiento revolucionario.
Mientras tanto, la maniobra imperialista británica surtía sus efectos. En Chile, por ejemplo, cuyo gobierno debería endeudar a la República, para su defensa.
Fuente
Peña, R. O. y Duhalde. E. – Felipe Varela – Schapire editor – Buenos Aires (1975).
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