Nació en Buenos Aires el 14 de febrero de 1839, cursando en esta ciudad sus estudios primarios, para continuarlos en el Seminario de San Lorenzo, donde se ordenó. Fueron sus padres Tomás Canavery y Macedonia Castilla, porteños.
En la batalla de Caseros figuró ya con la asimilación de subteniente o alférez, encontrándose entre los defensores del Palomar, y poco después de estallar la revolución del 11 de setiembre, se incorporó a los defensores de su ciudad natal.
Apenas iniciada la guerra con el Paraguay el capitán Canavery se apresuró a incorporarse a las fuerzas que iban a operar contra los invasores de Corrientes, y con fecha 17 de mayo de 1865 fue dado de alta en el Ejército como sargento mayor graduado en el Cuerpo de Capellanes (Capellán de División).
Ejerciendo sus funciones espirituales, Canavery se halló en las siguientes funciones de guerra: batalla de Yatay, el 17 de agosto de 1865, por la que recibió la medalla de oro acordada por el Gobierno Oriental; sitio y rendición de Uruguayana, el 18 del mes siguiente, por la que obtuvo la medalla del mismo metal acordada por el Emperador Pedro II dos días después; Paso de la Patria, el 16 de abril de 1866; Estero Bellaco del Sud, el 2 de mayo del mismo; y sangrienta batalla de Tuyutí, el 24 del mismo mes y año, por la que recibió los cordones de oro que fueron acordados por la ley del 5 de octubre de 1872.
Por haberse enfermado en el mes de junio de 1866, el capellán Canavery debió pasar al Hospital, razón por la cual no se encontró en los combates de Yataytí-Corá, Boquerón y Sauce. Reincorporado al ejército de operaciones en el mes de setiembre de 1866, se halló en el asalto de Curupaytí, y después, continuó ejerciendo sus funciones sacerdotales en el curso de la campaña, asistiendo a otros hechos de armas, entre los cuales debe citarse el rechazo del ataque paraguayo al campamento aliado de Tuyutí, el 3 de noviembre de 1867. Fue tan brillante la conducta de Canavery en la batalla de las Lomas Valentinas, librada el 27 de diciembre de 1868, que el general Gelly y Obes lo promovió a teniente coronel “sobre el campo de batalla”.
Ricardo Gutiérrez, el inolvidable médico de aquella cruenta campaña y esclarecido poeta que con tanta emoción como patriotismo cantó estrofas rememorativas de hechos heroicos, compuso la poesía “El Misionero”, que ha recorrido el mundo, inspirada en la actuación del capitán Canavery en Lomas Valentinas, que el médico-poeta presenció. Gutiérrez, en el Hospital de Niños que fundó, fruto de su incansable afán por el bien, contaba con frecuencia a sus discípulos la gesta de Canavery en Lomas Valentinas. En 1883 sus alumnos le entregaron un hermoso cuadro que el cuerpo médico del Hospital obsequió a su maestro y benefactor. El obsequiado reunió en una comida íntima para agradecer el regalo, en la cual relató la actuación de Canavery en la mencionada acción. El Dr. Pedro J. Coronado, en carta escrita al capellán militar José I. Yani el 16 de diciembre de 1813, decía:
“El Dr. Gutiérrez nos reunió en una comida íntima para agradecer el obsequio y fue allí, en plena confidencia, donde nos refirió sus recuerdos y entre ellos el inolvidable día de Lomas Valentinas.
“Ninguno de nosotros ha olvidado aquella fisonomía severa, pero abierta y digna, y sobre todo, aquel sello de orgullo distinguido con que refirió la hazaña única, inmensa y gloriosa, de aquel padrecito pálido y silencioso que sufriera las burlas de los practicantes con evangélica resignación.
“La hora era de inmensa emoción, nos dijo; sobre nuestro campo caía una lluvia de balas y la zona mortífera era un sepulcro seguro para el que se atreviera a penetrar en ella. El honor y la disciplina se impusieron y recibimos orden de avanzar y avanzamos hacia la fragua, hasta el volcán, pues allí ardía todo, y, cuál no sería mi sorpresa, cuando vi al padrecito Canavery en el puesto de mayor peligro, al que había llegado él primero para dar el adiós postrero a los que morían con la sonrisa en los labios por haber defendido la Patria como nunca. Le pedí perdón y le manifesté mi admiración y en aquel instante recibí algo como un soplo divino que me inspiró “El Misionero”, poesía en que volqué mi pensamiento sobre el creyente, que yo personificaba en la figura del padre Canavery, que conquistó aquel día el respeto y cariño de todos”.
“El Misionero” evoca magistralmente el gesto heroico del piadoso sacerdote, que en lo más recio de la acción se le veía recogiendo heridos, auxiliando a los moribundos, siempre bueno y tranquilo, con palabras de aliento para unos y de consuelo para todos. Terminada la acción, cuando las tropas extenuadas por el duro batallar reposaban de sus duras fatigas, el capitán Canavery proseguía su tarea espiritual y humanitaria, visitando los hospitales de sangre y deteniéndose a la cabecera de los enfermos infecciosos, cuyo contagio constituía un peligro posiblemente mayor que el del combate mismo.
Canavery continuó en campaña hasta el final de la guerra. Asistió a la última etapa de aquella cruenta lucha, y terminada la campaña, quedó agregado a las tropas que ocuparon la ciudad de Asunción. El 9 de setiembre de 1871 ordenó la Inspección y Comandancia General de Armas, que el capellán Canavery, mientras prestara servicios en Asunción, fuese ajustado por la Plana Mayor Activa.
Revistó en aquella Plana Mayor con la nota “En la Asunción”, hasta setiembre de 1874, fecha en que pasó a continuar sirviendo en Villa Occidental hasta el mes de noviembre de 1875, en que pasó al Hospital Militar, pero revistando siempre por la P. M. A. En enero de 1877 fue dado de baja por haber sido suprimido del presupuesto.
El 9 de noviembre de 1887 fue reincorporado al Ejército, revistando en la P. M. D. hasta enero de 1888, en que se le hizo figurar en la P. M. I., donde revistó hasta el 11 de julio de 1890, en que fue incorporado a la Plana Mayor Activa.
En mayo de 1895 pasó a la “Lista de Guerreros del Paraguay”, en la que figuró hasta el año 1897 en que pasó a situación de retiro.
Canavery vivió sus últimos años en su ciudad natal, en la que falleció el 13 de setiembre de 1913. Los principales diarios metropolitanos recordaron en sendas biografías la vida consagrada al bien y a la Patria del ilustre muerto. “La Nación”, dijo entre otras cosas:
“Este sacerdote ejemplar, que pasa por los campos de batalla curando las heridas del cuerpo como las del alma; que es capellán y enfermero a la vez; que predica la religión y el patriotismo con el mismo entusiasmo y con la misma fe, ostentaba en su traje religioso las siguientes condecoraciones: medalla conmemorativa de la toma de Uruguayana, cordones de Tuyutí, escudo de Curupaytí, estrella de la provincia de Buenos Aires de la Guardia Nacional, medalla otorgada por la Nación a la terminación de la campaña, y las cruces oriental y brasileña que los gobiernos aliados ofrecieron a los guerreros del Paraguay”.
Ante el sepulcro abierto que debía guardar sus restos para el descanso eterno, pronunciaron sentidas y elocuentes oraciones fúnebres, Juan José Biedma y Constantino Lorenzo, Director del Colegio de Huérfanos Militares. El último, en uno de los párrafos de su bien inspirado discurso, dijo:
“Fue capellán, soldado y enfermero, hermosa trinidad de inclinaciones que hacen de él un hermoso ejemplar de virtudes volcadas en el estrecho molde de un hombre que por ese solo hecho se eleva sobre el nivel común, rodeándose por esa misma causa de los prestigios que siempre alcanzan los que, aunque medianamente, arrojan a su alrededor, siquiera sea un ligero destello de luz propia”.
El Misionero
(Ricardo Gutiérrez)
Cuando el mundo pasado
La órbita del Olimpo recorría
En un cielo sin Dios, desamparado;
Cuando la ciencia idólatra mentía,
Y el arte corrompido blasfemaba,
Y en el estruendo de perpetua orgía
La miserable humanidad rodaba…
Abrió la Cruz sus descarnados brazos,
Con su gigante sombra cubrió el suelo,
Y el hombre en ella al estampar sus pasos
Sintiendo al Dios que el Universo encierra,
Alzó la frente al cielo
¡Y cayó de rodillas en la tierra!
¡Así la humanidad fue redimida,
Así el Cristo en la Cruz cambió su suerte;
Así desde el espanto de la muerte
A la inmortalidad alzó la vida!
Desde el polvo del hombre hasta Dios mismo
Sólo la Cruz alcanza:
¡Ella es la tabla en que salvó el abismo
Desde la tierra al cielo la esperanza!
Las creencias pasan, la razón vacila.
El ideal del arte se transforma;
La estirpe humana misma
Girando en el perpetuo torbellino
Donde la guía el resplandor divino.
Acercándose a Dios cambia de forma.
La ciencia balbuciente
Llama al dintel de la verdad en vano.
Sin encontrar siquiera
La ley que rige la materia inerte,
¡Y enciende el pensamiento soberano.
Que en la frente del hombre reverbera
Como diadema del linaje humano!
¿Qué ha sido de la espada,
Qué ha sido del poder y de la gloria
Con que la España deslumbró la historia
Al pisar en la América ignorada?
¡Lo que fue de la estela
Que en las olas del mar dejó el sendero
De la audaz carabela
Que guió de Colón la fe cristiana!
¡Sólo quedó la cruz del Misionero
Abrazando la tierra americana!
Con júbilo profundo
Lo ve la mente que la ciencia absorbe,
Lo escucha el alma en su esperanza tierna:
Todo pasa en el mundo,
Todo cambia en los ámbitos del orbe:
¡La Cruz sólo es eterna!
…………………………………………
Hombre mortal que brillas
En la aureola de Dios como una estrella,
¡Yo soy el Fraile que en tu burla humillas.
Yo levanto la Cruz… yo muero en ella!…
Yo soy su misionero.
Yo soy su combatiente solitario;
¡Todas las sendas sobre el mundo
entero Son para mi la senda del Calvario!
Soy el hijo proscrito
De la familia humana,
¡El hogar de la paz y la alegría
Se cierra para siempre al alma mía.
Que ata el lazo bendito
Que el padre al hijo ligará mañana!
En la cuna inocente
Donde tú ensayas tu primer respiro.
Pongo el sello de Dios sobre tu frente;
Y en el lecho doliente
Donde exhalas el último suspiro
De la vida precaria,
¡Yo aliento tu partida,
Te enseño el rumbo de la eterna vida
Y te levanto al cielo en mi plegaria!
Cuando tu pecho late
Bajo la noble cota del soldado,
Yo te sigo a la brecha del combate
Con la sandalia de mi pie llagado;
Y entre el humo y la sangre y la metralla
Que ocultan a los cielos tus despojos,
¡Te hago besar la Cruz en la batalla
Y te cierro los ojos!
Y yo también en la existencia triste
¡Soy soldado de Cristo sobre el mundo!…
Bajo la saya que mi cuerpo viste
Llevo el arma divina,
Llevo la Cruz sagrada
Que las tribus caribes ilumina:
¡La Cruz, más poderosa que la Espada!
La Cruz, que guarda en el hogar paterno
La fe sublime en que tu amor reposa;
La Cruz, donde repite el niño tierno
La oración de la madre y de la esposa;
¡La Cruz, que en el regazo
De la sagrada tierra
Que las cenizas de tu padre encierra,
Cubre tus hijos con su eterno abrazo!
Cuando las hordas bárbaras rugieron
Y a la sombra de Atila se lanzaron.
Y a la espantada Europa sorprendieron,
Y entre sus propias ruinas la abismaron.
El Fraile moribundo,
Hasta en las Catacumbas perseguido,
Salvó en las Catacumbas escondido
El progreso del mundo;
¡La ciencia, el arte, la verdad, la historia.
La civilización, que alza en su huella
El hombre hasta la gloria,
Al resurgir la Cruz renació en ella!
¿Qué fue un tiempo tu mansión paterna.
Qué fue el hogar donde tu amor sonríe,
Qué fue tu patria entera
Donde hoy sus pasos el progreso estampa?…
Antes de alzar mi cruz, ¿sabes lo que era?
¡El salvaje desierto de la Pampa!
¡Yo caigo en él! ¡Soy el primer cristiano
Que recibe del bárbaro la flecha,
Y abre en sus hordas la primera brecha
Al pensamiento humano!
¡Y sobre el rastro de la sangre mía
Con que el desierto indómito fecundo,
Tiende la libertad la férrea vía
Por donde cruza el porvenir del mundo!
¡Yo caigo en él! ¿Qué pierdo
En la vida de glorias rodeada
Cuando la muerte mi pupila cierra?…
¿Qué puede sollozar en mi recuerdo?
¡El pedazo de piedra
Que me sirvió de almohada,
Y el mendrugo de pan con que la tierra
Alimentó mi paso en mi jornada!
¡Sobre la huesa mía
En el mundo feliz, sólo un lamento
Viene a llorar sobre la noche umbría…
El gemido del viento!
Caigo bajo la Cruz con que combato
Por la gloria del hombre eternamente…
Y ahora, mundo ateo, mundo ingrato,
¡Escúpeme en la frente!
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Gutiérrez, Ricardo – El Misionero
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).
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