En marzo de 1853 la cancillería del Brasil declaraba solemnemente que la cuestión de límites podía perjudicar seriamente en el futuro las buenas relaciones con el Paraguay, y agregaba, que “sosteniendo cada una de las partes pretensiones incompatibles con las de la otra, y resueltas ambas a no retroceder, no desatar, sino cortar estas dificultades”. Muy poco después, el representante brasileño en Asunción presentaba al gobierno paraguayo un ultimátum, exigiéndole que aceptase todas las sugestiones del Brasil y le ayudase en la cuestión de límites con Bolivia a cambio del reconocimiento que haría de sus derechos sobre el Chaco.
López rechazó la imposición y acusó al encargado de negocios brasileño que había reemplazado a Bellegarde a fines de 1852, a fraguar intrigas contra el gobierno, y el 12 de agosto de 1853, entregó sus pasaportes a Pereira Leal, después de calificarle de mentiroso en su propia cara.
El Brasil preparó en forma sigilosa una “misión diplomática” y el 10 de diciembre de 1854 partió de Río de Janeiro el almirante Pedro Ferreira de Oliveira, al frente de una numerosa escuadra y de un ejército de desembarco con 130 piezas de artillería; con el carácter de ministro plenipotenciario encargado de solucionar la cuestión de límites y exigir una satisfacción al agravio que importaba la expulsión del ministro Pereira Leal.
López concentró un fuerte ejército de 6.000 hombres y en Humaitá se improvisaron las primeras obras de defensa, bajo la dirección de Solano López en persona. Detuvo la escuadra de Oliveira, que había subido por los ríos argentinos, en la desembocadura del Paraguay, le impuso el retiro a media legua de sus aguas y únicamente le permitió llegar a Asunción con un solo buque. El joven brigadier Francisco Solano López fue designado plenipotenciario para negociar con el enviado brasileño.
El Paraguay entendía que todas las diferencias estaban subordinadas a la cuestión de límites.
Ferreira de Oliveira fijó el “uti possidetis” (1) como punto de partida. El general López debatió categóricamente la teoría imperial; su demostración quedó sin respuesta y afirmó en forma categórica que: “El uti possidetis del Imperio eran líneas divisorias trazadas arbitrariamente por donde le convenía sin apoyarse en ningún derecho anterior y cierto”.
Ante su fracaso, Ferreira de Oliveira firmó una convención de amistad, comercio y navegación el 27 de abril de 1855. Una convención adicional al tratado postergaba el arreglo de la disputa de límites por un año. En su artículo 21 del tratado disponía que no sería ratificado sino de acuerdo con lo estipulado en la convención
El artículo 2º de la convención establecía que un tratado definitivo de límites sería ratificado al mismo tiempo que el tratado de amistad, comercio y navegación, y que el canje de ratificaciones del uno, no sería válido sin el canje simultáneo de ratificaciones del otro.
El Paraguay ofrecía vender los privilegios de navegación en su sección del río al precio de una frontera que se conformara con sus aspiraciones.
Ferreira de Oliveira no pudo realizar ninguna clase de progresos en la cuestión de límites, y el general Urquiza dirigió una circular al cuerpo diplomático del Paraná llamando la atención de los gobiernos amigos sobre la expedición brasileña sobre el Paraguay. El gobierno paraguayo impuso algunas restricciones que lo inutilizaron por completo.
La cuestión de límites, “la cuestión vital”, según la frase paraguaya, quedó siempre en inquietante controversia como una visión de guerra.
El emperador negó su ratificación al tratado firmado por Oliveira, al mismo tiempo que el ministro Silva Paranhos invitó al gobierno del Paraguay a enviar un negociador para restablecer las relaciones.
Jorge Bergés fue el plenipotenciario designado, y en la primera conferencia con el plenipotenciario brasileño, José María da Silva Paranhos sostuvo como base el desechado ajuste del 27 de abril de 1855, y propuso la sustitución de dos artículos relativos a la cuestión de límites.
En su proyecto de artículo 21, las dos partes contratantes se obligarían a nombrar cuando las circunstancias lo permitiesen, una comisión que reconociera las tierras disputadas e informara sobre los respectivos alegatos de ambos gobiernos.
Por el artículo 22 se comprometían ambas partes, mientras no se pronunciara la comisión de investigación, a no establecer nuevos puestos en los territorios cuestionados sobre la margen izquierda del río Paraguay y sobre la margen derecha del Paraná.
El plenipotenciario brasileño postergó la consideración de la propuesta paraguaya hasta después del arreglo de las cláusulas sobre comercio y navegación. Paranhos contestó la sugestión de Bergés proponiendo una línea fronteriza definitiva, que era una reproducción de la sugerida por el ministro brasileño en Asunción, Pereira Leal, en 1853-54, y repetida por Ferreira de Oliveira en 1855.
La proposición brasileña para una línea fronteriza con el Paraguay estaba basada en los principios que – decía Silva Paranhos- habían sido aplicados por el gobierno imperial en negociar tratados análogos con otros vecinos, a saber: 1) El “uti possidetis”; 2) Los acuerdos entre las coronas de España y Portugal, en cuanto no contradigan el “uti possidetis” y sirvan para aclarar dudas acerca de regiones desocupadas.
Si estas bases fueran desechadas, afirmaba Silva Paranhos, no quedaría ninguna otra, sino la fuerza y la mera conveniencia de cada país. Sin embargo, el plenipotenciario brasileño era muy cuidadoso en sostener que los antiguos tratados entre España y Portugal ya no tenían validez, ora por las dudas y embarazos que surgieran en el curso de su ejecución, ora por las guerras que sobrevinieron entre las respectivas metrópolis.
Sostenía que el tratado de límites de 1750 había sido revocado por el del 12 de febrero de 1761, al que siguió la guerra de 1762, que terminó con la paz de París de 1763. El tratado de San Ildefonso del 1º de octubre de 1777, que ratificó en gran parte los términos del de 1750, fue anulado por la guerra entre España y Portugal de 1801, y el tratado de Badajoz del 6 de junio de 1801 no lo restableció.
Por lo tanto, según la interpretación del gran diplomático brasileño, los tratados ya no estaban en vigor, pero, al mismo tiempo, podían perentoriamente resolver dudas sobre límites, en territorios en que no hubiese ocupación efectiva.
Semejante dualidad de Paranhos era ilógica –hubiera sido lógico declarar que los tratados entre España y Portugal estaban vigentes y respetar, a la vez, en el curso de la delimitación, las modificaciones hechas por el “uti possidetis” existentes, mas la posición asumida por el plenipotenciario brasileño le capacitaba para saltar de una base a otra de acuerdo con las exigencias del objetivo primordial: obtener para el Brasil tanto territorio como fuese posible.
El 6 de abril de 1856 se firmó en Río de Janeiro un tratado y convención por José Bergés y José María da Silva Paranhos; el tratado de amistad, navegación y comercio garantizaba a ambas partes la libre navegación del Paraná y del Paraguay.
Bergés no pudo llegar a un acuerdo definitivo sobre límites, como afirma Cárcano: “El Brasil aplicaba todas la teorías según las circunstancias. Los títulos históricos, el “uti possidetis”, el vigor o caducidad de los pactos preexistentes, las ocupaciones por conquistas, “los puntos cardinales”, eran principios y derechos aducidos sin reparar en la contradicción que ellos mismos encerraban si servían para sostener el caso ocurrente”.
Cumpliendo sus instrucciones, propuso a Bergés un temperamento de transición, usual en la diplomacia brasileña cuando no podía satisfacer su interés de un golpe.
Se acordaba, tan pronto como las circunstancias lo consintiesen, dentro del término de seis años, el nombramiento por ambas partes de comisionados que examinasen y ajustasen definitivamente la línea divisoria entre ambos países. En el intervalo, las dos partes contratantes se comprometían a respetar el “uti possidetis” existente.
El convenio firmado por Bergés fue aprobado.
Aumentaba el peligro de intervención y conquista porque, como sostiene Cárcano: “La navegación de los ríos superiores, tan buscada por el Brasil, no era por intereses comerciales, sino por propósitos militares. Sus pretensiones sobre límites importaban un despojo y una conquista. Era una ambición histórica indeclinable, siempre inflexible, exaltada por la debilidad que suponía en Asunción”.
Sigilosamente el presidente López demoró la aprobación del tratado y se dedicó a desnaturalizar las franquicias que había reconocido. Reglamentó la navegación, estableció gravámenes y dificultó ostensiblemente el tráfico fluvial. Todo esto lo realizaba con la esperanza de inducir al Imperio a resolver el problema de las fronteras.
Un decreto imperial había abierto el bajo Matto Grosso bañado por el Paraguay a las banderas de todas las naciones.
Sin embargo, el gobierno brasileño se encontraba con que López intentaba prohibir que toda embarcación no brasileña remontase el río más arriba de Asunción, y, lo que era más importante, considerar como contrabando las cargas extranjeras en buques brasileños.
Luego de protestar contra estas violaciones del tratado en una nota de enero de 1857, el gobierno brasileño envió al consejero José María de Amaral en una misión especial a Asunción. El 25 de mayo de 1857 abandonó el Paraguay después de una negociación con López que fue a parar a un punto muerto.
El Brasil decidió enviar con posterioridad a José María da Silva Paranhos, al mismo tiempo que tropas de línea y de la guardia nacional eran concentradas en San Gabriel, al interior, y en San Borja y otros puntos sobre la frontera de Río Grande.
En su viaje por el río, Paranhos se detuvo en Paraná para negociar con Urquiza. Gestionó la alianza militar de la Confederación para hacer la guerra al Paraguay en caso de fracasar en sus gestiones.
Aunque tuvo eco favorable, sus diligencias no llevaron a ningún convenio concreto por discrepancias acerca de los objetivos en la propuesta guerra contra el Paraguay.
Los negociadores argentinos pretendieron que la guerra, para ser popular en la Confederación, resolviera necesariamente todas las cuestiones con el Paraguay, comenzando por la de fronteras, y Paranhos, que refutaba injustificada la exigencia argentina de llevarlas hasta la Bahía Negra, no se mostró dispuesto a reconocer otra raya divisoria que no fuera el Bermejo, considerando, además, suficiente motivo de la guerra la libertad de la navegación.
Aunque postergaba la concertación de la alianza militar, la Confederación prometió su apoyo moral a la misión de Paranhos y, para el caso de guerra, aseguró a las fuerzas de mar y tierra del Brasil, libre tránsito y aprovisionamiento a través del territorio argentino en sus operaciones contra el Paraguay.
Por su parte, la Argentina siempre buscaba la unión y coordinación con las antiguas provincias del Virreinato, respetando su independencia y nacionalidad. Consecuente con ese propósito, el 13 de setiembre de 1855, el general Guido fue nombrado ministro plenipotenciario y enviado extraordinario para colocar en el Paraguay, sobre las bases de perfecta armonía y reciprocidad, las relaciones de amistad que felizmente existían.
El proyecto de negociación que llevaba Guido estaba calcado sobre el tratado firmado en Paraná con el vizconde de Abaeté el 25 de junio de 1856. Las bases eran dos conceptos fundamentales. La ratificación de la independencia del Paraguay, teniendo por límites los sostenidos por el gobierno de la Confederación; y la libre navegación de los ríos Paraná, Paraguay y sus afluentes para los buques mercantes y de guerra de ambas repúblicas.
Largas conferencias se sucedieron sin resultados, frente a la desconfianza de López, hasta que la habilidad y perseverancia de Guido dieron sus frutos.
El tratado de amistad, comercio y navegación se firmó en Asunción entre los ministros Guido y Nicolás Vázquez, el 2 de junio de 1856. El Congreso Federal le prestó su sanción y el presidente Urquiza promulgó la ley. El presidente López lo aprobó de inmediato y pocos días después se canjearon las ratificaciones del tratado.
Mientras tanto, en diciembre de 1857, después de haber firmado los tratados del Paraná, el ministro Paranhos se trasladó a Asunción para solucionar el problema de la libre navegación de los ríos. Obtuvo su propósito y firmó una convención reproduciendo las mismas disposiciones de los pactos de Paraná y Paraguay, el 12 de febrero de 1856.
El Paraguay derogó después todos los decretos que establecían restricciones a la navegación y los grandes ríos del Plata hasta sus vertientes originarias quedaron abiertos a todas las banderas.
A partir de 1852, hubo tal negligencia o ignorancia en la conducción de la diplomacia argentina, que con Cárcano puede afirmarse: “Después de la alianza de Caseros, todas las convenciones entre los países limítrofes del Plata las concibe, las sugiere y las ejecuta el Imperio. Presenta la redacción de los textos, defiende la integridad de las cláusulas, coincide con la parte contratante, o vence la resistencia e impone los resultados que anhela. Opera siempre por intermedio de negociadores eminentes, escuadras de guerra en los puertos, tropas veteranas en la frontera. Puede decirse –observa Nabuco- que desde Caseros hasta la Guerra del Paraguay, el Brasil estuvo en posesión del Río de la Plata, ejerciendo siempre presión sin necesidad real, sugestionado por las visiones de la historia”.
Por su parte, el Paraguay aceptaba y pactaba sobre lo que no deseaba: navegación y comercio libre anhelados por el Brasil y la Argentina, y aplazaba lo que deseaba: la solución territorial, que lo liberase del conflicto y amenaza permanentes.
Pero a pesar del ajuste fluvial de 1858, las relaciones entre el Brasil y el Paraguay no eran satisfactorias ni mucho menos. La dilación de seis años para el arreglo de límites, daba tiempo simplemente a que fermentaran nuevos recelos. Ninguna de las dos partes desplegaba el menor esfuerzo por alcanzar un acuerdo dentro del amplio tiempo estipulado. Las tregua, si así pudiera llamarse, expiraba el 13 de junio de 1862 y ya en abril de ese año la controversia volvía a encenderse.
El 10 de setiembre de 1862 falleció el presidente López, aunque previamente había designado a su hijo Francisco Solano para ocupar el cargo. El nuevo presidente había sido por muchos años comandante en jefe y desde hacía tiempo analizaba las posibilidades de una guerra con el Brasil.
Referencia
(1) Uti possidetis, ita posessionis, voz latina que denota “como poseéis, así poseáis”, la cual, tiende a mantener las situaciones actuales hasta la decisión que corresponde en un conflicto de límites.
Fuente
Cárcano, Ramón J. – “La guerra del Paraguay” – Página 195, Buenos Aires (1939).
Cardozo, Efraín – Vísperas de la guerra del Paraguay- Buenos Aires (1954).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Horton Box Pelham – Los orígenes de la Guerra del Paraguay – Página 43, Asunción (1936).
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Silioni, Rolando Segundo – La diplomacia luso-brasileña en la cuenca del Plata – Buenos Aires (1975).
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