También conocido como Don Eusebio, este característico personaje fue uno de los bufones con que contaba Juan Manuel de Rosas mientras se desempeñó como Gobernador de la Provincia de Buenos Aires.
Sus primeros datos biográficos lo encuentran como peón capachero de las quintas pertenecientes a la familia de doña Encarnación Ezcurra, la futura esposa de Rosas, trabajando en la recolección de frutas que portaba en capachos o receptáculos de cuero o mimbre. Continuó desempeñando estas tareas rurales hasta que Encarnación y Juan Manuel contrajeron nupcias en 1813. Después de esto, Eusebio pasó a formar parte del entorno íntimo de la nueva pareja, relación que perduró hasta los sucesos de Caseros en 1852.
Si bien se trataba de un mulato como tantos otros que surcaban las extensiones de la Confederación Argentina de la primera mitad del siglo XIX, Eusebio aclaraba que descendía de los Incas. Indudablemente que tenía aristas graciosas y divagues pronunciados. Mientras vivió en el Palacio de San Benito de Palermo, Don Eusebio se ‘invistió’ del cargo de Gobernador, aunque no gustaba decirlo abiertamente, si bien estaba dentro del conocimiento de Juan Manuel de Rosas.
A comienzos de 1833, Eusebio formó parte de la tropa que, a cargo de Rosas, fue al sur para dar comienzo a la Campaña al Desierto. Allí se lo podía ver al Restaurador de las Leyes recorriendo el campamento junto a Eusebio y a Biguá, su otro bufón predilecto. Las inclemencias del tiempo les exigieron a ambos personajes, de precaria salud, un verdadero esfuerzo y una enorme voluntad para llevar a cabo aquellas tareas que se les encomendaban.
Una noche lluviosa de 1833, mientras las fuerzas federales acampaban a orillas de la laguna Las Perdices, Eusebio se vio obligado a “renunciar” a su investidura de Gobernador a cambio de dos cuernos de carnero. Como puede apreciarse, las condiciones eran precarias, y ni siquiera los bufones tenían favoritismos en aquella empresa redentora y civilizadora.
Títulos y funciones de Eusebio
Ya de vuelta en Buenos Aires, y luego de haber asumido Rosas la gobernación bonaerense en 1835, Don Eusebio pasó a ser una pieza fundamental a la hora de ridiculizar a los unitarios salvajes que, de tanto en tanto, se animaban a parlamentar con aquél en su residencia de Palermo.
Un caballero norteamericano al que Rosas invitó a cenar en Palermo una noche de 1843, anotaba sobre la figura de Eusebio: “La historia de Eusebio, uno de los bufones del Gobernador, es digna de un parágrafo. Es un viejo soldado que sirvió muchos años en la campaña con el General Rosas, y en una acción salvó su vida casi a costa de la suya propia. Recibió en la cabeza un hachazo, dirigido al Gobernador, y le ha quedado una horrible cicatriz de que se alaba siempre. La demencia se originó de su herida; y el Gobernador ha premiado su fidelidad y valor manteniéndolo convenientemente consigo”. El distinguido de América del Norte lo recuerda, incluso, “cubierto de medallas y decoraciones, y no podía tener más dignidad si fuera un soberano absoluto”.
Debido a las ocurrencias de Eusebio, Juan Manuel de Rosas no podía parar de reírse. Un buen día, el Restaurador le otorgó diferentes títulos honoríficos. Le llamó “Gobernador de la Provincia, Majestad en la Tierra, Conde de Martín García, Señor de las Islas Malvinas, General de las Californias, Conde de la quinta de Palermo de San Benito y Gran Mariscal de la América de Buenos Aires”.
Los escritores unitarios que emigraron a Montevideo durante los primeros años del segundo gobierno rosista, dieron versiones un tanto escalofriantes sobre el trato que el Restaurador le propinaba a Don Eusebio. Desde que lo obligaba a sentarse sobre un hormiguero hasta que lo bellaqueaba en cuatro patas cabalgándolo con espuelas. Está comprobada la maledicencia de la prensa unitaria al momento de criticar y estorbar la autoridad legítima de Rosas, si bien, por otra parte, se sabe que el Restaurador tenía algunas veces cierto humor ácido que no caía simpático a todo el mundo.
En cuanto a la vestimenta del bufón de Palermo, se lo recuerda engalanado con una levita roja llena de bordados, charreteras doradas, pantalón blanco y sombrero elástico cargado de plumas. En su niñez, el naturalista Guillermo Enrique Hudson vio cierto día a Don Eusebio caminando por las calles de Buenos Aires, ocasión en la que estaba custodiado por doce soldados federales que tenían sus sables desenvainados, lo cual generaba cierto temor y admiración entre los ciudadanos que paseaban por la ciudad.
El aspecto de su rostro se mantuvo inmodificable a lo largo de su vida: Eusebio usaba bigote y una pequeña barba rala que perduraron hasta el momento de su muerte. Además, era de baja estatura y de cuerpo esmirriado.
Cuando se esperaba la llegada de algún funcionario o diplomático extranjero en la quinta de Palermo, era Eusebio el que les daba la bienvenida, vestido, siempre, con un impecable traje de gala. Y se quedaban charlando animadamente hasta que, tras algunos minutos, se presentaba Juan Manuel de Rosas. Nunca se le ha faltado el respeto a Don Eusebio en esos momentos previos a la aparición en escena del Restaurador, pues se especulaba con que éste andaba espiando el intercambio de palabras de su bufón con los invitados desde algún lugar de la mansión.
Eusebio de la Santa Federación, no hay que olvidarlo, tenía disminuidas sus aptitudes mentales. Varios documentos de la época afirman que el bufón estuvo detenido en más de una ocasión por orden del propio Rosas, por cuanto aquél salía a la calle armado de pistolas y haciendo algún que otro escándalo público.
Caseros, su vejez y relatos del pasado
Ocurrida la Batalla de Caseros en febrero de 1852, Eusebio continuó siendo leal a Rosas, pese a que ya no se encontraba más en el poder. Por entonces se hacía llamar Gran Mariscal, y firmaba como “Eusebio Brid. Rosas”. Habiendo perdido la posición privilegiada que tenía dentro de la residencia del ex gobernador, el bufón fue visto por las calles, vagando sin rumbo fijo y mendigando.
Una persona, cierto día lo llevó al antiguo Hospital de Hombres de la ciudad. En este lugar, jóvenes practicantes como José María Ramos Mejía le hacían contar a Eusebio anécdotas de sus tiempos al lado del Restaurador de las Leyes, como aquella en que ofició como de llorón en el velatorio de doña Encarnación Ezcurra, en donde también pronunció numerosísimas oraciones. Dicen que conservaba una memoria prodigiosa, incluyendo detalles que fascinaban a quienes lo escuchaban.
El bufón Eusebio murió en Buenos Aires en el año 1873. Su cráneo, de grandes proporciones, fue objeto de estudios médico-legales, comprobándose que, como se sospechaba, era poco menos que un loco.
Autor: Gabriel Oscar Turone
Bibliografía
Archivo Americano y Espíritu de la Prensa del Mundo, N° 19, Buenos Aires, Junio 21 de 1845.
Benarós, León. “Los Bufones de Rosas”, Revista Todo es Historia, Año X, N° 118, Marzo de 1977.
Rivanera Carlés, Raúl. “Rosas”, Editorial Liding S.A., Buenos Aires, Noviembre 1979.
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