No existen dudas cuando afirmamos que Patoruzú es una de las historietas que mayor raigambre ha tenido en la cultura popular argentina. El cacique tehuelche aparece seguido en la charla cotidiana. Podemos estar viendo un partido de fútbol y afirmar, ante la manifiesta habilidad de un jugador que eludió hasta el arquero, que aquél es “Patoruzú”; y un buen mozo que se rodea de mujeres esbeltas y que viaja a lugares exclusivos es, inevitablemente, un aspirante a “Isidoro Cañones”, el tío jugador y mujeriego que acompañó al indio desde sus comienzos.
La serie tiene un origen enredado que es preciso acomodar. Dante Quinterno, dibujante argentino de enigmática existencia, comenzó a publicar en 1927 una caricatura que se llamó “Las aventuras de Don Gil Contento”, que salía en el diario Crítica. Un año más tarde, y siempre en el mismo matutino, se anunciaba con letras de gran tamaño el debut del indio “Curugua-Curiguagüigua”. En Crítica del 19 de octubre de 1928 debutaba el personaje mencionado, con la curiosidad de que ese mismo día sería rebautizado con el nombre de “Patoruzú”. El indio aparecía como un personaje secundario de Don Gil Contento, prototipo de quien tiempo más tarde llevará el nombre de “Isidoro Cañones”. La fisonomía de ambos era muy diferente de la que hoy conocemos: Patoruzú llevaba vestimenta rotosa, tenía ingenuidad grotesca y una masa corporal desbordada. Y Don Gil Contento no tenía pinta de gandul sino, más bien, de hombre que aspiraba a tener una mejor posición social, la cual conseguiría a través de estafas y pillerías intermitentes.
El 20 de octubre, al día siguiente del debut de Patoruzú, Dante Quinterno se aleja del diario Crítica, y la serie desaparece sin dejar rastros. Sin embargo, y entretanto, el dibujante se instala en el periódico La Razón, desde donde anunciará el retorno del indio el día 14 de diciembre de 1928. Según la trama pergeñada por Quinterno, Patoruzú era “una herencia” que recibía Julián de Montepío (futuro Isidoro Cañones) de su tío Rudecindo (Capitán Cañones), quien habitaba en la provincia de Chubut y que estaba próximo a morir. La nueva tira se llamaba “Don Julián de Montepío”, y como lo indica su denominación, el protagonismo no correspondía al tehuelche sino al vividor que lo heredaba.
Origen del nombre
Decíamos que la primera denominación de Patoruzú fue “Curugua-Curiguagüigua”, pero la misma pronto fue reemplazada porque era un tanto extravagante y complicada, y así se lo hicieron saber al propio Dante Quinterno. Y éste, con proverbial maestría, no tuvo mejor idea que ponerle al indio el mote de “Patoruzú”, término derivado de la pasta de Oruzú, que era el nombre de una muy popular golosina que por entonces se vendía en las farmacias de la ciudad y que era consumida por los chicos. De este modo, el éxito de la tira no se hizo esperar, pues el nombre fue adoptado rápidamente por la gente común.
Desde su aparición en el diario Crítica y hasta su permanencia en el diario La Razón, la figura de Patoruzú fue ganando notoriedad entre el público, todo lo cual hizo que para mediados del año 1931 la historieta pase a llamarse directamente “Patoruzú”, reemplazando el antigüo título de “Don Julián de Montepío”. Tal es así que en la revista Aconcagua de octubre de 1931, un cronista anotaba lo siguiente: “El indio de Quinterno se ha hecho muy popular. Con motivo del Campeonato Latinoamericano, por ejemplo, ante los saltos de los atletas el nombre de Patoruzú corría de boca en boca. Por esos días, el ‘muñeco’ saltaba, sin garrocha, mucho más alto que sus competidores que tomaban impulso con ella…”.
Mientras tanto, para octubre de 1934, lo que habían sido las historietas de “Don Julián de Montepío” se publican en La Razón ahora bajo el título de “Patoruzú. El sueño de Julián”. Ésta era una suerte de salvataje que Quinterno pretendió darle al personaje Julián de Montepío quien ya había perdido la magia de los primeros años. La nueva reedición del personaje sobrevive hasta el 13 de octubre de 1935, fecha en que desaparece definitivamente.
Patoruzú, finalmente, hace su tercera reaparición en el diario El Mundo el 9 de diciembre de 1935. La primera tira sale el día 15 de ese mes y año. Puede inferirse que para la época, el indio tehuelche convive con una actitud iracunda, por un lado, y con un modelo civilizado que lo muestra como un hombre decente y generoso, por el otro. Ya en la primera tira, Patoruzú se muestra corpulento y vestido con un poncho más cómodo y no tan pesado como el que lució desde 1928 a 1934. En las reyertas, por ejemplo, no emplea armas de fuego ni garrotes: todo lo resuelve a boleadoras limpias o, sino, a trompadas, como un caballero de la lucha.
Su fisonomía, por otra parte, lo caracteriza con piernas un tanto chuecas que se deben a su incesante andar a caballo, y los paisajes de la historieta ahora se presentan con más detalles, al igual que los diálogos. El padrino ya lleva también su definitivo nombre de “Isidoro”, aunque conservando las características antes nombradas: pendenciero, jugador, vivillo, etc., etc. No se recuerda en la historieta argentina a una pareja tan despareja, protagonistas de una de las series más populares de nuestro país, donde conviven un Quijote de pluma y poncho y un Sancho Panza sin hidalguía.
Dinastía de los Patoruzek
El origen del noble cacique Patoruzú es tan misterioso como su aparición en la ciudad portuaria. ¿De dónde provenía el héroe patagónico? ¿Quiénes habían sido sus antepasados? Cabe decir que el dibujante Dante Quinterno señala a Patoruzú como “dueño de media Patagonia”, y a diferencia de otros personajes de historieta, foráneos o nacionales, el tehuelche tiene una fuerza descomunal que proviene de su ascendencia y origen en las desérticas tierras del sur. No necesita apoderarse de determinado mineral para ganar o perder fuerzas; un buen puchero o una deliciosas empanadas de la Chacha, su nodriza, bastan para que Patoruzú haga frente a los más temibles hampones o estafadores.
En la trama de la serie Patoruzú descubre por casualidad sus orígenes egipcio-patagónicos, dado que en una casa de remates, a la que lo acompañó el inefable Isidoro Cañones, descubre un papiro que tenía el siguiente texto:
“PATORUZEK I, descendiente del Faraón PSAMETIC III, de la vigésima sexta dinastía, se sintió atraído desde muy niño por PATORA, la PRINCESA DE NAPATA, denominada LA TUERTA, debido a un gracioso tic en uno de sus ojos.
Ambos, ya adolescentes, se encontraron por casualidad en el establo, mientras PATORUZEK I daba de comer al BUEY APIS.
La boda fue la más resonante de la época.
Sus descendientes se caracterizan por el extraordinario desarrollo de los pulgares de sus pies, que se transmiten de una generación a otra.
El primogénito, Príncipe PATORUZEK, ya mayor, un día decidió salir a navegar en el barco insignia de la casa real: “El Águila de Oro”, tal como le era habitual.
El clima varió y tras muchas peripecias PATORUZEK desembarcó en una costa desconocida, a la cual los naturales llamaban PATAGONIA.
El Príncipe PATORUZEK no tardó en asimilar las voces del idioma tehuelche, y como buen deportista, comenzó a participar en las cacerías de ñanduces y jabalíes, y las ceremonias que después de un tiempo le revistieron de la dignidad del cacicazgo tehuelche para sus descendientes, fundando la dinastía de los PATORUZÚ.
Fue tal la atracción de estas tierras para PATORUZEK, que no añoró la patria de sus antepasados.
N.B. Según testimonios de la época, al ver PATORUZEK I a PATORA LA TUERTA, PRINCESA DE NAPATA, fue tal la emoción que sintió que se le escapó una exclamación estentórea, precursora egipcia-atlante del famoso “¡HUIJA!”, símbolo onomatopéyico de felicidad visceral, adoptado luego por la tribu de PATORUZÚ.”
El mandato que tiene que cumplir Patoruzú, según Dante Quinterno, es procurar hacer el bien enfrentándose a cientos de malhechores que surgen en cada nueva historia del cacique tehuelche, amén de velar por las almas de sus antepasados, los PATORUZEK, quienes depositan y confían en el último vástago, a la sazón el cacique Patoruzú, el llevar a buen término esa misión ancestral.
Evolución de la serie
La popularidad de la caricatura hizo que para fines de noviembre de 1936 aparezca en los kioscos el primer número de la revista “Patoruzú”, con la particularidad de que sus números se agotaban en unas pocas horas. Años más tarde, en 1942, el cine argentino estrenaba una de sus obras maestras: la película “La guerra gaucha”. En simultáneo, como si fuera una hermosa coincidencia, Dante Quinterno lleva también a los cines la primera película argentina de dibujos animados en colores: “Upa en apuros”, la cual tuvo su debut el 20 de noviembre de 1942, en el cine Ambassador. Lo de hacer una película con sus personajes de historieta era una idea que hacía tiempo le rondaba en la mente al eximio dibujante. Aquí también le acompañó el éxito y las buenas críticas, como las que le propinaron desde los estudios Disney de Estados Unidos.
Otra creación que marcó una etapa en lo que a Patoruzú concierne, tiene que ver con la salida, en 1937, de los míticos “Libros de Oro de Patoruzú”, que se adquirían siempre a fin de año. El último que se editó fue el de 1984.
De formato rectangular y con rasgos típicos de un anuario, los “Libros de Oro” abarcaban un grueso resumen de todos los acontecimientos más relevantes del año que se iba, casi siempre en materia de cine, moda, televisión, deportes, teatro y radiofonía. A su vez, y para no perder el espíritu que los había fundado, cada edición traía numerosas historietas en forma de tiras, las cuales se intercalaban con el tratamiento de los temas antes descriptos. Como Dante Quinterno nunca tuvo una personalidad egoísta, dejaba participar a otros colegas suyos para que sus personajes luzcan tanto como Patoruzú o Isidoro Cañones. En el “Libro de Oro de Patoruzú” de 1969, por ejemplo, hay dibujos de Basurto, Lembo, Ferro, Blotta, Moncho, Liotta y Del Castillo, entre otros.
En 1936, Dante Quinterno había creado la Editorial Universo, a través de la cual tenía los derechos y el usufructo del cacique Patoruzú. Gracias a su rigurosidad laboral, corroborada, incluso, por aquellos que trabajaron con él, como el dibujante Ferro, en la década de 1950 la revista “Patoruzú” llegó a vender 300.000 ejemplares por semana, todo un récord difícil de superar hoy en día.
La creatividad de Quinterno no se detuvo ni en el cine ni en la historieta. Así, entre 1956 y 1957 pasó muchas horas tratando de construir un modelo deportivo como el que solía utilizar Isidoro Cañones en sus “Locuras de Isidoro”, la serie en la que el padrino de Patoruzú aparecía más mundano y porteño, rodeado de esbeltas señoritas y causando innumerables enojos a su tío, el Coronel Cañones. Hasta el presente, ese automóvil jamás fue revelado al público.
Aquellos personajes inolvidables
Nombraremos sucintamente a los principales personajes que, creados por el lápiz maestro de Dante Quinterno, dieron vida a la criollísima serie “Patoruzú”:
Isidoro Cañones: Sus características más apropiadas son las de un vago, vividor, atorrante, irresponsable, jugador y desvergonzado. Fue desde un principio la antítesis perfecta de la moralidad y rectitud mostrada por el cacique Patoruzú. Al despuntar el año 1939, Quinterno desdobla al personaje de Isidoro, al cual introduce en el mundo del jet-set de la época. El 4 de julio de 1968 salieron las “Locuras de Isidoro”, donde el padrino desfachatado hacía de las suyas en los boliches más exclusivos de la noche de Buenos Aires.
Upa: Hermano emotivo de Patoruzú, también descendiente, por ende, de los Patoruzek, aunque no tenía la prominente nariz que los distinguía. Al comienzo, solía resolver todas las situaciones que se le presentaban pronunciando la palabra “turulú”. Después fue evolucionando –aunque no mucho- hacia un vocabulario un poco más claro, aunque aniñado y torpe. Sus panzazos sirvieron para castigar a los enemigos de su hermano.
Chacha: Como se ha dicho, era la nodriza criolla del cacique Patoruzú. Tenía carácter fuerte y era la protectora de la familia. Sus apariciones solían limitarse en la estancia que el cacique tenía en la Patagonia. Rara vez fue retratada por Quinterno en Buenos Aires. Sus empanadas, que eran devoradas por Upa y Patora, eran el aliciente necesario para que Patoruzú, en un momento de debilidad extremo recobre fuerzas necesarias para continuar luchando por el bien.
Patora: Hermana del cacique tehuelche, enamoradiza sin par y de rasgos más masculinos que femeninos. La búsqueda de un candidato que la corteje ha sido siempre su única razón de ser.
Pampero: Fue el caballo criollo que todos soñamos tener: salvaje, fuerte y servicial. La primera aparición de este noble equino ocurrió cuando llegó a Buenos Aires en un vagón de tren, regalo de los paisanos sureños de Patoruzú. Al principio era indomable, hasta que el tehuelche lo montó sin estribos ni espuelas tras varios intentos y corcoveos. Nunca nadie pudo subirse sobre su lomo, únicamente el cacique.
Una vez dijo Dante Quinterno sobre su fabulosa creación: “Patoruzú es el hombre perfecto, dentro de la imperfección humana, o sea que configura el ser ideal que todos quisiéramos ser. La bondad de este indio noble puede alcanzar límites insospechados, pero no confundamos su credulidad y su ingenuidad con la necedad del lelo. Generoso hasta el asombro, su inmensa fortuna es, antes que suya, de todo aquel que la necesite. Patoruzú sale invariablemente en defensa del débil y por una causa noble se juega íntegro, sin retaceos, impulsivo y arrollador, no mide los riesgos que pueda correr su integridad física, como tampoco repara en las trampas que puedan tenderle la cáfila de truhanes que le salen al paso”. Bellas palabras para retratar una historieta que hoy es leyenda y parte indisoluble de la memoria colectiva y la cultura popular de nuestro país.
Autor: Gabriel O. Turone
Bibliografía
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Martínez, Ezequiel y Ravier, Carolina. “El misterio del hombre que inventó a Patoruzú”, Revista Viva, Diario Clarín, Domingo 15 de diciembre de 1996.
Muzio, Susana. “Releyendo Patoruzú”, Espasa Humor Gráfico, Buenos Aires, Diciembre de 1994.
Portal www.revisionistas.com.ar
Stiletano, Marcelo. “Murió Dante Quinterno, precursor del humor gráfico en la Argentina”, Diario La Nación, Jueves 15 de mayo de 2003.
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